jueves, 30 de julio de 2009

Crítica: GRIEGAS. MALDITAS. GRIEGAS.


Los problemas de la auto-definición  

Todo espectáculo teatral debe primero definirse así mismo para poder salir a escena, antes de ser apreciado por el público. Es una regla de oro que todo grupo, director o creador debe tomar en cuenta. En el caso de “Griegas. Malditas. Griegas.” presentada actualmente en el Teatro Mocha Graña, esta indefinición le cuesta caro al director del proyecto Emilio Montero, quien en el blog oficial de su obra (de impecable presentación, por cierto) escribe sus variados puntos de vista, que lejos de echar luces sobre su creación, la torna difusa e incoherente.

Vayamos por partes: en su primera entrada, el 14 de mayo, Montero presenta su creación como un Taller Montaje, en el que realiza una invitación abierta a todas aquellas actrices que deseen explorar los personajes femeninos de la mitología griega, haciendo énfasis en sus características de víctimas y victimarias por las circunstancias en las que les tocó vivir. Como todo Taller, la muestra final será el resultado del trabajo de exploración por parte de los participantes, que debe ser apreciado y, por qué no, evaluado como lo que es: un Taller. Es decir, que tanto pudo conseguir el profesor (ojo, no director) con sus alumnos durante el proceso, para poder así medir los avances de cada uno. ¿Será entonces ”Griegas…” la muestra final de este Taller? ¿O entender Taller como un Laboratorio?

Por otro lado, la definición que acompaña al título del Blog reza así: “Espectáculo teatral en proceso de experimentación”. Pero, ¿acaso no es cierto que todas las obras teatrales se encuentran en un proceso constante? La evolución y el crecimiento de una puesta en escena siempre estarán presentes a lo largo de las funciones y es casi seguro, que aun habiendo terminado la temporada, su techo aún no habría sido alcanzado. Por último, (y este es el detalle más saltante y preocupante) en la entrada del 15 de junio, Montero afirma que el estreno OFICIAL de su obra será en OCTUBRE. Entonces, ¿cómo definir el presente “Griegas…”? ¿Una temporada de pre-estreno? ¿Ensayos pagados con público? Sea como fuere, el dato del futuro estreno OFICIAL no figura en el programa de mano que se le entrega al público, sólo en el blog. Y en la invitación para la presente temporada se le menciona como un “estreno”. En resumen: “Griegas…” se encuentra en un nebuloso (y peligroso) limbo, que necesita con urgencia que su creador adopte una postura firme, que le da la definición que tanto le urge al montaje.

Al no saber con precisión la naturaleza del espectáculo, se hace difícil ensayar una reseña: “Griegas…” combina monólogos de seis actrices, quienes interpretan a personajes mitológicos, con secuencias de danza que unifican las historias. En términos generales, al espectáculo le falta aún mucho camino por recorrer. Como todo estreno, los nervios hacen mella en la ejecución escénica de las participantes. La que mejor supo hacerle frente fue Jazmín Londoño como Medusa, quien logró emocionar con sus líneas llenas de fuerza y matices. Le sigue Yasmin Loayza, quien asumió con bastante energía su monólogo, aunque dicha energía disminuyó al interactuar con sus compañeras. Paola Ubillus muestra seguridad en su participación, pero la falta de matices la vuelve muy lineal y monótona. El vestuario favorece a algunas, como a la guapísima y muy bien conservada Gabriella Billotti; pero le arruinó el monólogo a la veterana Mariella Trejos, quien tenía que hacer malabares para no tropezarse con su vestido. Sobre la participación de Susan León, quien entró a reemplazar a Paula Marijuán días antes del estreno, hay que destacar su constancia y profesionalismo en estos últimos años. Pero debe decirse que para la Reina Helena, Susan era la menos indicada para interpretarlo, tomando en cuenta su voz y físico, sumados a un vestuario que rozaba la vulgar, especialmente en la coreografía inicial. Sobre las secuencias de danza, éstas lucen muy pobres, poco estéticas y para nada sincronizadas. Las repeticiones constantes de los mismos pasos hacen más evidente esta situación, que debe ser remediada prontamente por el coreógrafo y el director.

