domingo, 27 de abril de 2014

Crítica: LO QUE NO SABEN DE ELLAS

¿Verdaderamente no lo sabíamos?

Se viene presentando en el Teatro Canout, una obra que afirma estar basada en un hecho real sobre el drama que vivían las bailarinas de los hoy casi extintos night clubs. Ambientada en un cabaret del Centro de Lima llamado Zafiro, Lo que no saben de ellas debería entonces, ofrecer alguna trama que provoque interés o que nosotros desconozcamos, pero solo se limita con presentar los personajes mil veces vistos: la ingenua muchacha provinciana, el desalmado dueño del local, el indiscreto mozo, las interesadas bailarinas incapaces de amar, y los calenturientos caballeros que pierden la cabeza por ellas. Con una dramaturgia demasiado básica, pero que por lo menos luce ordenada en el escenario, los responsables del espectáculo se inclinan por presentar las historias rodeadas de delincuencia, drogas y alcohol, pero ni siquiera actores de oficio como Carlos Thornton o Jesús Delaveaux pueden salvar.

Así como en la olvidable Nadar como perro, en la que una periodista afirmaba ser actriz solo por pararse en el escenario y hablar; en Lo que no saben de ellas, dos modelos son presentadas como actrices ante la sociedad. Lo cierto es que ignoramos si las señoritas Darlene Rosas y Karla Casós estudiaron la profesión, pero sí comprobamos que sus registros histriónicos dejan mucho que desear. La sensualidad que exudan a más no poder, exhibiendo sus anatomías en el poledance, no es suficiente para convencernos del drama de sus respectivos personajes. Por un lado, Rosas es incapaz de mostrar alguna genuina emoción y su monólogo final resulta insoportable; mientras que Casós no da la talla como la interesada antagonista.

Acaso lo más desconcertante de esta puesta en escena sea su mismo título, como si el autor creyera que el espectador promedio no sabe de sobra, el drama que viven muchas bailarinas en los night clubs. En cualquier capítulo de Confesiones o La Rosa de Guadalupe encontraríamos el trillado asunto con personajes más desarrollados y resuelto incluso de manera más audaz. Lo que no saben de ellas, escrita y dirigida por Fernando Quispe Gamvini, salvo por algunos momentos puntuales que salvan Maricarmen Pinedo, César Gabrielli o Jorge Bardales (inexplicable aquí su presencia, luego de participar en obras del calibre de La razón blindada o La eternidad en sus ojos), no solo ofrece historias vistas mil veces, sino que no aporta nada verdaderamente relevante y novedoso dentro de nuestro panorama teatral.

Sergio Velarde
28 de abril de 2014

miércoles, 23 de abril de 2014

Crítica: LA NIÑA SE MATÓ, Y PUNTO

Notable comedia del absurdo

Una gratísima sorpresa es la que nos depara la nueva temporada del grupo El sótano en el Teatro Mocha Graña de Barranco.  La niña se mató, y punto, destacada comedia del absurdo escrita en el 2002 por la dramaturga uruguaya Teresa Acosta, ha recibido una feliz adaptación por parte de Paco Caparó, un profesor-director que es capaz de conseguir arriesgadas e interesantísimas muestras con sus alumnos en el Club de Teatro de Lima. Ese riesgo que supo imprimir, justamente, en los montajes del colectivo Teatro del Riesgo, como lo fueron Carne de mujeres (2013), de su autoría; y Tú no entiendes nada (2011), de Juan José Oviedo. En La niña se mató, y punto, asistimos como espectadores al entierro de una jovencita, rodeada de sus familiares y amigos más cercanos, quienes con gran desparpajo rompen la cuarta pared para acusarse mutuamente, mientras el alma de la niña deambula por el espacio, y su presencia es notada únicamente por un par de estrafalarios payasos sepultureros.

