lunes, 15 de septiembre de 2025

Crítica: EL HAZMERREÍR


Lo que se hereda no se hurta

El teatro testimonial sigue siendo un formato interesantísimo de explorar como creador y de apreciar como espectador, ya que no solo conecta de manera personal con el artista, sino que además le otorga aquella carga adicional de “verdad” que cala, ciertamente, de manera más profunda en el público. No interesa realmente qué tanto de veracidad y exactitud tengan los sucesos que vemos en escena; debe ser la capacidad histriónica de los artistas ejecutantes los que logren crear la ilusión de aquella “verdad” sobre las tablas. Uno de estos últimos espectáculos fue El Hazmerreír, un sentido homenaje del actor Job Mansilla, con la dirección de Verony Centeno, dedicado a los tan menospreciados artistas callejeros, los cómicos ambulantes, que armados solo con su chispa incombustible, cautivaron y siguen cautivando a cientos de peruanos en nuestros parques y plazas.

Con una escenografía sencilla pero funcional, con un fondo de plástico que sirve de pantalla para imágenes y videos puntuales, y una media luna de cajas de cervezas amontonadas, Mansilla se mimetiza en el cuerpo del hijo de uno de estos cómicos, para contarnos su propia historia y la de su padre, vistiendo la guayabera de rigor. Creada en base a testimonios reales, Centeno y Mansilla consiguen una conmovedora y entretenida dramaturgia de autoficción, narrando la sacrificada carrera del cómico y el temprano talento de su hijo, integrando teatro, stand-up, improvisación y divertidísimas rutinas, tan propias de los programas noventeros, algunas de ellas rescatadas de los archivos televisivos. 

A destacar, cómo no, el comprometido trabajo de Mansilla, quien alcanza aquellas cuotas de “verdad” en su interpretación, conmoviendo y divirtiendo en partes iguales, cuando hace las veces del cómico con serios problemas de alcoholismo, y del hijo palomilla que pretende seguir sus pasos. Por su parte, la dirección de Centeno engrana con efectividad los diversos formatos en las secuencias, con ritmo y fluidez; además de extraer, por supuesto, una sobresaliente actuación de Mansilla. Más allá de conseguir un excelente producto de teatro testimonial, el mayor logro de El Hazmerreír, con la producción de Ovejas Negras – Humor & Sociedad, sea el de darle un merecido homenaje a aquellos artistas callejeros, que en medio de todos sus propios demonios, lograron arrancarle una sonrisa al peruano de a pie. Y eso ya es bastante.

Sergio Velarde

15 de setiembre de 2025

Crítica: IGUALADOS


Catarsis de una villana moderna

Con una propuesta fuerte y disruptiva, Panparamayo Teatro presenta las reflexiones de una mujer de la clase alta limeña, quien nos hace partícipes de su introspección a través del espacio de El Galpón. Bajo la dirección de Mario Ballón, nuestra intérprete Arés Escudero comienza con un monólogo sobre el sistema educativo, las expectativas sociales y los modos de relacionarse con aquellos que se encuentran en la base de la pirámide social: para personas como ella, el vínculo muchas veces estaría marcado por una verticalidad, la caridad o la condescendencia.

Pero el discurso individual se lleva más allá, al pedir la participación del público, quienes somos invitados a tomarnos fotos con la protagonista, ayudar con algunas tareas y jugar con los elementos del escenario, que se vuelve nuestro también. Considero que esto es particularmente consecuente con la propuesta, pues nos abre el espacio del teatro, convirtiéndonos en una especie de actores también, así como lo somos en nuestra comunidad. 

Las estrategias utilizadas para interpelarnos se hacen más potentes al contar, directamente, con la figura de una persona que identificamos con quienes consideramos tienen mayor poder, de modo que las preguntas, meditaciones, juegos y ejercicios no nos permiten mentir: hemos sido oprimidos, pero también fuimos opresores. En ese sentido, ya no solo tenemos la imagen de una pituca buena gente, sino de alguien que reconoce su privilegio y enfrenta su lugar de villana en nuestra historia.

Queremos invitar a nuestro público a disfrutar de Igualados, especialmente a quienes disfrutan de experiencias inmersivas y apuestan por un teatro diferente. El uso del espacio y los elementos fue constantemente marcado por la movilidad y el ingenio de los involucrados en su disposición. La música también tomó parte importante, jugando con ritmos de percusión, pasando por instrumentos de viento con notas andinas, hasta llegar a la electrónica; estos sonidos fueron acompañando las emociones e intensidades de nuestra intérprete. Consideramos que Igualados es una obra muy interesante, que pone temas complejos sobre la mesa, planteándolos de manera muy inteligente y siempre animando al público a pensar e involucrarse constantemente. Aún quedan algunas fechas para disfrutarla y esperamos que les inquiete como a nosotros.

Jimena Muñoz

15 de setiembre de 2025

Crítica: GOTERAS


Cuando el pasado y el futuro se filtran en el presente

El sábado 6 de septiembre en el Teatro de Lucía presencié Goteras, dirigida por Jesús Álvarez e interpretada por Miguel y Franco Iza. La obra nos introduce en la vida de Toni López, un guionista en sus 30s, que de pronto se ve forzado a encontrarse con distintas versiones de sí mismo en sus 60s. Cada gotera que aparece en el techo de su departamento es una grieta en el tiempo que lo acercan a estas diferentes versiones suyas del futuro.

La propuesta escénica parte de un registro realista, pero se abre paso hacia lo simbólico. Lo cotidiano se transforma en metáfora del desgaste, de lo inevitable, pero también de la oportunidad de revisar el propio destino. Las goteras marcan el inicio de un juego absurdo en el que el Toni joven mide su presente con la vara de lo que podría ser su vejez: frustración, cansancio, ironía, resignación.

Lo que sostiene la pieza es el trabajo actoral. Miguel Iza encarna con credibilidad camaleónica a múltiples Tonis mayores, todos diferentes, todos posibles, mientras que Franco Iza aporta el contrapunto enérgico y vulnerable del Toni joven. La complicidad entre ambos es innegable; el hecho de que sean padre e hijo en la vida real potencia la tensión escénica, pues cada cruce de miradas parece contener la experiencia compartida de generaciones.

Goteras conmueve porque habla de lo ingrato de la vida artística, de la soledad del escritor, de la sensación de haber apostado todo por una vocación que pocas veces devuelve certezas. Sin embargo, lo hace con un tinte absurdista, pues defiende que si lo que nos espera es una “vida de mierda”, que al menos sea la mejor vida de mierda posible. Y en ese viaje entre presente y futuros posibles, la obra se permite incluso un homenaje a Volver al Futuro, ese clásico que también imaginó la paradoja de encontrarse con uno mismo en otra edad.

Salí conmovida, sobre todo porque la obra desnuda lo que significa entregarse al arte, un camino donde el futuro nunca está garantizado. Goteras deja una pregunta que resuena mucho después de apagadas las luces: ¿podemos realmente cambiar lo que nos espera, o solo aprender a habitarlo?

Recomendaría verla no solo por su tema, sino por la experiencia de presenciar a este dúo en escena. Es un privilegio ver cómo dos generaciones dialogan en un mismo personaje, confrontándose y sosteniéndose a la vez, mientras nos recuerdan que cada gotera que cae es también un recordatorio del tiempo que se nos escapa.

Daniela Ortega

15 de setiembre de 2025

Crítica: VARGAS LLOSA EN ESCENA


Al encuentro del teatro vargasllosiano

Vargas Llosa en escena fue presentada gracias al esfuerzo de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la Asociación Iberoamericana de Artes y Letras AIBAL. Esta extraordinaria representación de la dramaturgia del Nobel nos ofreció diez escenas de seis obras teatrales, que van desde una reescritura de los clásicos hasta personajes y situaciones ancladas en un contexto nacional y regional. 

