jueves, 28 de febrero de 2019

Crítica: AQUELLO QUE NO ESTÁ

¿Cómo fotografiar la ausencia? (Eduardo Adrianzén)

“Aquello que no está” es una obra escrita por Eduardo Adrianzén y dirigida por Gonzalo Tuesta. Se reestrenó el jueves 28 de febrero, en el auditorio del ICPNA de Miraflores, y estará en cartelera hasta el 24 de marzo, la cita es a las 8.00 pm.  

El montaje cuenta con las actuaciones de Giovanni Arce, Natalia Cárdenas, Claudio Calmet, Alexa Centurión, Bruno Espejo y Mariajose Vega.  Esta es “una comedia teatral que narra la historia de una familia limeña pintoresca, que muestra cómo los cambios sociales influyen en sus vidas cotidianas, a lo largo de más de 40 años de la historia del Perú.”  El hilo conductor son los recuerdos de Javier, el hijo mayor, quien se ha puesto la tarea de buscar a su supuesto medio hermano de su misma edad. La obra toca de manera ligera, desde una estética minimalista, temas como la violencia política, la ausencia de memoria y el racismo.

La elección de esta estética (con seis bancos, un ecran y elementos de vestuario para los cambios) contribuye al tránsito espacial y temporal; la construcción de los recuerdos que hace el protagonista y los cambios de “personajes” en los otros actores.

De otro lado, creo que pudo darse mayor acento a la comedía tal como mencionan en la sinopsis, tomando en cuenta que la obra inicia a un nivel cómico más grotesco, este no se mantiene, sino que se va perdiendo a lo largo de la historia. Hasta un primer momento, uno puede llegar a creer que la obra evolucionará en comedia, algo que no sucede. El carácter cómico no debió quedarse solo en el gag hablado, sino que pudo llevarse a un juego continuo acompañado de acciones que puedan sumar la ironía, como en algunas escenas bien logradas. Además, la decisión minimalista trajo consigo un riesgo muy grande en este tipo de texto, esto fue el sostenerse en los diálogos, lo cual le quita el ritmo cómico que se busca al ser una comedia. Por lo cual, concluimos que la propuesta de dirección se enfoca en el drama familiar y no en la comedia; aún cuando mantiene cierta chispa de humor en sus textos, hubiese sido importante remarcar el lado cómico de la dramaturgia. Puesto que esto habría ayudado a dar dinamismo a este drama familiar que contiene además en paralelo un peso histórico.

Por otra parte, una mejor propuesta de luces sería un elemento que sumaría dinamismo al montaje y aportaría a sostener y contar mejor la historia. Otro más que pudo involucrarse mejor es el uso del ecran, ya que este, si bien se utilizaba de manera explicativa (graficando el contexto histórico y social en paralelo a la historia), es usado también para reflejar otras imágenes a lo largo de la obra, por lo cual no queda tan claro la función que cumple este recurso. Podemos deducir que el uso del ecran tiene que ver con las fotografías, la película, el recuerdo; sin embargo, la conexión establecida inicialmente del personaje Javier con esta película (ecran) se va perdiendo, y cambiando a lo largo de la obra, lo cual no deja claro el signo al que remite dentro del montaje.

Algo a resaltar en la obra son las impecables actuaciones del elenco en general, pero sobre todo el trabajo lúdico que aporta Mariajose Vega al igual que Bruno Espejo. Quienes manejan seis personajes cada uno. Dado a que la propuesta es minimalista el centro recae en las actuaciones por lo cual estas son una de las fortalezas de esta obra. 

Una obra que recomiendo visitar y crearse su propia experiencia, disfrutando de muy buenas actuaciones. Tienen hasta el 24 de marzo, a las 8 de la noche para ir a verla al auditorio del ICPNA de Miraflores. Este drama familiar con toques cómicos los invitará a reflexionar cuánto puede afectar la coyuntura política en la historia de una familia y cuánta memoria o consciencia tenemos de nuestra propia historia familiar como victimas de un tiempo y un gobierno.

Kiara Jossilú Castro Béjar
28 de febrero de 2019

martes, 26 de febrero de 2019

Entrevista: MATÍAS RAYGADA

“Con el teatro puedes desenvolverte mejor”

Ya es el ganador más joven en los premios Oficio Crítico. Matías Raygada recibió el reconocimiento del público como el mejor actor de reparto por Paso peatonal (2018), obra escrita y dirigida por Pablo Luna, un drama con un fuerte contenido social que además resultó ganador en todas sus categorías. “Me gusta actuar desde siempre”, afirma el jovencito Matías. “Veía una película y me disfrazaba y actuaba de eso; cuando vi Linterna Verde, que en una parte convulsiona, yo empecé a convulsionar; mi mamá me decía ¡qué pasa! y yo le respondía que estaba actuando”. No pasó mucho tiempo para que Matías fuera descubierto para el mundo de la actuación, en su caso, para un programa de concursos para niños. “Entré en Pequeños Gigantes, porque mi tío que es comentarista deportivo y sabía del programa y del casting”, recuerda Matías. “Lo pasé y quedé como uno de los capitanes de los equipos, y me di cuenta que lo que quería era actuar”. El reconocido actor Ricky Tosso se le acercó, una vez finalizado el programa, para becarlo en su escuela de actuación, ya que había notado sus habilidades interpretativas; es por ello que Matías le guarda un especial cariño. 

Experiencias en actuación

Matías tiene la suerte de acudir a un colegio en el que se le brinda educación artística, especialmente la danza. “Me gusta bailar, pero más actuar”, precisa. “Con el teatro puedes desenvolverte mejor, perder el miedo a actuar o hablar con el público, puedes improvisar, interactuar, hablar fuerte y proyectar la voz”. A pesar de su corta edad, Matías ya tiene varias temporadas estrenadas, para un público familiar como Papito Piernas Largas (2015) de Jose Salinas, estrenada en el Teatro Canout y luego en Plaza Norte; y Las aventuras de Charlie y Dolly (2017), escrita y dirigida por Carlos Rubín; o para público adulto, como El sistema solar (2017) y Todos los sueños del mundo (2018), ambas puestas escritas y dirigidas por Mariana De Althaus.


¿Cómo hace Matías para interpretar los distintos personajes que le tocan? “Por ejemplo, me dice el director que debo ser un niño intelectual, entonces veo una película o converso con uno y lo observo, porque yo soy de otra manera, soy más relajado y copio la voz y sus gestos”, responde el joven actor. Además, él también ha incursionado en el cine, tiene cinco películas en su haber y otras dos por estrenarse este año. “Actuar en cine y televisión es muy diferente, cada uno tiene sus pros y contras”, reflexiona Matías. “En el cine, si te olvidas la letra, se puede hacer otra toma; pero en el teatro es un contra, puedes improvisar y lo bueno es que puedes interactuar, proyectar la voz, calentar, estar en vivo; en el cine, solo lo ves en digital”. Entre las películas en las que ha intervenido Matías, le guarda especial cariño a Cementerio General 2, por el que fue nominado al premio Luces. “Me gustan las películas de terror, pero hacerlas, porque verlas me da miedo”, asegura. “Me gusta actuar el miedo, es decir, me imagino que veo algo de verdad que me dé miedo, por ejemplo, no me imagino a mi amiga, sino que es un fantasma”.

