sábado, 23 de junio de 2012

Crítica: EL BANQUETE DE MARIÁTEGUI

Cuatrotablas en tiempos modernos   

Un verdadero riesgo significa la última apuesta del longevo grupo Cuatrotablas, en su afán por llevar al teatro la vida y obra de algunos de nuestros compatriotas más ilustres, para rescatar nuestra identidad nacional. Luego de exponer su particular visión sobre Garcilaso de la Vega, César Vallejo y José María Arguedas, se viene presentando en el Museo Metropolitano de Lima la autodenominada intervención, performance de la vida y acción escrita del Amauta José Carlos Mariátegui, llamada oportunamente El banquete de Mariátegui, siempre bajo la dirección de Mario Delgado. Con la asesoría en dramaturgia de Alfonso Santisteban y Fernando Olea, el grupo pretende rescatar las ideas originales de este escritor y periodista de importancia capital en nuestra historia, cuyo pensamiento marxista socialista inspiró su obra más destacada, Los Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Imposible y descabellado no considerar a este espectáculo como de fuerte carga política; sin embargo, la acción escénica tiende a estilizar este aspecto y a resaltar el pensamiento social y crítico hacia la injusticia, con la urgencia de respetar los derechos de las minorías y lograr un clima de igualdad y derecho.

La creación del espectáculo toma como pretexto la fantástica invitación que hace José Carlos Mariátegui (José Miguel de Zela) y su esposa Ana (Zitha Elías) a algunos notables amigos; entre ellos, César Vallejo (Luigi Acosta) y su esposa Georgette (Helena Huambos), la poetisa y activista aprista Magda Portal (Flor Castillo), la periodista y defensora de los derechos de la mujer Ángela Ramos (Antonieta Pari), el fundador del partido aprista Víctor Raúl Haya de la Torre (Bruno Ortiz León), el ensayista y pensador Manuel Gonzales Prada (José Infante) y los poetas José María Eguren (Ruth Castillo) y Abraham Valdelomar (Miguel Gutti). Con semejante grupo reunido, y como lo expone contundentemente el personaje de Georgette, este banquete no necesita de bebidas ni bocaditos: es un festín de ideas políticas y sociales que cada personaje postula y defiende sin tapujos. En medio de todos ellos, un grupo de estudiantes y la música en vivo de Felipe Pinglo Alva.

Resulta todo un espectáculo apreciar en escena a la actual troupe de Cuatrotablas, encabezada por la señera Huambos, acompañada con acierto y aplomo por Elías, Castillo y Pari. Exagerada por momentos, eso sí, la actuación de Ortiz León, aunque convence cuando se convierte en el personaje antagónico de la puesta. Desconcierta la escena en donde existe un acercamiento sexual entre Haya de la Torre y Portal, pues si bien ella fue en un inicio fundadora de su partido, es bien sabida su separación del partido de la Estrella, debido a que en ese tiempo se consideraban a las mujeres como simples simpatizantes. Por su parte, De Zela toma la posta dejada por el entrañable José Carlos Urteaga, para interpretar con dignidad a un lánguido y expectante Mariátegui. El vestuario de la enérgica Ruth Castillo resulta incongruente con su participación en escena y merece una revisión. Curiosa la presencia del mismo director Mario Delgado en escena, dirigiendo en vivo con libreto en mano, buscando así la fluidez escénica en tiempo real, siguiendo su instinto para generar las emociones, que serán irrepetibles entre función y función. El espacio del Museo Metropolitano es explotado al máximo, con los actores deambulando por el lugar seguidos por luces de linternas. El grupo Cuatrotablas se reinventa en cada montaje, y El banquete de Mariátegui es una prueba fehaciente de ello, buscando así (según palabras del mismo director) nuevas técnicas teatrales para seguir vigentes y vitales frente a una competencia, acaso con mayor producción, pero sin la garra, estilo y sello característicos que Cuatrotablas no deja de ofrecer.

