sábado, 29 de julio de 2017

Crítica: COLÓN CONTRA COLÓN

Ir más allá

“Piérdete en el mundo y encuéntrate contigo mismo.” Nelson Mochilero

Primer montaje unipersonal de Johann Allpas, escrita por el chileno Sergio Arrau bajo la dirección de Jhon Arhuata, se presentó el 15 y el 22 de julio en la Sala Teatro Cuarta Maraña.

La puesta en escena empieza con el monólogo de Colón y la lucha interna con él mismo. A simple vista observamos a un hombre desaliñado y orate, que nos narra la travesía de su viaje para ir en búsqueda de nuevas tierras que conquistar. A estas alturas y por cultura general,   muchos ya han conocido y escuchado hablar de Cristóbal Colon, el navegante y descubridor de América. Y si nos preguntaran sobre el nombre de sus barcos o la fecha que la descubrió, la mayoría diría que tenía tres naves e incluso nos dirían que América se descubrió el 12 de octubre de 1492. Creo que hasta ahí, todos vamos bien. Pero si indagáramos un poco más, comprenderíamos por qué el afán que tiene para conquistar nuevas tierras y es eso justamente lo que nos trae esta gran puesta en escena.

“Colón contra Colón” nos muestra a un marinero que busca la oportunidad para hablar de su teoría hacia nuevas rutas y así poder mostrar lo que sabe. A medida que lo vayamos acompañando en su cruzada, nos iremos topando con sus vivencias, inquietudes, derrotas, frustraciones y aquellos deseos de reconocimiento, por lo que él comprenderá que tiene un llamado que seguir, pues escuchará una voz que le dirá: “Cristóbal, hijo del tejedor, Dios está contigo”. Es así que con Dios de testigo, él decidirá escuchar aquella voz que lo impulsará a seguir más allá.

Lo que gusta y llama la atención al espectador es la ambientación minimalista elaborada de papel ecológico e inclusive el vestuario, que fue hecho de tela. Fue simple pero elegante; y las naves hechas de papel e incluso la cruz, enriquecieron la obra. Esto nos muestra que a veces no se necesita grandeza para poder transmitir y compartir un buen arte. Sobre el trabajo corporal del actor, este se vio en cada momento. Soy consciente que hacer un monologo no es nada fácil e incluso mantener al espectador enganchado por casi una hora no es nada simple, pero me gustó el carisma y el trabajo bien armado del actor al conectarnos con su historia, de robarnos algunas sonrisas y sorprendernos con cada personaje que interpretaba.

La diferentes melodías de ambientación que usaron durante el desarrollo de las escenas fueron precisas, al igual que la iluminación. Me encantó el gesto que tuvieron el director y el actor, pues al término de la función, ambos se tomaron unos minutos para conversar con el público asistente y a la vez, resolver todas las curiosidades que teníamos con respecto a la obra. Sería genial que este tipo de propuesta se haga en la mayoría de teatros. Lo único que me queda por decir es muchas gracias por tan linda función.

María Victoria Pilares
29 de julio del 2017

Crítica: DIME QUE TENEMOS TIEMPO

Del odio al amor

“Cuando odias a una persona, odias algo de ella que forma parte de ti mismo. Lo que no forma parte de nosotros no nos molesta.” Hermann Hesse

“Dime que tenemos tiempo” es una comedia dramática del dramaturgo peruano César de María, bajo la dirección de Mayra Barraza. Esta obra fue un proyecto del curso de Montaje Teatral I de la Escuela de Artes Escénicas de La Universidad Científica del Sur y fue llevada a escena por Neón Producciones. Contó con las actuaciones de Anaí Padilla y Tamara Padilla en el Teatro Ensamble. La temporada fue del 1° al 9 de julio del 2017.

Esta puesta en escena nos narra la vida de Valentina y Maraví, dos grandes artistas cómicas de la década de los 70. Pese a su éxito televisivo, toman la decisión de ir por caminos separados, dejando así la amistad de lado y algunas cicatrices que hasta hoy han ido creciendo. A pesar de estar alejadas, siempre veían la forma de enterarse de la vida de la otra. Después de 25 años ambas recibirán una propuesta del canal televisivo donde antes trabajaban, con el fin de reunirlas otra vez en el escenario por el aniversario de dicho canal, y así presentar el show televisivo de Cachavacha y Pachuca, ese que las llevó a la fama y que cautivó a todos en aquellos años. Mariví (Pachuca) se tragará su orgullo y buscará la manera de convencer a Valentina (Cachavacha) solo con el fin de cobrar el dinero que les ofrece la televisora por la participación de ambas. Pero ella no se imagina lo que tendrá que enfrentar cuando la vuelva a ver.

