viernes, 29 de enero de 2016

Entrevista: RICKY TOSSO

“El actor debe ser más orgánico y menos teórico”   

“Mi papá actor, mi mamá actriz: si no hubiera sido actor hubiera sido actriz”, comenta un imperturbable Ricky Tosso, quien sorprendió al ganar el premio otorgado por el público de El Oficio Crítico como el mejor actor de reparto en la categoría Drama. Y es que su personaje en la puesta de Chico encuentra chica, si bien es cierto aporta inicialmente la vena humorística al montaje, es en su última escena, cuando sufre un problema de salud, la que le da un giro dramático. Ricky supo imponer su presencia, con sus 45 años de vida artística, en esta producción de la Asociación Cultural Plan 9. “Sí creo que mi destino estaba trazado. No me quedaba de otra. Además, tuve excelentes maestros, como mi padre (Ricardo Tosso), Pedro Aleandro (padre de la notable actriz argentina Norma Aleandro), Raúl Serrano (de la Escuela Municipal de Arte Dramático en Buenos Aires) y en el humor, Guillermo Guille (productor de televisión). Y por supuesto, cada alumno, cada compañero y cada director”, afirma.

El compromiso con el teatro

Desde el inicio, Ricky tuvo muy claro el compromiso con las artes escénicas. “Cómo me habrán metido la disciplina teatral en la cabeza, que cuando estaban velando a mi padre, yo estaba en función; a ese nivel”, recuerda. Por otro lado, nunca falta el menosprecio de algunos por el género de la comedia, al que Ricky se ha dedicado durante tantos años. “Es que no saben hacer humor”, asegura. “Le tienen miedo a la comedia. La primera máscara que sale entre los griegos es la comedia, luego la de la tragedia. Más adelante, la tragedia gana más renombre en todo el imperio griego y después, la comedia vuelve a destronarla. Siempre ha sido esta guerra. Y claro, hacer reír es una cosa muy seria”, sentencia. Sin embargo, Ricky ha intervenido últimamente en varios montajes dramáticos, demostrando su versatilidad. “Ahora puedo darme el lujo de hacer lo que quiera, pero enfrento los personajes de la misma manera.”

“Si no juegas, si no te diviertes en escena, entonces estás fregado”, así es de claro Ricky para explicar su método actoral. “Para mí, el actor no debe actuar, debe ser orgánico y menos técnico, así llega al espectador mucho más rápido”. ¿Cuáles deben ser las condiciones que debe tener un buen actor teatral? “Debe tener cancha y concha para subir a un escenario, no debe tener miedo”, responde. “Además, debe ser muy disciplinado y amar su profesión ante todo”. Para Ricky, los actores son los mentirosos más grandes del mundo, porque cuentan historias que no son ciertas; pero si las dicen con verdad y el público les cree, entonces reciben el mejor pago que es el aplauso. Por otro lado, acerca de los directores de teatro, Ricky menciona que “deben tener criterio, ser grandes ajedrecistas para mover sus fichas y ganar por jaque mate, además de siempre pedirle al actor que proponga, y no ser un tirano.”

Los montajes y proyectos

Chico encuentra chica, escrita por Rebecca Gilman y adaptada para la escena por David Carrillo, fue una atípica apuesta de Plan 9 incursionando por primera vez en el thriller, en donde la autosuficiente Teresa (personaje que interpretara Gisela Ponce de León) va derrumbándose poco a poco ante el progresivo y despiadado acoso de un pretendiente. “Fue pertinente hacer la obra”, asegura Ricky. “David me preguntó qué papel te gustaría hacer y yo le dije que este (un mordaz fotógrafo de calatas); fue un personaje chiquito, pero fuerte. David me permitió incluir algunos gags (como el del poco “corazón” de Teresa, línea de antología) y fluir con la letra”. Para Ricky, la pieza sorprendió por su logrado desarrollo, pues al inicio es el chico el despreciado por esta mujer amargada. “Luego el público va cambiando y se solidariza con ella. Yo siempre la ataco, hasta que al final se convierte en mi amiga.”

Otro interesante montaje en el que participó Ricky fue Hombre mirando al sudeste de Eliseo Subiela, estrenado en el MALI, como el psiquiatra que atiende a un paciente que asegura ser extraterrestre, y en donde compartió protagonismo con Santiago Magill. “Ya habíamos trabajado juntos en una novela (Isabella) hace mucho años, él es muy disciplinado”, refiere. La cinta original, en la que se basa la pieza teatral, fue estrenada en 1986 y Ricky la vio un año después, cuando vivía en Argentina, específicamente en la ciudad de Chacabuco, a 50 kilómetros de Junín, lugar en donde suceden los hechos relatados por Subiela. “Vi la película como 5 o 6 veces cuando se estrenó en su momento. El anteaño pasado estuve en Buenos Aires y quería ver la obra protagonizada por el actor Lito Cruz como el psiquiatra, pero finalmente no puede verla”, relata. “Es una obra de a dos, muy difícil. En el cine, el extraterrestre es el protagonista; en el teatro, es el psiquiatra. Nadine (Vallejo, directora teatral de Hombre mirando al sudeste) me fue a ver cuando estaba haciendo Chico encuentra chica. Me preguntó si quería hacer una obra con ella; yo le pregunté ¿qué obra?; y ella me dijo “Hombre mirando al…”; ¡sí! le dije inmediatamente. Fue algo del destino, fue una obra muy difícil y muy intensa.”

Actualmente, Ricky se dedica a la enseñanza en su escuela Espacio Alterno. “También estoy ensayando con Patricia Barreto la obra ¡Ay, amor!, que se estrenará en el ICPNA en febrero. Y durante el año estaré en tres obras que se estrenarán en el Teatro de Lucía, en el Olivar y en el Teatro Larco con Plan 9”, nos cuenta. ¿Algún consejo para los jóvenes que quieren dedicarse a la actuación? “Si quieren ser actores o bailarines o algo relacionado con el arte, que no les corten alas. Yo sé que los padres piensan que no es una carrera, pero está en ellos convencerlos. Hablen con sus familias, explíquenles el porqué quieren dedicarse al arte, que les dejen ser lo que quieren ser”, reflexiona. Sin embargo, Ricky reconoce que esta carrera es muy fluctuante. “Normalmente no tienes trabajo… y otras veces, tampoco”, concluye.

