miércoles, 23 de febrero de 2011

Crítica: EL MISTERIOSO ASESINATO DE YOU PAYASO

Investigación del absurdo

Cristian Lévano logra con su nueva comedia El misterioso asesinato de You Payaso, estrenada en el Auditorio del CAFAE de San Isidro, alcanzar algunos notorios signos de madurez teatral, luego de llevar a escena tres interesantes y muy particulares montajes. Con claras influencias del teatro del absurdo, de Ionesco y de Beckett, este joven autor y director nos cuenta la historia de tres esperpénticos payasos: la intimidante Payuya (Yasmin Londoño), el díscolo Piyoyo (César Golac) y el veterano Poyuyu (Alfredo Lévano, padre del director), quienes intentarán resolver el misterioso asesinato del colega que da título al montaje. Pero la resolución del entuerto es lo de menos, ya que lo valioso de la puesta en escena es la comiquísima investigación que inician estos tres personajes, representando a todos los sospechosos del crimen, entre los que figuran ellos mismos.

Muchas de las características del universo propuesto por Lévano a lo largo de su corta pero valiosa producción dramática están presentes en la obra: el contrapunto de los payasos jóvenes hacen recordar a la dupla Alguien – Otro en ¿Qué hiciste Diego Díaz? (2007); la presencia virtual o la ausencia física del personaje central, como en Dana (2008); el juego teatral, en el que los mismos personajes dentro de la obra sacan otros del sombrero como en Francisco (2010). En El misterioso… se advierte una consolidación del laboratorio teatral por parte del director, en el que los actores atraviesan por un proceso que enriquece la puesta en escena, guiados con mano segura para aprovechar las virtudes de cada intérprete.

Las actuaciones nuevamente destacan por su fluidez y solvencia, especialmente el hilarante Lévano, todas apoyadas por una austera producción (bastidores, elementos escénicos), pero coherente con el montaje, que busca ser urbano y adefesiero a la vez. Sorprende el escaso maquillaje utilizado en los payasos (en Francisco se utilizó por toneladas). Los personajes que interpretan los payasos están muy bien definidos, pero el abuelo vende rifas y la madre novelera necesitan cierto ajuste en caracterización y dicción, respectivamente. El empleo del proyector multimedia (con algunas fallas ortográficas en los textos) concluye convenientemente el montaje. El misterioso… confirma a Cristian Lévano como un interesante autor director, a quien debemos prestar atención en el futuro.

Sergio Velarde
23 de febrero de 2011

martes, 22 de febrero de 2011

Crítica: PINOCHO

La eterna problemática del teatro infantil

Como todos los veranos se lleva a cabo en estos días el 10mo Festival de Teatro para Niños, organizado por el Instituto Cultural Peruano Norteamericano (ICPNA) en su local de Jr. Cuzco en el Centro de Lima. Sirva este evento para reafirmar, de acuerdo a la variopinta oferta de espectáculos que se ofrece, el maltrecho estado en el que se encuentra nuestro teatro infantil, con una pobreza creativa realmente preocupante y que según la crítica Sara Joffré: “deberían salir todos de cartelera”. Pues salvo contadas y notables excepciones, muchas obras infantiles (pero ninguna del presente festival) se convierten en el gran “recurseo” para inescrupulosos productores, que con unos trapos de colores, un CD y un DVD de Walt Disney, perpetran montajes inexcusables en tiempo record, con el único de fin de llenar sus bolsillos.

Este año al menos, podemos encontrar en el Festival algunas sorpresas con dos curiosas adaptaciones: el relato Escándalo en Bohemia de Sir Arthur Conan Doyle, que acerca a los más pequeños a uno de los detectives más famosos de la literatura universal, Sherlock Holmes, a cargo del grupo Vodevil Producciones; y la película de dibujos animados Anastasia: un viaje tiempo atrás, llevada a escena por Kumdha Producciones. La dramaturgia peruana tiene aquí una oportunidad con La hermosa serpiente de César Vega Herrera y Producciones Casandra; y con La princesa y el dragón, dirigida por Diego Zamora y el grupo Contraelviento. Los cuentacuentos, tan de moda hoy en día, también están presentes con el grupo Más de Nosotros. El campeón absoluto del cruce de universos infantiles, Jorge Moncada, arremete con Princesas en Lazy Town, que reúne en un mismo escenario nada menos que a Stephany, Sportacus, Cenicienta, Blanca Nieves, la Sirenita, los ratones Mickey y Minnie, Pepe Grillo, un Hada, un Príncipe y hasta el malvado Yafar. Para todos los gustos y que nadie se queje. No podían estar ausentes los clásicos de siempre, aquellas historias que aparentemente nunca pasarán de moda: la veterana productora Vicky Paz y su Flautista de Hamelin, esta vez con música de Michael Jackson incluida (!); Sendar Producciones con Blanca Nieves y los Siete Enanos; y Pinocho de Alelí Teatro.