El trasfondo de la obra es que ambas buscan culparse por lo que pasó hace 25 años y viven amargadas por lo que dejaron ir y lo que no hicieron. En sí, Mariví toma valor para buscar a su dupla y como pretexto está la invitación de por medio. Ambas guardan un secreto, pero dentro de su frustración ninguna de las dos supo escuchar lo que cada una quería, ambas se cegaron por su propio interés. Aunque una sea más culpable que la otra, ambas sentirán que ya es tiempo de limar asperezas y dejar que ese odio se vuelva amor. La obra abarca temas como la vida de un artista olvidado (mencionando al arte como negocio); el rencor y el aborrecimiento que se puede tener hacia alguien; los fracasos, las malas decisiones y la culpa que te va matando; el morbo que existe al sacar provecho de la desgracia ajena; y también, los deseos ocultos de tu corazón.

Lo rico de este montaje fue el empleo de acciones en paralelo, en tiempo y espacios diferentes. Esto creó en el espectador la ilusión de que el diálogo de ambas actrices se daba en un mismo lugar, pero realmente eran diferentes y a medida que la historia fue avanzando, fuimos encajando todo. La puesta en escena incluyó recursos de proyección audiovisual que ayudaron al soporte de la obra. Debo hacer mención, eso sí, que dieron un mal uso al plano detalle a la hora de la proyección, que en vez de sumar restó un poco a la obra. Me encantaron las actuaciones de ambas actrices y su desenvolvimiento en la puesta en escena. Sobre la escenografía, esta contó con la utilería adecuada para darle vida al espectáculo que ofrecieron, el cual agradó a más de uno.

Por otro lado, debo manifestar mi molestia al ser discriminada por el empleado del cafetín del Teatro Ensamble, el que ignoró mi pedido. ¿Acaso mi dinero no vale? o ¿es porque no tengo mi cabello rubio o mis ojos verdes como la señora a la que sí le dieron el pedido? A pesar de mis reclamos, nunca se hizo presente el administrador y espero que en el futuro la atención mejore y no discriminen a otra persona. Gracias.

María Victoria Pilares
29 de julio de 2017

miércoles, 26 de julio de 2017

Crítica: PERSONAS NO HUMANAS

Realidades no humanas que todos debemos saber

Desde hace unas semanas en El Galpón de Pueblo Libre se está representando “Personas no humanas”, escrita por el dramaturgo Daniel Amaru Silva y dirigida por Rodrigo Chávez. Este montaje es parte de la serie de proyectos finales de los alumnos de la carrera de Artes Escénicas de la PUCP. “Personas no humanas” es una obra que nos habla de la explotación del hombre por el hombre y la indiferencia que hay por consecuencia. Traída a un contexto nacional, toma el caso de la minería ilegal en la selva peruana para guiarnos por una narración cargada de miedo y opresión condensados la historia de un trabajador de minería informal y una prostituta clandestina: Irwing (Alain Salinas) y María (Stephanie Vergara).

La obra se lleva a cabo en un espacio pequeño, cercano al público. La escenografía constaba con lo mínimo indispensable: una cama pequeña con ruedas que permitían un libre desplazamiento en el transcurrir de la obra y unas bancas. El primer escenario que se sugiere es el de un cuarto de prostíbulo, y el ambiente de clandestinidad se vio concretado por el uso de una colcha ploma, la cual inmediatamente me llevó a una imagen sórdida, triste.

Los personajes estaban llenos de particularidades, desde una manera de hablar propia de la selva hasta una corporalidad que revelaba al espectador unos personajes cansados, con una vida muy dura. Rescato la particularidad porque debo decir que a los actores parece no habérsele escapado ningún detalle en la construcción de los personajes. Se vio en escena un lado humano único que a la vez permitía conectar inmediatamente con lo que los personajes sentían y con lo que iban contando. En el caso de Irwing, interpretado por Alain Salinas, su corporalidad hablaba por sí sola: una persona joven que ha sido carcomida por las malas condiciones de su trabajo. Tenía el “dejo” particular definido, una voz potente y desgastada, movimientos que denotaban una historia detrás del personaje. En el caso de María, interpretada por Stephanie Vergara, no fue la excepción. Había algo pesado en su voz que, a mi parecer, redondeaba el personaje. Su corporalidad denotaba fragilidad y dureza a lo largo de la obra. La actriz tenía algunos cambios de rol donde se convertía por momentos en la madre de los personajes de la historia; sin embargo, me parece que aquellos cambios no trascendieron,  no se hicieron notar  lo suficiente, creo yo porque no hubo suficientes elementos diferenciadores además de la voz. Durante la obra se utilizaron proyecciones de imágenes que oscilaban entre figuras políticas peruanas e imágenes alegóricas. Hubo más de una ocasión en la que estas proyecciones pasaron desapercibidas, pues no hacía gran diferencia el que estén en escena, además de que las actuaciones eran tan bien hechas que bastaban para lograr la escena. Usaron frases y cantos en quechua cuya traducción al español no fue incluida en el montaje: no había necesidad de decir en español aquellas frases para sentir lo que querían decir.