Sergio Velarde

22 de enero de 2016

jueves, 28 de enero de 2016

Entrevista: MIGUEL ÁLVAREZ

“Prefiero que el actor te cuente algo mediante el canto, en lugar de estar buscando su lucimiento vocal”   

“Yo me dediqué 11 años de mi vida a ser tripulante de avión o azafato, como quieran llamarlo”, confiesa Miguel Álvarez, ganador del premio del público en la encuesta propuesta por El Oficio Crítico, como el mejor actor de reparto por el musical Forever Young. “En el 2007 tenía 30 años, empecé a sentir que subía de peso y que estaba estático en una rutina; me gustaba mi chamba, pero sentía que tenía una vida muy sedentaria”. A Miguel nunca le gustó el gimnasio, así que prefirió buscar distintos cursos, hasta dar con uno de danza contemporánea, que dictaba en ese entonces Pachi Valle Riestra en Pata de Cabra. Allí conoció a compañeros que le recomendaron talleres de teatro. “Nunca presté mucha atención, pero me dieron la dirección del taller de Bruno Odar, en ese tiempo, en el Teatro Auditorio Miraflores. Miré la clase, me interesó y me entrevisté con Bruno. Yo podía pedir permiso para programar mis vuelos y coordinar mis horarios, así que entré al taller que duró un año y dos meses. Empezamos treintaiuno y solo terminamos seis.”

Las artes escénicas y sus maestros

En esa época, los egresados de Bruno tenían la oportunidad de entrar al taller de Alberto Isola. “Yo todavía volaba y el taller terminó teniendo seis meses. Al final, yo estaba convencido que esto era lo mío. Así que lo pensé tres días y decidí renunciar. Un día, estábamos organizando horarios con Alberto y me preguntó si podía asistir a un ensayo. Le dije que sí podía; pero ¿no vuelas?, preguntó él; no, ya no vuelo, ya renuncié, contesté relajado. Y Alberto me dijo: Pero no por esto, ¿no? A mí, obviamente me mató la ilusión, pero por dignidad le dije que no, que por problemas personales”, recuerda. Es así que Miguel lo dejó todo por la actuación, le pagaron por sus años en el aire y empezó de cero. “Siento que yo puedo tomar cualquier decisión. Soy soltero, pero tengo carga económica, veo por mis papás. Siempre se puede empezar de cero, creo que físicamente era el momento. En el peor de los casos, siempre tengo mi licencia y puedo retomar.”

“Nunca me interesó el teatro en el colegio”, menciona Miguel, a pesar de siempre haber participado en los recitales de poesía por su buena dicción. “Eso sí, siempre me gustó cantar y bailar.” Sus maestros fueron pieza clave para su desarrollo como actor. Con Bruno Odar reafirmó la disciplina, que ya había aprendido en su carrera en la aviación. “Allí uno se vuelve estricto en puntualidad, pulcritud y presencia. Por ejemplo, yo jamás dejo los vestuarios tirados. Veo tanta gente que se va y dejan todo tirado. Yo soy maniático con el orden en pro de la convivencia con el resto de compañeros. Por ejemplo, si compartes camerino, no hay que dejar las cosas tiradas en cualquier lado, como el vestuario, maquillaje y utilería.” Y con Alberto aprendió de su experiencia. “Gracias a Dios con él he trabajo ya cinco veces; Alberto tiene la capacidad de sacar de mí lo que yo no podría haber hecho solo. Si me llama, yo voy a ojos cerrados”, asegura. Justamente, Miguel trabajó con Alberto como director, en Un cuento para el invierno, premio especial de El Oficio Crítico.

¿Qué condiciones debe tener un buen actor de teatro? Para Miguel, son de vital importancia la disciplina, la puntualidad y el respeto a los compañeros. “También debe tener compromiso: si aceptas subirte al barco, remas con todo a pesar de las dificultades, como que se cambie de teatro a última hora, que algún compañero se vaya del montaje o que no se consigan auspicios, etc. Considero que es importante además, la capacidad de reinventarte, pues la rutina hace que te mecanices. Debes tener la inteligencia para no sentirte en automático; siempre buscar algo más, pero sin salirse nunca del personaje”. Por otro lado, un buen director de teatro debe “tener paciencia y también tener claro su montaje”. Miguel ha trabajado con directores que no la tenían muy claro y que como resultado, las puestas en escena han ido mutando con el aporte de todos. “Sí considero que si el director no la tiene claro, el elenco menos; no sabemos entonces qué queremos en el resultado final”, asegura.

Una de las principales herramientas que tiene un actor es la voz, y Miguel lo sabe muy bien. “Siempre hay que cuidarla. Yo he caído en varios musicales; no me muero por estar en ellos, pero se me presentaron en el camino. En un musical es básico, además de manejar y jugar con la voz, el ser afinado”, afirma. Miguel es muy crítico con el trabajo vocal dentro de un montaje, especialmente si es coral. “En ese caso sí exijo afinación en el actor que está interpretando, pues como espectador me desconecta de la historia”. Un buen calentamiento y jugar con la respiración son técnicas que aprendió en el taller de Odar, aunque reconoce que cada actor debe encontrar su propia secuencia. “Considero que más que un actor tenga una voz maravillosa, me gusta que interprete bien. He visto musicales con actores que no tienen la súper voz, pero sí fue creíble. Como espectador y actor, creo que un musical no es un espectáculo de lucimiento de voz. Me quedo con que me cuenten bien la historia”, sentencia.