Teatro con mensaje

Paso peatonal es una de aquellas obras que le ofrecen al espectador una visión de inclusión y tolerancia, a través de la historia de un hombre que acaba de enviudar de su esposo y que es visitado por la ex esposa del difunto, quien llega a reclamar el departamento, que por ley le correspondería solo a su hijo, papel que interpreta Matías. “El mensaje es que todos tenemos los mismos derechos”, comenta. “Yo cambiaría el destino de este país, trataría a un gay por igual, porque todos somos iguales”. Matías afirma haberse llevado muy bien con todo el elenco y su director. “Con Claudio pertenecemos a la misma empresa que nos representa (Sinargollas), y con Ana Rosa (Liendo) y Pablo (Luna) nos llevamos súper bien y nos reíamos y divertíamos siempre”.


Matías afirma que sabe controlar sus nervios, cada vez que tiene que actuar en teatro. “En el primer día, en el estreno, me arde el estómago, pero luego salgo y a los 20 minutos, ya me relajo y así me quedo toda la temporada; solo en el día del estreno tengo nervios”, asegura. Entre los proyectos teatrales de Matías, queda  pendiente la reposición para el FAE 2019 de Todos los sueños del mundo. “En cine, ya se estrenó Hotel Paraíso y en abril, se estrenará Intercambiadas, en donde actúo con Johana San Miguel y Patricia Portocarrero”, concluye.

Sergio Velarde
26 de febrero de 2019

Entrevista: BERNARDO SCERPELLA


“Todos tenemos talento, solo hay que saber encontrarlo”

Cada año, llama poderosamente la atención la enorme cantidad de artistas jóvenes presentes en las listas de nominados para los premios Oficio Crítico. El 2018 no fue la excepción: uno de ellos, Bernardo Scerpella se alzó con la distinción otorgada por el público como el mejor actor de reparto en Comedia o Musical por Sinfonía inacabada, pieza del clásico autor español Alejandro Casona. “Hago teatro desde el colegio, porque el director y también profesor de teatro, Marcelo Rodríguez, me llamaba para hacer diversos papeles, de un perro vagabundo, de un anciano bibliotecario, de Rafiki de El Rey León, cuenta Bernardo. “Me gustaba ensayar, aprenderme la letra, crear el personaje me motivaba mucho; para el papel de perro vagabundo comencé a ver películas de perros, a observarlos en cada detalle, pero luego lo dejé ahí, cuando acabé Secundaria el 2010”.

Psicología y Teatro

Bernardo decide estudiar Psicología, no solo por tener a dos psicólogos en su familia, sino porque siente afinidad por el tema humano, el conocer a una persona en cuanto a su profundidad, a su forma de pensar y de actuar. “Estudié en la Universidad de Lima hasta el 2013, hasta que el director de teatro de mi colegio, Marcelo Rodríguez, me llama para ir  a actuar a un festival en Río de Janeiro. Desde que mencionó Brasil, inmediatamente acepté. Yo estaba feliz”. Fue así que Bernardo estuvo en aquel taller, ensayando la obra La lógica de Dios, escrita por Alonso Alegría. “Recordé todo lo del colegio y a partir de ahí el “bicho” de la actuación regresa con fuerza, ya que me daba cuenta que podía pasar varias horas leyendo, ensayando y creando personajes”.

En el 2015, Bernardo, mientras que seguía sus estudios en Psicología y su trabajo en una empresa, decide volver a probar la actuación. “Entré, como jugando, al taller de CCPUCP con Pietro Sibille”, recuerda. “Podía pasarme horas ensayando, sin dormir, comiendo en la combi, con tal de hacer esto”. Finalmente, le pregunta a Sibille si podía dedicarse a la actuación de manera profesional. “Me recomendó a Roberto Ángeles y averigüé quién era. Todos me decían que era el mejor taller, que cambiaría mi vida. Para entrar era necesario audicionar, así que me mandaron el monólogo, lo ensayé tres días antes, estaba muy estresado, y me decía que si no la hago, entonces he perdido la oportunidad”.

Previsiblemente, Bernardo ingresó al taller y quedó encantado con el primer módulo. “Fue una experiencia genial, me reafirmó que el teatro me apasionaba de verdad y que iba más allá de las cosas que podía hacer; yo estaba dispuesto a dejar todo con tal de hacerlo bien”, asegura. “En el segundo módulo, me daba cuenta que la gente del taller se estaba metiendo con todo, así que llevé algunos cursos en Psicología, porque la exigencia del taller subió”. Las buenas críticas llegaron con la muestra de Newmarket, escrita por Jorge Castro y dirigida por Carlos Galiano en el 2012; ambos fueron jurado de la muestra y mostraron su conformidad con el trabajo. Posteriormente, Bernardo se dio cuenta que no podía con el ritmo del taller y tomó una decisión. “Abandono Psicología para meterme de lleno al tercer módulo de Roberto, es aquí donde me tocó la obra Esperando a Godot. El trabajo presentado animó a Bernardo y a sus compañeros para estrenarla en el Teatro de Lucía, el mismo año en que la Asociación de Artistas Aficionados AAA hacía lo propio con el mismo texto de Samuel Beckett. “Llegué a verla, fue una propuesta diferente, me doy cuenta que la obra puede ser una y las propuestas son miles”.

Reflexiones sobre teatro

Bernardo nos cuenta que luego de tomar la decisión de dedicarse al arte ha llevado diversos talleres de formación actoral. Nos comenta que aprendió mucho de los grandes maestros con los que estuvo, como Roberto Ángeles, Alberto Isola, Laura Silva, Pietro Sibille y Marcelo Rodríguez. “En todos esos talleres he aprendido la efectividad del hacer”, afirma Bernardo. “Aprendí que el arte implica horas de trabajo y dedicación; yo creo que si simplemente lo dejas a la suerte no te sale, creo mucho en la chamba, en las horas de trabajo”. Bernardo agrega que sí cree en el talento, pero se ha percatado que este, sin trabajo, se queda corto o hasta puede desgastarse. “No todos estamos llamados a ser actores, productores o directores, en el camino nos vamos a dar cuenta de que nos apasiona el arte, algunos están llamados a actuar en cine, en teatro, a escribir; todos tenemos talento, solo hay que saber encontrarlo”.

Acerca del director de teatro ideal, Bernardo afirma que “debe tener confianza en sus actores y además, experiencia sobre el escenario, para saber qué se siente estar en escena”. Añade que el director está viendo la obra como público, es por ello que su trabajo sin la cooperación del actor no es nada y viceversa. “Debe existir un buen diálogo con todo el equipo de trabajo; la capacidad de diálogo y escucha es importante”.