Debo felicitar a los dos actores de este montaje especialmente por el manejo del texto durante toda la obra, hicieron un trabajo impecable en todo sentido. Usaron referentes del imaginario selvático para mostrar sus anhelos de felicidad, sus ganas por salir de aquella realidad; este recurso fue apropiado por los actores con el fin de contar, a través de las leyendas, cómo es que ellos luchan contra las adversidades en las que viven: una tarea muy difícil a nivel actoral que manejaron a la perfección. Felicito nuevamente la realización de este montaje, pues supo usar sus recursos al máximo.

Esta obra constituye una oportunidad para llegar a sensibilizarnos sobre una realidad: la trata de personas y la explotación de aquellas tanto sexual como laboral, en condiciones que atentan no solo contra la salud sino contra su integridad. Es sabido que hay una zona crítica en Madre de Dios, entre otros puntos del país, donde hay población víctima de este contexto. En este caso, la obra se permite, mediante el lenguaje teatral, denunciar esta verdad, hacer que el público pueda conocer la sensibilidad de estas víctimas a partir de la historia de Irwing y María. Como sociedad estamos en el deber de saber que estas cosas suceden y, lejos de ocultar la realidad, hacer algo desde nuestras perspectivas.

Stefany Olivos
26 de julio de 2017

domingo, 16 de julio de 2017

Crítica: EL AMOR DE LAS LUCIÉRNAGAS

La intermitencia de las luciérnagas como la vida misma

Obra escrita por el dramaturgo mexicano Alejandro Ricaño, bajo la dirección de Cecilia Cruz, la representación El amor de las luciérnagas es un viaje personal que nos lleva a revisar los más pasajes importantes de nuestra vida, tales como las relaciones familiares, el primer amor, la amistad verdadera, los conflictos existenciales, la ruptura y la autocrítica permanente en la búsqueda de la perfección.

El argumento de la obra gira en torno a María (interpretada por Claudia Alecchi), una escritora de teatro para niños, quien emprende un viaje para reencontrarse consigo misma, siendo una máquina de escribir embrujada, la responsable de crear a su doble, la misma que usurpará su identidad y relaciones personales; situación que hace a la protagonista enfrentarse con su mejor versión y, de esta forma, cambiar la perspectiva de su vida.

El elenco se completa con la participación de Lola (Natalia Bonifaz) y Ramón (Alonzo Aguilar), cuyas intervenciones camaleónicas son por demás aplaudibles, pues debido a la naturaleza de la puesta, interactúan con la protagonista como la mejor amiga y el muchacho del que se enamora respectivamente; sin embargo, el dinamismo de la narrativa hace que desempeñen múltiples roles para relatar las anécdotas de María, ejecutando la acción de sus personajes en distintos escenarios y con elementos básicos de vestuario que los distinguían. Interesante propuesta de la directora, que supo conjugar los monólogos explicativos y las escenas con música interpretada por los propios actores, sin duda, un acierto que sumó al desarrollo ágil de la historia.

Particularmente, al inicio sentí una desconexión con lo que observaba y escuchaba; no obstante, mientras la obra iba tomando forma, mi atención y percepción cedieron e involucrarme con cada detalle fue inevitable y natural. Otro punto destacable fue que al ser en esencia un relato mexicano, los acentos y modismos al hablar fueron pertinentes; pero, ciertos detalles como introducir jergas peruanas en partes del texto deslucieron un poco a los personajes.

En general, una representación elocuente, con momentos hilarantes, pero sobre todo con un final preciso y cargado de verdad; acerca de la intermitencia de la vida, de la felicidad, del amor, de los aciertos y fracasos personales, que nos llevan a ser quienes somos. La reflexión es clara: aprender a soltar y reinventarnos es un proceso que afrontaremos hasta que dejemos este mundo, habrán momentos buenos y malos que no durarán eternamente; lo importante es aprender a lidiar con ellos sin juzgarnos tan duramente, sin pretender agradar a todos y, por el contrario, aceptarnos y querernos nosotros mismos lo más que podamos; tal como la luz cambiante de las luciérnagas que, finalmente, reflejan la vida misma.

Maria Cristina Mory Cárdenas
16 de julio de 2017

Crítica: TE QUIERO HASTA LA LUNA

Viajes turbulentos

La luna es el pretexto para el reencuentro de una pareja malherida y el viaje genera el nuevo comienzo para ambos. Mario Mendoza, director de Te quiero hasta la luna, se asegura de nunca poner en riesgo esta reconciliación y esconde las intenciones de sus protagonistas detrás de mentiras elementales que los espectadores atentos desciframos sin esfuerzo, haciendo que el conflicto sea pasivo y la tensión minimizada.