Musicales y proyectos

Ganadora también por la encuesta de El Oficio Crítico al mejor montaje de comedia o musical, 1968: Historias en soul, escrito y dirigido por Mateo Chiarella, fue otro perfecto vehículo de lucimiento para Miguel. “Siempre es un placer trabajar con Mateo, es el director más paciente con el que he trabajado. Te sientes en confianza para proponer ideas, él las canaliza o te dice que no, pero siempre con respeto”. El espacio circular con el que cuenta el Teatro Ricardo Blume significó un particular reto para los actores. “Uno siempre se siente protegido por la retaguardia para disimular cualquier cosa, pero allá debes estar en alerta. Se debe plantear la escena para que ningún espectador se pierda un detalle. Hace que debas encontrar una lógica visual para que todos te vean”. Miguel reconoce que una de las ventajas es que el teatro no permite contar con grandes escenografías. “Debes entonces jugar con tu cuerpo. Este teatro te exige buscar corporalidad en lógica con la escena y el texto. Fue una experiencia diferente y bonita”, afirma.

Otro montaje que cautivó al público en el 2015 fue Forever Young, hilarante musical en el que todos los actores se representaban a sí mismos como ancianos, con la dirección y actuación de Armando Machuca. “Nunca había trabajado con él, me pareció bacán que me llamara sin conocerme”, recuerda. “Me explicó de qué  se trataba, vimos otros montajes en video y me pareció interesante. No tengo problema en burlarme de mí mismo, me pareció una terapia interesante”. Para Miguel la experiencia de “joderse” entre los actores fue interesante y no se avergüenza de cómo lo ven algunos colegas. “A mí me decían que por fin alcanzo un protagónico y que siempre soy ensamble. No siento que estoy siendo menos en el ensamble, yo acepté trabajar así porque el proyecto me interesó”. No todas las bromas que se hacían los actores quedaron en el montaje final, ya que sí se respetaron algunos aspectos. “Éramos muy distintos, Patricia (Portocarrero) y Armando manejaban muy bien la impro y ellos son más de burlarse. Pero Tati (Alcántara), Diego (Bertie) y yo, no. Fue bonito conocernos en otra faceta. Al final funcionó todo mejor de lo que yo esperaba. La impro para mí fue una cosa nueva, en el teatro que solemos hacer las cosas no son siempre así”, afirma.

Miguel estará sumamente ocupado este 2016 con varios proyectos. “Empiezo con Preludio en un musical que estrenaremos en mayo. Luego estaré en temporada en el Teatro El Olivar con la obra Cuerdas. Y para fin de año estoy esperando que se concreten dos proyectos para decidirme por uno, el que me ayude más.” Miguel no es de los que cuentan sus futuros proyectos. “Disfruto lo que hago, no me estreso y créeme que funciona. Mientras más relajado estés, te van apareciendo cosas en el camino. Aprendo a disfrutar lo que tengo hoy”, concluye.

Sergio Velarde
21 de enero de 2016

Entrevista: MATEO CHIARELLA

“Como director, el teatro circular te pone en aprietos”   

Uno de los musicales más logrados del 2015 fue, sin lugar a dudas, 1968: Historias en soul, escrito y dirigido por Mateo Chiarella Viale, heredero de una familia dedicada por entero a las artes escénicas. “Por razones obvias (por mi familia), yo siempre he estado ligado al teatro”, manifiesta Mateo. “Al inicio no sabía bien qué quería hacer; yo me relacionaba más con la escritura, con la literatura. Y al final, como mi padre tenía y tiene hasta ahora una agencia de publicidad, me dije que la publicidad podía juntar la creatividad con la modernidad y ser una buena opción.” Ya en la Universidad Católica entra a la facultad de Comunicación, específicamente a Publicidad. Pero la carrera no fue lo que Mateo esperaba. “No me gustó nadita, era mucho más técnica que creativa. Entonces, dentro de la facultad, había la especialidad de artes escénicas y llevé un curso de dramaturgia con Alonso Alegría.” Ese fue el inicio de una fructífera carrera teatral.

Inicios y logros en dramaturgia

“Al llevar el curso de Dramaturgia me fascinó. Creo que Alonso es polémico, pero es el que más sabe de dramaturgia: sus clases eran muy apasionadas y nos quedábamos hasta altas horas de la noche escribiendo”, recuerda Mateo, quien recibió buenas críticas por su labor y decidió así cambiar de especialidad al teatro. “Llevé cursos de actuación y hubo circunstancias en las que tuve que dirigir, pero siempre mi pasión era la dramaturgia.” Sobre esta decisión, afirma que no necesariamente tenía su destino trazado. “No hay que ser tan trágico, pero sí creo que hay algo en la sangre y cuando se presenta algo, ESTO sale a flote. Este curso me hizo entender que no era continuismo, sino una pasión personal, que podía dedicarme seriamente a esto.” Mateo también cuenta con estudios fuera del país. “Hice estudios en Barcelona: cursos de creación de diálogos y creación de guion. Luego fui invitado por el British Council para seguir un stage de dirección por dos semanas en Buenos Aires con Declan Donnellan, un teórico inglés muy bueno”, afirma.

Desde muy pequeño, Mateo estuvo involucrado con el teatro. “Actué en el grupo Telba con mi papá y por otro lado, con Jorge Sarmiento, quien era el director de teatro en mi colegio”, menciona. “La primera obra que dirigí dentro de la especialidad fue La luz de la lluvia de Juan Carlos Méndez, que después cambió de nombre por Tiernísimo animal, con Wendy Vásquez y Alejandro Córdova. Y como actor, trabajé con David Carrillo en Dios de Woody Allen y colaboré con otros chicos de la PUCP en Galileo Galilei con Lucho Peirano.” Además de Alegría y sus padres, que tiene siempre a su lado para despejar cualquier duda, Mateo reconoce a Alberto Isola como su principal maestro. “He trabajado y he seguido cursos de actuación con Alberto, él ha dirigido obras mías también. Lo considero como mi segundo padre teatral, a pesar de haber tenido grandes profesores en la facultad, como Miguel Rubio, Teresa Ralli, Alicia Sacco, Berta Pancorvo, entre otros.”

