La intermitencia de las luciérnagas como la vida misma
Obra escrita por el dramaturgo mexicano Alejandro Ricaño,
bajo la dirección de Cecilia Cruz, la representación El amor de las luciérnagas
es un viaje personal que nos lleva a revisar los más pasajes importantes de
nuestra vida, tales como las relaciones familiares, el primer amor, la amistad
verdadera, los conflictos existenciales, la ruptura y la autocrítica permanente
en la búsqueda de la perfección.
El argumento de la obra gira en torno a María (interpretada
por Claudia Alecchi), una escritora de teatro para niños, quien emprende un
viaje para reencontrarse consigo misma, siendo una máquina de escribir
embrujada, la responsable de crear a su doble, la misma que usurpará su
identidad y relaciones personales; situación que hace a la protagonista
enfrentarse con su mejor versión y, de esta forma, cambiar la perspectiva de su
vida.
El elenco se completa con la participación de Lola (Natalia
Bonifaz) y Ramón (Alonzo Aguilar), cuyas intervenciones camaleónicas son por
demás aplaudibles, pues debido a la naturaleza de la puesta, interactúan con la
protagonista como la mejor amiga y el muchacho del que se enamora
respectivamente; sin embargo, el dinamismo de la narrativa hace que desempeñen
múltiples roles para relatar las anécdotas de María, ejecutando la acción de
sus personajes en distintos escenarios y con elementos básicos de vestuario que
los distinguían. Interesante propuesta de la directora, que supo conjugar los monólogos
explicativos y las escenas con música interpretada por los propios actores, sin
duda, un acierto que sumó al desarrollo ágil de la historia.
Particularmente, al inicio sentí una desconexión con lo que
observaba y escuchaba; no obstante, mientras la obra iba tomando forma, mi
atención y percepción cedieron e involucrarme con cada detalle fue inevitable y
natural. Otro punto destacable fue que al ser en esencia un relato mexicano,
los acentos y modismos al hablar fueron pertinentes; pero, ciertos detalles
como introducir jergas peruanas en partes del texto deslucieron un poco a los
personajes.
En general, una representación elocuente, con momentos
hilarantes, pero sobre todo con un final preciso y cargado de verdad; acerca de
la intermitencia de la vida, de la felicidad, del amor, de los aciertos y
fracasos personales, que nos llevan a ser quienes somos. La reflexión es clara:
aprender a soltar y reinventarnos es un proceso que afrontaremos hasta que
dejemos este mundo, habrán momentos buenos y malos que no durarán eternamente;
lo importante es aprender a lidiar con ellos sin juzgarnos tan duramente, sin
pretender agradar a todos y, por el contrario, aceptarnos y querernos nosotros
mismos lo más que podamos; tal como la luz cambiante de las luciérnagas que,
finalmente, reflejan la vida misma.
Maria Cristina Mory Cárdenas
16
de julio de 2017
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