La dramaturgia se concentra en repasar las circunstancias que separan y unen a esta joven pareja, a través de flashbacks que saltan desde el presente donde tienen veinticinco años, hacia una niñez de siete o su adolescencia de doce. En esos recuerdos se apela a la nostalgia o la ternura de los primeros encuentros y además, se remarca algunos eventos, frases, gestos y bromas que los han forjado como personas y los predestinan a estar juntos.

Los protagonistas Katheryne Mendoza y Gabriel Gil construyen dos personajes complementarios. La actriz interpreta a una mujer desaforada que intenta resolver cualquier situación a base de su personalidad explosiva y carácter enérgico; en tanto que el actor elabora un hombre retraído, con la energía tenue y sostenida, indeciso para revelar sus ansias de pasión. Ambos concuerdan en tratar las situaciones en tono realista, añadiendo en cada escena chispazos de farsa que quiebran cualquier vínculo emocional real, reemplazado por gags complacientes e irrisorios.

Los mejores momentos de interrelación están en cómo ambos resuelven la intervención de las melodías, parten de una conversación cotidiana y progresivamente se va gestando el dueto. Además, resaltar los instantes lúcidos de Gabriel Gil para matizar el texto con verosimilitud, así como su manejo preciso del silencio y la pausa, que aterriza la energía desbordante de su compañera.

En cuanto a la plástica, tanto la dirección de arte y de luz se torna explicativa y no aporta en transmitir una atmósfera determinada o alguna metáfora extendida a un nivel sensorial. Pareciera que se alumbrase en lugar de iluminar; asimismo, la espacialidad no está determinada, pues por momentos pareciera que se intenta develar la luna o la nave espacial a partir del acting, pero este no consigue generarlas porque no las visualiza y los actores tampoco juegan a ser afectados físicamente por el entorno. Es ambigua la dualidad entre mostrar lo invisible y proponer el minimalismo, como cuando se colocan dos cráteres en el suelo para pretender dar la dimensión del satélite. En todo caso, no se ve ni se siente.

El montaje de Mario Mendoza apunta a endulzarnos con una historia de amor idealista, sin enfrentamientos y en constante búsqueda de la carcajada. Hay un público que lo recibe bien, hay otro que exige mayor profundidad.

Bryan Urrunaga
16 de julio de 2017

sábado, 8 de julio de 2017

Crítica: LOS VERANOS SON CORTOS

Vale la pena luchar por lo quieres

Obra escrita por el dramaturgo peruano Eduardo Adrianzén, bajo la dirección de David Carrillo. Estuvo presente en el festival de artes escénicas "Más que ver”, el sábado 24 y domingo 25 de junio en el Teatro Auditorio Miraflores. Es un montaje realizado por actores egresados del taller de formación actoral Plan 9. Los temas que toca la obra son los conflictos universitarios, la diferencia de clases sociales, la lucha de poderes, el abuso de la autoridad y la sobrevaloración del teatro.

La obra inicia con la aparición de Leonor (Rocío Olivera), quien nos hace mención de los sueños que tenía cuando era niña y ahora, ya de grande, nos dice orgullosamente que es actriz, aunque a sus padres no les guste la idea y crean que es una profesión mediocre. Ella les demostrará lo contrario y por cosas del destino, recibirá la ayuda de su amigo (Abel Enríquez), quien le recomendará para que trabaje como profesora del taller de teatro de verano, en la misma universidad en la que él dicta. Al principio todo parece bonito, pero lo malo viene después: a unas semanas antes de presentar la obra final del curso en el gran Teatro Municipal, la profesora Leonor y sus alumnos serán cuestionados por las autoridades de la universidad por el contenido de la obra. A pesar de la decisión de la directora, estos jóvenes olvidarán sus diferencias y se unirán para levantar su voz de protesta. Ellos nos contarán sus propias anécdotas y las motivaciones que tienen para que esta obra se presente. Quiero mencionar a Sarela (Daniela Martínez), la señora de la limpieza, pues es uno de los personajes que quizás para muchos pasaba desapercibido, pero su papel es fundamental, ya que es la persona que está pendiente de todo lo que pasa y a pesar de que no la tomen en cuenta, es la que tiene las cosas más claras.