¿Escribir, actuar o dirigir? Mateo contesta de manera categórica: “Lo que más me gusta es escribir, aunque es difícil y agotador.” Él recibió en 2008 el Premio Iberescena a la dramaturgia que le permitió escribir su ópera prima Il Duce, basada en la vida del dictador italiano Benito Mussolini y que él mismo dirigiera en el Teatro Británico. Y el 2015 fue un año muy fructífero para él, con tres estrenos en su haber: la ya mencionada 1968: Historias en soul, galardonada por el público de El Oficio Crítico como el mejor montaje de comedia o musical del año; La última estrella; y Búnker, reconocida por los Premios Luces de El Comercio como la Mejor dramaturgia nacional. Consultado sobre su técnica de escribir, Mateo nos revela que a veces la historia llega hasta él y otras, se debe esforzar por crear una historia. “Mi papá quería dirigir un texto mío y existía el acuerdo con Augusto Mazzarelli (primer actor uruguayo de La controversia de Valladolid) para trabajar un montaje a fin de año. Así que escribí Búnker para que dirija una obra mía, por fin. Fue bastante rápido e intenso; sin embargo, me ha traído muchas satisfacciones.”

Los musicales

Su colaboración con la actriz y productora Denisse Dibós de la Asociación Cultural Preludio no representó el inicio propiamente dicho de Mateo dentro de los musicales. “Pero sí fue mi primer acercamiento al musical de Broadway, en el que se centra Preludio. Yo he visto musicales con Osvaldo Cattone, otros con textos de Brecht, y también en teatro para niños; siempre he entendido cómo entran las canciones o la música a la obra teatral”, afirma. Es sabido por todos que el musical de Broadway tiene ya una formula y que el deber del director es tratar de hacer que dicha fórmula tenga algún tipo de contenido. “Ellos se manejan como franquicia”, comenta. “Si tú quieres el montaje completo te cuesta una cierta cantidad de dinero; pero si no quieres el montaje, sino solo el texto, entonces te cuesta mucho menos.” Es por eso que Mateo siempre le decía a Dibós que comprara solo el texto, pues siempre ha sido su deseo realizar sus montajes a su manera. “Pero corro el riesgo de parecerme mucho al montaje original, porque está en el texto. Pero es como buscarle los tres pies al gato. Por ejemplo, si uno de los personajes es sexy y quieres ponerle un vestido rojo, si en el montaje original es de ese color, te llaman la atención.”

Uno de los primeros musicales que tuvo a su cargo Mateo fue Jesucristo Superstar (2006), que se estrenó en el Teatro Segura y protagonzado por Marcos Zunino. Y el estigma que persigue al personaje de Judas, al que siempre le debe pasar algo, se llegó a cumplir en este caso con el actor Giovanni Ciccia. “Siempre sucede cuando Judas se lanza para ahorcarse. Es un momento espectacular. Los directores siempre piensan en cómo hacerlo, pues hay miles de formas. Yo probé con la luz cerrada en el andamio, mientras Giovanni se enganchaba un arnés y luego saltaba.” Lo que sucedió lamentablemente en una función, fue que el actor dudó si estaba bien o mal puesto el arnés al momento de ponérselo y cayó al suelo. “Se le fracturó el pie”, recuerda Mateo. “Yo estaba atrás dando indicaciones, escucho los gritos y veo a Giovanni arrastrándose hacia el telón. Luego seguía una escena con video en la que Judas aparecía cantando. Solo se dejó el video, pero Giovanni siguió cantando mientras le acomodaban el pie.” La temporada peligraba, así que Mateo decidió asumir este personaje. “Es difícil cancelar en el Segura una función con entradas vendidas. Estuve estudiando todo el día y estaba petrificado el día de la función. Pero salí airoso, porque el canto es medio “rockeado” con gritos y aullidos; yo tengo un grupo de rock, así que todo salió muy bien. Todos me ayudaron mucho y acabé la temporada con Giovanni viéndome desde el público.”

Y en el 2009 llegó la consagración de Mateo como director de musicales con Cabaret, con libreto de Joe Masteroff, música de John Kander y letras de Fred Ebb. “Trabajar con actores talentosos como Marcos Zunino y Gisela Ponce de León fue una bonita experiencia”, comenta. “La obra es muy buena, es uno de los mejores musicales escritos. Hay musicales con cierta superficialidad en su guion, no pasan de ser un pasatiempo, pero Cabaret tiene un contenido. Es una obra muy querida y fue un éxito.” Felizmente para Mateo, solo se compró el texto; es por ello que el montaje en cuestión tuvo su sello personal.

Las artes escénicas y futuros proyectos

¿Cuáles son las cualidades que debe tener un buen actor de teatro? Mateo responde que primero debe ser “la humildad, pues cualquiera que entre al teatro está en un trabajo colectivo, donde no pueden primar los egos.” En segundo lugar, destaca la disciplina, la constancia y el rigor; y finalmente, la proactividad y creatividad, es decir, la capacidad de propuesta. “Existen actores con diferentes cualidades, puedo elegir para un montaje a uno más plástico y a otro no tan plástico, pero que sí maneje bien el texto.” Mateo reflexiona sobre aquellos actores que han dejado que les gane el ego. “Cada vez me gusta menos trabajar con gente que se siente estrella consagrada, por más que sean buenos”, comenta. “Hay entre los mediáticos gente muy linda, pero hay otros que me piden revisar la obra o el pago de una forma poco adecuada. Acaso como si el aceptar fuese entendido como un favor. Yo no tengo nada contra ellos, pero en el teatro independiente sí es molesto y si encima uno se encuentra con alguien que te ponga peros, prefiero que no esté en el montaje.”

Por otro lado, en cuanto a las características que debe tener un buen director de teatro, Mateo afirma que en primer lugar está “la paciencia, porque este es un oficio de mucha tensión y estrés, en el tienes que manejar tu estado emocional.” Luego, la creatividad y la capacidad de desarrollarla; y en tercer lugar, manejar aspectos psicológicos, porque es importante conocer las particularidades de los actores, sus momentos, las circunstancias. “Además, estoy convencido que todos los directores deberían pasar por la experiencia de actuar, si bien no en un montaje profesional, por lo menos en un taller. Un director debe conocer lo que le pasa a un actor”, asegura. Y es que Mateo, luego de estas experiencias como director, ha seguido talleres de actuación, incluyendo una temporada de teatro infantil. “Porque reencontrarme con lo que pasa el actor me es útil, para luego decirle yo a mi actor: Yo sé lo que te pido, porque sé por lo que estás pasando.”