El suicidio de la joven, que encontró la muerte bajo el agua, es el punto de partida para una oportuna reflexión sobre nuestra confundida juventud. Si bien fue escrita hace más de 10 años, la pieza mantiene una inquietante actualidad. La equivocada y torcida sociedad en la que vivimos, se encarga de juzgar a los demás y a buscar a los culpables, pero a la vez tiende a cubrirse y a apañarse al aparecer los problemas. La niña se mató, y punto escarba dentro de nuestros propios prejuicios, contando con la ayuda de un puñado de personajes muy bien bosquejados, que representan, cada uno a su escandalosa manera, los estereotipos que no nos permiten progresar y que mellan cualquier intento de desarrollo. En medio de los alegatos de los involucrados en el deceso, los espectadores reciben lo impensable: una divertidísima comedia acerca de un hecho tan lamentable como lo es la muerte de una joven, pero con un mensaje directo que consigue la oportuna reflexión del público.

El elenco en pleno, salido de las canteras del Club de Teatro de Lima, resulta sumamente convincente en su abrumadora naturalidad. Excelente y preciso el trabajo de Jhosep Palomino y Hendrick La Torre, como los payasos que conducen la acción; acaso las secuencias más destacables sean sus acompañamientos en segundo plano a las apariciones de la niña, que dicho sea de paso se llamaba Ofelia, bien interpretada por Jannina Vargas. Completan los actores Juan Carlos Ñiquen y Sandra Barbosa, como los padres de la niña, inútilmente enfrentados por sus necios comportamientos; mientras que José Gómez Ferguson tiene el rol más difícil, como el mediador del entuerto. Las intervenciones de la vecina Marleny Herrera, el cura Roberto Huamán y el afeminado tío Maykol Asencios, resultan hilarantes. La psicóloga Malena Cortegana y la mejor amiga Sofía Espantoso aportan dignidad a sus roles. La aparición del inesperado personaje de Sandra Makishi cierra con broche de oro una de las mejores comedias absurdas en lo que va del año. La niña se mató, y punto, adaptada y dirigida por Paco Caparó, es a todas luces, una pequeña y discreta joyita del teatro independiente que debe verse.

Sergio Velarde
23 de abril de 2014

domingo, 20 de abril de 2014

Entrevista: EMILIO MONTERO

“Considero que el naturalismo nos ha hecho un poco de daño.” 

Ganador del premio otorgado el año pasado por El Oficio Crítico, al mejor actor de reparto en una comedia por ¡Baila con la muerte! Tragicomedia de arquetipos, Emilio Montero nos comenta sobre su personaje de mayordomo en dicha puesta. “Trato siempre de engrandecer a mis personajes, darles un vuelco distinto; el personaje de mayordomo era pequeño, decía pocas cosas, por eso le dije a Jorge (Sarmiento, el director) que podríamos volverlo más interesante”. Siempre en el Teatro ENSAD, Emilio logró también una buena actuación al lado de Pilar Núñez en Camila canta a la vida, escrita por Ernesto Ráez y estrenada el mismo año.

“Desde niño recuerdo que siempre quise ser actor, y mi familia lo asumió siempre así”, recuerda Emilio. Él estudió en el colegio San Agustín y en los veranos llevó talleres en el Museo de Arte y especialmente, en la ENSAD. “Estudié con profesores como Chela Espinoza, Alfredo Ormeño y Arturo Villacorta, siendo todavía un niño”. A los 12 años viaja a Venezuela a seguir sus estudios de actuación y ser parte del elenco en la Compañía Nacional de Teatro. Allá cambió su perspectiva por ser extranjero, por ello decidió estudiar diseño gráfico, pero siempre dedicándose siempre a las artes escénicas. “La primera obra profesional que hice (porque me pagaron), fue La magnolia inválida de Román Chalbaud, estando aún en Venezuela”, menciona.

