sábado, 29 de noviembre de 2008

Crítica: EL BESO DE LA MUJER ARAÑA

Otro triunfo estético


Sucede algo con las obras dirigidas por Chela De Ferrari. Visualmente intachables, estéticamente brillantes y con actuaciones por encima del promedio, sus montajes no logran producir, con la frecuencia deseada, ese ansiado efecto en los espectadores: conmovernos al 100% para aplaudir de pie. Por supuesto, sería mezquino no reconocerle a De Ferrari sus picos más altos y excepciones a la regla (El avaro, La celebración y tal vez algún montaje más), pero ser considerada por algunos críticos como “la mejor directora de teatro del Perú” resulta una opinión bastante sobrevalorada. Sus enormes méritos quedarán grabados en el recuerdo, es cierto, pero no podemos olvidar como desaprovechó obras capitales como Un tranvía llamado Deseo de Tenessee Williams o María Estuardo de Friedrich von Schiller, en las que puso en evidencia ciertas carencias en la dirección de actores, que impidieron lograr personajes que calaran hondo en el público y elevaran dichos espectáculos a un nivel superior.

El beso de la mujer araña de Manuel Puig constituye un gran reto para la directora: una pieza que es en realidad un largo diálogo entre dos presos en un calabozo durante la dictadura argentina de los años setenta: un joven activista político llamado Valentín (Rodrigo Sánchez Patiño) y un romántico homosexual llamado Molina (Paul Vega). Hay que destacar que De Ferrari optó por no presentar la versión musical de la pieza en Broadway con la sensacional Chita Rivera (con música y letra de los míticos John Kander y Fred Ebb) o una adaptación de la notable película de Hector Babenco de 1985 con la sensual Sonia Braga (con Oscar incluído para William Hurt como Molina). Una arriesgada decisión que deja en los dos actores protagónicos la total responsabilidad del éxito o fracaso del montaje.

Sorprende la madurez actoral de Paul Vega, quien logra niveles de perfección difíciles de superar como el entrañable Molina, muy preciso, muy natural y con un carisma envidiable. Rodrigo Sánchez Patiño como Valentín, muestra ciertamente sus enormes progresos, pero sus limitaciones quedan al descubierto teniendo a un descomunal compañero de escena: sus motivaciones políticas y sus amarguras a causa de un amor perdido no logran tener la misma trascendencia que los relatos cinematográficos de Molina. Toda la puesta en escena (luces, sonido, escenografía, vestuario), como era de esperarse en un montaje de De Ferrari en la Plaza ISIL, es de una pulcritud extrema y a ratos exagerada, tratándose de una celda de un oscuro calabozo y que no produce esa sensación de aislamiento que castiga a los personajes. Y es que la estética gana una vez más en este montaje, que bien pudo haber sido una experiencia inolvidable. El beso de la mujer araña no es un extraordinario espectáculo, pero sí un nuevo triunfo estético para De Ferrari.

Sergio Velarde
29 de noviembre de 2008

jueves, 27 de noviembre de 2008

Crítica: REQUIEM PARA 7 PLAGAS


Progresos evidentes 

Luego de la fallida La pasión de Cristo, estrenada hace meses en el Teatro Julieta, quedaba claro que, tanto algunos actores participantes como el director de la puesta en cuestión Martín Abrisqueta (juntos ahora como Pasión Mystica Teatro), debían corregir numerosos errores si se animaban a emprender un nuevo proyecto. El resultado obtenido: Requiem para 7 plagas de Gregor Díaz, en temporada actualmente en la AAA, constituye indudablemente una sana evolución y un indudable progreso como elenco. Y es que la elección del texto es crucial para conseguir resultados positivos: querer llevar a escena una cinta tan visceral y enigmática como es “La pasión…” de Mel Gibson era un proyecto descabellado de por sí. La dramaturgia de Gregor Díaz ofrece mayores posibilidades de conseguir una propuesta coherente y entretenida para el público, que el director Abrisqueta ha sabido aprovechar con éxito.

