El doloroso exilio de la mente
Una vez más, el Teatro La Plaza ofrece al público una
interesante propuesta, con un tema que toca las fibras más sensibles: el
Alzheimer, esta enfermedad degenerativa, que por lo general se presenta en
adultos mayores atacando su memoria, pensamiento y comportamiento.
Escrita por el novelista y dramaturgo francés Florian Zeller
y dirigida por Juan Carlos Fisher, esta obra conduce al público a ponerse
literalmente en la piel del personaje principal –El Padre- interpretado
magistralmente por el reconocido actor
Osvaldo Cattone, a quien no había tenido oportunidad de ver antes en las tablas
y, personalmente tuve la sensación de ser parte de una clase maestra de
actuación durante la función.
Una representación que sugería un drama absoluto (el afiche
publicitario y el tema propuesto, así lo hacían previsible); sin embargo, los
matices lúdicos en el desarrollo de la puesta fueron algo inesperado conectando
al público rápidamente. La trama, evidentemente, gira en torno al Padre, un
hombre ya adulto quien presenta drásticos cambios en su conducta (pasando por
repentinos olvidos, descolocación de la realidad, alegría, sarcasmo, entre
otros) situación con la que su hija –interpretada por Wendy Vásquez- tendrá que
lidiar; luchando contra su deseo de realización personal versus el amor hacia
su padre y la responsabilidad de hacerse cargo de la nueva condición en que les
tocaba vivir a ambos, producto de esta enfermedad.
Lo resaltante de la puesta es el laberinto en que se ve
envuelto este Padre, que va perdiendo poco a poco los recuerdos más esenciales
de su vida, enredando el pasado y presente, como por ejemplo: dónde vive,
quiénes lo rodean, su propia rutina, entre otras cosas. El tiempo empieza a
detenerse o incluso avanza como un rayo veloz, perdiendo al personaje en sus
divagaciones y alucinaciones, aproximándolo a una realidad paralela creada por
su propia mente; perdiendo también en este camino al espectador, quien debe
salir de su zona de confort para vivir y entender la esencia de la historia.
Completan el destacado elenco: Rómulo Assereto, Montserrat Brugué, Óscar López
Arias y Michela Chale, con personajes clave que se mueven como piezas de
ajedrez en escenas repetitivas y con una escenografía relevante que, induce a
la audiencia a hacerse parte de lo que está sucediendo.
Conmovedora, definitivamente sí, la habilidad y genialidad
de Osvaldo Cattone para generar risas y lágrimas en un solo acto, es brillante.
Con una gestualidad cautivadora, movimientos corporales precisos y herramientas
que solo un actor de primer nivel posee, va trasformando al Padre en un niño
indefenso, que reclama con descomunal desgarro, el amor y la atención que
merece. Con lo que las interrogantes del director, según sus propias palabras,
salen a la luz y me permito hacerlas mías y de quienes lean estas líneas. ¿En
qué momento nos convertimos en padres de nuestros padres? ¿Cómo se prepara uno
para ese momento? ¿Seremos capaces de afrontarlo? ¿Vale más la propia felicidad
que el bienestar de un padre (o madre)? Dejaré a cada uno la reflexión de las
respuestas.
Maria Cristina Mory Cárdenas
3
de julio de 2007
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