Sinfonía inacabada es uno de los tantos textos de un autor clásico como Casona, tan bien elaborado como menospreciado. “Subestimar mucho a los clásicos es un error, hay mucho valor en aquellos textos, porque enseñan mucho; son autores de épocas determinadas y sus obras fueron escritas en contextos diferentes, pero con posiciones claras”. Bernardo cita a espectáculos como Mucho ruido por nada (2016), en donde se le da la vuelta a un texto clásico con una posición bastante clara. “Se debe tomar del texto lo que el autor quiere, hay mucha gente que le tiene miedo y temor a los clásicos”.

Por otro lado, para Bernardo, un buen actor de teatro debe tener fortaleza de espíritu y disciplina. “Van a haber momentos en los que veremos cuesta arriba y tendremos que seguir remando”. Para él, la labor del actor no solo consiste en trabajar de manera dedicada etapa por etapa, sino que la fe debía estar presente. “Antes de cada audición y muestra le pedía a Dios que me ayude a hacerla de la mejor manera posible.”

Este año, Bernardo tiene varios proyectos con la Asociación Cultural Esperanta, de la cual forma parte. “Estamos trabajando junto con Alonso Alegría en un montaje para el mes de octubre y nos vamos con Despegue (2018) de Diana Cueva a Cajamarca”. Además, le espera el estreno en abril de la película Intercambiadas, realizada por Tondero. Aunque sus estudios de Psicología todavía permanezcan en stand by, nos afirma que ha descubierto “que me apasiona realmente el arte y aunque recién estoy empezando en esta labor, sé que tengo mucho para dar a nivel artístico; yo no me considero solo un actor, me considero un artista”.

Sergio Velarde
26 de febrero de 2019

sábado, 23 de febrero de 2019

Entrevista: ANDREA LUNA


“El teatro es una comunión”

Un hecho inesperado ocurrió en el medio teatral en el 2018: una artista lograba obtener dos premios de Artes Escénicas diametralmente opuestos en sus formas y conceptos, el Oficio Crítico y el Luces. La joven actriz Andrea Luna se alzó con los premios de mejor intérprete, otorgados por el jurado del mencionado blog de crítica teatral y por los lectores del Decano de la Prensa Nacional, por su cuidado y exigente papel protagónico en la obra Música, adaptación del original de Yukio Mishima, presentada en el Teatro Ricardo Blume de Aranwa. Pero Andrea ya había ganado premios antes. “Mi primera obra fue La fablilla del secreto bien guardado (de Alejandro Casona) en Quinto Grado y gané el premio a la mejor actriz”, comenta riendo.

Del modelaje al teatro

Andrea vivió en Estados Unidos, al lado de una familia dedicada al arte. “Tuve una tía actriz que falleció y otros tíos que son artistas plásticos, siempre estuve muy ligada al arte desde chica”. Al volver a Perú, se dedicó primero a modelar, para así poder pagar su carrera de Comunicaciones y de Actuación. “Empecé haciendo televisión en America Kids, y a la par, ingresó en el taller de actuación de Bruno Odar”. Andrea tuvo su gran oportunidad, año y medio después de terminar el mencionado taller, cuando Odar le propuso trabajar en una obra de teatro. “Me dijo que quería hacer Romeo y Julieta (2013) conmigo y con Emanuel Soriano”. Esta primera experiencia teatral significó un gran aprendizaje para Andrea. “Fue en jardín principal del convento de San Francisco de Asis, usamos el balcón, pusieron tribunas, había músicos y bailarines; nunca pensé empezar así en el teatro”. Además, guarda gratos recuerdos de su trabajo con Soriano. “Siempre llegaba y se ponía a calentar y pasar la letra de todas sus escenas antes de la función, me dije que debía hacer lo mismo y terminé haciéndolo”.

Con un inicio televisivo, Andrea tuvo que adaptarse al exigente medio teatral. “No entendía bien los códigos, el teatro es completamente diferente, es otra disciplina”. Recuerda que cuando llegaba a las grabaciones de televisión quince minutos tarde, solo le llamaban la atención; pero con Odar aquello era impensable. “Con Bruno no podía llegar tarde, él me enseñó que es otra tipo de responsabilidad, tenía que llegar dos horas antes y calentar”. Posteriormente, Andrea debutó en teatro infantil, que le demandó evidentemente otro estilo de actuar, en Antes de las doce (2014). “La hicimos en el Teatro Mario Vargas Llosa y los niños hablaban y gritaban; yo me decía ¿ahora qué hago?, me voy a confundir; pero fue un gran aprendizaje, aunque me gusta más hacer teatro para adultos”.

Música en casa de los Chiarella

Andrea se emocionó al recibir el premio Oficio Crítico en el evento en vivo y tuvo palabras de agradecimiento para Celeste Viale y Jorge “Coco” Chiarella de Aranwa Teatro, los padres de Mateo, el director de Música. “Siento que cuando voy a Aranwa estoy entrando a la casa de Celeste y Coco y que ellos me están abriendo la puerta”, comenta. “Celeste hizo el vestuario y estuvo en muchos de los ensayos, y Coco aplaudía como loco en las funciones, me agradecía por estar allí y yo les agradecía a ellos por estar en su casa”. Andrea siente una gran admiración por los Chiarella y por su hijo Mateo. “Él es tan talentoso y tan buena persona, por los padres que tiene”.

“Pienso que una buena actriz de teatro debe tener buena proyección, modulación y dicción”, reflexiona Andrea. “Además, debe saber escuchar y ser una buena compañera, porque el teatro es comunión y si piensas solo en ti, no conectas ni con el público ni con tu compañero”. Afirma que sí existen las personas con talento, pero que junto con el estudio, serán los cimientos de todo el trabajo en escena. “Puedes racionalizar mucho, pero al ponerlo en práctica necesitas el talento; por ejemplo, Pietro (Sibille) es uno de los mejores actores que tenemos, él es inteligente, súper profesional y racionaliza, pero para eso se necesita tener talento”.

Por otro lado, Andrea asegura que un buen director de teatro debe tener una gran sensibilidad con el montaje y sus actores, debe confiar en ellos y saber qué es lo que quiere contar. “Un director de teatro utiliza términos particulares, que no usan los de televisión y de publicidad”, añade. “En televisión todo va muy rápido y en publicidad, te dicen exactamente lo que quieren y a veces te tratan como un producto”. Andrea reconoce que se pone muy nerviosa antes de salir a actuar, pero ha encontrado la solución con las técnicas del Reiki y Yoga, que se basan en la respiración. “Me he visto en televisión muy nerviosa y es porque grabo muchas escenas al día”, reconoce. “Siempre creo que mis escenas pueden salir mejores, por eso voy a utilizar todas las herramientas que he aprendido, para aplicarlo este año en tele”.

