sábado, 26 de noviembre de 2016

Crítica: ENTRE DOS PUERTAS

Nada nuevo en la sala de espera

Acaso uno de los tópicos más recurrentes en el teatro sea la exploración de lo que sucede más allá de la muerte. Uno de los textos más interesantes que abordaron este tema fue sin duda A puerta cerrada (Jean-Paul Sartre, 1944), un brillante drama de solo tres personas, cobardes y culpables, encerradas en una habitación después de morir, mientras una de ellos musita: “El infierno son los otros". Otras puestas en escena de estreno reciente mostraron características dramáticas similares, cada una con diferentes propuestas y resultados: en la excelente Un verso pasajero (Gonzalo Rodríguez Risco, 1996) y en la saturada Japón (Víctor Falcón, 2014), sus respectivas familias disfuncionales protagonistas, afectadas por el estado de coma de uno de sus miembros, se derrumban psicológicamente, revelando secretos y frustraciones; en la predecible El pórtico del cielo (Román Sarmentero, 2013) y en la surrealista y discreta Me toca ser el nene esta noche (Cristian Lévano, 2015), diversos personajes se encuentran en una especie de limbo celestial: algunos eternamente y otros, solo de pasada; y este año, la antológica Luz oscura (Gonzalo Rodríguez Risco y Julia Thays, 2015) también nos mostró a una antigua estrella de televisión debatiéndose entre la vida y la muerte en el hospital luego de un accidente.

Pues bien, siguiendo la misma temática, llegó al escenario de Asociación Cultural Campo Abierto de Miraflores la pieza Entre dos puertas de Anahís Beltrán, ganadora de Sala de Parto 2014 con el título Segunda oportunidad y curiosamente dirigida por Manuel Trujillo, el mismo de El pórtico del cielo. La trama de Entre dos puertas involucra a cuatro mujeres y dos hombres de diferentes edades y condiciones, que aparecen en una misteriosa sala de espera acondicionada con unas cuentas sillas y con dos puertas a cada extremo: una de ellas lleva a la eternidad y la otra, al mundo real. Como era de esperarse, cada personaje encierra varios secretos que poco a poco van revelando, incomodando al resto hasta encontrar su destino final, pero nunca generando aquel "infierno" entre ellos. El joven pero experimentado Trujillo busca mantener la tensión en escena, utilizando los pocos recursos con los que cuenta el espacio, a pesar de lo previsible que puede resultar el texto que trabaja.

A pesar de ser una producción de Sala de Parto, el diseño artístico luce demasiado sencillo, como por ejemplo, aquella tela algo transparente al fondo que no consigue darle la blancura total que debería tener el espacio. Por otro lado, el buen elenco de actores (que incluye a la veterana Delfina Paredes, la joven Brigitte Jouanette y los competentes Natalia Torres, Antonio Aguinaga, Michella Chale y Juan José Espinoza) saca adelante sus respectivos personajes lo mejor que puede, a pesar de notarse un irregular desarrollo dramático en algunos, especialmente en el de Chale. Entre dos puertas de Anahís Beltrán, a pesar de deparar alguna que otra sorpresa en su texto, no ofrece nada particularmente nuevo que logre mantener el interés de un tema visto hasta la saciedad y que puede parecer hasta trillado.

Sergio Velarde
26 de noviembre de 2016

martes, 22 de noviembre de 2016

Crítica: EL ACTO

El suicidio como la rebelión del futuro

La obra “El acto” del dramaturgo mexicano Juan Carlos Valdez, nos coloca en un futuro (quizás no tan lejano) en dónde las prácticas democráticas han desaparecido y los hombres y mujeres viven en un estado de total control por parte del gobierno, control que incluye la vigilancia de conversaciones y actividades, llegando al punto de que, incluso, las profesiones y oficios son asignados desde el nacimiento y sin tener en cuenta deseos, sueños o talentos. Es decir, prácticamente el gobierno acabó con el libre albedrío del ser humano.

Ante esta situación extrema, los jóvenes de entre 15 y 25 años han encontrado una forma de rebelarse contra el sistema: el suicidio. Pero no es el simple acto de suicidarse lo que constituye la protesta, sino que lo han vuelto un fenómeno mediático, suicidándose masivamente en lugares públicos o volviendo suicidios individuales en virales en la red. De esta forma, suicidarse deja de tener como propósito el terminar con la vida para volverse, como dice el texto, “el acto con el que alguien deja su huella sobre la tierra y la humanidad, ante los ojos de todos para encontrar la trascendencia”.

Pues bien, en esta puesta producida por el Club de Teatro de Lima y dirigida por Jhosep “Josefo” Palomino (co-dirigió “Kapital” en el 2014), podemos llegar a sentir las sensaciones que una sociedad como la descrita provocaría en sus “víctimas”: hartazgo, rebeldía, miedo, y esto, gracias a una correcta puesta que optimiza sus recursos, y, como no, a la presencia de actores como Pold Gastello, Sheillah Gutiérrez y Omar del Águila, quienes dan el peso necesario a las escenas mejor acabadas de la obra.

Hay un par de escenas que son confusas y que no dejan del todo claro ni su mensaje ni su aporte a la trama. Lo malo es que una de ellas es la escena final, con lo que nos vamos con la sensación de habernos perdido de algo, o peor aún, que el montaje nos ocultó algo importante. Sin embargo, este problema surge del mismo texto, pero la dirección quizás pudo haber tomado alguna decisión para llenar dicho vacío.

