Libérrima adaptación de una historia de represión
Siempre existirá la eterna (y, quién sabe, inútil) discusión acerca de dónde se ubican los límites del respeto al material original y la libertad del creador, al llevar a escena una adaptación teatral. Incluso, para muchos teatristas, estos límites pueden ser fácilmente desechables. En todo caso, sí que existen ciertas consideraciones a tomar en cuenta al reinventar una historia escrita décadas o hasta siglos atrás: el apartado técnico, los valores de producción, la duración del espectáculo, el estilo de las interpretaciones y acaso uno crucial: la conexión con el público contemporáneo. Queda entonces, en manos del director, la dirección que elija llevar su puesta en escena. Valga esta breve introducción para reseñar la última apuesta escénica del colectivo Los asombrosos sombreros, escrita originalmente como novela corta por el escocés Robert Louis Stevenson en 1886, titulada Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
A estas alturas, la revelación de la trama ya no es una sorpresa en sí misma. Ambos personajes principales, Jekyll y Hyde, conviven en el mismo cuerpo: el primero, un científico empecinado en encontrar la manera de separar bondad y maldad del espíritu humano; y el segundo, la horrenda creación del primero, capaz de cometer los crímenes más atroces. En contraparte, lo llamativo de la propuesta del director Francisco Cabrera (quien ya adaptara con éxito La metamorfosis de Kafka) radica en cómo lleva al escenario del Centro Cultural Ricardo Palma la novela de Stevenson y en la arriesgada manera en la que añade nuevas capas de complejidad a ciertos personajes y situaciones, que bien podrían hacerle arquear las cejas a los espectadores más puristas, pero que viene amparada en una coherente exploración de la represión en aquella época.
Cabrera mantiene la convención espacio temporal del original, con un cuidado vestuario y una creación de atmósferas que ciertamente nos remiten al Londres de finales del siglo XIX. La estilización del espectáculo también se luce con la escenografía, compuesta por espejos antiguos móviles dirigidos hacia el público y una lluvia de pétalos que aparece cada vez que se perpetra un crimen. Por otro lado, el resto de aspectos sí es intervenido y modificado notablemente; a veces, chirrían ciertas situaciones y actitudes en medio de la época victoriana; sin embargo, para quien escribe, esto no mella, en gran medida, la fuerza de la historia original y además, enriquece ciertamente el producto final.
Desde obvias modificaciones de género, como los roles del Dr. Lanyon y el mayordomo Poole interpretados ahora por mujeres (Lucía Oxenford y Olga Kozitskaya, respectivamente), en clara alusión al empoderamiento femenino actual; hasta convenciones más drásticas con el original, como las mismas apariencias del científico y el asesino (el impecable Sebastián Stimman): Jekyll luce ahora avejentado con problemas motrices; y Hyde, un seductor y erguido criminal. Acaso lo más resaltante sea la caracterización del abogado Utterson (Marcello Rivera), quien es descrito en la novela como un personaje reservado, tímido y hasta adorable, y que en la propuesta de Cabrera mantiene una intensa relación, sentimental y sexual, con Jekyll, en una medio de una sociedad opresora y machista. Dr. Jekyll y Mr. Hyde puede que no sea del agrado del público más tradicionalista, pero se convierte en una arriesgada y valiente propuesta de Cabrera, que al explorar el ángulo de la represión de la fuente original de Stevenson, permite una conexión más directa con los nuevos espectadores, a través de una puesta en escena atractiva y entretenida.
Sergio Velarde
31 de agosto de 2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario