Se acabó el amor
El estreno en el Teatro Británico de Lima Laberinto XXI
(2015) de Darío Facal, versión nacional de la original Madrid Laberinto XXI, fue
un polémico espectáculo teatral, envuelto ciertamente con un virtuoso acabado
visual y sonoro, pero que poco o nada contenía sobre la realidad limeña, dejando
entrever que acaso las adaptaciones no eran el fuerte del dramaturgo y director
español. Y es que en ese montaje, al inicio de la función, se podía apreciar un
video sobre algunas de nuestras problemáticas capitalinas, pero que no eran
tratadas ni por asomo en el escenario durante los esforzados monólogos de los
seis talentosos actores. En todo caso, Facal admitió en su momento que para él “la
incoherencia es liberadora”; es por ello que se podría justificar no solo algunos
detalles menores, como la elección del “anti-afiche” para la obra, por ejemplo,
sino el total despropósito que resultó su adaptación de la realidad madrileña a
la nuestra. Pues bien, este año Facal arremete con una nueva propuesta ahora en
el Teatro de la Alianza Francesa, pero esta vez con texto ajeno: Clausura del
amor (Clôture de l’amour, 2011) del celebrado dramaturgo contemporáneo francés
Pascal Rambert. Los resultados obtenidos, si bien es cierto comparten muchas
características con los de Lima Laberinto XXI, ciertamente arrojan algunos aspectos
positivos para celebrar.
Antecedida de algunos importantes premios, Clausura del amor
nos anticipa desde el título lo que veremos: la deconstrucción final de la
relación amorosa de una pareja ante nuestros ojos, sin posibilidad de
redención. Entonces, si la puesta en escena no deparará ninguna sorpresa, sí lo
debe hacer la “forma” en la que el espectador debe apreciarla, por supuesto, sin
traicionar el “fondo” de la misma. Facal parece haberse ceñido parcialmente a
la “forma” que Rambert pedía para su texto: dos actores, Audrey y Stan, padres
de tres hijos, que dan por terminado su matrimonio de 10 años a través de dos monólogos
seguidos de aproximadamente 45 minutos cada uno, primero el de él y luego el de
ella, en medio de una sala de ensayos. Y si bien el autor exigía, en una suerte
de metateatralidad adicional, que los intérpretes sean pareja en la vida real y
que se llamen como sus personajes, Facal sí mantiene el amplio escenario prácticamente
vacío y solo alumbrado con luces fluorescentes.
Clausura del amor está causando acaso la misma polémica que
Lima Laberinto XXI, dividiendo a crítica y espectadores. Pero ni el detractor
más acérrimo, como podría serlo el editor de Luces de El Comercio, puede negar
la calidad interpretativa de Eduardo Camino y Lucia Caravedo. Él, demostrando
una gran capacidad física para darle organicidad a sus palabras en la primera y
extenuante embestida; y ella (actriz y productora en Lima Laberinto XXI),
logrando matices y sutilezas en su desgarradora respuesta. Y si bien Facal
consigue antológicas y veraces actuaciones de su elenco, falla radicalmente en
el “intermedio” que Rambert exige, con la aparición (arbitraria e intrusiva) de
un coro de tres niños (probablemente los hijos de la pareja, por más improbable
que esto sea) que entran tan campantes por la puerta del teatro a cantarnos una
canción en un inexplicable playback y sin ser aparentemente percatados por los
actores. Facal no logra engranar esta escena dentro del montaje, luciendo
abrupta e “incoherente” (¿acaso fue adrede?),
desdibujando lo logrado por Camino y obstaculizando de entrada el trabajo de
Caravedo.
Finalmente, en la nota de prensa de Clausura del amor puede
leerse lo siguiente: “La dirección de Darío Facal busca abordar este texto con
una mirada muy purista a nivel de lenguaje escénico, persiguiendo la honestidad
del propio texto y del acto escénico en sí.” No cabe duda que Facal ha
procurado mantenerse fiel a la propuesta minimalista de Rambert. Sin embargo,
tal como se mencionó anteriormente, el director afirma necesitar cierto grado
de “incoherencia” en sus montajes, que lo logra acaso con la intrusión del coro
infantil ya citado. Es por ello que podemos concluir que Clausura del amor nos
regala dos actuaciones magistrales dentro de un atípico y curioso montaje, que
si bien es cierto se ubica en las antípodas de Lima Laberinto XXI, resulta
igual de irregular.
Sergio Velarde
20 de noviembre de 2016
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