De todas maneras, considero que “El acto” es una muy interesante oportunidad de ver a jóvenes actores, todos ellos talentosos, en su primer montaje profesional.

“El acto” va hasta el 11 de diciembre en el Teatro Auditorio Larco.

Daniel Fernández
22 de noviembre de 2016

domingo, 20 de noviembre de 2016

Crítica: CLAUSURA DEL AMOR

Se acabó el amor

El estreno en el Teatro Británico de Lima Laberinto XXI (2015) de Darío Facal, versión nacional de la original Madrid Laberinto XXI, fue un polémico espectáculo teatral, envuelto ciertamente con un virtuoso acabado visual y sonoro, pero que poco o nada contenía sobre la realidad limeña, dejando entrever que acaso las adaptaciones no eran el fuerte del dramaturgo y director español. Y es que en ese montaje, al inicio de la función, se podía apreciar un video sobre algunas de nuestras problemáticas capitalinas, pero que no eran tratadas ni por asomo en el escenario durante los esforzados monólogos de los seis talentosos actores. En todo caso, Facal admitió en su momento que para él “la incoherencia es liberadora”; es por ello que se podría justificar no solo algunos detalles menores, como la elección del “anti-afiche” para la obra, por ejemplo, sino el total despropósito que resultó su adaptación de la realidad madrileña a la nuestra. Pues bien, este año Facal arremete con una nueva propuesta ahora en el Teatro de la Alianza Francesa, pero esta vez con texto ajeno: Clausura del amor (Clôture de l’amour, 2011) del celebrado dramaturgo contemporáneo francés Pascal Rambert. Los resultados obtenidos, si bien es cierto comparten muchas características con los de Lima Laberinto XXI, ciertamente arrojan algunos aspectos positivos para celebrar.

Antecedida de algunos importantes premios, Clausura del amor nos anticipa desde el título lo que veremos: la deconstrucción final de la relación amorosa de una pareja ante nuestros ojos, sin posibilidad de redención. Entonces, si la puesta en escena no deparará ninguna sorpresa, sí lo debe hacer la “forma” en la que el espectador debe apreciarla, por supuesto, sin traicionar el “fondo” de la misma. Facal parece haberse ceñido parcialmente a la “forma” que Rambert pedía para su texto: dos actores, Audrey y Stan, padres de tres hijos, que dan por terminado su matrimonio de 10 años a través de dos monólogos seguidos de aproximadamente 45 minutos cada uno, primero el de él y luego el de ella, en medio de una sala de ensayos. Y si bien el autor exigía, en una suerte de metateatralidad adicional, que los intérpretes sean pareja en la vida real y que se llamen como sus personajes, Facal sí mantiene el amplio escenario prácticamente vacío y solo alumbrado con luces fluorescentes.

Clausura del amor está causando acaso la misma polémica que Lima Laberinto XXI, dividiendo a crítica y espectadores. Pero ni el detractor más acérrimo, como podría serlo el editor de Luces de El Comercio, puede negar la calidad interpretativa de Eduardo Camino y Lucia Caravedo. Él, demostrando una gran capacidad física para darle organicidad a sus palabras en la primera y extenuante embestida; y ella (actriz y productora en Lima Laberinto XXI), logrando matices y sutilezas en su desgarradora respuesta. Y si bien Facal consigue antológicas y veraces actuaciones de su elenco, falla radicalmente en el “intermedio” que Rambert exige, con la aparición (arbitraria e intrusiva) de un coro de tres niños (probablemente los hijos de la pareja, por más improbable que esto sea) que entran tan campantes por la puerta del teatro a cantarnos una canción en un inexplicable playback y sin ser aparentemente percatados por los actores. Facal no logra engranar esta escena dentro del montaje, luciendo abrupta  e “incoherente” (¿acaso fue adrede?), desdibujando lo logrado por Camino y obstaculizando de entrada el trabajo de Caravedo.

Finalmente, en la nota de prensa de Clausura del amor puede leerse lo siguiente: “La dirección de Darío Facal busca abordar este texto con una mirada muy purista a nivel de lenguaje escénico, persiguiendo la honestidad del propio texto y del acto escénico en sí.” No cabe duda que Facal ha procurado mantenerse fiel a la propuesta minimalista de Rambert. Sin embargo, tal como se mencionó anteriormente, el director afirma necesitar cierto grado de “incoherencia” en sus montajes, que lo logra acaso con la intrusión del coro infantil ya citado. Es por ello que podemos concluir que Clausura del amor nos regala dos actuaciones magistrales dentro de un atípico y curioso montaje, que si bien es cierto se ubica en las antípodas de Lima Laberinto XXI, resulta igual de irregular.

