De la nada… la vida
El escenario es un cuadrado donde se
encuentran dos actores desprovistos de todo lo que no sea el otro, y alrededor
de estos dos seres humanos se teje una historia sencilla y eterna, que intenta desvelar
el sentido de nuestras vidas.
Así como la ciencia, el arte trata de
explicarse cosas, aquellas indescriptibles por la palabra, escondidas detrás de
una imagen, de un gesto o una emoción. Duncan Macmillan es el dramaturgo de Pulmones,
una obra en principio reflexiva sobre nuestra condición moderna de vivir, de
seguir existiendo, como especie e individuo y por otra parte, una pieza que en
sí misma se desmiente y enseña el otro lado de nuestra moneda, en el que más
bien nuestro instinto nos destina, y así perduramos, tan vacíos como
abundantes. ¿No somos acaso siempre una contradicción?
Norma Martínez propone un minimalismo
agresivo, delimita el escenario en dos metros cuadrados y se centra en la
interpretación. De esta manera retrata 60 años en la vida de una pareja
contemporánea, sus momentos memorables, sus malas decisiones y sus segundas
oportunidades.
Así pues, Renato Rueda y Fiorella Pennano
se llevan el mérito de sostener hora y media de vaivén emocional y esfuerzo
físico. Se presiente en ellos una relación muy íntima que les permite atravesar
el vértigo de cada nueva circunstancia con verosimilitud, y una exactitud para
entrelazar las escenas con transiciones muy sencillas que generan elipsis de
minutos o hasta muchos años.
Es en este vértigo que se advierte una
contradicción interesante. Por un lado, este ímpetu mantiene a los actores
inestables, propensos a mutar instintivamente ante cualquier estímulo, y es
aquella magia de verlos romperse, madurar o desmentirse el mayor reto y mérito
de la dirección. Sin embargo, esta misma dinámica genera el riesgo que haya
emociones fugaces que no se terminen de asentar. Es decir, se pierda la
posibilidad de recoger la sensación final de cada momento, porque ha
desaparecido.
Este obstáculo desaparece conforme avanza
la trama, poco a poco los silencios se entremezclan con las escenas y nos
conmueve la furiosa lucha de estas personas por existir sin juzgarse. Hacia el
final, las transiciones duelen, porque se nos va la vida. Pesa cada texto en el
actor y en nosotros, porque nos conocemos como especie y tenemos claro el
inminente futuro. La fugacidad de nuestra esencia, el triunfo de la emoción
sobre la mente, o su hipócrita convivencia. Norma Martínez nos despide con los
pulmones llenos de vida.
Bryan Urrunaga
7 de julio de 2017
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