Andrea estará participando en dos interesantes y retadores montajes este año: La habitación azul de David Hare, en Aranwa Teatro en abril, con la dirección de Mateo Chiarella; y La Celestina de Fernando de Rojas, que dirigirá Alberto Isola en octubre. “Son dos proyectos en los que me voy a meter de lleno”, afirma Andrea. “En La habitación azul haré un semidesnudo, ya hicimos el afiche y ha quedado muy bien, actuaré por primera vez con Sebastian Stimman, que ha ganado premios importantes en New York”. Y en La Celestina, Andrea interpretará nada menos que a Melibea. “Será una propuesta que tendrá flamenco, cantos y zapateo”, finaliza.

Sergio Velarde
23 de febrero de 2019

viernes, 22 de febrero de 2019

Entrevista: CLAUDIA TANGOA

“Me interesan los procesos largos y acompañados”

San Bartolo (2018) fue una valiente apuesta teatral que abordó los escandalosos abusos cometidos por el Sodalicio. Escrita y dirigida por Alejandro Clavier y Claudia Tangoa, la puesta presentada en el Teatro La Plaza fue recompensada con el Premio Especial de Oficio Crítico. “Estudié parte de la Primaria en Tarapoto, mi familia es de la selva”, comenta Claudia. “En mi colegio en Lima no había teatro, pero sí ballet; había mucha disciplina, hacíamos cosas que nunca había hecho”. La exigencia física y la disciplina impartida en el curso le llamó la atención de Claudia, así como su particular música. “El ballet me exigía explorar y trabajar mi cuerpo de una manera no cotidiana, y me gustaba descubrir eso nuevo en mi”.

La importancia del trabajo de grupo

Claudia descubrió el teatro siendo adolescente, pero fuera de las aulas, en un grupo de teatro aficionado y autogestionado. “Estuve bastante tiempo (cuatro años) y había mucha entrega, teníamos talleres y luego presentaciones, que eran para todo público pero iba más la familia; nosotros vendíamos las entradas y trabajábamos todo el sábado y todo el domingo”. Para Claudia, la experiencia vivida le hizo identificarse con el trabajo teatral en grupo. “El teatro tuvo un efecto transformador en nuestras vidas, conservo muy buenos amigos de esa experiencia”. Agrega que fue muy enriquecedor encontrar y trabajar con todas aquellas personas que venían de realidades distintas. “Porque estábamos pasando por esa etapa tan difícil que es la adolescencia, en la que no estamos conformes con nuestro cuerpo, vivimos conflictuados con el mundo; fue un momento muy claro donde el teatro entró en nuestras vidas y nos empoderó, me sentía buena haciendo teatro. Como adolescente tenía muchas dudas pero sentí que era buena en esto, entonces empecé a producir y escribir”.

Una educación escolar sin talleres artísticos, específicamente de teatro, resulta a estas alturas desafortunada y hasta condenable. “Es importantísimo, te da disciplina, desarrollas otras habilidades, aprendes a trabajar en equipo, incentivas la creatividad y la sensibilidad”, opina Claudia sobre los cursos de Teatro en colegios. “Entrar en el chip del teatro es tener la mente abierta, cuestionarse todo el tiempo, poder atreverse a hacer cosas, porque si sientes miedo de hacer algo por temor a fallar, no lograrás nada; la idea es sentir que la vida es prueba y error, hay que darle esa otra mirada, otro filtro de ver las cosas”. Evidentemente, todavía tenemos un sistema castrador y castigador, y dado a la recompensa. “No permite que podamos descubrirnos a nosotros mismos; por ejemplo, veo a compañeros que vienen de colegios donde han hecho teatro y siento que hay una forma distinta de afrontar las cosas, menos limitadas, entran más al juego”.

El teatro como profesión

Claudia es egresada de Artes Escénicas, cuando esta estaba en la Facultad de Comunicaciones en la Universidad Católica. “Una profesora que me impactó mucho fue Bertha Pancorvo”, recuerda. “Tenía una forma de vivir como profesional del teatro, tenía disciplina, investigación; nos exigía de tal manera, que si tú querías vivir de esto, tenías que hacerlo en serio, sino serías un mediocre en tu trabajo; sentí que me exigió de una manera estimulante”. Por otro lado, Claudia tuvo como profesor de Dirección al consagrado Jorge Guerra, a quien califica de ser “un visionario como director, veía el potencial en el trabajo que le presentabas, leía lo que estaba escrito sobre la escena de otra forma; me hacía pensar que lo que yo creía, podía significar otras cosas”. Una persona que influenció mucho en las búsquedas escénicas de Claudia fue Carlos Cueva de LOT. “La experiencia en LOT me motivó a revisar y cuestionar lo aprendido en la universidad, me acercó a lo posdramático”. 

Algunos proyectos de Claudia que llamaron la atención de Oficio Crítico fueron Ausentes – Proyecto escénico (2016), en donde se encargó de la Dirección Teatral (la Dramaturgia estuvo a cargo de Claudia y Rodrigo Benza; y la Dirección General, de este último), en un montaje que habló sobre la la desigualdad, el manejo del poder, los intereses y las causas de los conflictos sociales en el Perú; Ñaña (2017), con su dramaturgia y dirección, mostrando la dura realidad de nuestra sociedad, llena de abuso sexual y violencia; y la ya citada San Bartolo. “La búsqueda que desarrollé cuando estudiaba en la universidad era la memoria personal como punto de partida para la creación, el trabajo del actor-creador”, refiere Claudia. En el 2012, se estrenó Proyecto 1980/2000, el tiempo que heredé como parte de la convocatoria “Ayudas a la Producción y Exhibición de Artes Escénicas en Perú” realizado por el Centro Cultural de España en Lima, en donde Claudia se encargó de la dirección y dramaturgia del montaje, al lado de Sebastián Rubio, con testimonios de los propios protagonistas. “Para mi, la propuesta partió del interés de trabajar con la biografía del actor/no actor, después lo reconocimos como teatro testimonial”.

El sólido trabajo escénico que significó Ñaña, le valió a Claudia una nominación para Oficio Crítico como mejor trabajo de dirección. El espectáculo contaba con las sentidas actuaciones de Anahí de Cárdenas y Verony Centeno, quienes interpretaban a dos hermanas que luchan por construir juntas un lugar al cual pertenecer, en medio de un caso de maltrato infantil basado en un testimonio de la vida real. “El proceso duró cuatro años de trabajo, fue la historia de mi hermana y la mía en el escenario; mi búsqueda escénica era abordar la historia de ella, pero lo que más me interesaba era cómo esta rebotaba en mí, en cómo era mi mirada sobre ella y viceversa, de nuestros encuentros y desencuentros”. Para Claudia, esta obra significó un proceso en el que tenía que enfocarse mucho más en el texto, esta vez no partía de la memoria de las actrices, partía de ella misma. “Era mi experiencia vivida pero traducida en la obra, había que probar el material con las actrices; me enfoqué en mi trabajo como dramaturga y directora, porque necesitaba una distancia con el tema, el tener estos roles me ayudaba a separarme de mi historia y tener lucidez a partir de esa distancia”. La obra abordaba temas muy claros, pero especialmente la distancia que separaba a estas dos hermanas que no lo son. “Son peruanas, pero con distintas crianzas; una con privilegios y la otra, sin ellos; decidí hacer el trabajo, porque sentí que podía interesarle a más gente”.

