domingo, 29 de junio de 2014

Crítica: LA JAULA DE LAS LOCAS

Pertinente historia de amor y tolerancia. 

No pudo re-estrenarse en mejor momento. Actualmente vivimos cruciales momentos en los que nuestra sociedad (y por supuesto, incluidos nuestros gobernantes) debe demostrar si está lo suficientemente dispuesta como para abrazar las nuevas corrientes de respeto y tolerancia que recorren nuestro mundo, o si prefiere mantener el status quo, afincándose en los supuestos valores tradicionales. Lo cierto es que si hace siglos se tenía una percepción acerca de los negros (condenados a ser esclavos); hace décadas, otra acerca de las mujeres (negadas para estudiar o votar); ¿acaso no estamos viviendo un nuevo y normal paso adelante dentro la sana evolución de la humanidad? En tiempos en los que una pareja homosexual debe sobrevivir sin contar con beneficios legales, mientras que asesinos confesos sí pueden contraer matrimonio para evadir el castigo de la justicia, la puesta en escena de La Jaula de las Locas, como menciona en el programa de mano su director Juan Carlos Fisher, aporta su grano de arena para lograr ese cambio en base a su mensaje de amor e igualdad.

Escrita en 1973 por el dramaturgo francés Jean Poiret, y convertida en musical por el compositor Jerry Herman y el notable actor y escritor Harvey Fierstein, La Jaula de las Locas (La Cage aux folles) narra las peripecias que debe pasar la pareja conformada por Georges (Diego Bertie) y Albin (Carlos Carlín), cuando el hijo del primero, Jean-Michel (Bruno Ascenzo) anuncia que se casará con Anne (María Grazia Gamarra), nada menos que la hija del conservador político Eduard Dindon (un Carlos Cano en gran forma), cuyo lema es “Familia, Progreso y Moral”. Obviamente, el local que administran Georges y Albin en Saint-Tropez, un famoso cabaret de travestis llamado La Jaula de las Locas, no será del agrado de la familia Dindon, por lo que  se tramará una farsa, a pedido de Jean-Michel, para “maquillar” la situación y así concretar la boda. La fuerte personalidad de Albin y los enredos que no tardan en aparecer, convierten a esta obra en una de las más divertidas a nivel mundial, ganadora de varias premios, entre ellos, el prestigioso Tony.

Estrenada en el Teatro Peruano Japonés, La Jaula de las Locas cumple las expectativas y como era de esperarse, sus valores de producción lucen impecables, a cargo de Los Productores. Bertie y Carlín componen una creíble pareja homosexual, éste último demostrando un gran dominio sobre el público. Ambos son acompañados por un eficiente elenco compuesto por Rómulo Assereto, Gianella Neyra, Andrés Salas y Elena Romero; y por un enérgico y feliz cuerpo de baile, que ejecuta destacables coreografías a cargo de Vania Masías. La orquesta en vivo y las voces de los actores no desentonan, salvo acaso en la canción “Contrapunto del coctel” en el segundo acto, en donde la audición de la letra se resiente en cierta medida. La Jaula de las Locas es un pertinente espectáculo comercial, que contribuye a su manera a cambiar la visión tradicional de todos aquellos que insisten en apoyar la política “Dindon”.

Sergio Velarde
29 de junio de 2014

martes, 24 de junio de 2014

Crítica: LA TERCERA PERSONA

Incursión en la mente de un escritor. 