Justamente esta última obra es la que me toca reseñar: la historia del muñeco de madera convertido gracias al Hada Madrina en un niño de carne y hueso cuando aprende el valor de la verdad, es llevada a escena de la mano del director Alfredo Lévano, quien interpreta varios papeles en la puesta, entre ellos el Abuelo Gepetto. Con una mayor seguridad en la letra, necesarios ensayos técnicos y la recomendable inclusión de un actor más, el montaje en general podría levantar vuelo. Y si los niños prestan atención hasta el final es por el trabajo del carismático actor Cristian Lévano en el papel principal. Mención aparte la terrible educación teatral de los más pequeños, que es responsabilidad directa de padres y maestros: en plena función y a pesar de las recomendaciones, los niños tenían celulares encendidos; bebían gaseosas y comían golosinas; hablaban, cuando no gritaban, interrumpiendo el espectáculo; e invadían el escenario a vista y paciencia de sus acompañantes adultos, quienes o hablaban despreocupadamente al celular o intentaban silenciar sin éxito a sus pequeños menores de 4 años. La problemática del teatro infantil sigue siendo alarmante y es deber de los artistas intentar hacer algo para remediarlo.

Sergio Velarde
22 de febrero de 2011

domingo, 20 de febrero de 2011

Crítica: SANGRE COMO FLORES

Tibio homenaje al poeta granadino

No hace mucho ponía en el tapete la atroz existencia de algunos astutos productores teatrales, que engañaban sin ningún escrúpulo al público, ofreciendo gato por liebre, al vender funciones de autores clásicos, sin ningún tipo de cuidado estético y artístico, a instituciones educativas con el único propósito de lucrar. Y el pobre Federico García Lorca es uno de los más preferidos. Sin embargo, algunas obras como Bodas de sangre de Miguel Pastor o La zapatera prodigiosa de Juan Carlos Díaz, dejaron en claro que sí se pueden montar espectáculos lorquianos decentes sin traicionar al autor español. Y ahora, iniciando el 2011, le toca el turno al mismísimo Lorca ser el protagonista de su propia obra. Dicha responsabilidad recayó en el director Alberto Isola y en el dramaturgo Eduardo Adrianzén, quienes estrenaron Sangre como flores: La pasión según García Lorca en el Auditorio del ICPNA de Miraflores, y si bien su espectáculo teatral es limpio y cuidado, no genera el torbellino de emociones que el autor de Granada lograba con su propia producción dramática.

Ya mucho se ha hablado (y escrito) del polémico planteamiento por parte de los realizadores del personaje central de la historia: Federico García Lorca, generando partidarios y detractores por igual. Y es que si bien los partidarios pueden apreciar íntimamente al autor y descubrir las motivaciones que dieron como resultado su notable producción dramática (sus enredos amorosos con artistas de su generación y su complicada relación con su madre), los detractores no perdonan el empeño de presentarlo como un simple homosexual consumado y temeroso (como su cobardía al ser capturado por la dictadura de Franco). Lo cierto es que, muy aparte de la impecable caracterización del actor Franklin Dávalos, el tratamiento que se le da en el montaje es perfectamente válido, ya que como figura en el programa de mano, estamos ante una obra histórica, pero ficticia en cuanto a la interpretación de los personajes.

Como espectáculo teatral, Isola resuelve el montaje con mano segura, pero sin arriesgar, con un sencillo diseño escenográfico y de luces que aprovecha el espacio escénico. El humor es completamente inexistente en el montaje. Las coreografías, con los actores deambulando en círculos, marcan el ritmo de la puesta en escena. El rompimiento de la cuarta pared, con Lorca invadiendo las butacas, es prescindible. Todas las actuaciones son efectivas, muy controladas y sin desbordes, que permiten conocer sin sorpresas a los personajes. Los encuentros homosexuales de Lorca con sus amantes de turno no provocan asombro ni escándalo a estas alturas (como sí lo hizo el mismo autor hace algunos años con Demonios en la piel, dirigida por Diego La Hoz). Adrianzén se limita a narrar de forma lineal la vida de Lorca, salpicadas por notables guiños a la producción dramática del autor, desde la Sangre y las Flores que dan título al montaje, hasta la transformación de la Madre en Bernarda Alba (ambos personajes emblemáticos del universo lorquiano). Salvo en el último tramo de la obra, en el que Lorca enfrenta a su madre por última vez para luego ser capturado por el general franquista, la verdadera emoción logra embargarnos, gracias principalmente a las actuaciones de Sofía Rocha y Alberick García, respectivamente. Sangre como flores: La pasión según García Lorca es un buen montaje, pero no es apasionante; entretiene, pero no entusiasma; es un tibio aunque digno homenaje al poeta granadino, que no supera a algunas de sus obras más clásicas, que retratan con mayor veracidad el vertiginoso mundo interior que lo caracteriza.