De regreso a casa

Si bien Emilio regresa oficialmente al Perú en el 2005, se dedicó a actuar y dirigir teatro años antes: hizo su particular visión de Bernarda Alba (2003) con Mariella Trejos; y entre sus trabajos más destacados como actor, figura la obra Tiernísimo animal (2003) de Juan Carlos Méndez, con la dirección de Diego La Hoz. “Fue un proceso interesante, le bombardeé de todo al director durante los ensayos: fotos, imágenes, música, colores, sabores; empecé a explorar con música. Recuerdo que ensayábamos en casa de Diego y que me basé en la escritura: mi asociación con el personaje fueron las letras. Comencé a escribir en todas partes, como lo terminé haciendo en la puesta en escena. Tomé la escritura como recurso, siempre como actor me prendo de algo.” Sobre su director, Diego La Hoz, Emilio opina que es una persona con una línea de trabajo definida, contestatario y que lamenta no verlo tan seguido.

En Lo que no saben de ellas, actualmente en cartelera en el Teatro Canout, Emilio construye a su personaje como un homenaje a su padre, recientemente fallecido. “No sabía cómo homenajearlo, pero su corporalidad me servía para este personaje, ciertos tics. Hay una construcción de personaje, siempre tengo que encontrar algo que me atrape”. Con Eureka Teatro hizo una obra llamada Amores quebrados (2002). “Fue una locura, un interesantísimo montaje. Ellos querían participar en el Festival del ICPNA, no salió elegido el proyecto, pero decidieron hacerlo igual. Fue una co-producción con mi grupo Danao y colaboré con la parte estética: todo el montaje tenía los colores rojo, negro y blanco. Fue un texto muy audaz.” A casi 10 años de su estreno, Emilio se plantea la posibilidad de reponerla, pero con mucha más audacia.

Por otra parte, en Las alegres comadres de Windsor (2005), hizo dos personajes: Pistol y Fenton. “Le decía al maestro Ernesto Ráez (el director), que para Pistol quería inspirarme en el Cookie Monster, el Monstruo de las galletas, de Plaza Sésamo. Él me dijo muy serio: “Hijo, si es lo que el corazón te manda, hazlo”. Fue así que comencé a explorar y luego salió Fenton, completamente galán, muy afectado, con su sombrilla, por completo su antítesis.” Y para ¡Baila con la muerte! Tragicomedia de arquetipos, Emilio partió de la foto de una estatua, que tenía las palmas juntas; él le fue añadiendo un pañuelito y terminó por ser ésa su imagen corporal.

Mariella Trejos y el teatro

Una de las actrices con las que Emilio ha trabajado más veces es con Mariella Trejos, a quien vio en El Hombre de la Mancha (1979) cuando apenas era un niño. “La amo profundamente, me critiquen o no, la amo con locura, ella me aguanta, yo la aguanto. Le tengo un respeto profundo a ella y a todos los actores de cierta generación, pues han sido el cimiento de tantas cosas que vemos ahora”. Emilio afirma sentir pena por ciertos grupos que no saber valorar a estos actores, pues prefieren que actores jóvenes hagan de mayores, habiendo actores de esa edad. “Dicen algunos que tienen un estilo de actuación antiguo. Pero, ¿qué es un estilo de actuación antiguo? Con el respeto de todos, cuando veo teatro en la actualidad en algunos espectáculos, no siento nada. Lo veo todo plano, eso del naturalismo nos ha hecho un poco de daño. No siento esa magia que sentía de niño, esa parafernalia, un personaje bien vestido, bien maquillado. Veo cosas hermosas e impecables, pero muy asépticas, no se ensucian. Yo necesito ensuciarme en el teatro, que me sacuda, que me mueva, necesito grandilocuencia”, afirma.