Bajo la dirección de Percy Encinas y Maureen Llewellyn-Jones, los actores Willy Gutiérrez, Yasmine Incháustegui, Renato Medina-Vasallo y Liz Navarro dan vida a múltiples personajes: algunos tan conocidos como Odiseo y Penélope, e igual en otras escenas, ya a distintos protagonistas genuinamente del universo vargasllosiano, como Josefino, Meche y La Chunga. Destacamos la versatilidad de nuestros intérpretes, quienes con vestuarios diferentes y juegos con los textiles logran transformarse, una y otra vez, en los personajes imaginados por el literato. Ello, además, se convierte en una metáfora sensorial del trabajo de escritura, del hilar historias a la manera de la reina de Ítaca, tejiendo y destejiendo el destino. Así, tenemos una reflexión sobre la labor creativa, una discusión sobre el talento y las posibilidades que nos ofrece la vida para seguir expresándonos.

No quisiéramos dejar de destacar las particularidades de la puesta en escena, como la introducción de elementos con características evidentemente peruanas: la capa con patrones y colores, además del uso de música criolla y boleros, terminan por ayudar a dar un sello nacional, sin quitarle el carácter universal de las escenas propuestas. Consideramos que ha sido un proyecto muy interesante, y que seguirá desarrollándose, pues se busca que también pueda ser presentada en colegios. De este modo, se podría lograr que mayor público tenga contacto con el teatro de Vargas Llosa, que suele ser menos conocido que sus novelas u otros trabajos. Ello permite ver el mundo literario que ha dejado para nosotros, y que podemos seguir explorando en sus diferentes formas. 

Así, haciendo énfasis en el gusto del escritor por la actuación, la casa de estudios le dedicó este gran homenaje a uno de sus alumnos más ilustres. De esta manera, comprendemos que su legado se mantiene muy vivo, y que puede ser estudiado desde la academia, e igual representado teatralmente, para seguir generando emociones.

Jimena Muñoz

15 de setiembre de 2025

sábado, 13 de septiembre de 2025

Crítica: EL BARBERO DE SEVILLA


La inútil precaución

Imagínate ser una chica joven, linda y con mucho dinero en el S. XVIII, pero vives prácticamente encerrada dentro de cuatro paredes, no tienes derecho a decidir sobre tus propias acciones ni a cómo gastar tu dinero; encima estás obligada a casarte con alguien a quien no amas, sino todo lo contrario, lo desprecias. Básicamente esta es la situación de Rosina (Amaranta Kun), una de las protagonistas de El barbero de Sevilla, obra que llega gracias a la compañía de teatro Éxodo, bajo la dirección de Jean Pierre Gamarra.

En esta oportunidad, el colectivo nos invita a formar parte del inicio de un ambicioso proyecto: traer al escenario la trilogía de Beaumarchais, iniciando con El barbero de Sevilla, obra bastante lúdica que trata de retratar la decadencia del ser humano, pero no de manera deprimente o para lamentarse, sino para reírse de uno mismo (sin omitir la autocrítica), identificarnos en nuestros momentos más humillantes o de mayor humanidad, en el sentido de seres imperfectos que recurren a actos poco nobles muchas veces, pero no por ello caen en el adjetivo de “malos”. 

Se nos sitúa en una España de la época caballeresca, con una escenografía sencilla -teniendo en cuenta que el tamaño del escenario de la Alianza Francesa no es muy grande-, pero se aprovecha cada centímetro hasta con el más mínimo detalle: un perro guardián que capta la atención de inmediato, muebles de la época, un balcón del mismo estilo, todo muy bien ambientado, incluso el interior de la casa que, dicho sea de paso, fue una sorpresa cuando se desplegó la escenografía de tal manera que un abrir y cerrar de ojos entramos en el hogar de Rosina. Esto, sumado al acompañamiento musical de canciones de la banda Estopa le dan a la obra un toque de frescura.

Si bien los personajes no son muy complejos -es evidente la intención pedagógica del autor original-, eso no le resta valor como obra ni los méritos de la dirección. Igual se siente como algo muy contemporáneo: la corrupción sigue y más viva que nunca, personajes como Don Basilio (Martín Aliaga) y Don Bartolo (Alonso Cano) abundan, y aún esperamos conocer o tener en nuestras vidas a personajes como Fígaro (Stefano Salvini), cuyas ocurrencias dan vida y sentido a la historia. Cabe destacar también el carisma del Conde de Almaviva (Oscar Yepez); él junto con Fígaro serán cómplices y harán del público su aliado para lograr su cometido.

Sin duda, es una obra que merece ser vista, incluso más de una vez, y cuyos actores, así como el equipo que trabaja detrás del escenario, merecen un gran reconocimiento por el esfuerzo y dedicación, sobre todo por tratarse de volver a poner sobre las tablas obras que, de otra manera, quizás quedarían empolvándose.

Barbara Rios

13 de setiembre de 2025

Crítica: LA SUERTE


Cuando la igualdad es un privilegio

Estamos en una sociedad en la que la adopción no es muy común o es muy difícil por todos los procesos burocráticos, y si se trata de una pareja homosexual, el trámite se vuelve interminable; tanto así que durante el proceso hay muchas parejas que quedan afuera o se retiran al ser vencidos por el pesimismo, eso sin contar con el otro proceso difícil que viene después de la adopción: la crianza.

Bajo esta premisa, Love La Productora nos trajo la obra La suerte, escrita por la dupla española Pérez & Disla, bajo la dirección de Silvia La Torre Matuk. Esta es la historia de Juame y Juli, una pareja homosexual que, después de años de convivencia y encontrarse en una situación económica estable, deciden adoptar un niño, pese a saber que el proceso no será nada fácil y que prácticamente no hay nada asegurado.

Lo interesante de esta puesta viene de la combinación de las artes escénicas y elementos audiovisuales, como una gran pantalla de fondo que va contextualizando al espectador de la situación que afrontan las parejas homosexuales hoy en día para poder adoptar, recalcando que la historia se ambienta en España, donde las cosas han avanzado un poco más y una adopción homoparental, si bien es difícil, no es imposible, como parece serlo aún en países como el nuestro.

Las actuaciones de tanto Jesús Oro (Juli) como Joel Calderón (Juame) son bastante convincentes, vulnerables en los momentos precisos y lúdicos en otros, se refleja que interiorizaron bien los roles, la historia que estaban transmitiendo, e hicieron al público parte de ella, conmoviéndolo y haciéndolo reír.  Asimismo, se destaca que no solo nos muestran la parte tediosa del proceso de adopción, sino también unos meses después de tal proceso, lo difícil que puede ser la crianza, que el niño se adapte a un nuevo hogar y a una sociedad que probablemente lo excluya, a veces, por no entender que está bien ser diferente.

Es una de esas obras que mediante una historia sencilla logra hacerte reflexionar sobre una situación que quizás es poco usual, pero eso no significa que no sea universal o que no debería hablarse sobre ello. Hablar sobre cómo la posibilidad de adoptar, de ser padres, a veces se trata más de privilegios, que te hagan sentir que unos merecen más ser padres que otros, sobre todo si es por tu orientación sexual, o darse cuenta que un niño criado en un hogar así es igual de afortunado que un niño criado por una pareja “tradicional”.

Si bien su tiempo sobre las tablas fue de corta duración, esperamos que vuelva a reponerse, pues es en momentos como los de ahora que necesitamos de obras como estas, que más allá de entretener, buscan informar e involucrar.

Barbara Rios

13 de setiembre de 2025

Crítica: UN DÍA COMO CUALQUIER OTRO


Cuando la realidad supera la ficción

¿Alguna vez has sentido que estás atrapado en la monotonía de la rutina?, ¿quizás has tenido ganas de hacer algo distinto, pero no te atrevías por miedo a renunciar a esa “tranquilidad” que te daba tu zona de confort? Pues si la respuesta es un sí, Un día como cualquier otro es el tipo de obra que necesitas ver.

El colectivo teatral Telón Mestizo pone sobre las tablas del Nuevo Teatro Julieta la citada obra, protagonizada por el gran actor Mario Rengifo y con un talentoso elenco conformado por Sebastián Olivencia, Leny Luna Victoria, Alana La Madrid y Lucía Brozovich. La historia nos lleva a presenciar la vida rutinaria de Mario que, de un momento a otro, empieza a escuchar a una voz en su cabeza que le predice cuál es su próximo movimiento o qué estará por pasar. Vemos a un Mario que cada minuto que pasa se vuelve más paranoico por esta voz y por su incapacidad para convencer a las demás personas de que está pasando algo inusual.