Los últimos montajes de Daniel Dillon, escritos y dirigidos por él mismo, han generado nuevas e innovadores maneras de hacer teatro. Desde una dramaturgia completamente ajena a cualquier remanente tradicional, hasta una dirección escénica que explora las inimaginables maneras de “dirigir”. Por ejemplo, Estudio de escena (2007), en co-dirección con Antonio Tarnawiecki y estrenado en el Festival del Instituto Cultural Peruano Norteamericano, nos presentó una puesta en escena sin inicio ni final aparente, en la que los espectadores eran partícipes y testigos activos de la de-construcción de una obra de teatro. En Historia de un hombre (2011), la anécdota era la simple excusa para presentar inquietantes imágenes de tres personajes en desgracia. Y en La traición (2013), en co-dirección con Ricardo Delgado, una sencilla historia de despecho entre el galán y la diva de una telenovela mantuvo en vilo al público con variadas acciones escénicas absolutamente creíbles.

Para La Tercera Persona, Dillon urde nuevamente una línea de dirección atípica para desarrollar su “historia”. Y es que aparentemente el drama de los personajes no es lo verdaderamente interesante del montaje, sino la forma tan surrealista de plantearlo en escena. Con un escenario y elementos completamente blancos y asépticos, a cargo de Ricardo Delgado, entramos en el inconsciente de un dramaturgo, como lo es el mismo director, que ha sufrido un accidente, está inconsciente y se encuentra en pleno proceso, “en vivo”, de la creación de una nueva obra de teatro, que recrea justamente, su propia vida. Las hojas de papel van cayendo al suelo conforme la historia avanza. Comparten el espacio otros tres personajes relacionados con el joven escritor: su tía, su prima y su profesor de literatura, quienes aparecen y desaparecen a través de las separaciones de las blancas paredes.

Los varios niveles que le ofrecen la escenografía y las luces le ofrecen al director la oportunidad de generar interesantes imágenes (como la de la foto), que bien pudieron ser en mayor cantidad. Los muebles transparentes, como de cristal, simbolizan la fragilidad del escritor luego del accidente. En el montaje, participan como actores, viejos conocidos del director: los jóvenes Fito Valles (protagonista de Historia de un hombre) y Gisella Estrada (de Solo dime la verdad, 2008) son acompañados por los experimentados María Laura Vélez (de Extraños, 1997) y Marco Miguel Ravines (de Estudio de Escena); todos ellos completamente comprometidos con su labor. La Tercera Persona, que vendría a ser cada uno de los espectadores que entra en este onírico universo del escritor, es el nuevo drama surrealista de Dillon, que seguramente no será un montaje destinado para toda clase de público, por encontrarse en las antípodas de, por ejemplo, Tus amigos nunca te harían daño, anterior montaje presentado en la Sala ENSAD. Sin embargo, su propuesta artística es lo suficientemente coherente e interesante, como para que valga la pena su visionado.

Sergio Velarde
24 de junio de 2014

domingo, 22 de junio de 2014

Crítica: MALANOCHE

Entre la memoria y el olvido.

Arístides Vargas es uno de nuestros dramaturgos latinoamericanos preferidos. Sus obras tienen un fuerte sello autobiográfico, con temas evocativos y marginales, escritos de forma poética, a ratos con toques de amargura, y a ratos, con un fino humor. Así vimos en el 2012, dos adaptaciones de su autoría: La razón blindada y El deseo más canalla; y este año, la notable La República Análoga, dirigida por él mismo. Le toca el turno ahora a la agrupación Espalda de Bogo, responsable de Nunca estaremos en Broadway (2012) en el ICPNA de Miraflores, hacerse cargo de una nueva pieza de Arístides: Malanoche, que además forma parte de un Proyecto final de Artes Escénicas de la PUCP. Estrenada en El Galpón Espacio, con la dirección de Tirso Causillas, la puesta en escena tiene indudables méritos, pero también ciertos aspectos que podrían corregirse.

Carlitos (Daniel Cano) y Mifasol (Alejandro Larco, también responsable del proyecto) interpretan a dos parroquianos en una cantina, que beben cerveza mientras juegan billar. Ellos son atendidos por un hombre travestido que responde al nombre de Chepandolfo (Sebastián Eddowes), mientras una misteriosa mujer (Gabriela Olivera), que solo Chepandolfo puede ver, aparece y desaparece relatando cómo fue torturada y asesinada. Arístides propone aquí un juego de memoria y olvido entre los hombres: ellos pueden ser culpables o inocentes, de acuerdo a los recuerdos que poco a poco van articulando, entrampándose en sus propios diálogos. El tratamiento del texto es interesante, pero algunas fallas en el montaje podrían subsanarse para obtener un producto más acabado.

