De la farsa al chongo para decir cosas serias
Reality shock es la tercera de cuatro obras que compiten en el Teatro Julieta. Una puesta en tono de circo callejero, que mezcla la farsa con la payasada circense y de cómicos ambulantes en la plaza del pueblo, para excitar a las masas en torno a un supuesto concurso en televisión, llamado "Lo que vale un Perú", en el que somos el público. En los cortes comerciales se muestran situaciones tragicómicas que nos describen como sociedad. Todo parece una burla constante y la dinámica es deliberadamente caótica, para exponer a un país seriamente en caos político, social y moral.
Los usos del teatro Julieta se prestan para desatar el chongo. Puedes tomar y comer canchita, como en el cine y romper el silencio con tus patas, lo que en otro teatro sería imperdonable. Aquí la gente vino a divertirse y debes aguantar una risotada destemplada desde el asiento posterior. Así es el circo y te sumas o te aburres.
En el primer corte, una chica invita a la cena de Navidad a su novio, pero también a su ex cuñado y el recelo estalla en gran batalla al revelarse los antagonismos políticos de ambos. Los gestos y actitudes exageradas nos advierten no olvidar que estamos ante una farsa. Entre cortes, el espacio que la obra le otorga a la parodia de la actual presidenta de la República parece impuesto, como políticamente imprescindible. Es allí donde se perciben las mayores debilidades de la obra: a pesar de ser una puesta con una estructura bien definida y objetivos claros, la dramaturgia resulta inmadura, con frases que se repiten y demasiadas respuestas predecibles en los diálogos. Sabemos que estamos ante una payasada de circo antiguo, pero fastidia el exceso de cachetazos y el recurso fácil de la “mariconada”, tan normal hace 40 años y que sigue siendo divertido para gran parte de la concurrencia.
En otro corte, el lenguaje “achorao” acompaña al prototipo de un joven peruano, machista y procaz a bordo de un mototaxi, donde chofer y pasajero son personificados por actrices. Del mismo modo, madre e hija en una escena siguiente son personificados por varones. En ambos casos, se logra el efecto distanciador y al mismo tiempo, paródico, para representar las derrotas deportivas que nos humillan como país, como un sometimiento sexual al vencedor o de la disyuntiva moral frente al embarazo de la novia pituca del hijo de la familia pobre, como una muestra de hipocresía social.
Como todo programa de concurso, el tiempo dedicado a las preguntas es mínimo. Lo importante son los comerciales. Pero el final tiene que llegar y el premio mayor se debe disputar, para emoción de la platea. Allí es donde la obra resuelve bien: la crisis moral alcanza al propio presentador (Emmanuel Caffo) y el asiento de Dionisia, la concursante (Mehida Monzón), deja de ser el lugar donde se alcanzan los sueños para convertirse en la silla de acusaciones. Ella debe decir por qué está orgullosa de ser peruana y su historia define al personaje con un monólogo cargado de dramatismo, como para avergonzarnos de haber reído tanto. La historia del Perú parece entonces una tragicomedia.
Lo mejor: el desempeño actoral de Alexandra Garcés en todos los personajes que le toca. La coreografía final, propia de un gran show musical de los años 60, con ella como figura estelar, es todo un reconocimiento a su lugar en el espectáculo. Si la obra merecía tres estrellitas, la cuarta va por ella.
David Cárdenas (Pepedavid)
17 de agosto de 2025
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