Atrocidades y religión

San Bartolo llegó al Teatro La Plaza a través de una invitación ofrecida a Alejandro Clavier (autor y director) para dirigir una obra en la programación para adultos. “Jano había viajado a un festival en Alemania y vio una obra sobre un pederasta belga; cuando regresaba a Lima pensó en el Sodalicio y ese fue el “link” con el tema”, comenta Claudia. “En un momento, me dijo que había que hacerlo juntos y me pareció bien, el caso es muy grande, habla de muchas cosas”. Ambos quisieron explorar cómo influye la religión en relación al cuerpo y a la sexualidad. “Creo que nos pasa a todos los que hemos tenido una crianza católica, a las mujeres se nos impone la imagen de la virgen, creo que nos influye de manera directa”. Claudia y Clavier trabajaron todo un año, discutiendo el concepto y la manera que abordarían el caso para contar los hechos. “Nos llenamos de información, entrevistamos a mucha gente, conseguimos aliados”.

Una realidad tan difícil de asimilar causó, sin duda, un doloroso efecto en Claudia. “Fue impactante, pensaba en las personas que habían sido capaces de hacer esto, con tanta energía negativa”, revela. “Tuve pesadillas durante algún tiempo, solo de pensar que hay personas vulnerables en espacios supuestamente seguros, como colegios, pero expuestos al peligro; yo tengo un sobrino, escuchaba de una pijamada y me preocupaba”. La investigación de Claudia y Clavier fue exhaustiva, accediendo a testimonios, no solo los propiciados por los periodistas Paola Ugaz y Pedro Salinas, sino incluso de casos de otros países. “Literalmente, hablábamos de San Bartolo todo el día; a mí me asustó saber que existen personas que tienen esos propósitos cerca a gente tan vulnerable, y fue impactante escuchar la valentía de los que han hecho frente al problema y que quieren rehacer su vida desde cero”.

En referencia al montaje en sí, Claudia y Clavier atravesaron un exigente proceso de selección para decidir qué aspectos del tema aparecerían o no en la puesta. “Especialmente, en torno al abuso sexual, ¿cómo hablar de algo que la gente no quiere escuchar y cómo no caer en el morbo? Porque fueron abusos sexuales, físicos y psicológicos; era importante que esté en el montaje, pues uno tiene que tener una posición en los trabajos que desarrolla”. Para Claudia, los procesos largos le resultan atractivos, ya que los temas que trabaja le exigen tanto que captan todo su tiempo. “Capturan tu emoción, creo que son como relaciones que uno tiene con las obras. Para empezar un nuevo proyecto, no me es tan fácil decidir cual es el siguiente tema que quiero abordar y prefiero darme un tiempo para pensarlo, pero tampoco puede ser mucho porque esta es una carrera en la que tienes que trabajar y no enfriarte”.

Claudia está concentrada en la reposición de San Bartolo en el Teatro Peruano Japonés, que va hasta el 2 de marzo, con funciones todos los días a las 8 pm, a excepción de los lunes y martes. Posteriormente, estará viajando durante el año. “Postulé a una residencia de directores que organiza la Fundación Teatro a Mil, el Teatro La Plaza, el Instituto Goethe y El Instituto Nacional de Artes Escénicas de Uruguay. Es el primer año que lo hacen con participación de peruanos y uruguayos; es una residencia que dura un año, ya fuimos a Chile, luego iremos a Alemania, después a Uruguay, y en enero regresaremos a Chile para ver los resultados de los avances. Prefiero no contar aún sobre qué es, pero estoy contenta porque me reta, va a ser un proceso largo y acompañado”, finaliza.

Sergio Velarde
22 de febrero de 2019 

jueves, 21 de febrero de 2019

Crítica: CICATRICES


Heridas por cerrar

El Club de Teatro de Lima, una de las escuelas de actuación más longevas en la capital, sigue formando nuevas generaciones de actores, quienes se despiden de su centro de estudios en el tercer año con interesantes muestras que comprueban sus innegables progresos. Guiados con mano firme por la plana docente, sus egresados no temen enfrentar temáticas controvertidas o problemáticas sociales, muchas veces generando sus propios textos como creaciones colectivas. Por ejemplo, en La ola (2016), basada en la película del mismo nombre, se abordó un fallido experimento universitario para frenar la escalada de delincuencia en la sociedad; y en Aquí no hay lugar para unicornios (2018), se hizo hincapié en la violencia de género, a través de múltiples historias en donde las mujeres luchaban por reclamar sus justos derechos. Este año, la nueva promoción de egresados del Club de Teatro se embarca en la complicada misión de retratar la violencia originada por el conflicto interno terrorista en la vida de cuatro familias fragmentadas, estrenando la obra Cicatrices, creación colectiva guiada por Paco Caparó.

Como ya es habitual en los trabajos de Caparó, cada uno de los integrantes de la promoción asume un personaje dentro de historias independientes que confluyen al finalizar la puesta. En ese sentido, Fabiola Alfaro, Mariela Lorenzo, Berenice Contreras, Omar Cordova, Yeferson Chávez, Sara Ayala, Pamela Ausejo, Sandra Makishi, Andrea Castro y especialmente, Jerenny Guía, Diego Vargas y Rahib Bend defienden personajes muy bien bosquejados, entre víctimas y victimarios, en medio de una locura que desangró por mucho tiempo a nuestro país. Esta vez, Caparó y su elenco tocan fibras muy sensibles, alternando algunas escenas en el límite de lo escabroso (como las violaciones) con crudos testimonios de ciertos personajes (como la madre en busca de justicia), pero trabajados con cuidado y esmero. Atinadamente, el montaje se encarga de mostrar ambos bandos, centrándose en el sinsentido de la violencia, sin caer en sensacionalismos ni en el burdo panfleto.

Sin llegar a la densidad dramática de otros excelentes montajes de temática similar, como La cautiva (2014), La humilde dinamita (2016) o Entre colinas y senderos (2018), y salvando las distancias, Cicatrices sí nos depara un par de momentos inquietantes y conmovedores: desde el inicio, con la desesperada voz de la señora reclamando por ayuda, siendo apagada por las recomendaciones del teatro antes de empezar la función; pasando por las arengas del senderista convencido que está en lo correcto; hasta la utópica reconciliación entre padre e hijo, simbolizando dos generaciones que tienen mucho que entender la una de la otra. Acaso la lectura de las cartas, impecablemente ejecutada, pueda revisarse en beneficio de la fluidez de la historia. El último tramo de Cicatrices, con el flamante elenco egresado del Club de Teatro despojándose de sus prendas para revelar los vendajes ensangrentados que cubren sus heridas, cierra un pertinente montaje en contra del olvido y el terror, y a favor de la memoria y la reconciliación.