El director Causillas convierte el espacio de El Galpón en una cantina y coloca a los espectadores en mesas y sillas, simulando estar actores y público en el mismo ambiente, pero la cuarta pared pocas veces es rota. Tratándose de una versión libre, se podría trabajar más la participación activa del espectador en la historia. También los personajes limpian y apilan las cajas de cerveza sin ningún motivo aparente, acaso solo para tumbarlas y obtener así, los efectos sonoros necesarios para los momentos tensos. Con algunas deficiencias por pulir en su dicción, los actores en general logran sacar adelante sus respectivos personajes, especialmente Eddowes. Malanoche, como proyecto final del curso de Artes Escénicas, es una interesante propuesta teatral, que no traiciona el espíritu de Arístides, pero que todavía nos debe una evolución.

Sergio Velarde
22 de junio de 2014 

sábado, 21 de junio de 2014

Crítica: QUERIDO MENTIROSO

Reencuentro teatral lleno de nostalgia. 

Osvaldo Cattone ya es un clásico de nuestro teatro local. Desde 1976, año en el que inauguró el Teatro Marsano con la obra Aleluya, Aleluya, en la que participaba una joven Regina Alcóver, el director y actor argentino no ha parado de estrenar obras, entre dramas y comedias con mayor o menor fortuna, logrando convertirse en un referente ineludible de nuestras artes escénicas. Con 81 años a cuestas, Cattone regresa a las tablas con la pieza cómica Querido mentiroso del dramaturgo norteamericano Norman Krasna, en la que interpreta a un financista que finge estar casado para evitar así comprometerse con una famosa actriz de la que se encuentra profundamente enamorado. Como todo espectáculo en el Marsano (acaso uno de los últimos en el emblemático local, previo a su anunciada demolición), las risas están aseguradas, pero también la nostalgia, pues volvemos a ver en escena a la autodenominada “pareja real” del teatro: Alcóver y Cattone, nuevamente juntos en escena.

Cattone adora a sus actrices y le entusiasma verlas en escena, interpretando bellos e histéricos personajes, como lo hizo recientemente en 8 mujeres (2012). Pero pocas actrices pueden darle la talla compartiendo con él el escenario. Sin duda, Alcóver es una de ellas y la magia se crea en el escenario. Acompañados por un solvente elenco, con la recurrente Marisol Aguirre (¿la nueva musa de Cattone?), Walter Taiman, el divertido Nicolás Fantinato y una muy inspirada María José Zaldívar, la “dupla teatral por excelencia del teatro peruano” tiene el carisma necesario como para hacer creíbles y tiernos su primer encuentro casual, su romance, su posterior desencuentro y su reconciliación. Predecible a más no poder, todo se le disculpa al montaje, pues estamos ante un acontecimiento teatral que tiene una significación que sobrepasa cualquier ejercicio crítico.

Eso sí, acaso lo único que podríamos reclamarle a Cattone (si es que vale el término), es que desde hace décadas, la gran mayoría de los personajes que interpreta sigue teniendo el mismo patrón del machista empedernido y mujeriego, y por supuesto, reacio tercamente al compromiso. Así lo vimos en En la cama (2008) y en Un Don Juan en el infierno (2011), por citar solo los más recientes montajes que vio El Oficio Crítico en el Marsano. En todo caso, la dilatada trayectoria de Cattone le sirve para moverse a sus anchas en el escenario y el haber conseguido una fiel legión de seguidores, así como también un gran número de detractores, muchos de ellos que critican sus trabajos, aún sin ver sus espectáculos. Querido mentiroso es entonces, un reencuentro teatral lleno de nostalgia, así como también una divertida comedia, impecablemente producida que bien vale la pena apreciar.