Si bien el concepto remite un poco a la película The Truman Show, la puesta cuenta con sus propios toques personales. Stefani De Ruvo, quien escribió la obra y Gian Marco Valle, quien la dirigió, traen una propuesta bastante innovadora y que no se ha visto mucho en la escena limeña, con un maquillaje bastante creativo y escenografía que también suma bastante a la trama, nos muestran a un personaje bastante humano y con quien fácilmente nos podemos identificar desde un inicio.

A lo largo del relato vivimos junto a Mario una serie de sucesos cómicos, y otros no tanto, que lo irán desencajando poco a poco, hasta llegar a la conclusión de que hay alguien más controlando su vida en ese punto y debe hacer algo al respecto, de lo contrario, cosas malas le sucederán. Es así como nos enteramos, junto con el personaje, que forma parte de un libro, que la autora está en crisis porque no sabe qué desenlace darle a la historia, esto mientras la editora intenta convencerla de que acabar con la vida del personaje es un buen cierre.

Si bien el desenlace es quizás un poco evidente, eso no resta valor al mensaje que la obra intenta darnos: atrévete a hacer cosas nuevas, a vivir más, y que no necesariamente eso tiene que implicar sufrir o pasar por traumas; que toda experiencia vale la pena ser vivida, que la vida en general merece ser disfrutada en todo momento.

Barbara Rios

13 de setiembre de 2025

Crítica: UNA BOFETADA DE ROSAS EN LA GARGANTA


La sinestesia de las palabras

Imagínate una obra en la que los sentidos se confunden, oyes lo que sientes, ves lo que escuchas, pero todo de una manera no convencional; imagínate estar en un cuarto con unas cuantas personas más y tener al frente a un actor que parece estar al borde de un colapso constante. No entiendes nada, pero sientes todo. Algo así es lo que llegó a la escena limeña, gracias a Creación escénica sensorial: un unipersonal Paulo César Polo Chávez, basándose sobre la poesía de Leandro Salvatierra.

Cabe destacar que el lugar donde se llevaron a cabo las funciones, el centro Kracc, brindó un buen ambiente de bienvenida con Pink Floyd de fondo, poemas y papeles en los que podías escribir cómo te sentías y pegarlo en la pared, una experiencia bastante inmersiva de inicio a fin que apelaba a los sentidos, un espacio íntimo que te invitaba a conectarte contigo mismo.

Polo Chávez, la mente detrás de la obra, nos regala una actuación entregada; se sintió bastante personal cada movimiento, cada palabra, y justamente en una entrevista que dio hace poco a la Dramateca del Perú, habla un poco sobre cómo se inspiró para la elaboración de esta obra, qué lo motivó: la falta de concentración, factores externos como la pandemia, etc., pusieron al artista en una situación difícil, y plasma toda esa preocupación e importancia en el espacio.

Si bien no es una obra con una estructura convencional, ni que tenga una historia en sí o un hilo, al cabo de unos segundos es sencillo deducir que se trata de esas obras que no hace falta entenderlas o que no necesitan una historia en sí para contar o transmitir algo. Es de esas obras que te recuerdan lo importante que es sentir, simplemente estar, incluso si nada tiene sentido o si todo te hace explotar, si quieres retroceder o adelantar las cosas; el punto es sentir, permitirte sentir y fluir con eso.

Fue una obra fuera de lo usual en la cartelera limeña y que invitaba a la reflexión, sobre todo psicoanalítica, lo que la hizo aún más interesante, pues se mueve tanto en la esfera del entretenimiento como en la académica, es una mezcla precisa que podría ser aprovechada por el público para acercarse a ambos ámbitos. 

Barbara Rios

13 de setiembre de 2025

jueves, 11 de septiembre de 2025

Crítica: TITÁN


Polémico trabajo escénico sobre tragedia real

¿Existirá algún límite, consideración o parámetro al elegir el tema para abordar una obra de teatro? ¿Acaso habrá algún acontecimiento o suceso que, por motivos de ética o simple respeto, sería preferible evitar explorar para una puesta escénica? Tales cuestionamientos surgen cuando el punto de partida para la creación de un espectáculo teatral, encima uno en clave de comedia, es una tragedia en la que se han perdido víctimas humanas. Esta escueta reflexión viene al caso con la pasada temporada de Titán, presentada por el colectivo La Absurda Sociedad del Duende Romántico, basada en la tragedia ocurrida el 18 de junio de 2023 en el Atlántico Norte, en la que el sumergible Titán, como parte de una expedición turística para observar los restos del Titanic, implosionó, muriendo en el acto la totalidad de sus tripulantes.

Dejando de lado el aspecto mencionado y centrando la atención solo en el producto escénico, los resultados resultaron más que auspiciosos. Estrenada en el espacio Ares Teatro de Lince, la puesta de formato breve lució bastante cuidada en el apartado estético y especialmente, en la decisión de los directores Simón V. de V. y Angie Damacen Motta de recurrir a la Comedia del Arte, a través del uso de máscaras, la caracterización física del trío de estereotipados personajes y la sátira social de trazo grueso hacia los desprevenidos multimillonarios. En ese sentido, el joven elenco conformado por Gianella Soto, Germán Ojeda y Melissa Valverde estuvo a la altura de las circunstancias, logrando divertidas secuencias cómicas apoyándose en su ejecución física y vocal. Incluso el dramaturgo (el mismo V. de V.) se reserva el curioso papel del pez rape abisal (pez diablo) como presentador de la trama.

No obstante, luego de finalizar la puesta en escena, que esgrimía en su nota de prensa que  “burlarse de los multimillonarios nunca dejará de ser relevante; sin embargo, en la actualidad, resulta más necesario que nunca”, algunos espectadores podrían reflexionar acerca de lo atinado o no que pudo haber sido la creación de esta obra. Polémicas aparte, lo conseguido en Titán es un efectivo llamado de atención, en un formato visualmente atractivo, hacia aquellas personas que concentran el poder y que no siempre toman las mejores decisiones, en demérito de los más necesitados y a favor de la conveniencia con ellos mismos. El público ya decidirá si resultó oportuno el tomar una tragedia real para tales fines.

Sergio Velarde

11 de setiembre de 2025

sábado, 6 de septiembre de 2025

Crítica: CYRANO DE BERGERAC


Lúdica adaptación para los más pequeños

Las libertades creativas, ejecutadas con coherencia y creatividad, pueden producir, por ejemplo, notables adaptaciones de clásicos universales dirigidas para públicos específicos. En La Plaza Joven ya hemos podido disfrutar de espectáculos para toda la familia, a partir de obras de calibres y formatos tan diversos como Moby Dick o La vida es sueño, con excelentes resultados. En esta oportunidad, el popular drama heroico Cyrano de Bergerac (1897), escrito en verso por el poeta y dramaturgo francés Edmond Rostand, sobre aquel espadachín poeta con una enorme nariz y apodado como "ladrón de oxígeno", sirve como punto de partida para una muy entretenida adaptación teatral que celebra el amor, la honestidad y la valentía.

Tomándose la válida licencia de presentar en el escenario a cinco versátiles actores para contarnos la historia de Cyrano, el director Fito Valles se las ingenia para resumir con acierto las acciones y dibujar con claridad a los personajes principales del drama. Con contados y muy funcionales elementos de escenografía y utilería, como aquella estructura que sirve de balcón y a la vez para darle un toque épico a las escenas de batalla, la trama avanza sin tropiezos y además, se permite incluir números musicales, que hubieron podido ser todos cantados en vivo. El trágico final del original es modificado, sin mayores complicaciones, para así darle un cierre adecuado para el público objetivo al que va dirigida la puesta.