El mensaje que nos deja la obra es el de ser valiente para luchar por nuestros ideales y de no callarnos. “Los veranos son cortos” nos refleja el manejo educativo que tenemos, ya sea público o privado, de que te dirán la misma respuesta:de que  ellos tienen la razón y si lo hacen es por el bien de la institución, de tal modo que son puras falacias. Esto me hace acordar mi época de estudiante en el instituto: una compañera y yo recolectamos firmas para cambiar de docente, fue ahí que el profesor se enteró y nos corrió del aula. Entonces me fui a quejar a la dirección, pero la directora se puso de lado del profesor. Ahí fue donde me enteré que el profesor tenía “vara” y a pesar de mis reclamos, algunos profesores me chantajearon con jugar con mis notas si no paraba. Era vista como el “patito feo” de mi salón, solo recordar esa etapa y ahora, ya de grande, no me arrepiento de haber hecho lo que hice. Si permitimos este tipo de atropellos, lo seguirán haciendo; para mi suerte, mi voz sí fue escuchada y solucionaron mi problema. Lo que intento decir es que el miedo está en todas partes, pero la unión hace la fuerza, lo peor que podemos hacer en esta vida es quedarnos callados. Quiero agradecer a todo el elenco por un buen trabajo escénico, por la buena química en las actuaciones. Me encantó la obra y estaré ansiosa por volverlos a ver.

La obra contó con un impecable elenco: Abel Enríquez, Daniela Martínez, Daniela Palacios, Diana Cardozo, Hilda Tovar, Raúl Sánchez McMillan, Rocío Olvera, Rosanna Osorio y Roy Zevallos.

María Victoria Pilares
8 de julio de 2017

Crítica: TODO POR LOS 15 MIL

¡No es lo que parece!

“Las divas nacen, no se hacen.”

Quiero empezar con la definición de qué es un “drag queen” según la RAE: Nombre femenino, artista o cantante masculino que actúa vestido con atuendos propios de mujer (peluca, zapatos de plataforma, etc.) y exhibe maneras exageradamente femeninas.

“Todo por los 15 mil” es una obra dramática con una duración de 15 minutos, escrita por el actor peruano Cristhian Palomino, con las actuaciones de Malory Vargas y él mismo, bajo la dirección de Kathy Serrano. Se presentó en la temporada Por Orgullo de Micro teatro – Lima, entre junio y julio, en la sala 5.

“Roxy” es un drag queen y la diva más codiciada y esperada de un céntrico bar. Todo inicia con Roxy (Cristhian Palomino), llegando con su asistente (Malory Vargas) a su camerino, para preparar una nueva función tras un día agotador. A medida que el tiempo va pasando, su asistente empezará a decir cosas que terminarán por irritar a la diva, que sin darse cuenta terminará por confesar su secreto, poniendo así en peligro a ambas. Esta puesta en escena toca temas de la vida real, entre ellas: el amor que puede tener un padre por su hijo y de lo que está dispuesto a negociar con tal de que a su familia no le falte nada. Pero he aquí la pregunta: ¿Será cierto que el amor lo perdona todo? ¿Hasta qué punto puede durar la amistad?  ¿Habrá valido la pena intentarlo? Esta y muchas preguntas más son con las que nos quedamos los espectadores.

La verdad que tenía otras expectativas. Respecto a la obra, pensé que sería un show, pero para mi sorpresa fue más que eso: fue un momento fuerte donde me quedé anonadada por las circunstancias en las que vivían los actores. Realmente es una obra que te deja un lindo mensaje sobre el amor que podemos tener los padres y de lo que estamos dispuestos a sacrificar para que nuestros hijos sean felices, muchas veces para los que no existen límites. Finalmente, Roxy es una prueba de amor de desprendimiento, de dejar el orgullo de lado.

Sobre las actuaciones que de fascinada con la química y la complicidad de ambos actores y su desenvolvimiento en escena quiero resaltar la peculiar forma de caminar de Roxy con los tacos me imagino que no debió de ser nada fácil para el actor, pero logro lo cometido, me encantó la idea de incluir a una azafata para darnos la bienvenida sobre los vestuarios acorde a la temática. Solo quiero hacer mención de esta frase que encontré pertinente “La gente solo ve el éxito final, pero hay mucha lucha detrás” gracias por la linda función.

María Victoria Pilares
8 de julio de 2017 

Crítica: PLÁSTICA CARNE

Un ideal de plástico

Es un problema actual el hecho de definir la feminidad bajo una mirada utilitaria. En una sociedad consumista como la nuestra existen cada vez más agentes de protesta en contra de los padecimientos que sufrimos culturalmente hablando. Es así como el teatro, dentro de su papel como agente de cambio, se adapta cada vez más a recursos comunicativos para mezclarlos en puestas en escena de obras como “Plástica carne”, escrita por el dramaturgo peruano Pepe Santana y estrenada recientemente bajo la dirección de María Alejandra Ramírez.

La obra nos muestra la lucha de tres mujeres contra las normas sociales que definen los parámetros de lo idealmente femenino. Constantemente se hace referencia a la cosificación de la mujer en relación a su cuerpo y lo que estéticamente resulta más atractivo; todo esto como una información que está insertada culturalmente desde que tenemos uso de razón. La lucha de la que habla la obra está representada en escenas que, en conjunto, parecen ser fragmentos de una fotonovela o de una exposición de museo: una serie de situaciones que tienen la misma esencia, la misma interrogante.