Sobre la pertinencia de un musical como 1968: Historias en soul, Mateo refiere que es una obra sobre los ideales, en una época en la que se creyó que en ese año el mundo podía cambiar, pues los jóvenes lo estaban haciendo. “Conversando con Teresa Fuller (hija de Chabuca Granda), me decía que me diga quien no pensó que Velasco significaba un cambio para el país, una  renovación. Que después haya fracasado es una cosa, pero en ese momento significó el cambio para muchísima gente. Me pregunto dónde quedan los ideales cuando el mundo se vuelve cada vez más agresivo y trato de mantener la esperanza, pues a veces se derrumba”, reflexiona. “A veces pasan cosas tan agresivas en el mundo que te dices cómo mantengo la esperanza.” Estos aspectos se plasmaron en la puesta en escena, en los elementos racistas, en el suicidio de los compañeros, en la opresión del gobierno y en la dificultad para tener relaciones sentimentales de largo plazo sentimentales. “Hay pertinencia en eso, específicamente en el Perú, en donde constantemente estamos esperando a que un ideal de proyecto nación se cumpla. Pero lamentablemente estamos absolutamente desesperanzados o pensamos todos diferente sobre cómo debería ser. La prueba es la cantidad de candidatos, son tantos y cada uno representa un pequeño sector, estamos fragmentados.”

Actualmente, el Teatro Ricardo Blume, ubicado en Aranwa Teatro en Jesús María, es uno de los más acogedores que funcionan en la capital. “Con el teatro circular, el público viene a ver una experiencia diferente y como director, me pone en muchos aprietos. Estás manejando varios frentes, tienes a un actor que no se puede quedar mucho tiempo en un lugar.” Sin embargo, esta experiencia trae consigo la intimidad y el vínculo directo del publico con la escena. “Puedes ver al público del otro lado. Todo funciona como espiral, te lleva hacia el centro, todos somos parte de una misma cosa, es como estar en una experiencia mucho más vívida, hasta las luces bañan al espectador”, asegura.

Este 2016 tendrá muy ocupado a Mateo con tres interesantes proyectos. “Haré una adaptación del clásico Moby Dick de Herman Melville, que dirigirá mi papá (Jorge Chiarella) con egresados de Aranwa y otros actores del medio”, adelanta. Y es que la puesta en escena requiere que los mismos intérpretes recreen los barcos, los remos y los arpones con elementos, gestos y mímicas. “Colaboraré nuevamente con Preludio en otro musical y además, estrenaremos Skylight, traducido como Cielo abierto por Gonzalo Rodríguez Risco, una obra ganadora del Tony. Haremos una coproducción entre Aranwa y el productor peruano Carlos Arana, que ganó el Tony en Broadway. Actuarán Alberto Isola y Wendy Vásquez”, finaliza.

Sergio Velarde
24 de enero de 2016

sábado, 16 de enero de 2016

Crítica: HOY PROMETO NO MENTIR

El mundo interior de un dramaturgo   

Estrenada en 2012 en el quinto piso de un hotel, con la dirección del siempre transgresor Carlos Tolentino, la pieza Hoy prometo no mentir de Gonzalo Rodríguez Risco nos ofreció las historias de un hombre (Jason Day) y una mujer (Fiorella Pennano) que deciden contar sus propias verdades en escena, despojándose de toda máscara que les impida cumplir su objetivo. Se trata de una interesante pieza introspectiva que explora los sentimientos más profundos de dos personajes comunes y corrientes, pero que tienen mucho que decir; y además, se inscribe perfectamente en el estilo del autor, tan acertado cuando retrata los conflictos internos de sus complicados personajes.

La puesta en escena fue repuesta oportunamente en el Teatro Mocha Graña, buscando la complicidad e intimidad con el público. Aparecen los protagonistas: ella, una dramaturga que al hablar de su nueva obra, revela los tristes momentos que debió vivir cuidando a su padre enfermo por mucho tiempo; y él, un triunfador con un pasado de obesidad, desea cambiar la vida de sus oyentes, pero repara que su éxito no es completo del todo. Luego, sucede el encuentro de estos dos personajes, en el que la consigna es hacer valer la promesa de no mentir, al menos, por un día.

Con la premisa de darle todo el realismo posible a la puesta en escena, el director Manuel Trujillo, quien tiene en su haber interesantes montajes como Los disfraces (2013) o Eclipsadas (2014) y sus actores Anabelí Bolaños y Yamil Sacin Rey de Castro hacen su mejor esfuerzo, consiguiendo el objetivo deseado en varios momentos. De acuerdo al comentario que publicara Diego La Hoz (muy amigo del autor) sobre la pieza, el verla fue “como si nuestros secretos se abrieran suavemente en el rumor de una bonita nostalgia. Me encanta sentir que Gonzalo no miente nunca. Me fascina que sus temas recurrentes sigan vivificados en su propia ficción. Un maduro autorretrato.” En conclusión, Hoy prometo no mentir de Gonzalo Rodríguez Risco es una curiosa pieza introspectiva que ofrece una propia mirada al mundo interior de uno de nuestros destacados dramaturgos, que tiene mucho que decir.

Sergio Velarde
16 de enero de 2016

viernes, 15 de enero de 2016

Crítica: ME TOCA SER EL NENE ESTA NOCHE

La amistad en realidades paralelas   

Acudir a ver una nueva obra escrita y dirigida por Cristian Lévano representa siempre una completa interrogante, pues no se sabe qué se va a encontrar. Y es que de un título tan llamativo como Me toca ser el nene esta noche se puede esperar literalmente cualquier cosa. Pero Lévano no defrauda, especialmente cuando se trata de jugar y volar con su propio texto, una suerte que no corrió del todo su respetuoso homenaje a Sergio Arrau con La multa (2014). Estrenada en el Club de Teatro de Lima, su nueva puesta en escena marca cuidadosa distancia de sus anteriores montajes, pero a la vez, aprovecha muchos aciertos de estos para enriquecer su nuevo espectáculo.