La ya conocida historia de Roxana, enamorada de las cartas que le entrega el galán Christian, pero escritas por Cyrano, encuentra nuevos bríos en la sólida y enérgica interpretación del elenco. En ese sentido, Roni Ramírez, Diego Pérez, Gina Yangali, Joaquín Escobar y Pedro Pablo Corpancho derrochan carisma y sensibilidad para abordar sus roles, permitiendo que esta historia de amor y amistad cale en los más pequeños. Esta lúdica adaptación y dinámica propuesta escénica de Valles, Cyrano de Bergerac, confirma que las libertades creativas, aplicadas con inteligencia y respeto sobre textos clásicos, pueden regalarnos excelentes espectáculos para nuevos públicos y de todas las edades.

Sergio Velarde

6 de setiembre de 2025

viernes, 5 de septiembre de 2025

Crítica: RETRATOS DE UN PERÚ DOLIENTE


Nuevas miradas, misma vigencia

Siendo tan riesgoso, muchas veces, el intervenir piezas consideradas ya clásicas de nuestra dramaturgia nacional, resulta reconfortante encontrarse con puestas en escena que, lejos de desdibujar el texto base, no solo saben encontrar una propia voz, sino que a la vez respetan y se apoyan en la fuente original. Tal fue el caso de la reciente temporada titulada Retratos de un Perú doliente, conformada por tres obras cortas de autores tan necesarios y vigentes, como lo son Hernando Cortés y Gregor Díaz, autodenominada como “una mirada cruda al país desde su infancia silenciada” y convertida por derecho propio en un más que necesario espectáculo de urgente reposición.

El joven colectivo Muertos de Arte explora e interpreta, con una sólida y creativa dirección a cargo de Alonzo Aguilar, tres obras en formato breve provenientes de la valiosa dramaturgia de los años sesenta: de La Ciudad de los Reyes de Cortés, Los niños están a la venta y Abuse usted de las cholas; y de Díaz, Con los pies en el agua. Todo ellas manejando problemáticas tan dolorosas y actuales, como la descarnada violencia y el cruel abandono a los que son sometidos los niños y jóvenes en nuestro país. Innecesario mencionar que dichas carencias no han cambiado prácticamente nada en nuestros tiempos, tomando en cuenta la década en la que las piezas originales fueron concebidas. Sin embargo, la ejecución escénica luce coherente, estilizada y enérgica, con tres jóvenes actores que les insuflan nueva vida a estas historias tan conmovedoras como vigentes. 

Los jóvenes Tais Villanueva, Aric Bernal y Christopher Cruzado se turnan los distintos personajes de manera intachable, con un muy buen manejo corporal y vocal. Quizás la decisión creativa de permanecer los tres actores en escena, en piezas escritas para uno o dos personajes, pueda lucir por momentos forzada; pero en la mayoría de las veces funciona muy bien y hasta enriquece la propuesta inicial. Cortés y Díaz son un par de dramaturgos que se encuentran más vigentes que nunca. Y montajes como Retratos de un Perú doliente les hacen merecida justicia, así como denuncian oportunamente la trágica situación de la niñez abandonada en nuestro país.

Sergio Velarde

5 de setiembre de 2025

miércoles, 3 de septiembre de 2025

Crítica: LA ÓPERA DE LOS MONSTRUOS


De lo poético a lo festivo: la obra que acerca las artes escénicas a niños y adultos

El Centro Cultural de la Universidad del Pacífico presenta La Ópera de los Monstruos, un montaje creado desde la colaboración entre la Compañía Flotante (Perú-Argentina), STAGE of the ARTS (México), con la dirección artística de Natalia Chami, Azul Borenstein y Yuriria Fanjul, con música original de Rodrigo Cadget. La propuesta se plantea como una puerta de entrada poética y festiva al universo de la ópera, pensada para un público familiar, con especial énfasis en los más pequeños.

Desde el inicio, el espacio escénico establece un lenguaje claro: los músicos ocupan un sector visible, tocando en vivo, mientras el resto del escenario se convierte en territorio de lo poético y sensorial. Una gran tela transparente en el proscenio introduce un recurso visual de fuerte valor poético, anticipando la relación entre lo tecnológico, lo musical y lo dramático. Los músicos marcan el código sonoro desde el inicio con una sinfonía dulce que abre paso al relato: la luz descubre al protagonista y, con él, un mundo onírico poblado de seres singulares.

La composición escénica se sostiene en una combinación eficaz de lo visual, lo sonoro y los elementos de diseño escénico que potencian el argumento. Este diseño sugiere que los personajes centrales son niños, reforzando la identificación del público infantil. Colores y materiales construyen un universo simbólico donde conviven criaturas fantásticas, cada una definida por su propia corporalidad y propuesta vocal. La iluminación delimita el tiempo y espacio, mientras las proyecciones multiplican los estímulos sensoriales, logrando mantener la atención de los espectadores. 

La música constituye un elemento importante en el montaje. La composición desarrolla un motivo central que conecta con la estética visual y sostiene las transiciones entre escenas. Los músicos en vivo mantienen una escucha precisa con los actores, generando un diálogo fluido entre gesto, canto y movimiento. Los intérpretes de canto lírico, además de cantar, participan como tramoyistas y en la creación de ambientes sonoros, aportando variedad y dinamismo. Esta interacción logra que cada transición sea ágil y que la atmósfera se mantenga coherente de principio a fin.

En el plano actoral, se aprecia un trabajo sostenido de escucha y movimiento. Los intérpretes construyen imágenes claras a partir de tonos musculares y cualidades de movimiento, transmitiendo con el cuerpo lo que las palabras no dicen. El uso de objetos es preciso y cargado de metáforas, mientras que los tramoyistas aportan ritmo y, en ocasiones, gestos que refuerzan las dinámicas lúdicas del montaje.

La dirección acierta con incluir al público como parte activa de la experiencia: los niños cantan, interactúan con los personajes y participan de una obra que rompe la barrera entre escenario y público. Si bien el desarrollo narrativo presenta momentos de estancamiento —algunos eventos se perciben redundantes—, el resultado final sostiene un mensaje claro y una transformación verosímil del protagonista.

En síntesis, La Ópera de los Monstruos es un montaje cuidado, visualmente estimulante y musicalmente sólido. Más allá de ciertas repeticiones narrativas, cumple con su cometido: acercar a los niños al mundo de la ópera desde la experiencia sensorial, integrando juego, música y poesía en una celebración escénica memorable.

Rubén Aquije

4 de setiembre de 2025

Crítica: CHONGRESO EN THAILANDIA


Una comedia sobre una comedia

En el Dragón de Barranco siempre se nos ofrecen propuestas frescas y entretenidas: Chongreso en Thailandia no es la excepción. Bajo la dirección de Esteban Phillips y escrita por Arturo Morán, lo que tenemos es una obra que reflexiona sobre la situación política nacional, siempre a través de una ácida sátira; así, trasladan el show desde el Poder Legislativo a este nuevo escenario. 

Con las actuaciones de Luis Baca, Pedro Olortegui, Ana María Álvarez, Airam Galliani y Javier Seminario, se nos lleva a un viaje lleno de secretos y revelaciones: desde los desamores a los excesos, pasando por los chismes y la generación de enemistades, así cómo las desavenencias que convierten lo personal también en un asunto público al afectarlos.

Las funciones de Chongreso en Thailandia las pudimos disfrutar todos los miércoles de agosto, y esperamos que Dilectos Teatreros se anime a volver a poner la obra en escena. Asimismo, aplaudimos el esfuerzo de poner sobre la mesa, con harto humor y mucha claridad, las complejidades asociadas al rol actual desempeñado por los “padres de la patria”. 

Junto a ello, destacamos que el espacio en el que se presenta es ideal para pasar una noche relajada, con bebidas, snacks y buena compañía. De este modo, animamos al público a acudir al Dragón de Barranco, donde también pueden disfrutar de música, poesía y otras obras que nos brindan en su oferta cultural. 

Jimena Muñoz

4 de setiembre de 2025

Crítica: SI TE QUEDAS EN MI PAÍS


Delirio y sátira en la política peruana

La más reciente propuesta dirigida por Leo Cubas, Si te quedas en mi país, reúne a Henry Sotomayor, Luis Miguel Yovera y Alexa Centurión en un ejercicio escénico que, a través de tres piezas breves, expone el absurdo político del Perú como un terreno que oscila entre la risa y la indignación.