Sergio Velarde
20 de noviembre de 2016

sábado, 19 de noviembre de 2016

Crítica: ORQUESTA DE SEÑORITAS

Las estilizadas y delicadas muchachas de la banda

Este fue un año de grandes pérdidas para el escenario peruano: uno de esos artistas fue, sin duda, Ricky Tosso. Si bien es cierto siempre supo aprovechar su extraordinaria vena cómica desde sus inicios, fue acaso en sus últimos trabajos donde demostró una inusual versatilidad para interpretar una variada gama de personajes, como fueron los de En el parque, Chico encuentra chica, Hombre mirando al sudeste o ¡Ay amor!, por citar algunos. Justamente el citado artista tenía, entre sus varios compromisos teatrales para el 2016, el de dirigir una pieza que supiera conjugar drama y comedia por partes iguales; en ese sentido, Orquesta de señoritas (L'Orchestre, 1962) del dramaturgo francés Jean Anouilh resultaba ser a todas luces la mejor opción. Ricky no pudo concretar el mencionado estreno, pero sí lo hizo el director David Carrillo (con quien trabajó en La tiendita del horror) y el resultado es una deliciosa tragicomedia producida por Plan 9 en el Teatro Larco, en honor al recordado actor y con la participación de su hijo Stefano Tosso en el elenco.

La trama de Orquesta de señoritas involucra a un grupo de mujeres y un pianista, todos integrantes de una esperpéntica orquesta durante los difíciles tiempos de la postguerra, mientras hablan sobre sus problemas del día a día hasta que se avecina la tragedia sobre una de ellas. La obra se estrenó inicialmente a finales de la década del sesenta en el popular y distinguido Teatro Histrión, con la participación de primeros actores interpretando a las damas en cuestión: nada menos que Mario y Carlos Velásquez, Adolfo Chuiman, Jorge López Cano, Cesar Urueta y Willy Gutiérrez, con Rodolfo Carrión como el pianista. En los setentas con Edgar Guillén y en los noventas con Ricardo Fernández, la pieza regresó a los escenarios, e inclusive este año en un discreto montaje a cargo de Rafael Sánchez y su Teatro de Cámara.

Por su parte, la puesta de Carrillo luce sumamente estilizada: el diseño de producción y los vestuarios brillan en escena, como también las voces en vivo durante los números musicales. Se desdibujan los estragos de la crisis como consecuencia de la guerra, eso sí, pero se gana en picardía y vistosidad. Acaso el triste final de una de las muchachas no tiene todavía la contundencia necesaria para generar el descalabro en la última escena, pero la dirección sí se luce con un elenco que depara más de una sorpresa: el cómico Ernesto Pimentel, quien regresa a los escenarios luego de años haciendo televisión, ciertamente construye un sólido personaje como la directora de la orquesta, ganándole incluso a su colega Manolo Rojas en La sangre del presidente. Stefano Tosso también consigue un par de escenas conmovedoras, al igual que un inspirado Job Mansilla como el hilarante pianista. Y las señoritas de la banda, que interpretan los jóvenes Pedro Pablo Corpancho, Mauricio Lombardi, Alex Mori y Francisco Luna, resultan desternillantes en escena, cada una con una personalidad propia.

Orquesta de señoritas le hace justicia a uno de los actores más entrañables y completos de nuestra comunidad teatral, como lo es Ricky Tosso. El montaje contiene delirantes diálogos y un corrosivo humor, comandado por el experimentado Pimentel, quien se burla (sin caer demasiado en el abuso) de la ambigua apariencia de las señoritas y del romance entre una de ellas y el pianista. Más allá de ser un justo homenaje para un actor que nunca olvidaremos, los responsables de esta nueva versión de Orquesta de señoritas de Jean Anouilh logran uno de los espectáculos más interesantes y cuidados de la presente temporada.

Sergio Velarde
19 de noviembre de 2016

Crítica: GRIETAS

Una vuelta al incierto pasado

Algunas obras peruanas contemporáneas han buscado reflejar, cada una en su particular estilo, aquella época transitoria y oscura que nos tocó vivir en la capital a finales de los ochentas e inicios de los noventas: por ejemplo, en la excelente La eternidad en sus ojos (2013), su autor Eduardo Adrianzén consiguió trasladarnos a esos tiempos a través de una furtiva historia de amor entre una profesora y su alumno, en medio de migraciones forzadas, mucha incertidumbre y coches bomba. Pues bien, ganadora del Festival sala de Parto 2014, la pieza Grietas de Christian Saldívar nos introduce al interior de una familia limeña ciertamente resquebrajada en esos años, oportunamente estrenada en un espacio de apariencia tan urbana y desolada como es la que ofrece el Teatro Ensamble de Barranco.

Dirigida por la joven e incansable Jamil Luzuriaga, codirectora de Oleanna (2014) y actriz en En el jardín de Mónica (2015), Grietas funciona como un sólido drama familiar en dos tiempos y en el mismo espacio escénico, a través de los ojos del confundido hijo Javier (Joaquín Escobar) : su hermana Lorena (Moyra Silva, a quien vimos en Vida de miel…) huyó inexplicablemente de su casa y siete años después, su familia se prepara para recibirla en medio de una seria crisis económica. Una crisis reflejada no solo en la precaria estabilidad del hogar, sino también en el ánimo y en la conducta del resto de la familia: Carmen (la notable Sylvia Majo de Cómo crecen los árboles), una madre exasperante que encuentra una falsa serenidad en la devoción hacia un santo;  Alberto (Antonio Arrué, recuperado para la escena), un frustrado y machista padre; y Abel (Manuel Calderón), el tío dueño de la casa que antepone su propio beneficio a su propia familia.