En la entrada titulada "A quién complacer", el director Emilio Montero afirma no tener ni la astucia ni el arte para asumir el riesgo de “mostrarse en público”. Y admira a quienes lo hacen. ¿Pero quiénes son los que enfrentan las opiniones de los demás al salir a escena? PUES TODOS AQUELLOS QUE HACEMOS TEATRO. Y Emilio Montero, así diga lo contrario, no es la excepción. ¿Acaso pretende que sus montajes sean intocables e inobjetables, sin estar sujetos a juicios de valor por parte del público y gente de teatro? Apenas suena la tercera llamada, el espectáculo pasa a ser del dominio público, le guste o no. Y obviamente no obtendrá las mismas apreciaciones de personas que hayan visto, inclusive, la misma función. Porque de eso es lo que se trata el ARTE. El arte es polémica. Siempre lo ha sido y lo será.

Y el que Montero se muestre reacio a las críticas (sugiriendo que aquellos a los que no les guste su obra son "sombras inconformes y frustradas, que miran desde la acera de enfrente", según el blog) no le ayudará a mejorar sus continuos intentos de dirigir espectáculos teatrales. No tuvieron suerte ni su propia versión de “Bernarda Alba” (con un incomprensible cambio de género en las hijas de Bernarda) ni la puesta en escena de “Algún día trabajaremos juntas” (sin conseguir que tres veteranas actrices se escucharan en escena). Pero sí acertó con su adaptación de “El enfermo imaginario”, gracias a que él mismo asumió el papel principal: recordemos que Emilio Montero es, ante todo, un extraordinario actor. Y su emblemática actuación en “Tiernísimo animal” aún permanece en nuestra memoria, a pesar de los años transcurridos. ¿Se imaginan si Emilio hubiera utilizado el tiempo invertido en “Griegas…” para ensayar su tan esperado regreso a los escenarios?

Ningún artista puede pretender el complacer a todos. Pero tampoco, a nadie más que él mismo. El público está ahí, como último juez de todo el proceso creativo. Todos trabajamos para él. Siempre es positivo escuchar las opiniones de los demás, nunca temerles. Y debe entenderse la crítica como el único camino para mejorar el producto que tenemos en nuestras manos.

Sergio Velarde
30 de julio de 2009

sábado, 18 de julio de 2009

Crítica: MORIR


Un año caótico para Sergi Belbel  

Terminó hace poco la temporada de “Móvil” en el Teatro El Olivar de San Isidro y ya se anuncia el inminente estreno de “Caricias” en la Alianza Francesa. Ambas piezas le pertenecen al autor y director español Sergi Belbel, al igual que "Morir", estrenada en las AAA en su 71º aniversario y dirigida por la suiza Marianne de Pury. Debemos reconocer lo interesante que es la dramaturgia de Belbel (no por nada se volvió un autor recurrente en este año), tan inspirado para retratar con sarcasmo e ironía las relaciones humanas; como también la agilidad otorgada por la directora a una obra de dilatada duración (14 escenas en 2 actos), a pesar de un evidente desorden en su ejecución escénica.

“Morir” nos describe como la Muerte se hace presente de manera aleatoria en la vida de 14 personajes y como un pequeño aunque significativo giro argumental, la vuelve errante y en reversa, hasta encontrar su víctima final en aquel que inició la racha. De Pury, quien también es responsable de la adaptación del texto, cambia las reglas propuestas por el autor para convertir esta versión de “Morir” en una comedia negra muy entretenida, con un repetitivo lamento muy celebrado por el público, cada vez que un personaje muere, pero que banaliza finalmente a la Muerte, restándole el peso dramático que el autor buscaba. Y este aspecto se nota claramente en las escenas que dan inicio y final a la obra (en la que se discute la importancia que tiene la Muerte en nuestras vidas), pues parecen no encajar con el resto de la puesta en escena.

“Morir” inicia con un guionista de cine, quien le cuenta a su mujer su última idea para una película. El tema es evidentemente la Muerte, que se convierte en su destino final a raíz de un paro cardiaco. Aparentemente. Pues la imagen del guionista hace apariciones constantes durante el resto del montaje, mientras deambulan los demás personajes: un heroinómano y su hermana, una niña y su madre, un paciente y su enfermera, una alcohólica, un motociclista y dos policías, una víctima y su asesino. Esta omnipresencia del guionista hace suponer que el resto de la historia es sólo ficción, convirtiéndola en un divertido juego escénico, pero nada más que eso.