La dirección de Cubas se inclina deliberadamente hacia el absurdo como lenguaje central, un recurso que no solo da cohesión a las historias, sino que también permite resaltar la dimensión ridícula de nuestra realidad política. El montaje apuesta por un espacio minimalista, con los elementos justos para ubicar al espectador en cada situación. Sin embargo, este minimalismo no es meramente funcional: los tramoyistas se integran a la obra como seres enmascarados que se desplazan y transforman la escena, mimetizándose con la acción y añadiendo un matiz inquietante que desestabiliza la frontera entre ficción y artificio teatral.

La primera microobra presenta el secuestro de una congresista, llevada a cabo como un acto de venganza por la muerte del hijo de uno de los secuestradores. Aquí el timing cómico resultó especialmente efectivo, con un ritmo sostenido y una comedia física destacable en el trabajo de Sotomayor y Yovera. Esta pieza logró un equilibrio notable entre lo grotesco y lo hilarante, revelándose como uno de los momentos más sólidos del montaje.

La segunda pieza breve llevó al espectador a un paisaje onírico en el que tres personajes (un policía, una manifestante y un empresario) oscilan entre la confusión y el recuerdo. La propuesta luminotécnica brilló en esta sección, creando un entorno visual hipnótico que realzó la atmósfera de extrañeza y desmemoria. El efecto fue tal que la risa se entrelazó con una sensación de inquietud, reforzando el tono absurdo y crítico de la obra.

Finalmente, la tercera propuesta escénica, centrada en el candidato a la alcaldía, Alcázar, satiriza el oportunismo político en tiempos dominados por la lógica de las redes sociales. El intruso que lo obliga a actuar frente a la cámara desenmascara la fragilidad y la banalidad de la figura pública, convirtiendo el escenario en una radiografía grotesca del espectáculo mediático en que se ha convertido la política.

Los tres intérpretes sostienen la puesta con gran destreza, versatilidad y una energía constante que impide que el ritmo decaiga. La recepción del público fue prueba de ello: las risas estallaron en distintos momentos, generando una complicidad inmediata entre escena y sala. La inclusión de videos con imágenes de la política peruana funcionó como un recordatorio punzante de que lo que vemos en escena no es mera exageración, sino un espejo distorsionado (aunque no tanto) de nuestra realidad.

En suma, Si te quedas en mi país es una obra que encuentra en el absurdo un lenguaje preciso para denunciar, desde el humor, la precariedad ética y el delirio de la política peruana. Una propuesta que logra sostener la risa y la crítica en un mismo gesto, recordándonos que en nuestro país lo cómico y lo trágico son inseparables.

Daniela Ortega

3 de setiembre de 2025

Crítica: CONFESIONES DE INVIERNO


Tres miradas íntimas sobre la vida en El Dragón de Barranco

El Dragón de Barranco presenta Confesiones de Invierno, una propuesta escénica producida por Escena Dragón y Fátima Producciones. Se trata de una experiencia compuesta por tres microobras que, a través de seis intérpretes, ponen en escena confesiones íntimas con el público como cómplice y testigo. La premisa resulta prometedora: acercar al espectador a la fragilidad de los vínculos humanos desde formatos breves, frescos y cercanos.

La primera representación, Agregar Servicio, escrita y dirigida por Gerardo García Frkovich, plantea una escenografía clara. Asimismo, la iluminación cálida construye de inmediato un ambiente íntimo y reconocible. Los intérpretes demuestran escucha y conexión, reaccionando a las propuestas del otro con naturalidad. Sin embargo, la obra pronto se ve limitada: el uso de la voz carece de matices y se vuelve monótona, lo que resta dinamismo a la acción. A nivel dramatúrgico, el conflicto no termina de consolidarse, y el espacio donde ocurre la obra no es verosímil y coherente con la acción de los personajes, la cual rompe con la narrativa. Las reiteradas bromas —que no impulsan a la narración de los eventos dramáticos— interrumpen con el ritmo y desvían la tensión dramática. El vestuario acompaña con acierto, pero el desenlace resulta predecible y no logra impactar. En escena: Gabriel Ledesma y Silvana Oblitas.

La segunda obra, Peluches, escrita por Gimena Vartu y dirigida por Diego La Hoz, inicia con una atmósfera clara y estimulante: música festiva y colores de una fiesta infantil que nos llevan a un ambiente específico. El vínculo y la construcción física de los personajes es coherente, pero vocalmente los intérpretes enfrentan limitaciones: una voz aireada en la actriz y se percibe tensión en el actor ocasionando que la ejecución vocal carezca de precisión. El conflicto no se logra definir sino hasta la mitad del montaje, dificultando que nos mantengamos conectados desde el inicio de la trama. Aun así, la dirección propone una composición escénica que aporta a lo narrativo, aunque no se logran unificar los elementos artísticos con precisión y eso no aporta a la representación. En escena: David Almandoz y Camila Yong.

Finalmente, ¡Ah, qué terapia!, escrita por Mario Soldevilla y dirigida por Dante del Águila, marca el punto más alto de la velada. Con un espacio bien utilizado y un estilo de actuación definido, la pieza ofrece claridad en su convención y logra mantener un buen ritmo. La paleta de colores logra potenciar la composición escénica y la construcción de personajes; también se visualiza un correcto aporte desde el simbolismo. La actriz despliega un trabajo vocal versátil y conectado con el cuerpo, mientras el actor se mantiene con escucha activa, generando un contrapunto dinámico. El uso del espacio es variado y la dramaturgia mantiene coherencia y tensión hasta el final. Incluso la interacción con el público, potencia la complicidad. El resultado es un montaje vivo, fresco y sostenido en intensidad. En escena: Mario Soldevilla y Katherina Sánchez.

En conjunto, Confesiones de Invierno ofrece una velada heterogénea: momentos de sinceridad escénica que a veces se pierden en repeticiones o por la falta de un conflicto definido, pero que encuentran en su última pieza una resolución vibrante. Una temporada que, pese a sus altibajos, refresca la cartelera limeña con propuestas íntimas y cercanas al espectador.

Rubén Aquije

3 de setiembre de 2025

lunes, 1 de septiembre de 2025

Crítica: EL BARBERO DE SEVILLA


Del engaño y la calumnia al final feliz

El barbero de Sevilla es una comedia del teatro francés, ubicada en Sevilla, representada por primera vez en 1775 (la ópera vino después) y desde entonces ha hecho reír a muchas generaciones. En la puesta que vimos en la Alianza Francesa, Jean-Pierre Gamarra recurre a la rumba catalana del dúo Estopa, en voz de los personajes que nos reciben, cuyo canto, atuendo y maquillaje nos introduce a la comedia, con lo que logra dar mayor frescura a los textos originales de Pierre-Augustin de Beaumarchais.

Como toda comedia de trampas absurdas, enredos y trapisondas, el ritmo es fundamental. En este "barbero", la puesta logra divertirnos en cada acción de sus personajes, sin desperdicio alguno. Incluso desde bambalinas o fuera de escena contribuyen al ritmo incesante. El objetivo de una comedia es divertir y esta lo logra de principio a fin. Pero también nos divierte la mofa de conductas inmorales de quienes por su gran poder se presentan como superiores. Para ello, el mismo conde de Almaviva se presenta con la identidad falsa de un estudiante modesto, pero atrevido y enamorado. Todos engañan a todos, pero el final feliz, con la boda de Rosina y el Conde de Almaviva no premia el engaño sino la astucia, la bondad de los jóvenes triunfa sobre la ambición de una nobleza injusta y caduca, representada por los viejos Bartolo y Basilio, el maestro corrupto y calumniador. Rosina es desde el principio la víctima de las ambiciones de Bartolo y la llegada del joven Lindoro prende la chispa de la libertad y el deseo, ante un matrimonio impuesto y abominable y se muestra como una rebelde frente a las circunstancias. Fígaro no es un simple alcahuete, sino que inclina la balanza, con sus tretas, a favor del bien, frente al mal.