Sergio Velarde
21 de febrero de 2019

miércoles, 20 de febrero de 2019

Crítica: LO QUE NOS FALTABA


Cambio de etiquetas

Mencionábamos en Oficio Crítico acerca del estreno de Lo que nos faltaba (2015), la primera comedia escrita, dirigida y protagonizada por David Carrillo, que esta sirvió para “constatar, a plenitud, su feliz vocación como artista escénico, ya que representó una suerte de compendio de todo su aprendizaje como director y ocasional actor de las muy apreciables comedias de su productora Plan 9, y que recogió hábilmente lo mejor de cada una de ellas, en beneficio de un producto teatral logrado y altamente recomendable”. Acaso sea Lo que nos faltaba su obra más premiada y reconocida por la crítica, solo unos pasos delante de Demasiado poco tiempo (2011), pero a su vez la que le trajo en su momento a Carrillo una serie de eventos desafortunados, felizmente ya superados, y que le otorgan a esta reposición del mismo texto nuevos niveles y matices, tanto dentro como fuera del hecho teatral, que la convierten en toda una nueva experiencia.

El íntimo espacio de Yestoquelotro Estudio Teatro en Barranco le permite a Carrillo como director experimentar más a fondo su propio texto. El resultado sorprende gratamente, pues mantiene su esencia, pero a la vez se ubica en las antípodas de su versión original. Las tribulaciones del director Manolo Saldívar (Carrillo), en los días previos a su estreno teatral, van mermando poco a poco su salud, tanto física como mental, generando un caótico ambiente de trabajo, involucrando no solo a sus actores (Carol Hernández y Claudio Calmet), a su asistente (Emily Yacarini) y a su productor (José Antonio Buendía), sino también a su propia esposa (Marijú Núñez). Imposible no asociar la difícil situación de salud que atravesó el verdadero Carrillo durante la temporada original, ya que esa lectura extrateatral, sumada a los vestuarios oscuros y al mayor énfasis en la progresiva locura del director de "la obra dentro de la obra", le cambian la etiqueta de comedia dramática a esta nueva versión de Lo que nos faltaba, por una inequívoca de drama con tintes cómicos.

El delirio, el estrés y la pérdida de la razón, agravados por aquel enemigo número uno del teatrista llamado celular (cuyo sonido cobra aquí una connotación de pesadilla) consiguen crear una atmósfera opresiva y pesada a lo largo del montaje, finalizando en aquel notable contrapunto actoral durante el paralelo escénico, que ahora se percibe desde tres niveles: los actores que hacen de actores, interpretando "la obra dentro de la obra"; mientras son observados por Manolo, quien desarrolla su propia escena con su esposa; y a la vez, el público asistiendo a esta suerte de exorcismo teatral de Carrillo que redondea esta mejorada versión de su propio original. Acaso sería oportuno afirmar, con mucho cuidado y discreción, que este remake de Lo que nos faltaba de Carrillo se ubica a unos cuantos pasos más adelante de la primera versión, y se convierte (ahora) en un contundente drama en toda regla, y naturalmente, de visión obligatoria.

Sergio Velarde
20 de febrero de 2019

Crítica: DIÁLOGO EN PRIVADO


Cautivante triángulo amoroso

María Paula del Olmo es una interesante dramaturga y directora argentina, con varios logros conseguidos también como cineasta. Por su parte, el director Pancho Tuesta debutó profesionalmente en el 2016 con el estreno de Siento perderte, de autoría de Del Olmo, una dolorosa historia de separación y olvido en una pareja, como parte del III Festival “Directores en acción” del Centro de Formación Teatral Aranwa. Del Olmo y Tuesta se encuentran actualmente en cartelera, en una coproducción peruano-argentina en el acogedor espacio de Yestoquelotro Estudio Teatro en Barranco; ella, como dramaturga y directora; y él, como productor. Diálogo en privado, el montaje en cuestión, nos trae un puñado de poderosas imágenes que acompaña los encuentros y desencuentros de un matrimonio y una amante en una habitación de hotel, inmiscuyéndonos así en sus vidas e intimidad.

Los argentinos Carolina Silva y Fabián Bril interpretan a María y Mariano, dos amantes que vienen encontrándose furtivamente tres veces a la semana desde hace buen tiempo, hasta que un trágico suceso provoca la sorpresiva aparición de la esposa de Mariano, Julia (nuestra Lucía Caravedo); es entonces que ambas mujeres inician una curiosa relación, en la que irán descubriendo poco a poco sus más profundos sentimientos. Del Olmo propone un montaje atractivo visualmente, utilizando los cuerpos de los actores para generar intrigantes atmósferas, como por ejemplo, con la semidesnuda María envuelta en sombras y mirando la lluvia a través de la ventana. Dividida en escenas con sentidas conversaciones y monólogos, un prólogo, un epílogo y un flashback, la puesta explora con éxito los laberintos del corazón de estos confundidos personajes en su búsqueda de estabilidad emocional.

El íntimo espacio barranquino le permite a la directora aprovechar las luces, el sonido y la proyección de imágenes de manera efectiva. Esta estética no distrae de los conflictos en escena, manejados de manera intachable por el elenco, especialmente por la conmovedora Silva. Del Olmo y Tuesta nos regalan con Diálogo en privado, un cautivante y oscuro triángulo amoroso, repleto de miradas, pausas y sutilezas de gran contenido emocional, que en complicidad con el espectador, desnuda el afecto, el deseo y la imposibilidad de amar a plenitud. Del Olmo es una artista con una gran sensibilidad, de la que esperamos futuros proyectos a estrenarse en nuestras salas.

Sergio Velarde
20 de febrero de 2019

martes, 19 de febrero de 2019

Crítica: INTIMIDAD ATÓMICA


Los peligros de la ciencia-ficción

Continuando con el VI Festival “Directores en acción” del Centro de Formación Teatral Aranwa, y luego del entrañable llamado al respeto y tolerancia hacia la comunidad LGBT que fue Love, le llegó el turno al empoderamiento femenino, con la puesta en escena de Intimidad atómica del argentino Leonardo Maldonado, con la primera dirección profesional de Chiara Rodríguez Marquina, productora de la Asociación Cultural Trenzar, que es una de las organizaciones más visibles dedicadas a la cerrada defensa de los derechos de la mujer. Si bien es cierto, se entendió la propuesta de la directora en escena, algunos inconvenientes al momento de retratar una pieza con un contexto distópico o puramente ficticio le restaron fuerza el producto final.

