miércoles, 19 de julio de 2023

Crítica: SALOMÉ


La mujer enamorada del profeta

Lorenzo Albani (escenógrafo) escoge una mesa grande y larga que se pierde en la lateralidad derecha del escenario, candelabros suntuosos cuelgan del techo y el espacio es hostil, parece una caverna oscura pero lujosa, en donde la lascivia del mundo se anida. El inicio marca un tiempo distinto, los personajes repiten un patrón de movimiento contenido, los cuerpos parecen descomponerse en apariencias que intentan cubrir la carne del pecado. Hay lujos, también opulencia, pero una maldad latente que palpita incesantemente.

El ingreso de Salomé (Amaranta Kun) es apoteósico: la lentitud de los cuerpos se vuelve más evidente y una luz potente con un viento oscilante cargado de hojas aparecen desde la lateralidad derecha del escenario; y ahí está ella, deslumbrando con su vestido y con su presencia, la mirada clavada en el horizonte izquierdo y los personajes ofuscados por la sensualidad de su piel.

Los actores responden al desplazamiento de Salomé y realizan una orgía del movimiento. Mientras ella camina, parece afectar profundamente a cada uno de ellos. Herodes arde en su interior, el cuerpo de Leonardo Torres actúa con docilidad, el manejo de su energía permite causar una sensación de contención erótica. Mónica Sánchez encarna a Herodías, la madre de Salomé; ella sufre con el ingreso de su hija, hay varias sensaciones en la actriz, una profunda oscuridad parece envolverla, pero su cuerpo es sensual y dominante. El Capitán es el que podría tener los sentimientos más dulces en todo el espacio cargado de sentimientos bajos; Alejandro Tagle interpreta a un joven capitán que parece chispear sus pupilas cuando Salomé ingresa, y finalmente rompe el embrujo en que están sumidos todos con la palabra e inicia la obra, que pese a haber pasado el momento ralentizado, no pierde esa sensación de tener otro tempo.

La decisión de ralentizar los textos funciona hasta cierto punto, porque en algún momento da la sensación de querer que empiece una velocidad normal, quizá así sucede y como la puesta es envolvente no he podido percibir el momento en que el tempo se normalizó. El ingreso de Jokanaan (Fernando Luque) es otro instante increíble: baja del cielo con los ojos vendados y sentado en una silla. El ambiente profético se siente a cada instante, pero hay un mal presagio, como si algo se acercara a su destrucción.


Salomé está apasionada con el profeta y busca su contacto, la primera relación que ellos tienen es sobre la mesa, como si fuera en otro plano, en otra jerarquía. Jokanaan tiene los ojos vendados, hay una constante atención al pensar que el actor se puede caer de la mesa, Salomé va hacia él y le pide besar sus labios, Jokanaan se rehúsa; mientras los demás se escandalizan, ocultando su propia lascivia en comentarios puritanos y corporalidades reprimidas. Salomé consigue quitar la venda de los ojos de Jokanaan e interactúan como un simbolismo, los cuerpos se erotizan, pero la santidad del profeta pone una vibración distinta a la romantización de los cuerpos. Hay dos actores seguros de lo que tienen que hacer y esto conecta con la mirada del espectador. Mientras Salomé busca el contacto del profeta, el joven capitán sufre su agonía amorosa, termina suicidándose con un cuchillo y se organizan constantemente figuras como cuadros pintados por pintores malditos. En una esquina, mientras Salomé acerca su vestido al cuerpo santo, Tagle agoniza en las manos de su amigo, la figura de un cura, el momento es silencio; dibuja otro espacio dentro de la realidad construida, los actores componen desde la inmovilidad, en especial Tagle, que muere y su cadáver se queda durante toda la obra, tarea difícil la de estar presente en el silencio y en la inmovilidad. Las formas que los cuerpos realizan mientras hay una escena principal sirven como fondo para resaltar la estética de la propuesta, los cuerpos se tuercen, se voltean y siempre hay una imagen que observar, un estado onírico.

Herodías quiere que maten a Jokanaan, pero Herodes teme por lo que puede hacer ese nuevo Dios del que se habla, pero hay algo que los mantiene en pecado, todos pretenden conocer al verdadero Dios, la monja y el judío, hablan como si tuvieran la razón y ríen diabólicamente ante su condición atrapada por la carne. Salomé es delicada, pero sabe que tiene poder ante Herodes, que siempre la está mirando frente a la molestia de su madre. Los actores saben llevar la carga de la construcción de personaje y deambulan en un mundo inventado para ellos.

El momento del clímax escénico es la danza de Salomé, las luces contribuyen a este espacio de ensueño y la danza de Kun parece un cuerpo poseído por los cánticos de los actores. El registro vocal de los personajes permitía la composición de un coro, con voces ubicadas en distintos niveles y tonalidades. Los contrastes son interesantes, porque mientras baila Salomé todos siguen reaccionando ante sus latigazos y en un momento el centro se va a Herodías, que con la elegancia de Sánchez, derrocha sensualidad y lujuria; es como si se realizara una orgía entre ellos, como si la carne ganara al espíritu. Pero hubo una condición de Salomé antes de iniciar el baile y es que Herodes le cumpla cualquiera de sus peticiones. Ella, sintiéndose rechazada por el profeta, pide su cabeza. El momento final se queda un poco corto, los textos de Luque pudieron tener más fuerza, el exceso de solemnidad tornaba densa la composición y cuando Kun, en sentido figurado, asesina a Jokanaan, todo se queda en un espacio superfluo. Los textos, el dolor y el beso, pese a tener un impacto en la expectación, pudieron ser mejor resueltos, con mayor profundidad en lo que está sucediendo y con las entrañas de una mujer que ha deseado a un hombre santo.

Sin embargo, la obra es buena, consigue atrapar por su estética y por la elección de los colores y de los materiales, la propuesta textual hace sentir una presencia escénica potente, al igual que los cuerpos constantemente reaccionando y formando figuras como de cuadros poseídos. Consiguen que el espectador se distancie de la realidad y vaya a un mundo onírico; los actores tienen fuerza en el escenario y son magnéticos a los ojos, es un buen elenco y la dirección de Jean Pierre Gamarra ha sabido aprovechar cada una de sus peculiaridades.

Moisés Aurazo

19 de julio de 2023

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