Conocemos la genialidad de Gamarra por sus puestas de óperas como Idomeneo y Cosi Fan Tutte de Mozart, Alzira de Verdi o Carmen de Bizet, así como obras de teatro como las de Moliere: El misántropo, El avaro y Tartufo. Esta alta expectativa no es defraudada por la puesta del Barbero en la Alianza Francesa, donde el peso de la puesta recae en el desempeño de los actores: se luce en expresividad la encantadora Amaranta Kun, en el papel de Rosina; la picardía y perspicacia de Fígaro, interpretado por Stefano Salvini; y el talento de Oscar Yépez (Conde de Almaviva), para ser el conde disfrazado de Lindoro, de un capitán borracho y por último, de un profesor de música. Completan el elenco con solvencia y mucho humor, Alonso Cano (Don Bartolo) y Martín Aliaga (Basilio).

David Cárdenas (Pepedavid)

1º de setiembre de 2025

domingo, 31 de agosto de 2025

Crítica: DR. JEKYLL Y MR. HYDE


Libérrima adaptación de una historia de represión

Siempre existirá la eterna (y, quién sabe, inútil) discusión acerca de dónde se ubican los límites del respeto al material original y la libertad del creador, al llevar a escena una adaptación teatral. Incluso, para muchos teatristas, estos límites pueden ser fácilmente desechables. En todo caso, sí que existen ciertas consideraciones a tomar en cuenta al reinventar una historia escrita décadas o hasta siglos atrás: el apartado técnico, los valores de producción, la duración del espectáculo, el estilo de las interpretaciones y acaso uno crucial: la conexión con el público contemporáneo. Queda entonces, en manos del director, la dirección que elija llevar su puesta en escena. Valga esta breve introducción para reseñar la última apuesta escénica del colectivo Los asombrosos sombreros, escrita originalmente como novela corta por el escocés Robert Louis Stevenson en 1886, titulada Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

A estas alturas, la revelación de la trama ya no es una sorpresa en sí misma. Ambos personajes principales, Jekyll y Hyde, conviven en el mismo cuerpo: el primero, un científico empecinado en encontrar la manera de separar bondad y maldad del espíritu humano; y el segundo, la horrenda creación del primero, capaz de cometer los crímenes más atroces. En contraparte, lo llamativo de la propuesta del director Francisco Cabrera (quien ya adaptara con éxito La metamorfosis de Kafka) radica en cómo lleva al escenario del Centro Cultural Ricardo Palma la novela de Stevenson y en la arriesgada manera en la que añade nuevas capas de complejidad a ciertos personajes y situaciones, que bien podrían hacerle arquear las cejas a los espectadores más puristas, pero que viene amparada en una coherente exploración de la represión en aquella época.

Cabrera mantiene la convención espacio temporal del original, con un cuidado vestuario y una creación de atmósferas que ciertamente nos remiten al Londres de finales del siglo XIX. La estilización del espectáculo también se luce con la escenografía, compuesta por espejos antiguos móviles dirigidos hacia el público y una lluvia de pétalos que aparece cada vez que se perpetra un crimen. Por otro lado, el resto de aspectos sí es intervenido y modificado notablemente; a veces, chirrían ciertas situaciones y actitudes en medio de la época victoriana; sin embargo, para quien escribe, esto no mella, en gran medida, la fuerza de la historia original y además, enriquece ciertamente el producto final.

Desde obvias modificaciones de género, como los roles del Dr. Lanyon y el mayordomo Poole interpretados ahora por mujeres (Lucía Oxenford y Olga Kozitskaya, respectivamente), en clara alusión al empoderamiento femenino actual; hasta convenciones más drásticas con el original, como las mismas apariencias del científico y el asesino (el impecable Sebastián Stimman): Jekyll luce ahora avejentado con problemas motrices; y Hyde, un seductor y erguido criminal. Acaso lo más resaltante sea la caracterización del abogado Utterson (Marcello Rivera), quien es descrito en la novela como un personaje reservado, tímido y hasta adorable, y que en la propuesta de Cabrera mantiene una intensa relación, sentimental y sexual, con Jekyll, en una medio de una sociedad opresora y machista. Dr. Jekyll y Mr. Hyde puede que no sea del agrado del público más tradicionalista, pero se convierte en una arriesgada y valiente propuesta de Cabrera, que al explorar el ángulo de la represión de la fuente original de Stevenson, permite una conexión más directa con los nuevos espectadores, a través de una puesta en escena atractiva y entretenida.

Sergio Velarde

31 de agosto de 2025

viernes, 29 de agosto de 2025

Crítica: HARAKIRI


Un chiste del destino

Harakiri es una obra que, con su ironía sobre la vida y humor regional, nos cuenta sobre cómo se unen trágicamente las vidas de un suicida japonés y un desafortunado transeúnte. Aunque la obra fue escrita por el dramaturgo chileno Sergio Arrau, es adaptada notablemente al contexto peruano gracias a su director, Daniel Goya, y los esfuerzos de Telón Mestizo e Intensa Producción. 

El título alude al ritual con el que Kenya Nakamura decide quitarse la vida, pero que es casi evitado por Juan Castillo. A pesar de sus deseos de ayudar, el ejemplo de buen ciudadano termina siendo culpado de atacar al suicida, y ello desata una serie de eventos que acaban siendo uno peor que otro. Las escenas de comedia, con prototipos de personajes conocidos por nosotros, se intensifican con las referencias a la situación nacional y del ambiente artístico y del teatro. Tenemos policías y delincuentes, religiosos y periodistas, entre otros curiosos personajes que van dándole una lección a nuestro protagonista a medida que se encuentran con él. En ello, contamos con una reflexión sobre la justicia y las apariencias, de cómo actualmente gran parte de la vida se vive en imágenes de redes sociales, así como de la búsqueda de soluciones rápidas y de señalar culpables sin indagar.

Estaremos atentos a próximas funciones de Harakiri en el Club de Teatro de Lima, siendo una buena opción para pensar, aún a través de la risa, sobre los problemas del país. Aunque ya se acabaron las fechas, estamos seguros de que será repuesta y podremos seguir disfrutando de las actuaciones de Luisito Fernández, como nuestro protagonista, y el elenco que lo acompaña en sus tragicómicas aventuras: Yamil Sacin, Victor Lucana, Sandra Epequin, Linda García y Luis Villegas.

Jimena Muñoz

29 de agosto de 2025

miércoles, 27 de agosto de 2025

Crítica: INFIELES EN APUROS


Infieles Anónimos: confesiones con humor

La propuesta teatral Infieles en apuros se presenta en el Bar Efímero, en el distrito de Barranco. Escrita por José Gregorio Rodríguez, dirigida por Miguel Seminario y producida por Terciopelo Rojo Producciones, la obra apuesta por un espacio alternativo que potencia la dinámica de su historia: un escenario íntimo que acerca al público a los enredos de los personajes y lo convierte en cómplice de sus secretos.

El montaje se sostiene en una escenografía minimalista y funcional, donde pocos elementos bastan para construir el juego escénico. Esto permite que la acción física y la interacción entre actores adquieran protagonismo, generando una convención clara desde el inicio. La proximidad con los espectadores favorece un ritmo ágil y dinámico, esencial para la comedia, y permite que cada diálogo y gesto se reciban de manera directa. La iluminación tiene un rol adecuado y guarda relación con la escenografía. En contraste, la música no siempre mantiene la calidad necesaria, lo que resta fuerza a algunos momentos. El vestuario, en cambio, destaca por la coherencia de su paleta de colores: cada personaje se distingue con claridad, reforzando su construcción y favoreciendo la composición escénica.

En cuanto a las interpretaciones, los actores ingresan a escena con buen ritmo y escucha, pero conforme avanza la obra se percibe cierta pérdida de precisión. Los altos niveles de intensidad emocional, por momentos, se fuerzan sin progresión dramática, lo que debilita una actuación con verdad y orgánica. Aun así, se logran apreciar otros momentos donde la intensidad se justifica y logra sostener el ritmo. Asimismo, cuando los intérpretes no estaban accionando o hablando, desconectaban de lo que pasaba en escena y no estaban presentes.