Retratar el futuro no es cosa fácil y menos en el teatro, ya que acaso debe lograrse la convención con el público con una mayor rigurosidad, para así hacer creíble la trama que se piensa contar en escena. Algunos montajes, como ¿Qué tierra heredarán los mansos? (2011) de Estela Luna o Zoocosis (2018) de Emilie Kesch y Paola Terán, se las ingeniaron para narrar con propiedad sus respectivas historias en mundos futuristas. En el caso de Intimidad atómica, que se centró en una polémica y aclamada artista (María-Eugenia Amayo), la cual planea realizar un espectáculo multimedia explosivo (literalmente) en el que su actor principal (Alejandro Guzmán) perdería la vida en nombre del arte, las formas elegidas, como los vestuarios, el contado mobiliario y los efectos lumínicos y sonoros, no llegaron a trasladar del todo al espectador a este universo incierto; sin embargo, el fondo del montaje sí se sostuvo, con una pasmosa pérdida de nuestra humanidad, gracias a las esforzadas actuaciones del elenco y al atinado reconocimiento del mensaje que quería transmitir Maldonado.

Salvando las distancias con la clásica Función Velorio de Aldo Miyashiro, Rodríguez señaló los difusos límites a los que se puede llegar en nombre del arte, en los que se mueven aquella directora todopoderosa y aquel esforzado actor, sin negarles a ambos la posibilidad de enamorarse, revelada en aquella magnífica pausa antes que se apaguen las luces. Las metáforas con nuestra realidad se muestran clarísimas: el mundo salvaje del espectáculo (en tiempos de guerra por el rating), el poderío femenino (en un país en el que paradójicamente la mujer corre peligro a diario) y los excesos en nombre del arte (con pseudo-directores cruzando la línea); no obstante, la propuesta estética debería revisarse para futuras reposiciones. Intimidad atómica fue una oportuna recreación de la terrible situación a la que nos enfrentaremos en un futuro no tan lejano, si continuamos con nuestro absurdo proceso de deshumanización.

Sergio Velarde
20 de febrero de 2019

Crítica: LOVE


Amor sin barreras

Como no podía ser de otro modo, el VI Festival “Directores en Acción” del Centro de Formación Teatral Aranwa fue inaugurado por una romántica obra en el mes del amor. Dirigida por Germán Díaz, Love, texto escrito por el joven actor Jesús Oro en clave de comedia, se inscribió dentro de las puestas en escena que buscan la aceptación de las parejas LGBT y la no discriminación por su opción sexual. Evidentemente, muy necesarios en nuestra todavía pacata sociedad renuente al cambio, estos espectáculos corren el riesgo de caer en exageraciones, lugares comunes o situaciones trilladas, en su pertinente intento por fomentar la reflexión en el espectador. Sin embargo, Love logró llegar a buen puerto, evitando en gran medida los mencionados riesgos, consiguiendo incluso una personalidad propia gracias a su muy correcta dirección de actores.

Díaz apostó por crear una doble y directa comunicación, con el público y con el resto de personajes, por parte del protagonista. Fue así que la acción arrancó desde que ingresó el público al escenario circular de Aranwa, cuando Norman (Oro) personalmente invitó a la mayoría de asistentes a escribir en un papel la primera palabra que se les venga a la mente para describirlo, material que sería utilizado durante la obra. Este rompimiento de la cuarta pared, que ocurrió intermitentemente a lo largo del montaje, fue un recurso interesante, pero que acaso cayó por momentos en cierto acartonamiento, mermando la fluidez de la puesta. Mucho mejor fue la química conseguida entre Norman y Sebastián (Augusto Gutiérrez), quienes debían hacer creíble su moderna love story en tan solo 24 horas, desde que se conocieron en el transporte público hasta la pedida de mano formal de Sebastián a su novia. Esta relación no solo fue muy creíble, sino que consiguió momentos genuinamente entrañables y conmovedores.

Mención aparte la interesante construcción del resto de personajes de apoyo por parte de la talentosa Gretha Bazán. Sin contar con demasiado vestuario ni aditamentos especiales, la actriz interpretó con aplomo y soltura al cobrador de combi, al taxista, a la recepcionista del hotel y a todo un grupo de diversas personas que reaccionan, cada una a su particular manera, ante la presencia de la pareja enamorada. Especialmente, las madres de Norman y Sebastián, quienes lucieron convincentes en sus respectivas personalidades. El happy end de la historia llegó, aunque previsiblemente, con suspenso y atención. Con la producción de Ale Reyes Freitas, Love constituyó la nota aprobatoria para el trabajo de dirección de Díaz y lo compromete a una necesaria reposición de una puesta en escena apreciable teatralmente y muy recomendable, por su mensaje, en estos días.

Sergio Velarde
19 de febrero de 2019

Crítica: VEINTE MIL PÁGINAS


Veinte mil memorias

Los alumnos del curso de Actuación 8 de la especialidad de Teatro de la Facultad de Artes Escénicas de la PUCP están presentando (en el Centro Cultural de la misma universidad) el montaje Veinte mil páginas, del destacado dramaturgo suizo Lukas Bärfuss, bajo la dirección de Jorge Villanueva. Para esta ocasión, contaron con la participación especial de Alfonso Santistevan como actor invitado.  

Este maravilloso texto desmenuza con gran habilidad e inteligencia la historia de un joven, al que un inusual accidente (la caída de una caja de libros sobre su cabeza) le cambiará la vida. El contenido de estos libros se almacenará en su mente, desvelando la participación de Suiza en la Segunda Guerra Mundial. Este hecho lo sobrecoge y hace que empiece a cuestionarse; sin embargo, su nuevo “talento” será exhibido en un programa concurso que expone la banalidad extrema en tiempos modernos.

Inicialmente, las escenas trascurrieron con cierto aletargamiento, provistas de una dinámica poco apreciable respecto a las acciones y la narrativa misma (lo cual puede deberse a la multiplicidad de roles). Conforme avanzaba la historia, el ritmo se tornaba más consistente, clarificando las acciones de los personajes y permitiéndole al espectador entender la historia. No obstante, sería pertinente uniformizar la proyección de voz en todos los actores (vale mencionar que algunos actores tenían dominado este punto, como por ejemplo, el personaje de John), pues la dificultad para escuchar algunas palabras era evidente (principalmente a quienes estaban en las últimas butacas). A su vez, una obra tan exigente, tanto para los actores como para el público, debe tener un espacio de oxigenación, aunque este sea mínimo. Por lo demás, los noveles actores supieron manejar el grueso del texto propuesto por Bärfuss.

Siempre un estreno viene cargado de expectativas (a veces muchas); seguramente, en las siguientes funciones la obra podrá encontrar su propio ritmo, por lo tanto, las ejecuciones de los actores serán más contundentes. Veinte mil páginas es un recordatorio a la llamada “sociedad del consumismo”, de los sucesos sustanciales y trágicos que marcaron el rumbo de la historia y el desarrollo de la humanidad. El autor, con total apertura y conciencia crítica revela la ausencia de memoria y sensibilidad de esta sociedad; en contraposición, nos muestra la facilidad con la que cedemos –muchas veces- ante la seducción de lo superficial e intrascendente, muy propio de estos tiempos. Vale bien la pena entonces, prestarle atención.

