Realidades no humanas que todos debemos saber
Desde hace unas semanas en El Galpón de Pueblo Libre se está
representando “Personas no humanas”, escrita por el dramaturgo Daniel Amaru Silva y
dirigida por Rodrigo Chávez. Este montaje es parte de la serie de proyectos
finales de los alumnos de la carrera de Artes Escénicas de la PUCP. “Personas
no humanas” es una obra que nos habla de la explotación del hombre por el
hombre y la indiferencia que hay por consecuencia. Traída a un contexto
nacional, toma el caso de la minería ilegal en la selva peruana para guiarnos
por una narración cargada de miedo y opresión condensados la historia de un
trabajador de minería informal y una prostituta clandestina: Irwing (Alain
Salinas) y María (Stephanie Vergara).
La obra se lleva a cabo en un espacio pequeño, cercano al
público. La escenografía constaba con lo mínimo indispensable: una cama pequeña
con ruedas que permitían un libre desplazamiento en el transcurrir de la obra y
unas bancas. El primer escenario que se sugiere es el de un cuarto de
prostíbulo, y el ambiente de clandestinidad se vio concretado por el uso de una
colcha ploma, la cual inmediatamente me llevó a una imagen sórdida, triste.
Los personajes estaban llenos de particularidades, desde una
manera de hablar propia de la selva hasta una corporalidad que revelaba al
espectador unos personajes cansados, con una vida muy dura. Rescato la
particularidad porque debo decir que a los actores parece no habérsele escapado
ningún detalle en la construcción de los personajes. Se vio en escena un lado
humano único que a la vez permitía conectar inmediatamente con lo que los
personajes sentían y con lo que iban contando. En el caso de Irwing,
interpretado por Alain Salinas, su corporalidad hablaba por sí sola: una
persona joven que ha sido carcomida por las malas condiciones de su trabajo.
Tenía el “dejo” particular definido, una voz potente y desgastada, movimientos
que denotaban una historia detrás del personaje. En el caso de María,
interpretada por Stephanie Vergara, no fue la excepción. Había algo pesado en
su voz que, a mi parecer, redondeaba el personaje. Su corporalidad denotaba
fragilidad y dureza a lo largo de la obra. La actriz tenía algunos cambios de rol
donde se convertía por momentos en la madre de los personajes de la historia;
sin embargo, me parece que aquellos cambios no trascendieron, no se hicieron notar lo suficiente, creo yo porque no hubo
suficientes elementos diferenciadores además de la voz. Durante la obra se
utilizaron proyecciones de imágenes que oscilaban entre figuras políticas peruanas
e imágenes alegóricas. Hubo más de una ocasión en la que estas proyecciones
pasaron desapercibidas, pues no hacía gran diferencia el que estén en escena,
además de que las actuaciones eran tan bien hechas que bastaban para lograr la escena.
Usaron frases y cantos en quechua cuya traducción al español no fue incluida en
el montaje: no había necesidad de decir en español aquellas frases para sentir
lo que querían decir.
Debo felicitar a los dos actores de este montaje
especialmente por el manejo del texto durante toda la obra, hicieron un trabajo
impecable en todo sentido. Usaron referentes del imaginario selvático para
mostrar sus anhelos de felicidad, sus ganas por salir de aquella realidad; este
recurso fue apropiado por los actores con el fin de contar, a través de las
leyendas, cómo es que ellos luchan contra las adversidades en las que viven:
una tarea muy difícil a nivel actoral que manejaron a la perfección. Felicito
nuevamente la realización de este montaje, pues supo usar sus recursos al máximo.
Esta obra constituye una oportunidad para llegar a
sensibilizarnos sobre una realidad: la trata de personas y la explotación de aquellas
tanto sexual como laboral, en condiciones que atentan no solo contra la salud
sino contra su integridad. Es sabido que hay una zona crítica en Madre de Dios,
entre otros puntos del país, donde hay población víctima de este contexto. En
este caso, la obra se permite, mediante el lenguaje teatral, denunciar esta
verdad, hacer que el público pueda conocer la sensibilidad de estas víctimas a
partir de la historia de Irwing y María. Como sociedad estamos en el deber de
saber que estas cosas suceden y, lejos de ocultar la realidad, hacer algo desde
nuestras perspectivas.
Stefany Olivos
26 de julio de 2017
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