El montaje contó con las actuaciones de Rosalía Hernández, Ana Moloche y Araceli Campos. Las tres actrices, a lo largo de la obra, mutaban de personajes para representar distintas situaciones donde se cuestionaba la cosificación cultural de la mujer. También contó con elementos  escenográficos que transmitían la imagen de una vitrina de tienda: tres marcos de puerta y el vestuario usado durante toda la obra a la vista del público en maniquíes. Desde el principio hasta el fin de la obra se percibe, por parte de las tres mujeres, una sensación de estar siendo juzgadas todo el tiempo, ya sea por la escenografía como vitrina, por las escenas donde predominan las referencias a partes del cuerpo femenino o por la constante comparación con la idea de un cuerpo perfecto. A nivel de dirección, todo lo mencionado me parece muy de acuerdo con lo que la obra trastoca.

El uso de elementos audiovisuales aportaba a una atmósfera frívola; hicieron referencia a canciones y dibujos que tienen alta popularidad donde se muestran aquellos preceptos sobre la feminidad que la sociedad defiende: mujeres con curvas prominentes, mujeres coquetas, delgadísimas, etcétera. La mezcla de las historias y la estética que se propuso hace de esta obra un manifiesto teatral a favor del feminismo que invita a los espectadores a que realmente nos preguntemos sobre qué es ser mujer. Nos invita a dar ese primer paso que las mujeres dentro de la obra dan: el poder reconocer que las mujeres no solo somos curvas y que tenemos todo el derecho a decir que no a las normas que socialmente aún se nos adjudica.

Stefany Olivos
8 de julio de 2017

viernes, 7 de julio de 2017

Crítica: ERMITAÑO

La maravillosa diversidad que nos permite crecer

¿Qué sucede cuando invade nuestro interior una sensación de inconformidad, de hastío, de querer evolucionar? Muchas veces, el ímpetu y las energías diseñan el camino para lograrlo, encontrándonos en esa búsqueda con personas, ideas, habilidades y sentimientos distintos, que nos ofrecen la oportunidad de crecer. Ermitaño es una puesta que permite al espectador ver más allá y descubrir la infinidad de ventajas que tenemos al convivir con nuestras semejanzas y particularidades como seres humanos.

Bajo la dirección de Andrea Zárate Gálvez y Anaité Caycho Verástegui, en alianza con Kinesfera Danza, este proyecto teatral escrito por Martín Pérez del Solar relata la historia de un cangrejo ermitaño que busca ser más fuerte y grande; sin embargo, siente que su caracola ya no encaja con él y su propósito, por lo que recorrerá las profundidades del mar buscando una nueva caracola que le permita desarrollarse plenamente.

La obra se desarrolla en el fondo del mar, por ello destaca el juego de luces, efectos visuales y vestuario de los actores. El movimiento y expresión corporal combinados con la suavidad de la danza son clave para darle vida al relato, incluso más que los propios diálogos. Un punto destacable es la perfecta combinación entre el mensaje que envía la puesta -la necesidad de crecer, de no estancarnos y caer en el desgano, la fuerza que nos impulsa, los obstáculos y ruido exterior que pretende detenernos- con la versatilidad de un elenco diverso y genuino, que integra a personas con habilidades diferentes, permitiéndoles desarrollarse en el plano artístico.

Seis actores, que interactúan cada uno con su propia esencia, conformando un engranaje en el que unos y otros se apoyan solidariamente. Bernardo Scerpella –interpreta a Bruno, el cangrejo ermitaño– siendo el protagonista de la representación, construyó un buen personaje, con la tonalidad de voz y corporalidad precisas; otro personaje meritorio fue el interpretado por Erick Ríos –Evagrio- quien cautivó con su entrega y profesionalismo; así también José Rojas –Enrique- quien tenía a su cargo un antagónico, que finalmente descubre la bondad de su corazón.

Completan el reparto Claudia Benites, Leydi Layango y Lilia Layango, con intervenciones bien elaboradas. De esta forma, Ermitaño invita a dar un vistazo interior de cada uno y reflexionar acerca de cómo vemos, entendemos y aprovechamos nuestras diferencias como seres individuales y las potenciamos para evolucionar en todos los aspectos de la vida profesional, personal, como sociedad, entre otros. Siendo capaces de complementarlos con las semejanzas que en el fondo compartimos; comprendiendo que no es posible tal trasformación, si no convivimos, valoramos y aceptamos la maravillosa diversidad que existe en el mundo.

La expectativa queda para próximas puestas, en donde pueda apreciarse el talento y trabajo conjunto de personas valiosas, capaces de llevar adelante un espectáculo digno de aplaudirse una y otra vez. 