Sergio Velarde
21 de junio de 2014

domingo, 8 de junio de 2014

Crítica: LA TIENDITA DEL HORROR

Notable comedia musical a lo serie B.

La Asociación Cultural Plan 9, a cargo de David Carrillo y Giovanni Ciccia, siempre se ha caracterizado por su total independencia para elegir sus proyectos teatrales. Virtualmente todo es posible en el Teatro Larco. Siguiendo esta línea de trabajo, su nueva apuesta para este 2014, luego del discreto estreno de Lo raro (un inteligente homenaje al cine de terror), llega la comedia La Tiendita del Horror, premiado musical escrito por Howard Ashman y Alan Menken en 1982, y basado a su vez en The Little Shop of Horrors (1960), típica película serie B de Roger Corman. Para el director Carrillo se trata de un verdadero sueño hecho realidad, ya que tenía en mente estrenar la obra desde hace más de 20 años. Por fin las condiciones fueron las adecuadas, y después del muy estimable estreno del musical El Vigilante Enmascarado (2013), se abrieron las puertas de La Tiendita del Horror.

Seymour (Giovanni Ciccia) es un ingenuo trabajador en la florería del irritable Sr. Mushnik (Ricky Tosso), en un barrio marginal de Nueva York y además, se encuentra enamorado de su bella compañera de trabajo, llamada Audrey (Gisela Ponce de León). Luego de un extraño eclipse, Seymour descubre una extraña planta carnívora, a la que le pone de nombre Audrey II, y tras ponerla en exhibición, las ventas de la tienda aumentan. Pero hay un precio a pagar: Audrey II se alimenta de sangre humana y conforme crece, exigirá a Seymour presas vivas. A la manera de Fausto, el pobre de Seymour deberá tomar una difícil decisión: si vale la pena convertirse en criminal para alcanzar el auge económico y obtener así el favor de su patrón y el amor de su amada. La traducción de Ciccia y Carrillo, en la que también colaboró Rafo Ráez, es impecable y mantiene al público en vilo. El montaje consigue crear una atmósfera propia, logrando el difícil equilibrio entre el suspenso y la comedia.

Como todo montaje de Plan 9, el cuidado por los mínimos detalles (vestuario, escenografía) supera los poquísimos problemas técnicos de sonido y de iluminación, que se irán puliendo con el transcurso de la temporada. El elenco también es inspirado, encabezado por los notables Ciccia y Ponce de León, bien secundados por Tosso y por Sergio Galliani, quien se luce interpretando múltiples personajes, entre ellos, al extravagante dentista novio de Audrey. Por su parte, Shantall Young, Miluska Eskenazi y Rocío Montesinos demuestran su talento vocal como el coro de vecinas. Pero el personaje que se roba el show es definitivamente, la planta carnívora: si bien es cierto aún falta precisar la coordinación entre su voz y sus movimientos, Audrey II es estéticamente inquietante y conforme aumenta de tamaño, aumenta también el peligro para los personajes. La imagen final es de antología. La Tiendita del Horror es un auténtico triunfo para Carrillo y Ciccia, tanto personal como profesional, y deja la valla muy alta para los futuros proyectos de Plan 9. Altamente recomendable.

Sergio Velarde
08 de junio de 2014

sábado, 7 de junio de 2014

Crítica: CALÍGULA

Notable revisión de lo absurdo del poder.

