“Prefiero que el actor te cuente algo mediante el canto, en
lugar de estar buscando su lucimiento vocal”
“Yo me dediqué 11 años de mi vida a ser tripulante de avión
o azafato, como quieran llamarlo”, confiesa Miguel Álvarez, ganador del premio
del público en la encuesta propuesta por El Oficio Crítico, como el mejor actor
de reparto por el musical Forever Young. “En el 2007 tenía 30 años, empecé a
sentir que subía de peso y que estaba estático en una rutina; me gustaba mi
chamba, pero sentía que tenía una vida muy sedentaria”. A Miguel nunca le gustó
el gimnasio, así que prefirió buscar distintos cursos, hasta dar con uno de danza
contemporánea, que dictaba en ese entonces Pachi Valle Riestra en Pata de
Cabra. Allí conoció a compañeros que le recomendaron talleres de teatro. “Nunca
presté mucha atención, pero me dieron la dirección del taller de Bruno Odar, en
ese tiempo, en el Teatro Auditorio Miraflores. Miré la clase, me interesó y me
entrevisté con Bruno. Yo podía pedir permiso para programar mis vuelos y
coordinar mis horarios, así que entré al taller que duró un año y dos meses.
Empezamos treintaiuno y solo terminamos seis.”
Las artes escénicas y sus maestros
En esa época, los egresados de Bruno tenían la oportunidad
de entrar al taller de Alberto Isola. “Yo todavía volaba y el taller terminó
teniendo seis meses. Al final, yo estaba convencido que esto era lo mío. Así
que lo pensé tres días y decidí renunciar. Un día, estábamos organizando
horarios con Alberto y me preguntó si podía asistir a un ensayo. Le dije que sí
podía; pero ¿no vuelas?, preguntó él; no, ya no vuelo, ya renuncié, contesté
relajado. Y Alberto me dijo: Pero no por esto, ¿no? A mí, obviamente me mató la
ilusión, pero por dignidad le dije que no, que por problemas personales”,
recuerda. Es así que Miguel lo dejó todo por la actuación, le pagaron por sus
años en el aire y empezó de cero. “Siento que yo puedo tomar cualquier decisión.
Soy soltero, pero tengo carga económica, veo por mis papás. Siempre se puede
empezar de cero, creo que físicamente era el momento. En el peor de los casos, siempre
tengo mi licencia y puedo retomar.”
“Nunca me interesó el teatro en el colegio”, menciona
Miguel, a pesar de siempre haber participado en los recitales de poesía por su
buena dicción. “Eso sí, siempre me gustó cantar y bailar.” Sus maestros fueron
pieza clave para su desarrollo como actor. Con Bruno Odar reafirmó la
disciplina, que ya había aprendido en su carrera en la aviación. “Allí uno se
vuelve estricto en puntualidad, pulcritud y presencia. Por ejemplo, yo jamás dejo
los vestuarios tirados. Veo tanta gente que se va y dejan todo tirado. Yo soy
maniático con el orden en pro de la convivencia con el resto de compañeros. Por
ejemplo, si compartes camerino, no hay que dejar las cosas tiradas en cualquier
lado, como el vestuario, maquillaje y utilería.” Y con Alberto aprendió de su
experiencia. “Gracias a Dios con él he trabajo ya cinco veces; Alberto tiene la
capacidad de sacar de mí lo que yo no podría haber hecho solo. Si me llama, yo
voy a ojos cerrados”, asegura. Justamente, Miguel trabajó con Alberto como director, en Un cuento para el invierno, premio especial de El Oficio Crítico.
¿Qué condiciones debe tener un buen actor de teatro? Para
Miguel, son de vital importancia la disciplina, la puntualidad y el respeto a
los compañeros. “También debe tener compromiso: si aceptas subirte al barco,
remas con todo a pesar de las dificultades, como que se cambie de teatro a
última hora, que algún compañero se vaya del montaje o que no se consigan
auspicios, etc. Considero que es importante además, la capacidad de reinventarte,
pues la rutina hace que te mecanices. Debes tener la inteligencia para no sentirte
en automático; siempre buscar algo más, pero sin salirse nunca del personaje”.
