lunes, 4 de agosto de 2008

Crítica: SOLO DIME LA VERDAD


Mentiras verdaderas o falsas verdades 

Una apacible y poco ventilada florería, en donde sucede el encuentro entre la guapa administradora de nombre Julia y dos jóvenes de la calle, es el sencillo y singular escenario en donde se dicen y se hacen muchas cosas, pero que ni el público ni los personajes de la obra saben a ciencia cierta, si carecen de absoluta verdad o desbordan de aparente mentira. En la obra “Solo dime la verdad”, de autoría de Daniel Dillon y con dirección de Carlos Acosta, la “normalidad” de Julia es resquebrajada con las historias (o cuentos) de estos dos conflictivos y conflictuados personajes, decididos a todo por sobrevivir, pues utilizan las mentiras como la mejor arma para lograr sus propósitos.

Tal vez el mayor acierto de la obra (o quizás para algunos, su mayor yerro) sea el de no precisar con exactitud la moraleja de la historia. “La mentira nunca es buena, mata el alma y la envenena”, una frase que todos conocemos, pero que aplicamos parcialmente (en mayor o menor medida) en nuestra vida diaria. ¿Pero es sólo este trillado mensaje lo que el esforzado grupo Libre Palabra quiere darnos a entender? Toda la puesta en escena, que busca aprovechar al máximo el espacio que ofrece el centro Cultural CAFAE, luce una especie de “artificiosa” naturalidad, que deja al espectador mucho en qué pensar al abandonar la sala.

El buen director Carlos Acosta, tan acostumbrado a dirigir obras teatralistas como “Hamlet Machine” o “La lección”, no logra ceñirse con la firmeza necesaria el corsé del naturalismo de esta pieza realizada por encargo, pero que en todo caso sirve para el lucimiento de una buena actriz, como lo es Fiorella Díaz en el papel de Julia, y para apreciar los avances de los jóvenes Gisella Estrada y Henry Sotomayor, quienes aportan nervio y convicción a sus personajes.

“Sólo dime la verdad” encontrará su sendero correcto con el transcurrir de la temporada, cuando las acciones de los personajes engranen perfectamente con los objetivos compartidos en dramaturgia y dirección, y que promete envolver (de verdad) al público asistente con estas falsas verdades o mentiras verdaderas, que constituyen las emociones humanas y que se dejan ver en este sencillo pero inspirado texto de Daniel Dillon.

Sergio Velarde
04 de agosto del 2008

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