Sergio Velarde
23 de junio de 2012

Crítica: EN ALGÚN LUGAR DEL CORAZÓN

Los dramas contemporáneos del adulto mayor

El injusto olvido al que son sometidos los adultos mayores en estas épocas de modernidad e individualismo, es el tema central de la puesta en escena de En algún lugar del corazón, drama estrenado en diciembre del 2011 en el auditorio de la Asociación de Artistas Aficionados y dirigido por María Elena Mayurí, con la participación de los integrantes del Taller de Teatro del Club del Adulto Mayor Sabiduría y Experiencia (SAEX). Justamente, el presente montaje es el fruto de un taller a cargo de la directora, con el objetivo de mejorar la autoestima de los participantes y demostrar que son ellos la base de sabiduría y experiencia en nuestra sociedad. La sencilla trama ubica la historia en la casa albergue Villa Navidad, en donde sus ocupantes están a punto de ser desalojados para construir en ese lugar un edificio de departamentos. Sin embargo, en medio de la tristeza que invade a los ancianos internos, una luz de esperanza se presenta cuando don Cristóbal (Ramón García) descubre que el arquitecto responsable del proyecto es su propio hijo (Martín Abrisqueta) y es entonces que decide convencerlo apelando a su sensibilidad, que permanece escondida en algún lugar de su corazón. La obra es fluida y cuidada, con un correcto manejo de luces y sonido, así como de una sencilla y funcional escenografía. Evidentemente el mayor logro de la obra es el de apreciar el trabajo en conjunto de los alumnos del taller, el cual es bien aprovechado por la directora. Además de García y Abrisqueta, acompañan a los debutantes de la tercera edad, los actores Claudia Burga, Alicia Avelino, Benjamín Villagómez y la participación del grupo Escena Verde. En un lugar del corazón es un claro ejemplo de cómo integrar a personas de la tercera edad en un proyecto teatral con dignidad y creatividad. La obra espera ser presentada en otros países para compartir esta agradable experiencia.

Sergio Velarde
23 de junio de 2012 

sábado, 16 de junio de 2012

Crítica: EL PÓRTICO DEL CIELO

A un paso del paraíso   

La recién fundada organización cultural La Fuente de Castalia, luego de su tibio debut con la obra Secretos, presenta ahora en el Teatro Julieta su segunda producción titulada El Pórtico del Cielo, escrita por el autor argentino Román Sarmentero y dirigida por Manuel Trujillo. Se trata de una reposición, estrenada el año pasado en el mismo teatro, dirigida por José Luis Ruíz y en la que intervinieron Carlos Grados (ahora productor ejecutivo) y las actrices Paola Vera y Rocío Huamán (quienes repiten sus papeles en el presente montaje). Se trata de una obra con moraleja, muy sencilla en su desarrollo, pero ejecutada con limpieza y precisión.

Cuatro mujeres, una niña y un misterioso hombre vestido de blanco, que es tratado como un loco, aparecen en una habitación sin saber cómo llegaron ahí. Pronto aparecerá otro hombre, pero vestido de negro, quien les informa que es la Muerte, que todos han fallecido y que tienen sólo 24 horas para elegir a uno de ellos para volver a vivir. Ante esta revelación, el desarrollo de las discusiones e intentos por determinar al elegido servirán para desenmascarar las verdaderas personalidades de todos los personajes. Es ahí donde radica el interés de un montaje con dramaturgia sencilla, ya que el suspenso es nulo, pues resulta fácil adivinar quién será el afortunado que será salvado, y el misterio del “loco” vestido de blanco se adivina a leguas. Por otro lado, el aprovechamiento del espacio, de las luces y el sonido son óptimos y la dirección de Trujillo aprovecha el talento de los actores.

Las actuaciones son muy solventes, destacando el contrapunto entre las actrices Laura Brain y Eileen Céspedes. Especialmente Brain, quien no cae en el fácil estereotipo de la malvada pituca, dotando a su personaje de humanidad y hasta algo de simpatía. El personaje de Rocío Huamán luce algo desdibujado, debido principalmente a vacíos en la dramaturgia. El papel de la niña pudo haber sido interpretado por una de verdad, aunque Carolina Álvarez hace su mejor esfuerzo. La Fuente de Castalia logra con El Pórtico del Cielo, un montaje sencillo y con mensaje claro, así como lo propuso el autor. Esperamos, acaso, para su próxima aventura teatral, una obra más compleja y que signifique un verdadero reto para todos sus integrantes.

Sergio Velarde
16 de junio de 2012

sábado, 2 de junio de 2012

Crítica: LABERINTO DE MONSTRUOS

Notable revisión setentera

En medio de los Hairsprays, Cocinas y Dráculas de la cartelera teatral, que nos hacen reflexionar oportunamente sobre nuestro teatro más “visible” y que escrito sea de paso, sucede de igual manera en Broadway en donde ya “disfrutan” de la versión teatral de “Spiderman” (¿?), da gusto ver un montaje netamente nacional (escrito por César De María, dirigido por Roberto Ángeles y ambientado en nuestro país), que alcanza esa brillantez escénica que le es tan esquiva a algunas propuestas realizadas con las mejores intenciones, gracias a una sencilla y entrañable historia, a una precisa dirección de actores y a un grupo de jóvenes intérpretes que brillan con luz propia, alcanzando genuinos momentos de teatro. Laberinto de Monstruos, estrenada en la Biblioteca Nacional del Perú, es una lección que todo artista debería aprender, apreciar y disfrutar.

