Explosivo ejercicio de
memoria
Con el respeto debido
hacia aquellos espectáculos que solo buscan entretener, las artes escénicas
tienen una indudable e ineludible función formadora. El teatro debe provocar,
intrigar y mover al espectador hacia la reflexión, ya sea para despertarle de
su desidia o para recordarle tiempos pasados, especialmente en un país con una
memoria tan frágil como el nuestro. En ese sentido, el estreno de La humilde
dinamita, escrito y dirigido por Marbe Marticorena en la Alianza Francesa de
Miraflores y producido por la compañía Revuelo arte/escena, constituye una
valiosísima y brillante propuesta teatral que no solo remueve nuestra
conciencia, sino que se convierte en una de las temporadas más sólidas e
interesantes en lo que va del año, denunciando los excesos cometidos por ambos
bandos durante la guerra interna que azotó nuestro país en la década de los
ochentas, de una estilizada y arriesgada manera.
Siguiendo el sendero
que dejara otra notable pieza, como lo fue La cautiva (2014), y también
demostrando una gran valentía (recordemos que el mencionado montaje fue acusado
burdamente como apología al terrorismo), Marticorena apuesta por la no-violencia
a través de una puesta que destila precisamente violencia por todos lados, pero
felizmente salpicada por un humor negro (a veces de trazo demasiado grueso) que
la hace finalmente digerible y sorprendentemente, conmovedora. Bien por la
Alianza Francesa el de presentar apuestas teatrales que toquen temas históricos
recientes, sin temor a la “polémica” que bien podrían generar. No es casualidad
entonces que los fines de semana podamos ver, en el mismo espacio, Los justos
de Albert Camus.
La humilde dinamita
nos lleva en el tiempo al epicentro mismo de la violencia, en donde la dramática
injusticia existente en la sierra de nuestro país provoca mucho dolor en las
familias; muchas de ellas terminan siendo fragmentadas. Es justamente una de
esas tristes historias la que llega al escenario, narrada por un ambiguo ser
llamado Apu: la pérdida de la inocencia de Jonás, a quien su hermana busca
reclutar en un grupo armado y que termina involucrado en actos de terrorismo. La
autora dirige con habilidad y tino su propia historia, valiéndose de los
recursos histriónicos de los actores, acompañados por música y sonidos en vivo.
El sarcasmo y la ironía dosifican la estilizada violencia inherente al drama,
logrando algunos hilarantes momentos, como la visita de Jonás a un restaurante
capitalino o el talkshow conducido por Apu.
Marticorena, quien ha
supervisado la lucha escénica en infinidad de montajes teatrales, no descuida
las interpretaciones de su elenco. César Golac y Lelé Guillén están notables
como la pareja de hermanos separados por el terror, especialmente esta última,
en una desgarradora actuación. Lilian Nieto aporta su experiencia para convertirse
en la perfecta narradora omnisciente de los dramáticos sucesos que le toca describir. Buen
trabajo en conjunto también de Rolando Reaño, César Chirinos, José Avilés y
Omar Peralta, interpretando cada uno a varios personajes con precisión. Mención
aparte merece la reaparición sobre las tablas de Angelita Velásquez,
conmovedora hasta las lágrimas como la madre que busca incansablemente a su
hijo, recitando en quechua todas sus líneas. La humilde dinamita de Marbe Marticorena
es un montaje honesto, valiente y contundente, que nos permite ejercitar pertinentemente
nuestra memoria, a través de una explosión de emociones excelentemente coreografiada.
Y ese es uno de los principales objetivos del arte de hacer teatro: el de no
permanecer indiferentes como espectadores a la realidad que se nos muestra, por
más violenta que esta sea. De visión obligatoria.
Sergio Velarde
29 de junio de 2016
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