Acaso el mayor mérito de la puesta en escena de Grietas sea el de retratar, con mucha fidelidad, la amargura y el desencanto de aquella oscura década. La escenografía, constituida por una enorme cantidad de cajas de cartón, suma a esta propuesta; así como la disposición de las butacas, que permite al espectador una mirada más íntima y a la vez, inquietante al drama. Tópicos tan reconocibles como la búsqueda de identidad, la soterrada violencia y la crisis de valores en general, son tratados con mucha contención. A destacar el trabajo de Majo, foco de maltrato y egoísmo sobre el que gira toda la acción. Grietas, acertado trabajo en conjunto de Saldívar y Luzuriaga, nos recuerda pertinentemente cuánto hemos avanzado como sociedad en las últimas dos décadas y si esta aparente estabilidad que gozamos hoy en día, no se encuentra seriamente resquebrajada.

Sergio Velarde
19 de noviembre de 2016

lunes, 14 de noviembre de 2016

Crítica: MIENTRAS ESCRIBES

Cuando todos tienen quién les escriba

¿De dónde les llega la inspiración a los escritores cuando están trabajando en un nuevo libro o una nueva obra? ¿Será de sus propias experiencias o de alguna investigación sobre un tema que les interesa? O ¿qué tal si la inspiración les llega desde la pura imaginación y sin información previa?... Y ¿qué pasaría si la inspiración les perteneciera a otros seres y estos sean los que les “dictan” las ideas a los escritores? En concreto, ¿cuál de esas opciones corresponde a la inspiración que tuvo Cinthia Delgado para crear “Mientras escribes”

Definitivamente no podremos dar una respuesta al respecto en estas líneas, pero lo que sí podemos decir es que “Mientras escribes”, reciente reestreno de dramaturgia peruana y dirigido por Marco Antonio Huachaca y Martín Martínez, de correcto trabajo, es una obra que se las trae: es divertida, ágil (dura un poco más de una hora y ni lo sientes), mantiene al espectador pegado a la historia y, lo mejor de todo, es una obra inteligente que no recurre a lo fácil para hacerte reír; al contrario, usa sus enredos para brindarnos sus mejores momentos.

Y es que “Mientras escribas” nos cuenta una historia que no tiene espacio para las certezas y en donde diversas dimensiones se mezclan entre sí, enfrentando, constantemente, a los cuatro personajes con la posibilidad de no existir (¿acaso habrá mayor temor que ese?), desatándose una verdadera lucha por sobrevivir, en este caso, por ser el “dedo que aprieta las teclas que escribe la vida”.

El trabajo de los actores es bueno y cada uno de ellos le da a su personaje lo necesario para que calen en nosotros y sintamos válidas sus acciones, e incluso, las apoyemos (todo sea por seguir vivo). Sin embargo, Maximiliano Benitez, actor que representa a Max, tuvo en ciertos momentos problemas de dicción, lo que nos hizo difícil entender algunos textos.

Para terminar, diré que “Mientras escribes”, gracias a su muy buena dramaturgia y a las correctas actuaciones y acertada dirección, logra ser una obra que supera lo limitante del espacio y de la utilería, la cual no se corresponde a la realidad de escritor exitoso del protagonista, de manera que permite al espectador dejar esos aspectos en un segundo plano y embarcarse de lleno en la historia.

Ahora, vuelvo a mi pregunta: ¿De dónde sacó la inspiración para escribir esta obra Cinthia Delgado?... ¿o es a ella a quien escriben?

No se la pierdan, va hasta el 27 de noviembre, de viernes a domingos a las 8.00 pm en el Teatro Mocha Graña de Barranco.

Daniel Fernández
14 de noviembre de 2016

sábado, 12 de noviembre de 2016

Crítica: BAJO TERAPIA

Amargas y divertidas confesiones en el diván

Escrita en 2005 por el artista francés Laurent Baffie, la pieza Toc*Toc se convirtió en un fenómeno mundial del que no se salvó nuestra ciudad capital: la historia de seis pacientes con diferentes TOCs (trastornos obsesivos compulsivos) en la sala de espera de un psiquiatra que nunca llega, cautivó al público limeño durante varias exitosas temporadas. Pues bien, la Asociación Cultural Preludio de la actriz Denisse Dibós es la responsable del estreno de Bajo terapia, comedia escrita en 2012 por el dramaturgo argentino Matías del Federico, que guarda ciertas semejanzas argumentales con Toc*Toc, pero que logra ciertamente mantener una propia personalidad en su montaje en el Teatro Marsano, gracias especialmente a un inspirado elenco y a la dirección del aclamado Daniel Veronese.

Tres parejas acuden sin conocerse a su terapia de grupo, pero la psicoanalista que las atiende ha decidido que compartan la sesión al mismo tiempo y que la lleven a cabo ellos mismos, respondiendo preguntas que ha dejado en tarjetas. Es así que conocemos a cada uno de los personajes de la pieza, mientras van leyendo las indicaciones escritas: por un lado, el marido machista y violento con su esposa sumisa y sufrida; por otro lado, la despreocupada pareja joven que se niega al compromiso; y finalmente, el matrimonio entre profesionales en el que ella es la que tiene la última palabra. Entre risas, llantos, intimidades, secretos, frustraciones y alcohol, manejados con mano firme por el director, llegamos al sorprendente final, que acaso para algunos espectadores traicione lo logrado en las primeras escenas.

