Qué ganas de robar ese banco, y no cualquier banco, sino el del Peruano Japonés
Dentro del Teatro Peruano Japonés, la espléndida escritura de Henry Sheilds, Henry Lewis y Jonathan Sayer cobra vida, esta vez bajo la dirección de Juan Carlos Fisher y la asistencia de Guiseppe Falla. El cuerpo actoral, muy oportuno en cada uno de los personajes, está conformado por Patricia Barreto, Andrés Wiese, Emilram Cossio, Monchi Brugué, Katia Condos, Claret Quea, Emanuel Soriano, Óscar Meza, Sebastián Ramos y Ricardo Velásquez. Son diez actores en escena, capaces de mantener cautivado al público de manera inteligente. Lo logran a través de las ocurrencias que propone el propio texto. El japonés ríe, el público se pone de pie a aplaudir y no falta una carcajada que estalla desde cada butaca. Eso es Un Robo Hasta las Patas de Los Productores.
Desde el inicio, el teatro se apaga y se enciende una pantalla que funciona como recurso cinematográfico en blanco y negro para contextualizar la obra. De pronto, la música ramplona y misteriosa irrumpe y el telón se levanta. Es interesante cómo se aborda la escenografía: espacios diegéticos muy bien trabajados tanto desde lo plástico como desde el propio cuerpo de los actores. Mención especial al escenógrafo, que logra un juego de convencionalidad brillante desde el humor y con un guiño al cine de oro de los años 50.
Asimismo, el vestuario resulta pertinente para cada personaje: cada atuendo guarda un aire de misterio, con detalles mínimos pero claros y precisos. Destaca la dirección de arte, coherente en su representación y capaz de transportarnos a las comedias clásicas donde el sastre, los vestidos pomposos y el glamour resultan inevitables.
La obra no solo brilla por ser una comedia clásica, sino porque posee un desarrollo sólido y una mirada de dirección fresca. A partir de ello, se conforma un elenco que muestra una vehemencia única y que responde a la exigencia de las tablas. El disfrute no se queda en el libreto: aparecen menciones atemporales en cada línea, otorgando un sentido íntimo que resuena con el público. Así, la improvisación y el absurdo funcionan con perspicacia.
Por otro lado, Fisher dirige Un Robo Hasta las Patas con osadía y claridad, pensando estratégicamente cómo hacer que diez cuerpos funcionen en escena. Cada actor brilla en su momento. El timing y la escucha grupal consolidan la comedia esperada, con rasgos caricaturescos que se despliegan de manera orgánica a través de cada gag.
Finalmente, dentro de cada construcción de personaje existe una metáfora o una pequeña huella identitaria del actor, lo que evita caer en chistes gastados y permite que la ocurrencia surja fresca y genuina. Los intérpretes, al conocer tan bien el texto, entregan su presencia escénica en todo momento para generar relaciones absurdas entre víctimas y victimarios, dentro de esta galería de personajes pintorescos que intentan saquear el banco de Mineápolis. En definitiva, la puesta en escena consigue articular humor, virtuosismo actoral y una dirección precisa que actualiza la comedia clásica sin perder su esencia. Eso es Un Robo Hasta las Patas: ocurrente, precisa y capaz de robar no solo al banco de Mineápolis, sino risa tras risa al espectador.
Juan Pablo Rueda
19 de agosto de 2025
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