Sergio Velarde
20 de febrero de 2011

viernes, 18 de febrero de 2011

Crítica: ESPECIES

La ambigüedad del amor 

Siguiendo la línea provocadora en sus montajes, el grupo Espacio Libre estrenó el año pasado Especies, con dramaturgia de Sara Joffré y el mismo grupo, siempre bajo la dirección de Diego La Hoz. Consiguió los premios del público a Mejor Obra, Director y Actriz de Reparto en el blog El Oficio Crítico; a Mejor Obra en la Muestra Regional Costa Centro y es finalista en la Muestra Nacional de este año. Basándose en reportajes periodísticos, la puesta en escena es de carácter documental, recreando seis casos de pedofilia, con el propósito de crear conciencia en el espectador sobre este espinoso tema, que llena de desesperanza, angustia y miedo a los principales afectados: los niños. Este ambiguo “amor” que sienten los agresores es expuesto en escena de manera descarnada y a la vez formal (a juzgar por los vestuarios de sus cuatro intérpretes), y la obra puede ser considerada como teatro de denuncia, a pesar que busca, de acuerdo a la postura del grupo, sólo la reflexión en el público para que tome la posición ideológica que desee.

A manera de un ejercicio teatral, los actores utilizan alguna prenda de su vestuario (sacos, lentes, pañuelos) para caracterizar a las víctimas y victimarios de cada caso, y luego dirigirse al público para precisar algún detalle o dar alguna información pertinente, siempre recordándonos que los abusos y crímenes cometidos fueron reales. Muy reconocible la pluma de Sara Joffré en la obra. Limpio trabajo de Omar Del Águila, Betzabeth Misme, Jonathan Oliveros y Jhosep Palomino, muy precisos en su ejecución escénica. El director Diego La Hoz logra un montaje enérgico y fluido, con algunas agradecidas pinceladas de humor, centrándose en el desempeño de los actores, que se valen únicamente de cuatro sillas y cuatro periódicos para crear los ambientes y definir los espacios. Especies no traiciona la línea del grupo y confirma a Espacio Libre como uno de los grupos teatrales más interesantes del medio.

Acaso la única objeción que se le podría hacer a la obra, sea más bien de fondo que de forma: entender la pedofilia como un “extraño” tipo de amor (según figura en el programa de mano) resulta muy difícil siquiera de considerar, ya que este trastorno sexual merece el repudio unánime por parte del espectador. Por supuesto, el significado del amor es “el conjunto de sentimientos que ligan una persona a la otra”, y estos sentimientos no necesariamente deben ser buenos, pero la palabra en sí lleva irremediablemente a una connotación pura y limpia, inexistente por completo en la puesta en escena. Y es que la postura del grupo con respecto a la pedofilia es clara y contundente, principalmente cuando los actores se dirigen al público dentro el mismo montaje, mostrando el fastidio en sus rostros y gestos al explicar las escenas. Resulta (todavía) muy complicado encontrar “amor” en Especies, cuyo nombre proviene justamente de considerar a la niñez impoluta e inmaculada como una especie en extinción.

Sergio Velarde
18 de febrero de 2011

lunes, 14 de febrero de 2011

Crítica: UN DON JUAN EN EL INFIERNO

Cattone nunca decepciona

¿Se pueden considerar a Osvaldo Cattone y su eterno teatro Marsano como baluartes de nuestro teatro independiente? Entendiendo el término “independiente” como el control absoluto por parte de un artista sobre su obra, pues sí lo son. Desde los años 70 el Teatro Marsano ha venido presentando, con mayor o menor fortuna, una gama de espectáculos de todo calibre: dramas, comedias, musicales; pero siempre con el sello inconfundible del actor y director argentino, que se convierte sin duda en todo un ejemplo de entrega y sacrificio hacia su mayor vocación: las artes escénicas. Y a pesar de tener algunos detractores, y un buen número de seguidores, resulta innegable que el teatro de Cattone ha sobrevivido a lo largo de la historia en buena forma, a pesar de la fuerte competencia que representan algunas salas.