El elenco, compuesto casi en su totalidad por conocidas figuras del teatro, cine y televisión, cumple en general con su cometido. Debido a la extensión de temporada, los últimos actores en unirse al montaje son Óscar Beltrán y Emilia Drago, quienes no desentonan con los experimentados Ximena Díaz, Marco Zunino, Sergio Galliani y la misma Dibós, quien se luce en un entrañable personaje que genera mucha simpatía con el auditorio. Bajo terapia, al igual que Toc*Toc, se convierte en otro simpático entretenimiento dentro de un consultorio psicológico, con las suficientes cualidades para mantenerse en temporada por mucho tiempo más.

Sergio Velarde
12 de noviembre de 2016

jueves, 10 de noviembre de 2016

Crítica: CITA A CIEGAS

Coincidencias y desencuentros en el parque

En el 2007, Francisco Lombardi dirige al primer actor Carlos Gassols en Cita a ciegas, uno de los textos más populares del dramaturgo y periodista argentino Mario Diament, en la Alianza Francesa de Miraflores, consiguiendo elogiosos comentarios para toda la producción en general. Pues bien, nueve años después vuelve esta interesante pieza, ahora en el Club de Teatro de Lima con Cytarte Producciones y la dirección de Christian Oré (a quien vimos el año pasado como actor en Naturaleza muerta) en doble temporada, durante los meses de abril y octubre. El personaje principal, un anciano ciego que bien podría ser el mismísimo Jorge Luis Borges (aunque su nombre nunca es mencionado) es interpretado ahora por el director Paco Caparó, quien consigue una de sus mejores actuaciones a la fecha.

Diament, autor también de Un informe sobre la banalidad del amor (uno de los impecables montajes del año, por cierto) inicia y termina su obra en un tranquilo parque, en donde el ciego pasa tranquilamente las horas, mientras conversa con diferentes personas: aparentemente son desconocidas entre sí, pero nos enteramos de a pocos, especialmente en una escena posterior dentro de un consultorio psicológico, que existen ciertas lazos que las van vinculando, algunos divertidos y otros trágicos. Un banquero infiel, una frustrada psicóloga, una joven escultora y su madre sin suerte en el amor pero que guarda en su corazón un amor platónico, son los personajes de este ingenioso texto, bien aprovechado por Oré para mostrarnos las muchas coincidencias que suceden en nuestra vida diaria y que de alguna manera, provocan que no podamos escapar de nuestro destino.

Una curiosa escenografía, que juega con las profundidades virtuales que ofrece el espacio del Club de Teatro y además, que ofrece un interesante contraste entre lo artificial y lo natural, sirve de marco para los encuentros y desencuentros de los personajes. El buen trabajo actoral de Caparó es complementado adecuadamente por Juan Muñoz (presente en ambas temporadas), Desly Angulo Ambrosio, Pilar Astete y Paola Miñán. Oré consigue con Cita a ciegas de Mario Diament, nueve años después en nuestra cartelera teatral, un conmovedor y entretenido montaje sobre los destinos cruzados, y que si bien es cierto algunos terminan en tragedia, otros se mantienen en el camino de la esperanza.

Sergio Velarde
10 de noviembre de 2016

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Crítica: LOS MINEROS

Versión libre de la obra de Sinesio Delgado

La historia de “Los mineros” narra la opresión y maltrato que sufre un grupo de mineros explotados a causa del oficial Moncada, quien es dueño de todas las propiedades donde estos viven. Este personaje vendría a ser la manzana de la discordia, que no solo está contento con quitar las tierras, reducir el pago y aumentar las horas de trabajo, sino que también enamorar a las muchachas y mujeres de los mineros. Esto traerá consigo sus propias desgracias, debido a tanta injusticia que él comete.

Por otro lado, también encontraremos al ingeniero Ventura, que trata de ayudar a que los mineros entren en conciencia, para que no tomen la violencia como única salida, sino para que tomen más la palabra y el diálogo, y de esta manera no levantarse en contra del oficial Moncada. Pero estos no le harán caso, debido a una nueva orden dada por el oficial, que consiste en aumentar dos horas más de jornada a estos mineros. Además, las burlas de algunos compañeros hacen que se ventilen ciertas verdades amargas sobre este oficial al mando, que enamora a las mujeres de los mineros. Ellos no tendrán más opción que levantarse, unirse y tomar la justicia con sus propias manos para derrocar a este opresor.

Para ser el debut del director Edwar Reyes, este cumplió con el objetivo de cautivar al espectador. Es una obra muy emotiva, acompañada por música adecuada, suspenso, amoríos, pleitos, desilusiones; en general, tiene de todo lo que me gusta. El montaje me hizo reír y llorar. Debo resaltar el trabajo de todo el elenco, que a pesar de no tener la cantidad de personajes en escena, fueron los mismos actores quienes interpretaron más de un personaje. Me parecieron geniales los cambios, los coros a capela muy limpios y precisos, me encantaron las voces en vivo. En general,  el ambiente que crearon fue muy acogedor: las luces bien puestas, el acompañamiento del soundtrack fue muy preciso en cada cambio de escena.

Se ve el compromiso y el amor que los actores y actrices le pusieron a los personajes, solo me queda decir que “Los mineros” tuvo excelentes guion y actuaciones. Gracias por la linda función. 

“Los mineros” se presentó en el Teatro Racional. Con el debut en la dirección de Edwar Reyes y las actuaciones de André Moyo, Manu Rodríguez, Neskhen Madueño, Bryan Vílchez, Paola Vera, Cristian Aldoradin, Shirley Chambergo y Angie Cuba.