Un aspecto que genera ambigüedad es la falta de definición en el código de actuación. Además, no siempre queda claro cuándo los intérpretes se encuentran dentro de la ficción y cuándo deciden romper la cuarta pared. Este vaivén afecta la conexión con los eventos narrativos. Sin embargo, involucrar al público como parte de los Infieles Anónimos resulta ingeniosa y aporta frescura al relato. Por otro lado, el uso de playback, un recurso que rompe la coherencia de la historia: en lugar de potenciar la comedia, fuerza la broma inmediata y debilita la progresión narrativa.

En suma, Infieles en apuros ofrece una mirada divertida sobre el amor y la infidelidad, utilizando la comedia como herramienta para desnudar verdades incómodas. Sin embargo, decisiones artísticas poco claras desde la dirección y en la actuación dificultan el desarrollo pleno del montaje. Asimismo, no hubo una curva dramática bien ejecutada.

En escena: Alfredo Motta, Gia Ocampo, Alexander Ugalde, Celeste Mori, Rodrigo Delgado. 

Rubén Aquije

27 de agosto de 2025

Crítica: BLANCA Y RADIANTE


Una comedia sobre los mitos del amor y la vida

Diez años después de su primera temporada, la obra de creación colectiva Blanca y Radiante regresa a los escenarios limeños. Esta vez se presenta en el Auditorio Británico, bajo la dirección de Sergio Paris y la producción de Pilar Cornejo, reuniendo nuevamente a un elenco versátil. Logra exponer los mitos y contradicciones, con humor y lucidez, que atraviesan la vida de las mujeres.

El montaje nos propone un viaje simbólico a través del “gran juego de la vida”, un tablero que sirve como metáfora de las etapas y decisiones que enfrentan las protagonistas. Cinco mujeres avanzan, retroceden y tropiezan con las expectativas sociales, los amores que prometen eternidad, pero se desvanecen, y las normas invisibles que condicionan sus elecciones. Esta estructura lúdica marca desde el inicio la convención teatral: el escenario se abre con un espacio dispuesto como tablero y una zona musical visible al frente que acompaña la acción.

La música en vivo cumple un rol fundamental en la obra. No solo marca el ritmo y da coherencia a los eventos, sino que también construye atmósferas específicas que potencian cada escena. La intérprete encargada de la ejecución musical logra ser un puente entre la acción y la sensibilidad del público. Este recurso dota al montaje de frescura y cercanía, evitando la monotonía y subrayando la tensión de los conflictos.

En términos visuales, la propuesta se sostiene en un diseño escenográfico funcional y simbólico. La utilería es empleada con dinamismo, reforzando la claridad narrativa y permitiendo a las actrices accionar con precisión. El vestuario y maquillaje cumplen un papel destacado: ofreciendo una lectura clara y coherente sobre los caracteres en juego.

El argumento aborda con ironía temas como el matrimonio, la felicidad conyugal y los ideales del amor romántico, cuestionando aquello que se asume como verdad desde la sociedad. Si bien la propuesta consigue momentos de gran comicidad y reflexión, por instantes cae en redundancias que diluyen la fuerza de los conflictos y limitan la intensidad dramática. Sin embargo, el tono irreverente y la mirada crítica logran sostener el eje de la puesta: reírnos de las convenciones sociales que pesan sobre las mujeres y lo necesario de abrir espacio a la reflexión.

Las interpretaciones son otro de los grandes aciertos del montaje. El elenco —Vivi Neves, Luzma de la Torre Ugarte, Macarena Layseca, Magali Luque y Pilar Cornejo— demuestra versatilidad, energía y una conexión constante con el público. La escucha entre las actrices, sumada al ritmo sostenido de la puesta, genera una complicidad que mantiene al espectador atento y comprometido con lo que sucede en escena.

En síntesis, Blanca y Radiante se reafirma como un montaje dinámico, lúdico y vigente. A pesar de ciertas reiteraciones, la obra consigue articular con frescura humor, música y sátira, ofreciendo un espectáculo que combina entretenimiento y crítica social. Su regreso confirma la capacidad del teatro independiente para cuestionar, divertir y conmover. 

Ruben Aquije

27 de agosto de 2025

Crítica: DOS SIGLOS DE SOBREMESA


Nuestra crisis como menú inacabable

Entramos a la sala de una vieja mansión. Nos recibe una mesa larga y desnuda al centro, iluminada por la luz que atraviesa un gran rosetón sobre ella. La mesa familiar es siempre el escenario de celebraciones, acuerdos y disputas familiares. Alrededor de ella, esta obra nos enfrenta a la historia del Perú, en dos momentos cruciales.

La figurita del viejo álbum nos vende la imagen de todos los peruanos unidos celebrando la independencia. La proclamación de 1821 fue un grito victorioso con el apoyo de civiles insatisfechos y esclavos ilusionados con su libertad. Los criollos se sentían más españoles que peruanos y su aspiración era vivir bajo la protección del rey. Ni la instalación del Congreso, en septiembre de 1822, aseguraba la independencia. Se tuvo que negociar en Ayacucho, en 1824, para terminar la guerra con los españoles y empezar nuestros propios conflictos.

En ese contexto, una familia criolla negocia con un español el matrimonio de su hija. La conveniencia es el único motivo, pero el futuro inmediato es inseguro, por la pugna entre seguidores de San Martín y Bolívar. La negociación se ve saboteada por la novia - hija del hacendado anfitrión - que es el objeto de la negociación. Pero una revuelta campesina pone en peligro la estabilidad de los presentes.

Dos siglos después, en el 2024, esa misma mesa reúne a una familia que negocia la venta de la casa y nuevamente la hija se opone. Es la generación joven que se enfrenta a la que decae. Pero otra vez una revuelta popular frustra las negociaciones, trasladando el foco de atención, de la familia a la sociedad.

Con mínimos elementos - la mesa, sillas y los trajes de época - las escenas intercalan las dos épocas, para que quede claro el mensaje: han pasado 200 años y mientras la familia discute sus conveniencias, siguen sin resolver los problemas de los pueblos que no son invitados a esa mesa.

El traslado de época se realiza ágilmente, con un breve y parcial apagón, con evidencia de que son los mismos, pero con distinto ropaje. El espejo del tiempo sirve para mostrar quiénes somos. El personal de servicio - esclava del siglo XIX o repartidora de delivery - no es ajeno al conflicto, pero siguen siendo personas de segunda categoría. 

Una obra en tiempos paralelos con un discurso político común, según la época, es una osadía que solo alguien que maneja los guiones como prestidigitador puede hacer con éxito. Eso hace Adrianzén con los diálogos de los personajes que pueden hablar de política, sin caer en el panfleto y puede contar la historia sin aburrir con la exposición de hechos, porque la obra nos ubica perfectamente.

El ambiente creado por el movimiento y el espacio brindado a cada personaje para que desarrolle su acción demuestra un buen trabajo de dirección a cargo de Gustavo López Infantas. Los personajes, interpretados por Gonzalo Molina, Urpi Gibbons, Paulina Bazán, Guadalupe Farfán, Gianni Chichizola, Alain Salinas y Sol Nacarino, aciertan en su ubicación histórica. El apoyo en planos superiores y las siluetas que insinúan se utilizan adecuadamente para mantener la atmósfera de conflicto en la gran sala en ambas épocas.

Dos siglos de sobremesa sigue en el ICPNA de Lima, hasta el 7 de setiembre.

David Cárdenas (Pepedavid)

27 de agosto de 2025

domingo, 24 de agosto de 2025

Crítica: FRENESÍ


Sueños de libertad

Antes de ingresar al teatro, el público se encuentra con policías armados que custodian el lugar, generando desde el inicio un clima de tensión y expectativa. Ya en la sala, un hombre interpela directamente a los espectadores: cuestiona la ficción, la libertad y el deseo mismo de hacer teatro, abriendo un juego constante entre realidad y representación.