El extraordinario escritor y dramaturgo francés Albert Camus desarrolló como pocos en su obra, la conciencia del absurdo que habita en los seres humanos, siéndole concedido el Premio Nobel de Literatura (1957). Ya lo disfrutamos hace algunos meses en El malentendido, historia en la que un hombre, en la búsqueda de sus orígenes, acaba sus días de la manera más descabellada. En la reciente puesta en escena de Calígula, a cargo del grupo Ópalo y estrenada en el Centro Cultural ICPNA, el concepto del absurdo nace de la decisión del emperador romano del mismo nombre, en tramar su propio asesinato, tras perder la cordura luego de la muerte de su hermana y amante Drusila. El personaje de Calígula representa entonces, la quintaesencia de la incoherencia humana y el montaje que nos regala Jorge Villanueva, 12 años después de su recordado estreno en la AAA, es una prueba contundente de su madurez como director.

Marcello Rivera tiene la chance de retomar un personaje que consolidó su carrera en el 2002 pues su Calígula se nos muestra completamente amoral y henchido de desprecio hacia sus semejantes, capaz de los mayores horrores perpetrados hacia sus más allegados. Rivera le aporta nuevos matices a su Calígula, como también lo hace la notable Sofía Rocha, que retoma el papel de la trágica Cesonia. El resto del elenco mantiene un excelente nivel, destacando momentos puntuales de los personajes de los patricios José Miguel Arbulú e Ismael Contreras, cuando son terriblemente humillados por el emperador. También los actores Miguel Álvarez y Carlos Victoria tienen muy buenas intervenciones.

El montaje de Jorge Villanueva cambia radicalmente la estética presentada en su anterior Calígula. Desde que el público ingresa a la sala nos encontramos en medio de un ritual teatral, con los actores terminando de maquillarse y calentando su cuerpo a los lados. Los vestuarios contemporáneos y la escenografía dura y fría crean la atmósfera adecuada para este mundo de locura, con la presencia del fantasma de Drusila (Fiorella Díaz) derramando líquidos de colores sobre las paredes, y un chorro agua pura sobre el cuerpo de Escipión (Juan Carlos Pastor), en la escena final, que bien podrían limpiar simbólicamente todas las heridas recibidas. El grupo Ópalo, en coproducción con Puckllay Asociación Cultural, logra hacernos ver lo ridículo que es el poder mal administrado; además, le hace justicia a Camus, trayéndonos con Calígula la imposible y contundente historia de un absurdo suicidio consensuado. De visión obligatoria.

Sergio Velarde
08 de junio de 2014

jueves, 5 de junio de 2014

Crítica: MUÑECAS

Los estereotipos femeninos hechos muñecas.

Ruth Vásquez es una interesante actriz, dramaturga y directora de teatro, que viene celebrando los primeros 16 años de su agrupación Eureka Teatro. Como autora ha escrito piezas para toda la familia, así como también para público adulto, siendo ambas propuestas diametralmente opuestas en cuanto a contenido y tratamiento. Mientras que Dulces sueños y Amores quebrados fueron arriesgados montajes que exploraron temas de alto calibre como la pedofilia y el libertinaje sexual; la dulzura y los valores afloraron en El Conejo Quejiche y Jojolete, por ejemplo. La nueva propuesta de Vásquez, titulada Muñecas y estrenada en la AAA, logra acoplar de cierta manera ambos estilos, a través de una metáfora sobre las muñecas del título, que representan los diversos roles que cumple la mujer dentro de la sociedad.

Amorosita (Kariuska Yucra), Barbill (Ericka Mesías) y Ama de Casa (Miriam Fonseca) son tres muñecas que están en vitrina por varios años, pero nadie las compra. La tienda cerrará pronto y ellas serán destruidas, así que las tres idearán diversas formas para llamar la atención de los clientes y así lograr escapar de su terrible destino. Cada una demuestra para qué fue programada, pero en el intento se darán cuenta de muchas verdades: mientras Amorosita enfrenta una crisis de identidad sexual, Barbill descubre que no es una muñeca “original” y que ha vivido engañada por mucho tiempo. Por su parte, Ama de Casa se dedica por entero a servir a su esposo, aún a costa de su propia frustración. La idea de Vásquez es interesante, pero escénicamente la acción se torna discursiva y plana por ratos, centrándose principalmente en las personalidades de las muñecas, que finalmente se vuelve repetitiva.