Maria Cristina Mory Cárdenas
19 de febrero de 2019

lunes, 18 de febrero de 2019

Crítica: EL BAÚL DE CIRCACIA


Un baúl maravilloso

Caroll Chiara, actriz y ahora gestora cultural de su proyecto X Productora, presenta en esta oportunidad una obra familiar llamada “El Baúl de Circacia”. X Productora se autodefine como una organización que busca desarrollar las artes escénicas inspirada en los valores de la pasión, el compromiso y el espíritu de servicio. Desde el año 2015 que nació, han montado una serie de obras como “Cluny, el musical” (2016), “Vergüenzas: Cajamarca, 1953” (2017), “La Ambición de los Difuntos” (2018) y “Naufragio” (2018), y también han participado en proyectos con el actor y profesor de teatro Carlos Mesta y el dramaturgo Alfredo Bushby. “El Baúl de Circacia” fue escrito por Yani Aít-Aoudia, Julia Figuière y Soledad Ortiz de Zevallos y el elenco es conformado por Gaby Olivera, Nicole Carrión y Daniel Hanashiro.

El escenario es un espacio abierto muy acogedor con una decoración artística bastante llamativa. Antes de iniciar la función, en medio del escenario, resalta un baúl y, al lado, un ukelele, un cajón, una guitarra, un n'goni y otros instrumentos de viento y percusión que serían usados en diversas escenas. Además, también encontramos una serie de cojines coloridos para uso de los espectadores que deseen apreciar el espectáculo sentados sobre el piso. Estos son, principalmente, madres con niños.

La función comenzó con puntualidad. El público fue de veinte personas, en su mayoría, familias con niños. La obra reemplaza los diálogos entre los actores por una serie de acrobacias, ejercicios de circo y un poco de zapateo. La narración es realizada por ellos mismos a través de sus cuerpos y la precisión y dominio escénico son muy atractivos para los espectadores. Se intuye que la acción dramática parte del intento de un muñeco (Nicole Carrión) de salir del baúl para conocer nuevas amistades y explorar el mundo a través del juego y la música. Los actores son egresados de la escuela La Tarumba y eso se reflejó en la gran creatividad de sus movimientos coordinados que dejaron asombrados a los niños en primera fila. Se debe reconocer, además, el talento artístico de Daniel en el manejo de instrumentos de cuerda, como el ukelele.

El vestuario era atractivo visualmente y servía para identificar muy bien a los personajes. Los actores vestían overoles similares a los usados por jardineros con colores distintivos: rojo (Gaby, la niña distraída), azul (Nicole, el muñeco) y amarillo (Daniel, el niño músico). Cuando la función se llevó a cabo, no se necesitaron luces, pues el espacio tenía un techado ligero y la luz del sol iluminaba el escenario.

El montaje, debido a la falta de diálogos, debe descubrirse con mucha concentración: resaltar la importancia de la amistad. “El Baúl de Circacia” está en temporada corta todos los domingos de febrero hasta el 24 de este mes en el restaurante cultural Tierra Baldía, Av. Del Ejército 847, Miraflores. La entrada de los niños incluye un helado de cortesía.

Enrique Pacheco
18 de febrero de 2019

Crítica: LA TORTUGA, LA LIBRE Y LA RATITA TRAVIESA


Reinventando un clásico

Marco Castillo es mimo, actor y ahora gestor cultural a la cabeza del proyecto Teatro Blanco. Castillo es conocido desde hace muchos años por realizar presentaciones de títeres incursionando en el espacio público, específicamente en los cruces Jr. Ica con Jr. De la Unión, en el Centro Histórico de Lima. Teatro Blanco ha incursionado, recientemente, con otros montajes como “Mimo y Pantomima”, “El Ladrón” y “El Gordo y el Flaco” estrenados en el teatro de la Asociación de Artistas Aficionados (AAA) y el teatro de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En esta oportunidad, nos presentan el montaje “La Tortuga, La Libre y la Ratita Traviesa” con un elenco compuesto por las jóvenes actrices Silvana Fuentes, Yenina Antonia y Melina Bonifacio.

La presentación empezó unos minutos después de la hora acordada. Sin embargo, pasado un momento, el mismo Marco Castillo conminó a los asistentes a ingresar al auditorio de la AAA. El público no fue muy numeroso y se compuso, principalmente, por familias con niños. La asistencia, en total, fue de unas quince personas. La obra que iba a presentarse estaba basada en la famosa fábula de Esopo titulada La Tortuga y la Liebre. No obstante, esta propuesta pretende reconfigurar a los personajes y plantear una nueva moraleja.

Lo más impresionante para cualquier espectador fue la música. Esta estaba a cargo de un señor sentado en una esquina quien tocaba un instrumento de viento largo y producía sonidos muy esotéricos. El músico siempre estuvo iluminado por una luz blanca, pero él no manifestó palabra alguna ni participó en las actuaciones. Por momentos, generaba la sensación de que se convertiría en un personaje más de la historia. Sin embargo, eso no sucedió. Esto es lo que Brecht denomina “efecto del distanciamiento” en una representación teatral; es decir, deben existir ciertos elementos en una representación (en este caso, la música) que le recuerden al espectador que está viendo una obra de teatro. Esto le impide abstraerse completamente de la realidad y lograr la catarsis.

La acción dramática consistió en la búsqueda de la tortuga por demostrar su valentía frente a la liebre perezosa y la ratita tramposa. En esta nueva versión se cambió la carrera entre la liebre y la tortuga por una competencia de natación en una laguna. La moraleja dirigida a los niños no es solo condenar las actitudes perezosas frente al esfuerzo, sino resaltar que hacer trampa es, igualmente, castigado por la sociedad.

El elenco de actrices manejó bien sus textos. Por esta razón, sus representaciones fueron verídicas. Sin embargo, la vestimenta fue hecha con materiales poco atractivos visualmente. Por otro lado, el mobiliario y la utilería fueron sencillos, pero funcionales para representar el bosque y la escena del ahogamiento en la laguna. En esta última, fue muy creativo por parte del equipo representar el nado de la ratita con un juego de luces muy original. Finalmente, como un comentario positivo, se debe resaltar que pasar de realizar teatro en espacios públicos a un espacio institucionalizado es un paso muy grande para el grupo Teatro Blanco. Ellos están asumiendo este reto con mucha responsabilidad. Su esfuerzo, compromiso y ganas de crecer son evidentes.

Al final de la función, Marcó invitó a las familias a tomarse fotos con los personajes y a colaborar con su grupo comprando máscaras de la Liebre, la Tortuga y la Ratita. “La Tortuga, La Libre y la Ratita Traviesa” estuvo en temporada corta en el teatro de la Asociación de Artistas Aficionados AAA, Jr. Ica 323, del 12 de enero al 3 de febrero.

Enrique Pacheco
18 de febrero de 2019