Inicia la obra con una simpática rutina a cargo de dos atípicos personajes llamados Furi y Bundo (como lo hacían Alguien y Otro en ¿Qué hiciste Diego Díaz?), que se encuentran viviendo en un misterioso lugar del cual no pueden salir. Las fugaces apariciones de una muchacha vestida de negro llamada Rosita, que parece existir en otro plano de la realidad, y la posterior llegada de otra mujer llamada Esther a este sitio, revelarán la amenaza de un hombre que nunca vemos y que solo se menciona (como sucedió en Francisco). Si bien con un tratamiento surrealista como ya nos tiene acostumbrado Lévano, la pieza aborda atinadamente temas muy reales y contemporáneos como la discriminación y la violencia ejercida contra las minorías, así como también rescata a su manera, el verdadero valor de la amistad.

Lévano cuenta con sólidos actores que ya lo acompañaron anteriormente en anteriores montajes, como Carmela Tamayo (en Un trébol mágico), Marina Gutiérrez (en Dana) y Rod Díaz (en ¿Qué hiciste Diego Díaz?). Por su parte, Sergio Ota (de En el jardín de Mónica) hace su debut en la Asociación Cultural Winaray, interpretando al tierno e hilarante Bundo. Me toca ser el nene esta noche (en referencia a uno de los tantos juegos que tienen Furi y Bundo para matar el tiempo) es una pieza que se instala cómodamente entre los mejores estrenos del colectivo, y que puede confundir a aquel público que busca un montaje convencional, pero que triunfa al demostrar la sorprendente e inagotable creatividad de su joven autor.

Sergio Velarde
14 de enero de 2016

Evento: VIDEO PREMIACIÓN "EL OFICIO CRÍTICO" 2015

Muchas gracias a MÁS DE LA CUENTA por la simpática nota.


martes, 12 de enero de 2016

Crítica: EN EL JARDÍN DE MÓNICA


Sara Joffré, presente   

A un año de la partida de Sara Joffré, la Asociación de Artistas Aficionados tomó la acertada decisión de recoger el primer texto de la autora y crítica chalaca para convertirlo en su montaje institucional para el 2015. En el jardín de Mónica (1961) es acaso la obra más conocida de Sara (la niña en mención juega en un jardín imaginario y entra en contacto con otros dos niños), pues no en vano se ha venido presentando intermitentemente a lo largo de los años, en versiones de Ernesto Cabrejos (2003), de Gustavo Cabrera (2009) y de Mirella Quispe (2011). Incluso el año pasado tuvo una breve temporada en los descentralizados del Británico, llevando por título simplemente El jardín de Mónica, dirigida por Claudia Rúa. En el presente montaje en la AAA, sorprende el tratamiento utilizado por parte del director Omar del Águila, regalándonos una propuesta diferente en la que su mayor virtud sea acaso la de haber materializado (si cabe la palabra) la presencia de Sara Joffré sobre el escenario.

Buscando escapar del lugar común que otros directores podrían optar, Del Águila rescata las acotaciones de Sara y las introduce en el montaje, especialmente la extensa primera. Es así que siguiendo los mismos preceptos que Sara aplicó en su dramaturgia infantil, una narradora nos presenta a Mónica cuando esta última aparece en escena. Este logrado momento no solo nos acerca al personaje principal, sino que es en el que la misma autora parece “presentarnos” su propia obra. El resto del montaje es muy rico en imágenes y símbolos, aunque con ciertos desbordes, especialmente en el recargado vestuario. También sorprende el hecho que la obra cuente ahora con cuatro actores, pero la propuesta es completamente válida, pues estos se turnan los papeles de narradores y niños.  

El papel principal recae en una actriz tan versátil como Ximena Arroyo, quien aprovecha las líneas de Sara (tan sencillas en el papel, pero con tanto contenido en escena) para captar la atención del espectador y arrancarle sonrisas durante la puesta. Mónica mantiene esa dualidad, ora riéndose ora llorando, mostrando aquellas básicas emociones que tienen los niños abandonados a su suerte, especialmente la resignación ante la violencia con la que seguramente son tratados. Le dan a Arroyo la justa réplica Ana Santa Cruz, Jamil Luzuriaga y Sergio Ota. La imagen final que nos ofrece el presente montaje de En el jardín de Mónica, no hace otra cosa que constatar la magia que produce ver un texto en escena de una verdadera mujer de otra como lo es Sara Joffré.

Sergio Velarde
12 de enero de 2016 

domingo, 10 de enero de 2016

Crítica: SALIR

La dramaturgia como protagonista   

Cruzar la calle de Daniel Amaru Silva fue uno de los montajes más elaborados y logrados del año pasado. Su premiado y joven autor retrató con acierto y solvencia una historia repleta de personajes frustrados por no atreverse a “cruzar” aquellas calles simbólicas que nos impiden llegar a la felicidad, partiendo de una singular anécdota sobre un perro atropellado. En Salir (otra pertinente simbología en el título) Amaru Silva escarba con brillo en las relaciones familiares y amicales de un escritor llamado Alonso, aquejado por un problema crónico en las costillas y un gusto particular por dejar un final abierto en sus novelas, mientras permanece en un hospital. Co-producida por Soma Teatro y Sala de Parto, esta nueva obra del autor, dirigida junto a Rodrigo Chávez (el mismo de Metamorfosis), se convirtió en otro montaje de antología, especialmente por su curioso planteamiento escénico, en la Alianza Francesa de Miraflores.

Y es que esta puesta en escena prescinde de todo artilugio sobre el escenario: no hay grandes bastidores ni escenografías, como tampoco una propuesta atípica de maquillaje y vestuario. Los cinco actores están sentados (casi) todo el tiempo en sillas y bancos recitando los textos. Inclusive hay atriles en el escenario con libretos de la obra, que los mismos actores hojean a lo largo del montaje. Esto sonaría disparatado, pero en escena no lo es. Salvo un distractor menor, como lo fue una voz en off que titulaba las secuencias, Amaru Silva y Chávez (que dirigieron juntos la apreciable Presunto culpable) le dan un total protagonismo a la soberbia dramaturgia, servida para el lucimiento de cinco competentes actores muy comprometidos con sus personajes.  

