La erosión de la comunicación
Limones, Limones, Limones, Limones, Limones, puesta en escena coproducida por La Ira Producciones y el Centro Cultural de la Universidad de Lima, se estrenó la semana pasada con la presencia del autor británico Sam Steiner, quien la escribió en el 2015. Bajo la dirección de Mikhail Page y con las actuaciones de César Ritter y Carolina Cano, esta comedia nos muestra una crisis de la comunicación verbal en la vida de una pareja que lucha por entenderse y conciliar sus diferencias a través de un lenguaje limitado.
Page utiliza los recursos digitales en escena: las proyecciones, el juego de luces, la música y los efectos sonoros, para evidenciar la realidad actual de la comunicación, reducida a emoticones y abreviaturas, como último recurso ante una ley que solo permite utilizar 140 palabras como plantea la ingeniosa narrativa. Por su parte, los actores resuelven los abruptos cambios de escena y saltos en el tiempo con precisión, integrando el lenguaje corporal como elemento clave, cuando el uso de la voz se restringe.
Aunque ciertos efectos de sonido podrían regularse, el ritmo de la obra mantiene su dinamismo, contrastándose con las escenas menos intensas, que ocupan la ausencia de las palabras con gestos y señas. Sin duda, el trabajo escénico se consolida al retratar el desarrollo de un vínculo amoroso en circunstancias extremas, revelando que más allá de una prohibición del gobierno, la falta de una comunicación efectiva es una responsabilidad de los propios involucrados en esa conversación.
Limones, Limones, Limones, Limones, Limones es una desafiante comedia que refleja el valor y sentido que le otorgamos a nuestras palabras, sobre todo, en una sociedad sumergida (casi por obligación) en los dispositivos electrónicos, pasando por temas como la desconexión, los límites del lenguaje, la forma en la que hablamos con el otro, los afectos o rencores que guardamos y ante el estímulo menos explotan como una verborrea sin control. En medio de una realidad en la que el lenguaje verbal pareciera estar sobrevalorado, como espectadores nos invita a cuestionarnos acerca de nuestra propia forma de comunicarnos, y pensar si realmente existiera una ley que nos forzara a emitir solo 140 palabras ¿sería un castigo o un alivio?
Maria Cristina Mory Cárdenas
13 de mayo de 2025
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