María Victoria Pilares
9 de noviembre de 2016

lunes, 7 de noviembre de 2016

Crítica: JUEGO DE INFIELES

Cuando hay que reír pues se ríe  

Debo decir que yo no soy una persona de comedias. Si me dan a elegir entre un drama y una comedia, siempre elegiré la primera, sin dudar. No es que no me guste reír (¿a quién no podría gustarle?), sino que prefiero vivir, a través del teatro, emociones más “oscuras”,  circunstancias que te muevan y que te hagan dudar de tus creencias mientras ves cómo los personajes se hunden sin saber si podrán salir a flote nuevamente; y todo eso sumado a que no soy de reír fácilmente.

Dicho lo anterior, estaba seguro de que la comedia “Juego de infieles”, versión libre de la obra “No hay ladrón que por bien no venga” del autor italiano Darío Fo, y dirigida por Jonathan Oliveros, no sería la excepción para mi poco apego a la risa. Sin embargo, cuando una sala, casi totalmente llena, no para de reír por la hora y media que dura la obra, no puedo hacer nada más que preguntarme si es que debiera buscar reír más.

Y es que “Juego de infieles” es una comedia divertida en la que los malentendidos son la base de toda la historia: dos torpes ladrones entran a robar a un departamento lujoso creyendo que el matrimonio que lo habita ha viajado. Sin embargo, se llevarán una enorme sorpresa cuando se enteren de que no hubo viaje, y los ladrones se acabarán enterando de mucho más que lo que ellos quisieran, terminando siendo cómplices, a la fuerza, de las mentiras en las que dicha pareja adinerada ha decidido vivir.

Así, al mejor estilo de una farsa, las intenciones del montaje de denunciar la hipocresía de la sociedad se da por medio de situaciones y acciones poco reales pero efectivas a su propósito, y haciendo, mayormente, que la risa se dé de manera impulsiva e irreflexiva.

A mi criterio, lo más elogiable del montaje es el trabajo actoral. Más allá de algunas ocasiones en que los actores se tapaban la voz unos a otros, creo que todo el elenco ha hecho un buen trabajo sacando adelante sus personajes, no habiendo ninguno que desentone. Sin embargo, merecen una mención aparte las actuaciones de Tito Vega, Cecilia Tosso y Katherina Sánchez (estas últimas, premiadas por sus actuaciones en la comedia “Desnudos en la pensión” el año pasado por el público y por el comité de El Oficio Crítico, respectivamente) quienes logran superar los clichés y dan consistencia a unos personajes caricaturescos, siendo los tres los que arrancan el mayor número de carcajadas al público.

He oído, desde siempre y de diferentes personas, la afirmación de que es más difícil montar una comedia que un drama, siendo siempre el argumento que, diciéndolo de forma sencilla, es más fácil encontrar recursos para conmover hasta las lágrimas al público, pero no para hacerlos reír. Pues bien, el director de la obra, sí encontró la forma y la explotó bastante bien… y es que a veces es bueno tan sólo reír. La sala, en su totalidad, así lo firmó.

Daniel Fernández
7 de noviembre de 2016

domingo, 6 de noviembre de 2016

Crítica: LUZ OSCURA

Frustraciones tras bambalinas  

En el 2001, un singular estreno llamado Función velorio de Aldo Miyashiro pasaría a la historia como uno de los montajes meta-teatrales más incisivos y crudos de la escena nacional, narrando la historia del director Leonardo Oviedo y su empeño en escribir y dirigir una obra de teatro en la que sus cuatro protagonistas mueran realmente en el escenario y así ganar el esquivo reconocimiento del medio. Y en el 2005, la pieza Azul resplandor de Eduardo Adrianzén, con la inspirada dirección de Carlos Tolentino, se erigió como uno de los montajes más acabados y conmovedores en aquel entonces, pues pocas piezas supieron retratar con tanta maestría el mundillo teatral limeño, repleto de intrigas, prejuicios e hipocresía, a través de la historia de una diva olvidada de la actuación llamada Blanca Estela, que decide regresar a los escenarios acompañada de un mediocre dramaturgo y un delirante director. Pues bien, Julia Thays y Gonzalo Rodríguez Risco (ganadores de Sala de Parto 2015) consiguen con su obra Luz Oscura otro feroz y muy pertinente enfoque hacia el lado más ingrato y decadente de la actuación, haciendo especial énfasis en la pérdida de la intimidad de las figuras públicas, con la vida de la ahora adulta estrella de la televisión infantil Amanda Luna, sus relaciones personales, su terrible accidente y su posterior regreso con perfil bajo a la vida pública.

Nidia Bermejo, notable tanto en roles protagónicos como en La cautiva (2014) o de apoyo como en Piaf (2015), lo entrega todo en su caracterización de Amanda Luna: engreída, altanera, frustrada, obsesionada, desarmada en su tóxica relación con su novio Fernando (impecable trabajo de Alberick García) y envidiosa a más no poder de su amigo actor Willy (un sorprendente Jesús Neyra). Estos tres personajes van tejiendo diversas historias, tan cautivantes como monstruosas: Amanda anhela compulsivamente recuperar la fama perdida, con la que estuvo acostumbrada desde muy pequeña, solo frenada por el accidente que la deja en estado comatoso; Fernando busca ser el necesario apoyo para Amanda, a pesar de las serias carencias emocionales que él mismo lleva; y Willy debe enfrentar el doloroso pasado que tuvo que padecer para lograr el aparente y superficial éxito actual. Los medios de comunicación, representados por aquellos anónimos seres armados con cámaras y flashes, son presentados con maestría en su alucinante degeneración.

