sábado, 7 de junio de 2014

Crítica: CALÍGULA

Notable revisión de lo absurdo del poder.

El extraordinario escritor y dramaturgo francés Albert Camus desarrolló como pocos en su obra, la conciencia del absurdo que habita en los seres humanos, siéndole concedido el Premio Nobel de Literatura (1957). Ya lo disfrutamos hace algunos meses en El malentendido, historia en la que un hombre, en la búsqueda de sus orígenes, acaba sus días de la manera más descabellada. En la reciente puesta en escena de Calígula, a cargo del grupo Ópalo y estrenada en el Centro Cultural ICPNA, el concepto del absurdo nace de la decisión del emperador romano del mismo nombre, en tramar su propio asesinato, tras perder la cordura luego de la muerte de su hermana y amante Drusila. El personaje de Calígula representa entonces, la quintaesencia de la incoherencia humana y el montaje que nos regala Jorge Villanueva, 12 años después de su recordado estreno en la AAA, es una prueba contundente de su madurez como director.

Marcello Rivera tiene la chance de retomar un personaje que consolidó su carrera en el 2002 pues su Calígula se nos muestra completamente amoral y henchido de desprecio hacia sus semejantes, capaz de los mayores horrores perpetrados hacia sus más allegados. Rivera le aporta nuevos matices a su Calígula, como también lo hace la notable Sofía Rocha, que retoma el papel de la trágica Cesonia. El resto del elenco mantiene un excelente nivel, destacando momentos puntuales de los personajes de los patricios José Miguel Arbulú e Ismael Contreras, cuando son terriblemente humillados por el emperador. También los actores Miguel Álvarez y Carlos Victoria tienen muy buenas intervenciones.

El montaje de Jorge Villanueva cambia radicalmente la estética presentada en su anterior Calígula. Desde que el público ingresa a la sala nos encontramos en medio de un ritual teatral, con los actores terminando de maquillarse y calentando su cuerpo a los lados. Los vestuarios contemporáneos y la escenografía dura y fría crean la atmósfera adecuada para este mundo de locura, con la presencia del fantasma de Drusila (Fiorella Díaz) derramando líquidos de colores sobre las paredes, y un chorro agua pura sobre el cuerpo de Escipión (Juan Carlos Pastor), en la escena final, que bien podrían limpiar simbólicamente todas las heridas recibidas. El grupo Ópalo, en coproducción con Puckllay Asociación Cultural, logra hacernos ver lo ridículo que es el poder mal administrado; además, le hace justicia a Camus, trayéndonos con Calígula la imposible y contundente historia de un absurdo suicidio consensuado. De visión obligatoria.

Sergio Velarde
08 de junio de 2014

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