Acto seguido, ingresan dos actores que representan escenas de La vida es sueño. Pero no son únicamente actores: son reclusos que, como parte de un programa de rehabilitación penitenciaria, han ensayado un montaje teatral. En la función fuera de la cárcel, uno de ellos se entrega con entusiasmo y pasión, mientras que el otro participa con evidente desgano, enfado e incomodidad. ¿Qué lo atormenta realmente: los ensayos, el teatro o su propia vida? Esa incomprensión lo desborda hasta estallar: toma a una joven del público como rehén para intentar escapar. Su verdadera intención siempre había sido esa: usar el teatro como estrategia para huir y alcanzar su anhelada libertad.

La obra se estructura con saltos temporales que permiten adentrarse en las vidas de cada personaje. El primero es un hombre maduro, encarcelado por homicidio involuntario, interpretado por Mario Velásquez. En prisión descubre en el teatro una vía de transformación, un camino hacia la esperanza y una segunda oportunidad. Su interpretación transmite humanidad, y se reconoce ya como un profesional que, al recuperar la libertad, sueña con dedicarse por completo a la actuación. Su relación con su hija (Yaremis Rebaza) revela la fuerza del afecto familiar y la fidelidad de quienes no abandonan a los suyos pese a las consecuencias de decisiones dolorosas.

En contraste, el segundo reo (Walter Ramírez) encarna la resistencia a la redención. Manipulador, egoísta y sin escrúpulos, utiliza a los demás como instrumentos de sus fines personales. El actor le otorga una presencia dura y violenta, con un trabajo corporal y vocal que refleja la crudeza de un hombre incapaz de cambiar.

El giro de la historia se produce con la irrupción de la rehén, interpretada por Lía Camilo, quien revela un secreto oculto que involucra directamente a uno de los actores. Su personaje se transforma: de víctima pasa a ser alguien que busca venganza. La actriz asume este tránsito con gran fuerza expresiva, llevando la acción a un punto de tensión máxima.

Asimismo, aparece el director del montaje de La vida es sueño, encarnado por Martín Velásquez, un hombre apasionado que cree firmemente en el poder del arte para transformar vidas. Su entusiasmo al enseñar teatro a los internos refuerza la convicción de que la escena puede ser un medio de reinserción y humanidad.

El desarrollo se complementa con un coro integrado por Juan Pablo Mejía, Cristhian Gonzáles, Santiago Espinoza y Giancarlo Almonte, quienes generan atmósferas cargadas de tensión y realismo. Con gestos mínimos, miradas y acciones precisas evocan los pabellones de la prisión, transportando al espectador al universo opresivo del encierro.

Frenesí es una propuesta teatral intensa, urgente y profundamente necesaria. Nos recuerda que el teatro puede irrumpir incluso en los lugares más oscuros y convertirse en herramienta de resistencia, redención y esperanza. Bajo la dirección y dramaturgia de Herbert Corimanya, la obra ilumina vidas que suelen permanecer invisibles y, mediante el realismo, los saltos temporales y el trabajo escénico con internos penitenciarios, construye un relato en el que conviven la violencia, la pasión y los sueños de libertad, planteando la posibilidad de una segunda oportunidad en la sociedad.

Edu Gutiérrez

24 de agosto de 2025

Crítica: LABERINTO DE MONSTRUOS


Oportuna revisión de clásico nacional

Con un puñado de sus clásicos estrenándose cada cierto tiempo, como la notable ¡A ver, un aplauso! (1989) o la entretenida El viaje de la Santa (2023), el dramaturgo César de María es la clara y destacada evidencia de que sí existe Teatro Peruano. Sus textos, de variadas temáticas y curiosos personajes, como en Kamikaze! o La historia del cobarde japonés (1999) o Dos para el camino (2002), trazan historias en las que se amalgaman con brillantez el destino, la ironía, el drama y lo impredecible de las emociones humanas. Llegó hace un par de meses al Teatro Ricardo Roca Rey de la Asociación de Artistas Aficionados una de sus piezas más recordadas y que bien debería contar con una mayor cantidad de reposiciones: Laberinto de Monstruos (1998), que en esta oportunidad encontró una feliz reinvención de la mano del director Jorge Gálvez.

Con la metáfora servida desde el título, la historia sigue a cuatro ingenuos adolescentes en los años 70 que encuentran trabajo en una feria ambulante, el que consiste en disfrazarse de monstruos y asustar a la gente dentro del laberinto; y a la vez, asistirán a su propia pérdida de inocencia al intentar perpetrar un delito. Con una sólida propuesta de dirección, en la que prevalece una cuidada estética que suma a la creación de atmósferas, es el cuarteto de jóvenes el que conduce al espectador a través de la trama, que incluye además a una envalentonada amiga y a un misterioso hombre que porta un maletín, presumiblemente lleno de dinero y que desencadenará la tragedia. La puesta mantiene un delicado equilibrio entre las situaciones jocosas y las secuencias dramáticas, especialmente durante los monólogos de cada uno de los coprotagonistas.

A destacar al joven y entregado elenco, que incluye a René Ynquillay, Bruno Bernal, Renato Cruces, Patricia Moncada y especialmente, a un carismático Juan Velazco. Mención especial para Jesús Suica, quien interpreta sin tacha tres roles en la obra, todos con convicción y destreza. Laberinto de monstruos, con la acertada producción de Atmósfera Alterna, fue una oportuna y más que lograda adaptación de una muestra del talento de De María, dramaturgo peruano en plena actividad y que todavía nos regalará, seguramente, más de sus bienvenidas historias en el futuro.

Sergio Velarde

24 de agosto de 2025

sábado, 23 de agosto de 2025

Crítica: DESPUÉS DE TI, AZUL INFINITO


Un testimonio poético

Cuántas veces, estando de duelo, nos han alentado a convertir el dolor en fuerza. Attilia Boschetti convirtió el suyo en poesía y testimonio, expuesto de la manera que ella sabe: a través de un personaje, que es el reflejo de ella misma.

Enterados de la línea testimonial de la obra y sabiendo de su larga trayectoria, podíamos esperar un recuento nostálgico, biográfico. Pero Attilia nos ofrece más que eso. Su texto es una exploración íntima y un homenaje a sus dos grandes amores: el teatro y su pareja, Carlos Tolentino, fallecido el 2020. En una entrevista (El Comercio) ella asegura que “esta obra es una confesión poética, un ritual de despedida y reencuentro y un acto de fe en el arte."

Con la firmeza que otorga la experiencia, dentro y fuera de las tablas, pero con mucha delicadeza, nos ofrece un personaje que llega accidentalmente a su universo, que es el escenario, para hablarnos (como público ficticio) de su vida. Sentimos, de inicio a fin, a un ser que se ha ido enriqueciendo a cada paso. Su humildad es una prueba de esa sabiduría.

Las hojas de papel caen como las de los árboles en el otoño, para cubrir el escenario con un manto de recuerdos gratos. El más importante es el reencuentro consigo misma, proyectado en un video de otro unipersonal: “Mujer, modelo para armar”, dirigido por Tolentino en 1988 y realizado a partir de versos de Marcela Robles. Esa obra revelaba el erotismo femenino y la hipocresía social frente a la situación de la mujer, lo que la convirtió en un bello, militante y emblemático manifiesto feminista de la época. Fue Attilia quien lo interpretó y lo recuerda, como reafirmándose en sus valores, por encima de todos los papeles que ha desempeñado en su larga trayectoria.

Ubicada en el presente, Attilia (o mejor, su personaje) llega con su traje azul. Sobrio, pero de fiesta, como para celebrar la vida. Algunas “fallas del sonido” interrumpen su discurso para impedir que la fantasía se apropie de la realidad. Pero ella persevera en ser feliz. Tampoco la detiene que la vejez limite sus posibilidades, pero la asume.

Todo es azul. El traje, la luz, un ovillo de lana que la conduce a momentos felices al desenvolverlo y que la acompaña como una mascota al marcharse finalmente, junto a una maleta, porque la vida no termina aquí, sino que el viaje continúa con las mismas ilusiones. Por eso el azul es infinito.

El azul, en la literatura, suele simbolizar la tristeza o la melancolía. En “Detrás de ti” el azul es serenidad, ternura, paz.

Después de ti, azul infinito está en el Teatro de Lucía solo por dos fechas más (26 y 27 de agosto). Vale la pena verla.

David Cárdenas (Pepedavid)

23 de agosto de 2025