Maria Cristina Mory Cárdenas
7 de julio de 2017

Crítica: PULMONES

De la nada… la vida

El escenario es un cuadrado donde se encuentran dos actores desprovistos de todo lo que no sea el otro, y alrededor de estos dos seres humanos se teje una historia sencilla y eterna, que intenta desvelar el sentido de nuestras vidas.

Así como la ciencia, el arte trata de explicarse cosas, aquellas indescriptibles por la palabra, escondidas detrás de una imagen, de un gesto o una emoción. Duncan Macmillan es el dramaturgo de Pulmones, una obra en principio reflexiva sobre nuestra condición moderna de vivir, de seguir existiendo, como especie e individuo y por otra parte, una pieza que en sí misma se desmiente y enseña el otro lado de nuestra moneda, en el que más bien nuestro instinto nos destina, y así perduramos, tan vacíos como abundantes. ¿No somos acaso siempre una contradicción?

Norma Martínez propone un minimalismo agresivo, delimita el escenario en dos metros cuadrados y se centra en la interpretación. De esta manera retrata 60 años en la vida de una pareja contemporánea, sus momentos memorables, sus malas decisiones y sus segundas oportunidades.

Así pues, Renato Rueda y Fiorella Pennano se llevan el mérito de sostener hora y media de vaivén emocional y esfuerzo físico. Se presiente en ellos una relación muy íntima que les permite atravesar el vértigo de cada nueva circunstancia con verosimilitud, y una exactitud para entrelazar las escenas con transiciones muy sencillas que generan elipsis de minutos o hasta muchos años.

Es en este vértigo que se advierte una contradicción interesante. Por un lado, este ímpetu mantiene a los actores inestables, propensos a mutar instintivamente ante cualquier estímulo, y es aquella magia de verlos romperse, madurar o desmentirse el mayor reto y mérito de la dirección. Sin embargo, esta misma dinámica genera el riesgo que haya emociones fugaces que no se terminen de asentar. Es decir, se pierda la posibilidad de recoger la sensación final de cada momento, porque ha desaparecido.

Este obstáculo desaparece conforme avanza la trama, poco a poco los silencios se entremezclan con las escenas y nos conmueve la furiosa lucha de estas personas por existir sin juzgarse. Hacia el final, las transiciones duelen, porque se nos va la vida. Pesa cada texto en el actor y en nosotros, porque nos conocemos como especie y tenemos claro el inminente futuro. La fugacidad de nuestra esencia, el triunfo de la emoción sobre la mente, o su hipócrita convivencia. Norma Martínez nos despide con los pulmones llenos de vida.

Bryan Urrunaga
7 de julio de 2017

Crítica: INFORTUNIO

El infortunio de Iker y Amaia

“Infortunio” es una obra en la que podemos reconocer un ambiente sórdido representado por dos parejas que parecen querer escapar de su contexto, sus profesiones y, en el fondo, de sus propias parejas. La obra se divide en tres actos y es construida por cuatro personajes: Iker y Ainoa, Markel y Amaia. Los personajes parecen tener una amistad de años; sin embargo, hay un secreto: Iker y Amaia mantienen una relación a escondidas. Lo peculiar de esta representación de infidelidad es el contexto donde se originó: Iker y Markel son dos sicarios a sueldo, con una vida constantemente expuesta al peligro, con comodidades económicas, cada uno con una relación de pareja muy visceral; todo parece estar conectado con sus maneras de ser tan fría y sin filtro. Por otro lado, Ainoa y Amaia son personajes muy sensuales que parecen ser el reflejo de la personalidad de sus novios: viscerales, crudas, territoriales e intensas en su manera de vivir sus respectivas relaciones amorosas. En cuanto a Iker y Amaia, la relación secreta, es una que parece ser un intento de escapatoria a todo el contexto donde se ven envueltos. Hasta este punto parece que ningún personaje es lo mismo sin sus parejas: Markel no es lo mismo sin Amaia, Ainoa no es lo mismo sin Iker y viceversa.