En cuanto a las actuaciones se debe destacar a los jóvenes Mariananda Schempp y Rodrigo Palacios, quienes logran ser muy creíbles cada uno en su doble papel. Especialmente la primera, quien les da la justa réplica a actores tan consumados como Enrique Victoria y María Laura Vélez. Sorprende la poca energía y falta de matices en una actriz de enorme potencial como Gabriela Velásquez. Haysen Percovich y Ximena Arroyo aportan toda la dignidad que pueden en sus roles y en esas escenas claves tan discursivas y narrativas.

La puesta en escena es ágil, entretenida y amena, pero caótica por algunos pequeños detalles que a la larga se vuelven descomunales:

El color rojo, presente en las medias del guionista y en la ropa interior del heroinómano hacía suponer que dicho color sería el característico de las víctimas, sin embargo ¿por qué no se utilizó este simbolismo para el resto?

Si en algunas escenas se utilizaban ciertos elementos como vasos, botellas, jeringas, etc., ¿por qué en otras se trabajaba con elementos imaginarios y de manera tan primaria?

La inversión horizontal, como si fuera el reflejo del espejo, resulta notable en el séptimo cuadro, ¿pero entonces por qué no se hizo lo mismo en la escena del hospital?

Los actores deambulan de manera visible por el foro antes de iniciar su escena, o al terminarla, sin ningún orden u objetivo particular. Entonces, ¿por qué la madre de la niña caminaba de espaldas antes de iniciar la suya?

“Morir”, en medio del desorden que su directora no pudo controlar, se convierte en un entretenido espectáculo, pero sin la contundencia que el tema ameritaba.

Sergio Velarde
18 de julio de 2009

lunes, 6 de julio de 2009

Crítica: COPENHAGUE


Drama intenso sobre mecánica cuántica y física atómica 

“A todos les digo que, antes de entrar a ver esta obra, deben tomarse un buen café. Hay que verla descansado. Es una obra que reivindica el placer que hay en lo intelectual”, nos dijo la directora Marian Gubbins en una entrevista realizada por El Comercio, unos días antes de estrenar el premiado drama “COPENHAGUE” de Michael Frayn en La Plaza Isil. ¿Cómo habrían interpretado los virtuales asistentes a este espectáculo estos necesarios requisitos que exponía la propia directora? Quizá los menos reflexivos habrían optado por “perderse” una obra en la que no comprenderían nada y quedarse a dormir en casa. Lo cierto es que, sin prejuicios de por medio, esta pieza dramática ganadora del Premio Tony en la que tres personajes dialogan sobre la bomba nuclear en un escenario con sólo tres sillas durante 1 hora y 45 minutos, logra finalmente envolvernos en su atmósfera, siempre y cuando se hayan seguido estrictamente las instrucciones de la directora.

“COPENHAGUE” expone la compleja relación entre dos hombres de ciencia, una relación que puede ser ya sea fraternal, entre padre e hijo o entre maestro y pupilo, en medio de la Segunda Guerra Mundial. Y si bien es cierto, la política los divide y el lenguaje científico que emplean les sirve de salvavidas para continuar la charla, el tema central es el encuentro de dos seres humanos llenos de memorias, afectos y rechazos. Además, estos hombres no son dos científicos ordinarios: son el físico danés Niels Bohr (Alfonso Santistevan) y el matemático y físico alemán Werner Heisenberg (Gerardo García Frkovich) , cuyo trabajo fue fundamental para la creación de la bomba nuclear, estando ambos en diferentes bandos durante la guerra. Este encuentro se realizó en Copenhague y la conversación de la que somos testigos es sólo una especulación de lo que en realidad pudo suceder. En medio de ellos, la esposa de Bohr, Margrethe (Bertha Pancorvo) es el necesario nexo entre estos dos hombres muy competitivos entre sí, pero que en el fondo se admiran y quieren.

Muy al estilo de “A puerta cerrada” de Sartre, de entrada caemos en la cuenta que estamos ante una reunión de espectros, que teatralizarán esta conversación en varias oportunidades para encontrar respuestas a las interrogantes planteadas. Es cierto que la dilatada duración de la puesta en escena puede cansar al espectador poco acostumbrado a este estilo de teatro. Pero es en el fondo, buen teatro. Y una dramaturgia de alto nivel. “COPENHAGUE” es un drama intenso, denso y bien interpretado. Especialmente la notable Pancorvo, quien asume con gran solvencia y dignidad el rol que le llevó a Blair Brown ganar el Premio Tony 2000 a la mejor interpretación secundaria femenina. Sin duda, un buen espectáculo en cartelera.

Sergio Velarde
06 de julio de 2009