Alonso es interpretado por el notable y experimentado Carlos Mesta, llenando de matices a su personaje en las diferentes etapas de su vida. Los jóvenes Alexa Centurión y Oscar Meza tienen cada uno a su cargo un doble papel: ella, la madre y la doctora de Alonso; y él, el padre y un enfermero. Centurión se reservó una inquietante escena, como lo fue la dura conversación entre Alonso y su madre. Por su parte, Ebelin Ortiz y Nicolás Fantinato, como los amigos de Alonso, le otorgan humanidad a sus entrañables y simpáticos personajes, creando con Alonso un inusual triángulo amoroso. Salir, así como lo hizo Cruzar la calle, maneja sus elementos con destreza y se convierte en un montaje de visión obligatoria de necesaria reposición.

Sergio Velarde
10 de enero de 2016

lunes, 4 de enero de 2016

Crítica: BAJO LA BATALLA DE MIRAFLORES

Drama familiar en tiempos de guerra   

Consiguiendo el segundo premio en el IV Concurso de Dramaturgia Peruana 2012 “Ponemos Tu obra en escena” con el título de Hombres limpios, la obra Bajo la Batalla de Miraflores, escrita y dirigida por Paola Vicente, llegó de manera oportuna aunque tardía al Centro Cultural Ricardo Palma en octubre del año pasado. Se trata de una pieza que, como su nombre ya hace anticipar, aborda un acontecimiento específico  de nuestra vida como nación. Es por ello que las comparaciones con Bolognesi en Arica (2013), escrita y dirigida por Alonso Alegría, no resultan impertinentes. No solo por haber sido él maestro de dramaturgia de Vicente (además de dedicarle unas sentidas líneas en el impecable programa de mano), sino porque ambas son registros históricos, cada una a su manera, de hechos reales sucedidos en el contexto de la Guerra del Pacífico, en específico.

Pero así como existen similitudes, también las diferencias saltan a la vista. La extenuante Bolognesi en Arica fue llevada a escena como una clase maestra, en la que desde el inicio sabíamos que un grupo de actores se disponía a representar los principales acontecimientos de aquella batalla, intercalada con intervenciones de la profesora y una alumna. Bajo la Batalla de Miraflores se inclina más bien, por un estilo realista: el escenario es el sótano de una de las viviendas del distrito en mención en pleno conflicto bélico. En aquel recóndito lugar se encuentra la familia Garay: la valiente Julia (una notable Angie Ruiz), su madre doña Clara (Lilian Nieto) y la niña del servicio Esperanza (Valquiria Huerta). La llegada de un misterioso joven (Dante del Águila) y la posterior aparición del conflictuado hermano de Julia (un preciso Sergio Cano) desencadenarán un drama familiar que incluso comprometería el destino mismo de la guerra. Es así que Julia deberá tomar una difícil decisión: ¿su patria o su familia?

El drama está bien articulado en escena, gracias al talento de la directora y del elenco en pleno; sin embargo, algunas inquietudes saltan a la vista: ¿Es el manejo de armas completamente creíble en todos los personajes? ¿Puede un chileno fingir el no-acento peruano con tanta perfección? ¿Pueden los costales en aquel sótano en plena guerra lucir tan blancos? Una vez reflexionado sobre el hecho de no estar viendo teatro documental, sino una estilización de la realidad, todo se disculpa. Pero acaso el mayor logro de Vicente sea el de haber contado una historia sobre actos heroicos sin caer jamás en la gratuita manipulación basada en un nacionalismo mal entendido, que tanto daño le hizo a Bolognesi en Arica. Aquí no fue necesario apelar al Himno Nacional para recibir los sinceros aplausos que la puesta recibió. Bajo la Batalla de Miraflores es una historia que se sostiene por sí sola, y si bien el contexto limeño puede ser incluso meramente arbitrario, sí le suma puntos a uno de los montajes más interesantes del año que pasó.

Sergio Velarde
4 de enero de 2016

domingo, 3 de enero de 2016

Crítica: LOS 15 MIL

El lugar que el Teatro se merece   

Si bien no fue una idea original (algunos historiadores rastrean su origen en el Teatro por horas aparecido en Madrid a finales del siglo XIX), la fiebre del Microteatro se ha convertido en una (preocupante) moda que involucra por cierto, una serie de factores tanto positivos como negativos, que están cambiando (o ya lo han hecho) nuestro panorama de las artes escénicas. En primer lugar, sorprende la cantidad de talentos nacionales involucrados en el proyecto, entre directores, actores y dramaturgos, que se convierten en garantía segura de calidad para su producto. Sin embargo, aparte del hecho real que su minuto teatral vale casi un sol, resulta inverosímil pensar que en 15 minutos se logren situaciones y personajes profundos y complejos, como los que nos podría ofrecer, por ejemplo, una obra “tradicional” en 50 minutos o más.

Y es que entrar en la sala de espera del acogedor local de Microteatro en Barranco, no es entrar a una sala de espera de un teatro “normal”. En esta última, las personas esperan ansiosas La Función, es decir, se siente la mística en el ambiente por la inexorable tercera llamada, que anuncie el inicio de una historia recreada por un director y un grupo de actores tras arduos meses de ensayo. En la sala de espera del Microteatro eso no se percibe. La gente que se encuentra en ella (la que puede pagar un sol por minuto teatral) se divierte conversando, riendo y bebiendo los diversos tragos que ofrecen en la barra, mientras esperan por la siguiente micro-obra, o tal vez no. Productos tan cuidados y hermosos como Los 15 mil, escrito y dirigido por Mavi Vásquez, que aborda nuestra oscura guerra interna que nos dejó miles de personas desparecidas, e interpretado por actores tan sólidos como Sylvia Majo y Juan Carlos Morón, no pasan de ser un entretenimiento más dentro de esta maquinaria al servicio del consumidor, que se encuentra sentado cómodamente en aquella sala de espera, esperando por su próximo trago o por la micro-obra siguiente.