La directora Thays conoce muy bien el texto que co-escribió con Rodríguez Risco, repleto de sutilezas y dobles lecturas, y es por eso que utiliza hábilmente los cuerpos de Bermejo, García, Neyra, Ernesto Ayala y Miguel Dávalos, aprovechando todo el potencial que le permite su versátil elenco, para conseguir una puesta en escena cautivante, fluida y brillante en el Teatro de Cámara del Centro Cultural El Olivar. El diseño escenográfico, tan sencillo como funcional, con un par de elementos y una tela blanca movible, suma a los valores de producción de la obra. Luz Oscura, así como lo hicieron en su momento Función velorio Azul resplandor, no solo se convierte en un antológico montaje, sino también en una verdadera lección de teatro, en una ácida crítica creada por y dirigida para gente de teatro, y en un preciso y por ratos escabroso estudio de la psicología humana. Sin duda, uno de los mejores estrenos del año.

Sergio Velarde
6 de noviembre de 2016   

viernes, 4 de noviembre de 2016

Crítica: ROPA ÍNTIMA

Una conmovedora historia de opresión  

En 2014, la puesta en escena de Al otro lado de la cerca (Fences, 1983) consiguió llevarse el premio de El Oficio Crítico al mejor montaje dramático del año. Su productora general, Alicia Olivares, amparada en su preocupación por las desigualdades laborales de los actores afroperuanos en nuestro medio, consiguió una excelente puesta en escena, gracias al inspirado libreto escrito del premiado dramaturgo norteamericano August Wilson, que retrataba las vicisitudes de la comunidad afroamericana en el siglo pasado, y a la mano firme del director Jorge Villanueva. Dos años después, Olivares participa (ahora como actriz protagónica) en el XIII Festival de Teatro Peruano Norteamericano con una pieza de temática similar llamada Ropa íntima (Intimate Apparel, 2003), bajo la dirección de Talía Coloma con la producción general de Ébano Teatro, consiguiendo otro sentido y conmovedor montaje que retrata esta vez, lo absurda e injusta que es la discriminación racial y el maltrato a la mujer.

Ganadora del premio Pulitzer por su pieza En bancarrota (Ruined, 2008), la dramaturga afroamericana Lynn Nottage escribió Ropa íntima (Intimate Apparel, 2003) basándose en la vida de su propia bisabuela. La historia está ambientada en la Nueva York de 1905, en donde la joven afroamericana Esther Mills (Olivares) destaca por ser una hábil costurera, a pesar de ser analfabeta. Ella tiene su propio y rentable negocio creando lencería para señoras de la alta sociedad, entre ellas la estirada señora Van Buren (Leticia Narvarte ), así como para algunas damas de la noche, como la despreocupada Mayme (Anaí Padilla). Esther tiene una fallida relación a distancia con George (Gabriel Ledesma), quien se encuentra trabajando en Panamá, mientras mantiene una tímida relación amical con un judío ortodoxo llamado Marks (Daniel Zarauz). Es en el segundo acto de la puesta, que la vida de Esther cambia drásticamente cuando George aparece en la ciudad para contraer matrimonio con la costurera. La autora nos presenta una trama aparentemente simple y hasta acaso tradicional, pero que deja translucir la complejidad y los variados matices de sus personajes.

La producción se luce con un cuidado vestuario y escenografía, sin saturar demasiado el escenario del ICPNA de Miraflores, delimitando bien los espacios, en donde Esther dialoga con cada uno de los personajes por separado. Por su parte, la música en vivo acompaña con demasiada discreción. A destacar en el elenco el digno trabajo de Olivares, componiendo a una sobria Esther, que encuentra los momentos precisos para mostrar sus emociones extremas. A su lado, Narvarte y Padilla consiguen interpretaciones muy sentidas y creíbles, cada una en su particular registro. La pieza de Nottage se convierte en un duro y conmovedor retrato de la vida de los afroamericanos del siglo pasado, completamente pertinente en estas épocas de reivindicación de la mujer en la sociedad. Y así, como Al otro lado de la cerca, los esfuerzos del equipo artístico fueron recompensados con el Premio del Jurado del festival citado anteriormente. Ropa íntima es un recomendable espectáculo que debe verse.

Sergio Velarde
4 de noviembre de 2016  

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Crítica: TITO

Una radiografía del mundo político que nos rodea  

Está bien, una exagerada radiografía pero radiografía al fin. Y es que si tuviera que decir rápidamente una cualidad de esta obra, diría la facilidad con la que reconocemos lo que ocurre en la obra. La familiaridad con la que, de pronto, vemos a los personajes y sus propósitos, y que viene de vivir en una sociedad en la que los políticos parecen haber olvidado que son elegidos para servir y no para servirse.

Por supuesto que “Tito”, obra escrita y dirigida por Sebastián Eddowes y Gean Pool Uceda, tiene varias cualidades más, pero voy a mencionar una que me parece básica: no está pensada para que hayan buenos o malos, y sería un error tomar partido por alguno de los “bandos” que se nos muestra, pues si bien es cierto que prácticamente al comenzar las acciones nos enteramos de que Alberto Guzmán, Tito, es un criminal, luego nos daremos cuenta de que no siempre todo tiene su contraparte. Para el bien de la obra, los autores no han buscado héroes que nos ayuden a lidiar con la suciedad de la historia. No, en “Tito” no hay héroes.