“Un Don Juan en el Infierno”, pieza del dramaturgo argentino Luis Agustoni, nos sitúa en aquel mundillo escondido a los ojos del espectador que acude a ver una representación teatral: el camerino, en donde se ventilan las intimidades de los actores, en este caso específico, del otoñal protagonista de la obra Don Juan. La tirante relación con su mujer y su hijo, la complicidad con la asistente, sus amoríos con la primera actriz y la traición a su amigo productor, son algunas situaciones de las que somos partícipes en plena representación teatral. El narcisismo del actor desencadena el drama, que si resulta convincente es por la enérgica actuación del experimentado Cattone, quien derrocha vitalidad y carisma a lo largo del montaje.

Durante su dilatada trayectoria, Cattone siempre se ha caracterizado por interpretar personajes soberbios, machistas, infieles, pedantes y endiosados; y en esta obra le da vida nada menos que a un actor soberbio, machista, infiel, pedante y endiosado. Por tal motivo no es de extrañar que, como pez en el agua, Cattone se convierta en la gran vedette del montaje, opacando al resto del elenco. Acaso sólo Regina Alcóver, Ivonne Fraysinnet, Sonia Oquendo y hasta Analí Cabrera le puedan dar la réplica exacta en el escenario, pues en este caso ni Sandra Bernasconi, ni Nicolás Galindo, ni Haydee Cáceres, ni Marisol Aguirre, ni Paul Martin (en ese orden), están a su altura, a pesar de sus esfuerzos. “Un Don Juan en el Infierno” representa la quintaesencia de Cattone como actor, servido con un impresionante despliegue escenográfico de Chalo Gambino y un cuidado diseño de producción de Makhy Arana. Cattone nunca decepciona y ésa parece ser la consigna de esta emblemática figura de nuestro teatro nacional.

Sergio Velarde
14 de febrero de 2011

Crítica: CHAT

Aquellas previsibles verdades virtuales

Escrita en el 2007 por el venezolano Gustavo Ott y dirigida en nuestro país por Carlos La Rosa, la pieza dramática CHAT se reestrenó por una brevísima temporada, luego de presentarse el año pasado en el marco de la I Convocatoria de Ayudas a la Producción y Exhibición en Artes Escénicas en la Casa de España. La Rosa es responsable también de Pony (2009), una amable comedia del mismo autor; y Ott es uno de los dramaturgos latinoamericanos contemporáneos más representativos en la actualidad. En CHAT el autor nos muestra los peligros que acarrea el uso indebido (e ingenuo) del Internet como medio de comunicación, con nefastos resultados para los personajes de la historia. Y a pesar de las probadas virtudes del director, la puesta en escena no logra superar sus anteriores trabajos, entre ellos la notable Lock out (2010).

El chat (o su equivalente “charla” en español) es aquella comunicación inmediata realizada a través de internet entre dos o más personas y que tiene como principal desventaja la de ocultar con mayor intensidad las verdaderas intenciones que se ocultan en los mensajes. Y el autor nos presenta un puñado de casos del dominio público: la mujer que busca desesperadamente emigrar a Estados Unidos, el pervertido sexual que busca saciar sus bajos instintos, el adolescente vengativo que urde y ejecuta un asesinato múltiple en su colegio, la desprevenida familia que paga a madres abandonadas por el hijo deseado, la jovencita ansiosa por satisfacer sus necesidades hormonales, y el tonto útil reclutado por subversivos religiosos. Ninguna de estas historias tiene un final feliz, los protagonistas están destinados a ser las víctimas “informáticas” por la enorme cantidad de verdades virtuales a la que son expuestos, pero eso es algo que desgraciadamente el público intuye desde el inicio y que no genera el suspenso necesario hasta el previsible desenlace.

Y es que CHAT no depara sorpresas como argumento, sólo ofrece un correcto ejercicio actoral, sin profundizar en algunos temas de interés, como por ejemplo la gran cantidad de información personal al alcance de todos a través de las redes sociales como el Facebook. Las actuaciones de Omar Alosilla, Cecilia Collantes, Carla Martel y Fito Valles son esforzadas para darle veracidad a la puesta en escena, pero pueden ser aún más precisas para definir vocal y corporalmente a los diferentes personajes que interpreta cada uno. El buen director Carlos La Rosa, en su afán por darle dinamismo al montaje, deja de lado los teclados a mitad del chat entre los personajes para que estos interactúen “virtualmente” frente a frente; pero esta propuesta no resulta del todo coherente, especialmente cuando los actores toman contacto físico o se “mandan” archivos a través de trozos de papel. CHAT no es una buena obra de Gustavo Ott, sí es una obra importante, con algunos bellos textos llenos de poesía, pero que no tiene la contundencia necesaria para ser una verdadera alerta sobre los terribles peligros que ofrece nuestro nuevo mundo virtual.

Sergio Velarde
11 de febrero de 2011