Para Emilio, un buen actor de teatro debe tener “hambre de mundo, debe querer tocarlo y absorberlo todo, debe ser un gran observador de la vida, debe ser sensible; y también se debe evitar el egocentrismo, eso hace mucho daño en este trabajo, porque no te permite ver el entorno. Reconozco que yo también lo sufrí y ahora pienso que pude haber hecho más cosas, si no me hubiese obnubilado. Con tanta competencia que tiene el teatro, ¿qué otra cosa podemos ofrecer que no seamos nosotros mismos?” Y un buen director, debe “tener también hambre de ver y de sentir todo; también tener claro el mensaje; y para mí (es mi regla), en mi elenco no estarán quizás los mejores actores, pero sí las mejores personas; yo debo tener un equipo buena onda, tanto técnico como actoral”. Sobre el talento que tienen los actores, Emilio considera que “el talento nace, te ayuda la técnica, la formación; pero la constancia y empeño en buscar el norte en un personaje te hace salir a flote”.

El diseño de arte y futuros proyectos

Para Emilio, el diseño de vestuario es importantísimo para una puesta en escena. “Es un tema interesante para mí, porque hago vestuario y también soy diseñador de arte. Agradezco que de un tiempo a esta parte se le esté dando la importancia debida”. Él considera que el concepto de director de arte no termina de encajar aún, pero el diseñador de vestuario, sí. “Hasta hace poco, por tener poco presupuesto, cada actor traía la ropa que podía conseguir. Pero es simplemente tener sentido común, tener una línea clara de lo quieres hacer. Un diseñador de vestuario puede levantar una obra amateur, pues le da el sello de calidad; puede ser algo minimalista, pero si está bien puesto, está bien. Por ejemplo, lo primero que ves en un personaje al entrar al escenario es cómo está vestido, sacas por semiótica su imagen, sin que hable; eso te dice la gran importancia que tiene el vestuario, es una parte no fundamental, pero sí muy importante.”

Entre los proyectos que tiene Emilio para este año, figura un unipersonal  dirigido por Alberto Loli; y también se alista para dirigir a Mariella Trejos en Lorca en el corazón, un espectáculo con poemas teatralizados acompañados de danza y música flamenca en vivo, celebrando así las Bodas de Oro de la primera actriz. “También estaré dirigiendo tres óperas este año, para el Coro Nacional de Niños y para la Asociación Lírica Romanza en el  Teatro Nacional; esa es una de las razones por las que me he mantenido un poco alejado del mundo teatral”. Felicitaciones para Emilio por sus próximo proyectos y esperamos por supuesto, verlo más seguido sobre el escenario.

Sergio Velarde
20 de abril de 2014

viernes, 18 de abril de 2014

Crítica: UN TAMBOR POR ÚNICO EQUIPAJE

El último paso de la razón es reconocer que hay infinidad de cosas que la sobrepasan.

Del dramaturgo uruguayo Ricardo Prieto vimos el año pasado Los disfraces, un sólido montaje que nos mostraba el feroz enfrentamiento, con fuertes connotaciones sexuales, entre una señorita y su mayordomo. El autor se caracterizó en aquella oportunidad por un texto estilizado pero contundente, que exploraba un sórdido juego de roles en el que nada era lo que parecía. Otra obra del mismo autor se viene presentando actualmente en la Asociación Cultural Campo Abierto de Miraflores, con la producción del novel Colectivo Caballo Rojo, llamada Un tambor por único equipaje. Aquí también hay un enfrentamiento, esta vez entre una doctora especialista en psicología y su paciente llamada Ada. En el texto original, el protagonista es un doctor; este cambio de sexo deja fuera cualquier tensión sexual, que hubiera sido interesante desarrollar, y entra de lleno en una relación de índole maternal que no termina de cuajar. Por otro lado, existen varios aciertos en el montaje que redimen esta situación.