“Tito” es una obra en donde el pesimismo abunda, pero esto no es gratuito. Proviene del hartazgo. ¿Hay algún político que no se mueva por su propio bienestar? ¿Aún podemos confiar en las intenciones de la gente que pugna por llegar al poder?

Justamente es el personaje de la lideresa de izquierda, Tamara di Paolo, interpretado por Anahí de Cárdenas, la que refleja, en mi opinión, esta pérdida de la esperanza de los autores respecto a la realidad política. Di Paolo se va deformando conforme avanza la obra hasta convertirse en una suerte de caricatura perturbadora. No me refiero a la conducta sexual del personaje, la cual es expuesta (aunque a mí me resultó innecesaria la coreografía amorosa sobre la mesa pues parecía tener como propósito recordarnos lo bien que baila y lo guapa que es la actriz), sino a que vemos que ella también puede transar, cambiar y hasta olvidar sus compromisos políticos y su humanidad con tal de satisfacer sus fines, sean estos obtener el poder o una venganza.

Como dije antes, en esta obra no hay héroes, pero sí hay víctimas, pero son víctimas de sus propios apetitos. Y es que en “Tito” no solo son cuestionables los medios que se usan para llegar a los objetivos. Los objetivos también lo son y mucho.

En lo actoral, quiero resaltar el gran trabajo de Carlos Victoria, experimentado actor que no necesita presentación, interpretando a Tito, y de Sebastián Rubio como Aarón. Ambos nos conmocionan totalmente con sus actuaciones.

Para terminar, diré que sin bien “Tito” baja el ritmo, pasada la mitad de la obra, en ningún momento perdemos el interés pues lo que el texto nos dice es tan fuerte como real, y por desgracia para nuestro futuro, demasiado real.

Esperaremos con expectativa la reposición.

Daniel Fernández
2 de noviembre de 2016

martes, 1 de noviembre de 2016

Crítica: ALTER EGO

Los títeres como los mejores amigos  

Definitivamente, los festivales de dramaturgia como Sala de Parto están rindiendo sus frutos en escena, a través de los variados e interesantes montajes de sus obras ganadoras, realizados prácticamente en su totalidad con una gran calidad de producción y además, con una apreciable cantidad de público que va familiarizándose cada vez más con historias escritas por peruanos. Así vimos 10,000 horas de Giuseppe Albatrino y Nuestro secreto de Rosabel Rojas; están en cartelera Segunda oportunidad de Anahís Beltrán, con el título de Entre dos puertas y Grietas de Christian Saldívar; por citar algunas del mencionado festival en su edición del 2014. Es el turno ahora de Alter Ego de Carlos Zarpán, estrenada en el Centro Cultural Ricardo Palma con la producción de Sala de Parto, y que sorprendió inicialmente con sus fotos promocionales (como la que adorna esta crítica), en las que los personajes alternaban nada menos que con títeres. Tremendo riesgo que es asumido por todo el equipo responsable con acierto y creatividad, logrando un entrañable y pertinente montaje.

El director Víctor Barco, acostumbrado a dirigir tradicionales clásicos como La casa de los siete balcones (2013), La discreta enamorada (2015) o La tercera palabra (2016), sorprende al llevar a escena la historia de un confundido joven y su títere con mucha inteligencia y humanidad. Narrada de manera lineal con ocasionales saltos al pasado, Alter Ego nos presenta a Javier, un joven con serios problemas de personalidad, ya que convive todos los días con un títere que lleva por nombre Suni. El muñeco ha cobrado tanto protagonismo en la vida de Javier, que pone en verdaderos aprietos a su preocupada madre y al delirante pediatra, así como a su guapa esposa en una increíble escena de alcoba que da inicio a la puesta, presentada con una sorprendente dignidad. Abandonado por su padre cuando era un niño, Javier encuentra en su títere no solo a su mejor amigo, sino a su propia conciencia, que le dicta cómo debe comportarse y las decisiones que debe tomar. Y en el momento preciso, antes de consumarse una tragedia,  aparece Héctor, otro joven que también convive con un títere llamado Gerthy. Notable la asociación del títere con el verdadero “yo”, en estos tiempos de necesarios cambios e inútiles prejuicios.

A destacar las actuaciones del elenco, encabezado por un inspirado Paris Pesantes (a quien vimos este año en José Aurelio rumbo a Francia) y por el joven Gonzalo Candela, quienes interpretan con total entrega a Javier (adulto y niño, respectivamente) y a su títere Suni. Por su parte, los experimentados Haydee Cáceres, Rocío Montesinos y Pedro Olórtegui están impecables en sus personajes de apoyo. Sorprende David Serván con un preciso trabajo como Héctor y el divertido muñeco Gerthy. El manejo de los títeres luce intachable, gracias a la asesoría de Angel Calvo, convirtiendo a Suni y Gerthy en entrañables personajes. Inclinada más hacia la comedia que al drama, el montaje de Alter Ego de Carlos Zarpán mueve sus fichas con habilidad, convirtiéndose en una de las más gratas sorpresas del circuito teatral limeño, que viene ofreciéndonos en estos días Sala de Parto.

Sergio Velarde
1° de octubre de 2016