Pero más allá del curioso hecho que el Microteatro en España se haya iniciado en un prostíbulo y con el lema "Microteatro por DINERO", y que se nos aproxime una avalancha de nuevos "dramaturgos" debido a las varias convocatorias para escribir textos de 15 minutos sobre temáticas del momento, solo nos queda reflexionar sobre lo que afirman los mismos organizadores del Microteatro en Barranco,  Rafo Iparraguirre y Jordi Vilalta, en una entrevista concedida a El Comercio en julio del año pasado. Frases como: “Es una manera de atraer a la gente que no está familiarizada con el teatro y que se sienta más interesada en ingresar” o “Es importante que el microteatro rompa con la imagen solemne que ha arrastrado este arte sagrado que es el teatro” o mi favorita “Si la obra es mala, (el espectador) no ha perdido más de 15 minutos”, nos hace esperar que proyectos tan profesionales, interesantes y 100% artísticos como Los 15 mil de Mavi Vásquez, encuentren en el futuro, el verdadero lugar que se merecen.

Sergio Velarde
3 de enero de 2016

sábado, 2 de enero de 2016

Crítica: AQUELLO

La infructuosa búsqueda del amor   

Uno de los últimos textos que nos faltaba ver en escena, de los seleccionados en la primera edición de Sala de Parto en 2013, era Aquello, escrito por la dramaturga, actriz y directora Vanessa Vizcarra. A su favor, la pieza tiene un inicio tan sugestivo como genial: una joven embarazada llamada Vania le cuenta a su madre Ivonne que el hijo que va a parir es nada menos que el mismísimo Dios; sin embargo, el desarrollo posterior de la historia perdería de vista esta genial primera secuencia, para dedicarse a explorar los sentimientos y frustraciones de los demás personajes y terminar en un final que algunos podrían tildar hasta de manipulador. Lo que sí demostró el estreno de Aquello en el Auditorio del Centro Cultural El Olivar de San Isidro fue apreciar la feliz evolución de Ernesto Barraza Eléspuru como su director, luego de las irregulares Bésame mucho (cuyo texto de su propia autoría también fue seleccionado por Sala de Parto) y especialmente, Rockstars.

Aquello, como ya mencionamos anteriormente, abandona rápidamente su intrigante inicio para dedicarse a seguir a sus personajes en su infructuosa búsqueda del amor en varios niveles: asistimos así a la tirante relación de la productora Ivonne (una Urpi Gibbons en gran forma) que mantiene con su frágil hija Vania (una excelente Mariajose Vega, a quien vimos en La edad de la ciruela) y con su madre (Haydee Cáceres ); como también a la vida cotidiana de los colaboradores de Ivonne en su productora (Alexandra Graña y Diego Lombardi) y al novio de Vania (Stefano Salvini). Al final, todas las explicaciones que recibimos (basadas principalmente en la extraña conducta de las embarazadas) reducen el misterio inicial a poco menos que un gancho para seguir las vidas de estos personajes, que sí incluyen algunos momentos muy interesantes en la relación abuela-madre-hija, mérito de la dirección de actores.

Con una escenografía sencilla y funcional, que los mismos intérpretes cambian de escena en escena, la puesta en escena transcurre con fluidez, hasta un final “sorpresa” que no revelaremos pero que desmerece en gran medida los aciertos anteriores. Producida por Break Producciones y Sala de Parto, el presente montaje le permite a Barraza orquestar una puesta en escena con creativos detalles como la inclusión videos multimedia con textos recitados por conocidos actores del medio (manteniendo el suspenso sobre un elemento sobrenatural que nunca aparece), así como el de sacar provecho del talento de sus intérpretes, especialmente de Gibbons y Vega. Aquello vale por un inicio de antología a nivel de dramaturgia por parte de Vizcarra y por crearnos expectativa (ahora sí) sobre los futuros proyecto de Barraza como director.

Sergio Velarde
3 de enero de 2016

Crítica: VICTOR O LOS NIÑOS AL PODER


Feroz crítica a la burguesía   

20 años antes de Ionesco, el escritor francés Roger Vitrac alcanzó los brillos escénicos con su obra Victor o Los niños al poder (1928), preparando el camino para la llegada oficial del Teatro del Absurdo. Con una fuerte afiliación al surrealismo y declarado admirador de Alfred Jarry (autor de Ubu Rey), Vitrac pasó a la posteridad con esta historia sobre el niño de 9 años que le da el nombre a su texto, criado en medio de lujos e hipocresía, y dedicado a desenmascarar a sus padres, criados e invitados en su fiesta de cumpleaños. Una de las últimas puestas al día de la pieza fue en 2013, dentro de las Temporadas Teatrales de la ENSAD, dirigida por Carlos Acosta y protagonizada por un descollante Sammy Zamalloa. Y antes que acabara el 2015 nuevamente llegó al escenario, esta vez el de la Alianza Francesa, con la dirección del comediante Gonzalo Torres y a cargo de Moliarte Producciones.

Las relaciones familiares y la ridícula vida de la burguesía son retratadas con trazo grueso, con una puesta en escena que privilegia la exacerbación en todos los aspectos, desde los recargados maquillajes y vestuarios hasta la escenografía que va descomponiéndose literalmente conforme avanza el montaje. Los secretos que esconden las familias burguesas (desde los amoríos de la mucama con el señor de la casa hasta la doble moral de los padres de la niña Esther) salen a la luz de manera hilarante por obra y gracia de Victor, decidido a destruir el status quo de su rutinario modo de vida.  

A destacar la excelente performance de un “enorme” Roberto Ruiz en el papel protagónico. El actor ya había dado muestras de su talento en Metamorfosis y Un fraude epistolar, y en el presente montaje alcanzó momentos brillantes, bien secundado por una especialmente inspirada Stephanie Orúe en el rol de Esther. El resto del elenco no desentona, especialmente Joaquín de Orbegoso, Carolina Barrantes y Fiorella Pennano, acompañados por Jean Paul Neyra, quien se encarga de los sonidos y ruidos en escena en vivo. Con Victor o Los niños al poder, Torres logra un sólido y divertido montaje, muy en la línea del absurdo que ya anticipaba Vitrac, y que funciona como una feroz crítica a la vida burguesa.

Sergio Velarde
2 de enero de 2016