Ada (Talía Ganoza) es una mujer que permanece recluida en una institución mental, ya que tiene fuertes alucinaciones; mientras que su doctora (Gilda Alvarado) intenta recuperar la cordura de su paciente. Esta primera escena de presentación necesita ser más orgánica y fluida, pues el diálogo de las actrices se percibe algo afectado. Pero con la aparición de los personajes ficticios de la mente de Ada, la puesta en escena va generando un mayor interés. Si bien es cierto, la Vieja (Lourdes Sáenz) y el Niño (Satoshi Arakaki) presentan una tosca caracterización (acaso un vestuario más surrealista hubiera sido lo más indicado), es la presencia de la “pareja” de Ada, que responde al nombre de Miguel (Luis Alberto Urrutia), la que termina por hacer despegar la pieza. Con la aparición de esta entidad (que funciona como el verdadero antagonista) comienza la progresiva pérdida de la cordura de la doctora.

El espacio que ofrece Campo Abierto resulta muy aprovechable, pero deben tomarse en cuenta sus limitaciones acústicas: los gritos de los actores y la música de fondo deben regularse para sumar al montaje. El director Carlos Acosta (actor en Los disfraces), que también tiene en cartelera la excelente Tus amigos nunca te harían daño, consigue llevar la puesta en escena a buen puerto, contando con la experiencia de un, por momentos, inmenso Urrutia, que resulta verdaderamente inquietante en el escenario. Acosta ya había conseguido buenos resultados con él en De repente, un beso (2011). Ricardo Prieto presenta con el siguiente epígrafe, escrito por Pascal, el texto de Un tambor por único equipaje: “El último paso de la razón es reconocer que hay infinidad de cosas que la sobrepasan”. Esta pieza sí funciona al retratar la incapacidad del ser humano por (re)conocer al 100% los límites de la realidad, en donde la razón progresivamente va perdiendo su sentido. Felicidades al Colectivo Caballo Rojo por su encomiable esfuerzo y le auguramos un interesante futuro.

Sergio Velarde
18 de abril de 2014

jueves, 17 de abril de 2014

Crítica: TUS AMIGOS NUNCA TE HARÍAN DAÑO

Clásico contemporáneo revisitado

Tal como lo menciona Santiago Roncagliolo en el impecable programa de mano del reestreno de su primera obra de teatro, Tus amigos nunca te harían daño (1999) en la Sala ENSAD, sus personajes viven momentos trágicos dentro de una obra inclinada más hacia la comedia. Se trata de un texto bastante popular y recurrente en nuestro medio, acaso sea por una sencilla dramaturgia que presenta sólidos personajes, que revelan sus secretos íntimos en la última fiesta juntos. Carlos Acosta, director de excelentes puestas en escena como De repente, un beso o La manzana prohibida, y también profesor de actuación en la ENSAD, dirige con su habitual precisión al competente elenco y consigue una puesta en escena divertida y conmovedora.

Mario (Herberth Hurtado, de El cíclope) se reúne con sus amigos para despedirse, pues planea dedicarse al sacerdocio. Con él se encuentran el mujeriego Toto (Cristian Lévano, autor y director de ¿Qué hiciste Diego Díaz?), la coqueta Claudia (Melissa Gutiérrez), la tímida Mariana (Luccía Méndez, inolvidable en Super Popper) y la pareja aparentemente disfuncional conformada por Beatriz (Yasmín Londoño, de El nido de las palomas) y Alejandro (Beto Miranda, de Fando y Lis). Las revelaciones no tardan en aparecer, en cuatro espacios claramente delimitados (la sala, la cocina, el baño y el dormitorio) poniendo en jaque la amistad del grupo, en medio del desenfreno, alcohol y drogas. Un impecable manejo del ritmo nos permite disfrutar de un montaje aparentemente sencillo, pero que el trabajo actoral logra elevar por encima del promedio.

La producción a cargo de la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático es intachable. Acaso el gran reto que enfrenta su director Jorge Sarmiento, sea el de coordinar con los responsables de las actividades dentro del Parque de la Exposición, pues resulta insoportable el ruido que se cuela por las paredes, incluyendo la noche en la que este servidor acudió al teatro. Felizmente los actores estuvieron por encima de cualquier dificultad y supieron manejar la situación. El elenco ofrece un nivel bastante parejo, pero habría que destacar los momentos puntuales de lucimiento que logran Londoño, Hurtado y especialmente, Lévano. Tus amigos nunca te harían daño es ya un clásico de nuestra dramaturgia nacional, que nos pone en alerta sobre aquellos “amigos”, que utilizan el engaño y la artimaña para beneficio propio. Muy recomendable.