A destacar eso sí, el trabajo en conjunto de las actrices, especialmente el de una recuperada Miriam Fonseca, muy precisa en su interpretación de su personaje. Vásquez, que también dirige la puesta, logra escenificar esta metáfora sobre los estereotipos de las mujeres, representadas en la búsqueda de la belleza estándar por parte de Barbill, la obsesión por brindar besos y amor de Amorosita, y la dramática sumisión de Ama de Casa. También consigue momentos de justo equilibrio entre el contenido sexual y las acciones de estas Muñecas, pero los problemas de ritmo y fluidez pesan demasiado en la puesta. En octubre se estrenará la nueva propuesta de Eureka Teatro, llamada Y tú… ¿cómo estás?, escrita por Vásquez y dirigida por Juan Carlos Díaz, que esperemos logre auspiciosos resultados en este nuevo aniversario de la agrupación.

Sergio Velarde
05 de junio de 2012

domingo, 1 de junio de 2014

Crítica: ALEJÉMONOS DE MÍ

Los lugares comunes de siempre.

Aquel famoso espacio de transición (cielo o infierno, según sea el caso) entre la vida y la muerte, ha sido retratado muchas veces en el teatro. La última puesta con temática similar que vio El Oficio Crítico fue El pórtico del cielo (2012) de Román Sarmentero, en el que un grupo de personas se encuentra atrapado en una especie de limbo atemporal, luego de un accidente de tránsito; por más esfuerzo realizado por actores y director, dicho espectáculo no pudo librarse de los más trillados lugares comunes de ese tipo de historia: un espacio blanco y aséptico, la imposibilidad de escapar de dicho lugar, y la presencia de un personaje que sabe cómo resolver el entuerto. Pues bien, el director Max Yovera, de quien viéramos una interesante versión de El cíclope hace dos años, escribe y dirige una historia propia con las mejores intenciones, pero no puede eludir las trilladas trampas ya mencionadas.

Estrenada en la AAA, Alejémonos de mí nos presenta la historia de Alberto y Mía, una pareja de novios que ha muerto en un accidente y que se encuentra en una suerte de paradero celestial. Ella recuerda lo sucedido, pero él lo ha “olvidado” todo, aunque va recobrando sus recuerdos con el transcurso del tiempo. Luego de una primera conversación, muy confusa y que parece no ir a ningún lado, aparece Gabriel, un personaje vestido íntegramente de blanco y con el pie enyesado, comunicándole a Mía que la única manera de regresar a la Tierra es olvidando a Alberto. Yovera parte de una premisa interesante (el hecho simbólico de “morir” en el alma de la pareja amada), pero no logra darle una dirección clara al montaje, agravado por unos diálogos que pecan de afectados y discursivos.

Los actores Maricarmen Sirvas y Raúl Sánchez hacen lo que pueden por darle fluidez a sus escenas. Pero acaso el mayor problema que enfrenta Alejémonos de mí es el personaje de Gabriel (Carlos Acosta), entidad que aparece con el pie enyesado durante toda la obra, ya sea en una silla de ruedas, con un bastón o muletas. El hecho que este personaje “divino” se encuentre lisiado se presta a muchas interpretaciones: ¿Cómo puede encontrarse en ese estado? ¿Acaso fue castigado? ¿Podemos confiar en él? Si es una propuesta de dirección o es el actor quien sufrió un accidente en la vida real, este hecho parece no importarle al director, pues ninguno de los personajes se da cuenta o le toma la debida importancia a este detalle. Alejémonos de mí de Max Yovera parte de una buena idea, pero su desarrollo dramático en escena resulta muy irregular.

Sergio Velarde
01 de junio de 2014