Ambientada en las vacaciones de Fiestas Patrias de la Lima de 1975, la historia nos presenta a cuatro jovencitos que entrarán a trabajar en el Laberinto de Monstruos de una feria itinerante. Las deudas que los adolescentes generan al comprar cosas en la feria, los motivan a urdir un plan: robar dentro del laberinto un maletín, supuestamente lleno de dinero, perteneciente al “Loco James”, un orate que merodea la zona, a quien atraerían con la ayuda de una amiga. Obviamente, el resultado no es el esperado, y a través de sentidos monólogos de los protagonistas, convertidos ahora en “monstruos” de verdad, nos enteramos de los estragos producidos por este hecho.

Los momentos de comedia y drama están muy bien resueltos: la pérdida de la inocencia y la imposibilidad de ser felices luego del atroz hecho cometido, contrasta con la alegría y vitalidad de los jóvenes, al espiar a la vecina desnuda o al bailar en el quinceañero de su amiga Jenny. La escenografía, que incluyen cajas con imágenes publicitarias de la época y la elección de la música, contribuyen a generar la revisión nostálgica. Fernando Luque, Juan José Espinoza, Carlos Casella y Nicolás Valdés resultan conmovedores y creíbles en cada uno de sus personajes. Buen trabajo de apoyo de la fresca Jely Reátegui y de Gabriel Iglesias como el estricto dueño de la feria.

Impecables actuaciones del elenco en pleno, gran trabajo en conjunto de los cuatro protagonistas y a destacar la presencia escénica de Luque, quien presenta y despide la puesta. Laberinto de Monstruos merece una reposición en un horario más asequible que los miércoles en la noche, pues es un espectáculo compacto, dinámico, estilizado, bien escrito y dirigido, que alcanza los brillos de otra obra del mismo autor, la notable Super Popper del año pasado, y que se convierte, por derecho propio, en el mejor estreno de teatro independiente hasta la fecha. La obra se presentará en Arequipa y Trujillo y esperamos la ansiada reposición a su regreso.

Sergio Velarde
02 de junio de 2012

Crítica: LA HUELLA

Entretenida trama de suspenso

Estrenada en 1972 y dirigida por el laureado director estadounidense Joseph Mankiewicz, La huella (Sleuth) es una entretenida película de suspenso en la que se enfrentan, en un magnífico duelo interpretativo, dos gigantes de la actuación británica: Laurence Olivier y Michael Caine. Basada en la obra teatral del mismo título de Anthony Schaffer, la historia pretende ser una fuerte crítica hacia la aristocracia británica, debido a que el principal conflicto de intereses radica en la clase social de los protagonistas, quienes compiten por el amor de una mujer. Dirigida en nuestro país por Manuel R. Pimentel y producida por Magno Teatro en el Auditorio del ICPNA de Miraflores, La huella centra la atención en la inteligente trama que le depara algunas sorpresas al espectador.

Algo tienen en común el soberbio y afamado escritor de novelas policiales Andrew Wyke (Javier Valdez) y el actor desempleado Milo Tindle (Claudio Calmet); se trata de la mujer del primero. Enterado del asunto, el escritor cita en su sofisticada residencia al amante de su mujer y le propone un negocio que podría traer consecuencias fatales para uno de ellos. Estructurada en dos actos, la trama nos muestra pistas falsas, que poco a poco van quedando al descubierto. La acción es fluida y el suspenso es bien trabajado en escena, hasta la resolución final.

Se puede apreciar un buen aprovechamiento del espacio que ofrece el ICPNA de Miraflores, así como una cuidada propuesta escenográfica. La utilización del multimedia (en el que vemos los exteriores de la casa) y las luces contribuyen a generar un espacio estilizado y frío, acorde con la personalidad de Andrew. El oficio en las tablas que tiene Javier Valdés lo ayuda a no palidecer ante un excelente Claudio Calmet, que resulta muy natural en su actuación y perfectamente creíble en el último acto, siendo vengativo, seductor e inquietante a la vez. Esta versión peruana de La huella no defrauda y se convierte en un espectáculo muy disfrutable e intenso.

Sergio Velarde
02 de junio de 2012