Por otro lado, un buen director de teatro debe “tener paciencia y también tener
claro su montaje”. Miguel ha trabajado con directores que no la tenían muy
claro y que como resultado, las puestas en escena han ido mutando con el aporte
de todos. “Sí considero que si el director no la tiene claro, el elenco menos;
no sabemos entonces qué queremos en el resultado final”, asegura.
Una de las principales herramientas que tiene un actor es la
voz, y Miguel lo sabe muy bien. “Siempre hay que cuidarla. Yo he caído en
varios musicales; no me muero por estar en ellos, pero se me presentaron en el
camino. En un musical es básico, además de manejar y jugar con la voz, el ser
afinado”, afirma. Miguel es muy crítico con el trabajo vocal dentro de un
montaje, especialmente si es coral. “En ese caso sí exijo afinación en el actor
que está interpretando, pues como espectador me desconecta de la historia”. Un
buen calentamiento y jugar con la respiración son técnicas que aprendió en el
taller de Odar, aunque reconoce que cada actor debe encontrar su propia
secuencia. “Considero que más que un actor tenga una voz maravillosa, me gusta
que interprete bien. He visto musicales con actores que no tienen la súper voz,
pero sí fue creíble. Como espectador y actor, creo que un musical no es un
espectáculo de lucimiento de voz. Me quedo con que me cuenten bien la historia”,
sentencia.
Musicales y proyectos
Ganadora también por la encuesta de El Oficio Crítico al
mejor montaje de comedia o musical, 1968: Historias en soul, escrito y dirigido
por Mateo Chiarella, fue otro perfecto vehículo de lucimiento para Miguel.
“Siempre es un placer trabajar con Mateo, es el director más paciente con el
que he trabajado. Te sientes en confianza para proponer ideas, él las canaliza
o te dice que no, pero siempre con respeto”. El espacio circular con el que
cuenta el Teatro Ricardo Blume significó un particular reto para los actores.
“Uno siempre se siente protegido por la retaguardia para disimular cualquier
cosa, pero allá debes estar en alerta. Se debe plantear la escena para que
ningún espectador se pierda un detalle. Hace que debas encontrar una lógica
visual para que todos te vean”. Miguel reconoce que una de las ventajas es que
el teatro no permite contar con grandes escenografías. “Debes entonces jugar
con tu cuerpo. Este teatro te exige buscar corporalidad en lógica con la escena
y el texto. Fue una experiencia diferente y bonita”, afirma.
Otro montaje que cautivó al público en el 2015 fue Forever
Young, hilarante musical en el que todos los actores se representaban a sí
mismos como ancianos, con la dirección y actuación de Armando Machuca. “Nunca
había trabajado con él, me pareció bacán que me llamara sin conocerme”,
recuerda. “Me explicó de qué se trataba,
vimos otros montajes en video y me pareció interesante. No tengo problema en
burlarme de mí mismo, me pareció una terapia interesante”. Para Miguel la
experiencia de “joderse” entre los actores fue interesante y no se avergüenza
de cómo lo ven algunos colegas. “A mí me decían que por fin alcanzo un
protagónico y que siempre soy ensamble. No siento que estoy siendo menos en el
ensamble, yo acepté trabajar así porque el proyecto me interesó”. No todas las
bromas que se hacían los actores quedaron en el montaje final, ya que sí se
respetaron algunos aspectos. “Éramos muy distintos, Patricia (Portocarrero) y Armando
manejaban muy bien la impro y ellos son más de burlarse. Pero Tati (Alcántara),
Diego (Bertie) y yo, no. Fue bonito conocernos en otra faceta. Al final funcionó
todo mejor de lo que yo esperaba. La impro para mí fue una cosa nueva, en el
teatro que solemos hacer las cosas no son siempre así”, afirma.
Miguel estará sumamente ocupado este 2016 con varios
proyectos. “Empiezo con Preludio en un musical que estrenaremos en mayo. Luego
estaré en temporada en el Teatro El Olivar con la obra Cuerdas. Y para fin de
año estoy esperando que se concreten dos proyectos para decidirme por uno, el
que me ayude más.” Miguel no es de los que cuentan sus futuros proyectos. “Disfruto
lo que hago, no me estreso y créeme que funciona. Mientras más relajado estés,
te van apareciendo cosas en el camino. Aprendo a disfrutar lo que tengo hoy”,
concluye.
Sergio Velarde
21 de enero de 2016
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