"7 Plagas” ha muerto y sus compinches, seres extraídos de lo más profundo de la miseria humana, se preparan para celebrar su muerte. Tragos y drogas harán que se sometan entre ellos a duras críticas y reproches, comenzando por la Madre, quien fue a la vez amante de su propio hijo. Un texto difícil por su densidad dramática, pero muy bien aprovechado por el director para mantener en vilo al espectador, valiéndose de una escenografía e iluminación funcionales, pero con la ya gastada fórmula de la máquina de humo. La energía no decae en ningún momento y el nuevo final escénico le confiere un mayor interés a la totalidad del espectáculo.

El elenco cumple las expectativas propuestas, destacando Jacqui Chuquillanqui en el difícil rol de la madre-esposa del difunto, así como también la seguridad escénica de Kike Saco Vértiz y la enérgica versatilidad de Santiago Moreno para interpretar sus papeles. “Réquiem para 7 Plagas” es un muy digno estreno de uno de nuestros autores teatrales más representativos y una oportunidad para apreciar a un elenco que poco a poco va encontrando su camino.

Sergio Velarde

Jueves, 27 de noviembre de 2008

sábado, 1 de noviembre de 2008

Crítica: ESQUINA PELIGROSA


El tiempo es un problema  

Al prolífico escritor y dramaturgo inglés J. B. Priestley (1894 – 1984) le gustaba jugar con el tiempo. Escribió una trilogía de obras dramáticas, en la que la relación teatro-tiempo se convertía en la mayor atracción: “Three time plays” o “Tres piezas sobre el tiempo”, que constituyen “Esquina peligrosa” de 1932, y “El tiempo y los Conway” y “Yo estuve aquí una vez” de 1937. Sin lugar a dudas, “El tiempo y los Conway” es la más lograda en su construcción dramática: la historia de una familia común y corriente en tres actos. El primero y el tercero transcurren durante la misma noche y el segundo, veinte años después. Esta brillante dislocación temporal, que nos permite ver a los amables y empeñosos personajes del inicio, transformados en seres marginados y sin ilusiones en el segundo acto, logran el efecto deseado: darnos cuenta que el paso del tiempo es cruel e inexorable. Ver en el tercer acto a los mismos personajes hablar de su futuro con determinación, sólo nos puede conmover y admirarnos de un autor con gran creatividad e inteligencia.

Sin embargo, en “Esquina peligrosa” el tiempo no es el tema central, pero sí juega un papel importante en la acción. La historia comienza con un apagón, un disparo y un grito. Luego nos enteramos que se trata de una familia que terminó de escuchar una radionovela titulada “El perro dormido”, es decir, una clara metáfora de la “verdad escondida” a punto de salir a la luz. De ahí en adelante algunos temas, como el suicidio de un pariente y la aparición de una cajita musical, despiertan oscuros secretos que conllevan a terribles y trágicas revelaciones que harán caer las caretas a todos sus miembros. Y cuando la obra llega al clímax final, con apagón, disparo y grito, Priestley saca su as bajo la manga (un salto en el tiempo, qué otra cosa puede ser) y nos encontramos nuevamente al inicio de la reunión.

Pero si el tiempo juega en favor de la dramaturgia de Priestley, juega en contra de la puesta en escena de “Esquina peligrosa” por el grupo Sinsala bajo la dirección de Osvaldo Bravo. El montaje luce apurado y aún sin cuajar, con un grupo de actores muy empeñosos, pero que todavía no logran darle seguridad y verdad a sus acciones. Si bien es cierto cada uno de ellos consigue algunos momentos logrados, el conjunto carece de unidad y ritmo, que ameritaba una obra de semejante calibre, sostenida únicamente por los diálogos de los personajes. Sólo el tiempo (en este caso la nueva temporada en el Teatro La Cabaña) le dará a esta obra de Priestley, el vuelo necesario para su completo disfrute.

Sergio Velarde
01 de noviembre de 2008