miércoles, 12 de julio de 2023

Crítica: EL MUNDO DE SHAKESPEARE


El mundo entero es un teatro

Traer a colación ciertos fragmentos de las más destacadas obras de Shakespeare (Hamlet, La fierecilla domada, Romeo y Julieta) para desarticular temas como el amor, muerte y poder, desde un punto de vista ubicado en nuestros días, parece haber sido la intención de este elenco bajo la dirección de Marcos García-Tizón. Pero vamos por partes.

La obra ha iniciado sin ningún reparo en relación al público que se encuentra disperso. La iluminación y el humo inunda la sala; este último es tanto que obstaculiza la observación de las imágenes compuestas por los actores. La musicalización obstruye la percepción de los diálogos de actrices y actores, pero se resuelve bien gracias a la oportuna ruptura de la cuarta pared al entablar comunicación actores-técnicos, generando a la vez una convención agradable, sin embargo, inconsistente. 

Por otro lado, la propuesta espacial es entretenida, pues deja en el espectador la decisión de qué o hacia dónde observar. Aun así, que no se escuchen los diálogos le juega en contra a esa posibilidad. Asimismo, las transiciones de escena a escena se tornan abruptas y cuesta ser parte del espectáculo, porque los actores/personajes no se han compuesto de manera solvente (ni en el uso de elementos o vestuario), se perciben vacíos, por textos o por el manejo de ritmos, en conclusión: falta de acción. 

Además, esta falta se puede notar también en el fondo mismo. Es decir, si el elenco concluye que “el mundo entero es un teatro y solo somos comediantes”, ¿para qué repetir textos como los de Shakespeare o intentar deconstruirlos? Negándole la capacidad de observación y reflexión a estos jóvenes actores y actrices en función a apropiarse de este arte que parece ser su labor a partir de una revisión cultural contemporánea. Ya que ni siquiera se aborda la representación teatral desde un formato clásico para que al menos así, en la transición, se comprenda el interés por cuestionar el quehacer escénico clásico con el presente. 

¿Para qué realizar una especie de Frankenstein con los textos de Shakespeare? Vemos a una Ofelia que de manera abrupta actúa la forma de la locura y la desolación, o dos jóvenes Romeo y Julieta que solo narran lo previo a su aventura, la cual deciden no concluir y, ¿Petruchio?... 

Si a lo que se apunta es incluso hacer un llamado de atención al público, no está de más el apropiarse del trabajo escénico desde el entendimiento del discurso que parece pretenden defender: “La mujer empoderada”, a través de las jóvenes actrices que dejan de “representar” a sus “personajes” para de manera directa realizar una enfática problematización respecto al valor de la mujer socialmente. ¿Pero son verdaderamente ellas las que cuestionan o quien las dirige? 

Puesto que el viaje escénico se torna alrededor del personaje Petruchio, obstaculizando así esa dirección de tema, dejando en muy segundo y hasta tercer plano los deseos, la postura, el pensamiento y la acción de las actrices que se denominan como “empoderadas”

Sí, existe cierto grado de reflexión en relación a los textos de los cuales parten, se evidencia que hay violencia de género en Shakespeare, pero a la vez, existe una complejidad humana que ha sido omitida en este espectáculo. Y sí, hay que visibilizar, denunciar, cuestionar la literatura que por décadas nos han alimentado el conocimiento, pero sobre todo hay que entregarse a aquello que se quiere comunicar y de la mano del cliché, del facilismo, no se augura un camino sostenible para lograrlo.  

Conny Betzabé

12 de julio de 2023

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