Sergio Velarde
17 de abril de 2014

domingo, 13 de abril de 2014

Crítica: INCENDIOS

Desgarradora y notable puesta en escena

Considerado como uno de los mejores textos teatrales de este siglo, Incendios (2003) del nativo libanés con nacionalidad canadiense Wajdi Mouawad, forma parte una tetralogía (llamada La sangre de las promesas) en la que se incluyen también Litoral, Bosques y Cielos, escritos entre 1997 y 2009. Enmarcada dentro de la sangrienta guerra civil libanesa, la historia de Incendios se centra en los hermanos Janine (Jimena Lindo) y Simón (Rómulo Assereto); luego de leer el testamento de su madre Nawal (Norma Martínez), el escribano Lebel (Alberto Isola) entrega a ellos dos cartas que contienen su última voluntad: Janine debe buscar a su padre para entregar la carta y Simón debe hacer lo mismo con otro hermano. Ambos reciben una gran sorpresa, pues creían a su padre muerto y desconocían la existencia del tercer hermano. Es así que se inicia un viaje hacia los convulsionados orígenes de su madre, en una puesta en escena en el Teatro La Plaza Isil de visión imprescindible.

La puesta en escena dirigida por Juan Carlos Fisher atrapa desde el inicio; y acaso lo más resaltante del montaje sea que la notable producción con la que cuenta el teatro, haya sido puesta al servicio de la historia, como debe y tiene que ser. La funcional escenografía y el vestuario, así como las precisas iluminación y sonido, ayudan a delimitar los espacios y los tiempos, compartiendo así en el mismo escenario las historias de Nawal y de sus hijos, en forma paralela. Los brillantes textos de Mouawad, que no rehúyen los pasajes crueles y sangrientos ocurridos durante la guerra, le imprimen suspenso y realismo a la obra; así como también un delicado equilibrio con el humor, que aporta el personaje de Lebel. Resulta sorprendente encontrar gran belleza en una obra de contenido tan dramático y cruel. Las miserias del ser humano en épocas bélicas son retratadas en toda su verdadera dimensión.

El elenco en pleno, de comprobado talento tanto fuera como dentro de La Plaza, aprovecha cada línea para encontrar la emoción precisa. Una sólida Norma Martínez encarna a la luchadora Nawal en la madurez; y la talentosa Jely Reátegui, en la adolescencia, logrando momentos muy emotivos. Un inspirado Alberto Isola refresca el montaje con oportunas pinceladas de humor. Una mención especial para Miguel Iza, quien compone un inquietante retrato de maldad. El sorprendente final redondea un brillante montaje de obligatorio visionado, demostrando hasta dónde puede llegar el amor de una madre. El texto fue adaptado al cine por Denis Villenueve y la cinta, nominada al Oscar como mejor película extranjera en el año 2011. Nunca tuvo una nariz de payaso, un significado tan desgarrador. Incendios de Wajdi Mouawad es un verdadero acontecimiento teatral que nadie debe perderse.

Sergio Velarde
13 de abril de 2014   

miércoles, 9 de abril de 2014

Crítica: LAS FORMAS PERIMIDAS

El teatro dentro del teatro.

Teatro del Riesgo es un colectivo que nació en el 2010, partiendo de laboratorios de investigación sobre diversos textos, teniendo al actor físico como herramienta de exploración. Su primera propuesta fue Tú no entiendes nada (2011) de Juan José Oviedo, en el que el trabajo corporal desplegado por los actores acaparaba más la atención que el texto mismo. Carne de mujeres (2013) de Paco Caparó funcionó al retirarles las máscaras a las actrices participantes, para mostrárnoslas como seres humanos de carne y hueso, con todos sus defectos y virtudes. Y si bien en los montajes mencionados, el “riesgo” que colectivo teatral corría se hallaba en las formas de presentar sus espectáculos, ahora en su nueva propuesta se arriesga el fondo mismo de la puesta en escena.