La obra nos envuelve en un ambiente donde los personajes están constantemente luchando con ellos mismos. Son personajes frustrados, siempre parecen querer vivir algo muy distinto a lo que son. Los personajes estaban en estado álgido casi todo el tiempo; se entiende que la obra quiera transmitir ese mundo sórdido en el que se encuentran, pero me pareció que fueron demasiados recursos los que se enfocaron en resaltar lo sórdido dentro de la obra, algo agotador de ver. A nivel de dirección, me parece que el director ha interpretado la obra desde ese punto: queriendo dar énfasis en lo visceral, sórdido y crudo de la obra, se ha llevado al extremo elementos como la actuación de los personajes, la musicalización de las escenas, etcétera. Se notó en el montaje la frustración de los personajes, tomando como medida de desahogo las pulsiones primarias como el acto sexual violento o tocamientos hasta cierto punto invasivos a sus parejas. Pareciera que ninguno de los personajes tiene otra manera de demostrar afecto, son crudamente demostrativos, usan su cuerpo para mostrar posesión del otro; finalmente, son sus propios cuerpos lo más seguro que poseen, pues sus profesiones no les garantiza nada a largo plazo. El director le da énfasis a cómo sus mentes van pudriéndose poco a poco a través de las proyecciones que usa, aunque a veces eran confusas, no se llega a saber con qué conectaba dentro de la historia. Finalmente, comprendí que esas escenas representan una extensión de la mente de los personajes, el cómo esta va procesando sus maneras de ver el mundo. Me pareció muy atinado el hecho de que los cuatro personajes estén en escena todo el tiempo viendo lo que todos hacen en todo momento, parecía que en cualquier momento iba a explotar la situación; por otro lado, solucionaba las acotaciones que el dramaturgo sugería en la obra como el uso de ventanas y puertas por donde los personajes espiaban las escenas.

¿Por qué los personajes no llegan a cambiar sus situaciones? Llega un punto en el que empiezas a creer que todo lo que tienes es lo máximo que puedes lograr; de pronto, cuando llega algo nuevo, inimaginable hasta ese momento, no puedes lidiar con que un cambio de tal magnitud implica comenzar desde cero. Una pregunta a partir de la obra con la que me quedo: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a arriesgar por lo que queremos?

Stefany Olivos
7 de julio de 2017

lunes, 3 de julio de 2017

Crítica: EL PADRE

El doloroso exilio de la mente

Una vez más, el Teatro La Plaza ofrece al público una interesante propuesta, con un tema que toca las fibras más sensibles: el Alzheimer, esta enfermedad degenerativa, que por lo general se presenta en adultos mayores atacando su memoria, pensamiento y comportamiento.

Escrita por el novelista y dramaturgo francés Florian Zeller y dirigida por Juan Carlos Fisher, esta obra conduce al público a ponerse literalmente en la piel del personaje principal –El Padre- interpretado magistralmente por el  reconocido actor Osvaldo Cattone, a quien no había tenido oportunidad de ver antes en las tablas y, personalmente tuve la sensación de ser parte de una clase maestra de actuación durante la función. 

Una representación que sugería un drama absoluto (el afiche publicitario y el tema propuesto, así lo hacían previsible); sin embargo, los matices lúdicos en el desarrollo de la puesta fueron algo inesperado conectando al público rápidamente. La trama, evidentemente, gira en torno al Padre, un hombre ya adulto quien presenta drásticos cambios en su conducta (pasando por repentinos olvidos, descolocación de la realidad, alegría, sarcasmo, entre otros) situación con la que su hija –interpretada por Wendy Vásquez- tendrá que lidiar; luchando contra su deseo de realización personal versus el amor hacia su padre y la responsabilidad de hacerse cargo de la nueva condición en que les tocaba vivir a ambos, producto de esta enfermedad. 

Lo resaltante de la puesta es el laberinto en que se ve envuelto este Padre, que va perdiendo poco a poco los recuerdos más esenciales de su vida, enredando el pasado y presente, como por ejemplo: dónde vive, quiénes lo rodean, su propia rutina, entre otras cosas. El tiempo empieza a detenerse o incluso avanza como un rayo veloz, perdiendo al personaje en sus divagaciones y alucinaciones, aproximándolo a una realidad paralela creada por su propia mente; perdiendo también en este camino al espectador, quien debe salir de su zona de confort para vivir y entender la esencia de la historia. Completan el destacado elenco: Rómulo Assereto, Montserrat Brugué, Óscar López Arias y Michela Chale, con personajes clave que se mueven como piezas de ajedrez en escenas repetitivas y con una escenografía relevante que, induce a la audiencia a hacerse parte de lo que está sucediendo.

Conmovedora, definitivamente sí, la habilidad y genialidad de Osvaldo Cattone para generar risas y lágrimas en un solo acto, es brillante. Con una gestualidad cautivadora, movimientos corporales precisos y herramientas que solo un actor de primer nivel posee, va trasformando al Padre en un niño indefenso, que reclama con descomunal desgarro, el amor y la atención que merece. Con lo que las interrogantes del director, según sus propias palabras, salen a la luz y me permito hacerlas mías y de quienes lean estas líneas. ¿En qué momento nos convertimos en padres de nuestros padres? ¿Cómo se prepara uno para ese momento? ¿Seremos capaces de afrontarlo? ¿Vale más la propia felicidad que el bienestar de un padre (o madre)? Dejaré a cada uno la reflexión de las respuestas.

Maria Cristina Mory Cárdenas
3 de julio de 2007