sábado, 5 de noviembre de 2011

Crítica: DE REPENTE, UN BESO

Triángulo amoroso en los noventa

Luego de dos puestas en escena con aciertos parciales estrenadas este año, como lo fueron Sangre como flores y Demonios en la piel, el dramaturgo Eduardo Adrianzén puede sentirse satisfecho por los resultados obtenidos con De repente, un beso, un reestreno tardío de su debut teatral (allá por 1995 en el Teatro Británico con la dirección de Pipo Gallo y la actuación de un trío de ases: July Natters, Gabriela Bilotti y Carlos Mesta), gracias principalmente a la acertada (y virtualmente infalible) dirección del experimentado Carlos Acosta, en el acogedor espacio de Teatro Racional.

De repente, un beso aborda el tema de la soledad en un trío de treintones de clase media, en plena década de los noventa, en medio de canciones de Avril Lavigne y Cristina y los subterráneos. Las frustraciones intelectuales, la incapacidad de comprometerse y la vida que avanza sin dar tregua ni respiro, afectan las relaciones sentimentales de los tres protagonistas: la esposa y madre aburrida de su vida; la productora de televisión incapaz de mantener una relación estable; y el profesor universitario sin rumbo fijo. A lo largo de la obra los tres se conocen, dialogan, discuten, se amistan, tienen relaciones, se juntan, se separan; todo narrado en un tono coloquial y contemporáneo, que engancha al espectador hasta el final. Adrianzén consigue un fiel retrato de toda una generación en un tiempo determinado de nuestra historia.

Como en todo montaje de Carlos Acosta, las actuaciones son sobresalientes: Jackeline Vásquez, Maricarmen Valencia (gran improvisadora a quien vimos en El baúl mágico) y Luis Alberto Urrutia (actor de reparto en la notable Los cachorros) asumen sus roles con gran convicción, logrando un trabajo en conjunto muy parejo y transmitiendo con precisión y veracidad sus motivaciones. El íntimo espacio de Teatro Racional resulta inmejorable para sentirnos cómplices de la historia. La puesta en escena avanza sin tropiezos, con momentos dramáticos y cómicos en perfecto equilibrio. Gran acierto el mantener la puesta en escena en los noventas. Adrianzén y Acosta logran con De repente, un beso un excelente montaje, fresco, melancólico y divertido, que retrata con acierto la atemporal soledad dentro de nuestra vida cotidiana.

Sergio Velarde
06 de noviembre de 2011

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