Las Formas Perimidas, escrita por el dramaturgo argentino Guillermo Difilippo, y basado a su vez en la obra del gran Pirandello, vuelve sobre la idea del personaje como ente independiente, como ya lo hiciera el Nobel italiano en su obra máxima Seis personajes en busca de autor, estrenada en 1921. En Las Formas Perimidas, el autor ya se encontró, y los personajes se hallan condenados a repetir la misma historia noche tras noche al abrirse el telón, mientras los verdaderos “actores” se encuentran desempleados y maquinan una revuelta. Por un lado, Dina está perdidamente enamorada, a pesar de las quejas de su hermana viuda, de su inquilino llamado Tulio Butti. Pero él no le presta atención a Dina, sino a Margarita, una guapa señora a la que observa por la ventana todos los días, mientras cena con su marido y sus hijos. El hilo narrativo se ve interrumpido constantemente, cuando los personajes deciden rebelarse y adquieran voluntad propia. Se percibe dentro del montaje la exageración propia del melodrama, pero que podría ser más trabajada aún para el beneficio del mismo.

El director Jonathan Oliveros (actor en los anteriores montajes de Teatro del Riesgo) consigue una puesta limpia y ordenada, que aseguramos, logrará una mayor autenticidad y dinamismo con el correr de la temporada, debido al riesgo asumido al montar una obra con lenguaje meta-teatral. Los personajes de la obra, interpretados por Katherina Sánchez, Daniela Rodríguez, Cintia Díaz del Olmo, Gerardo Cárdenas y Daniel Zarauz, tienen el suficiente carisma como para volver interesantes las distintas sub-tramas que ofrece la obra. Ricardo Morante, quien interpreta al autor-director de la obra dentro de la obra, convence como el personaje “real” dentro del montaje. Los “actores” que protestan antes y después de la función tienen la difícil misión de ser orgánicos y verídicos, para redondear el montaje (esos gritos para los burgueses deben trabajarse). Las Formas Perimidas no deja de ser un simpático espectáculo, del que vale la pena su visionado.

Sergio Velarde
09 de abril de 2014

martes, 8 de abril de 2014

Crítica: DESIERTO

La imprescindible ambigüedad en el arte.

Luego de asistir a la función de Desierto, estrenada en El Galpón Espacio de Pueblo Libre, no tenía muy en claro cómo enfrentar el hecho de escribir una reseña para dicha puesta en escena. Creo haber encontrado la luz al final del túnel dentro de la galería Fórum de Miraflores, en donde viene presentándose la exposición fotográfica de Lorena Noblecilla titulada De lo ambiguo. Y es que al observar las fotos que allí se encuentran, muchas de ellas borrosas y desenfocadas, llenas de objetos, paisajes y reflejos ad líbitum, comprendí que el arte está irremediablemente ligado a la ambigüedad; es decir, cada uno de nosotros puede apreciar ya sea una pintura, una película o una obra teatral, de manera completamente distinta a la otra persona, de diferente sensibilidad, y que está viendo exactamente lo mismo.

Hurgando en la galería, encuentro unas palabras escritas por Ana M. Rodrigo Prado, dedicadas a la exposición fotográfica. En ellas, se intenta una definición coherente de la ambigüedad presente en el arte. Entendiéndose la ambigüedad como aquella posibilidad de que algo pueda entenderse de varios modos o de que admita distintas interpretaciones, y que puede ser perturbadora y atractiva a la vez. El concepto nace del hecho que el significante no tiene un significado único y fijo. La autora plantea que esta polisemia del signo no solo es un recurso para que el artista creador envíe el mensaje al receptor, sino que además es un rasgo característico de la realidad. Y por supuesto, presente en todas las obras artísticas. Ergo, también en Desierto.

Pues bien, catalogado como “Teatro poético sobre la mente de un hombre”, se nos informa que Desierto nació de un poemario, en donde los personajes no soportaron más y terminaron saliendo de las hojas, para instalarse en los cuerpos de los cuatro actores para contar la historia. El protagonista, llamado simplemente “Hombre”, se enfrentará a una variada gama de seres / personas / cosas / ideas, que finalmente serán su propio reflejo. Y además, los perdedores de esta batalla terminarán irremediablemente en el Desierto. No cabe duda que el autor Juan Pablo Bustamante (que además actúa), los directores Fiorella Franco y Gustavo Seclén, y los actores Telmo Arévalo, Abel Enríquez y Laura Mata, son artistas valiosos de gran creatividad. Y también estoy seguro que muchos de los espectadores lograron entender todas las secuencias de imágenes, sonidos, textos y movimiento, que nos quería comunicar esta puesta en escena a cargo de LIAE (La integración de las artes escénicas).

Sergio Velarde
08 de abril de 2014

jueves, 3 de abril de 2014

Encuentro: CHELA DE FERRARI

Un encuentro que parecía altamente improbable sucedió.

Gracias a Jano Clavier, autor y director de Las crías tienen hambre, este servidor pudo conversar unos minutos con Chela De Ferrari, fundadora del Teatro La Plaza, que abrió sus puertas el 23 de octubre del 2003, con la obra Metamorfosis de Mary Zimmerman. Cabe destacar la sencillez y humildad de Chela para relatarme cómo fueron los inicios de su teatro, que surgió como una necesidad (que todos tenemos y tuvimos alguna vez) de montar sus propias obras sin tener que rendirle cuentas a nadie, buscando traer a nuestro país –como ella dice, en una decisión que pudo ser equivocada o no- los estrenos internacionales más importantes del momento.

Por El Oficio Crítico han pasado dos obras dirigidas por Chela. En el 2008 se estrenó El beso de la mujer araña de Manuel Puig, una demasiado estilizada historia dentro de una sórdida cárcel –como también menciona, ella es una víctima más del colegio Villa María- pero con una de las mejores actuaciones de Paul Vega hasta la fecha. Nuestro pueblo de Thornton Wilder, estrenada en el 2012, fue un montaje redondo, que abordó la sencilla historia de una apacible comunidad y la convirtió en un verdadero canto de esperanza y fe. A pesar de dedicarse en los últimos años a la reseña de espectáculos independientes en salas alternativas, El Oficio Crítico no pone en duda la calidad de las puestas en escena de La Plaza. Acaso son algunos premios de fin de año los que nos produce migrañas.

Chela afirma leer muy seguido este blog (debo escribir, fue una grata sorpresa). Y por supuesto, resulta muy reveladora la opinión de Chela sobre el Premio Luces; también el hecho que un importante auspiciador haya abandonado a La Plaza por cuestiones “artísticas”; la preocupación por sus trabajadores, así como su total admiración hacia ellos; el tan necesario riesgo que asume para dar luz verde a sus proyectos; y el hecho que, actualmente, la directiva se encuentre propiciando un importante aporte a la dramaturgia nacional, como es el caso de Sala de Parto. La misma Chela reveló que en la primera edición de este concurso, fueron convocadas personas allegadas a su entorno; pero que en la edición de este año, se está descentralizando el evento para conseguir una mayor acogida y participación de diversos sectores.

Terminamos la conversación con la promesa de Chela de tender puentes con toda la comunidad teatral de nuestra capital, a través de co-producciones o de fomentar la difusión de obras alternativas. Acaso sea ésta la sensación que me dejó esta charla: Chela De Ferrari es una entusiasta promotora de las artes escénicas en el Perú y tiene un tenaz compromiso con nuestra comunidad. Bravo por ella.

Sergio Velarde
03 de abril de 2014