martes, 17 de junio de 2025

Crítica: PROYECTO UGAZ


Cuando la verdad es una mochila pesada de cargar

Dos mujeres sobre el escenario, en lo que parece ser una oficina, comienzan a hablar sobre una situación en particular, nada que en un principio parezca serio, pero poco a poco vamos entendiendo que es la reconstrucción de una escena que dará inicio a toda la trama, vamos comprendiendo que se trata del proceso creativo de dos artistas que intentan escenificar la vida de la periodista Paola Ugaz. Así comienza la obra de las dramaturgas y actrices Rocío Limo y Vera Castaño, bajo la dirección de Diego Gargurevich. Una obra que desde el primer instante te deja con la sensación de que no se trata de una puesta en escena más, sino una que nace de la inconformidad, de esas ganas de levantar la voz y demostrar que el teatro puede decir mucho cuando se lo propone.

Con una escenografía sencilla y precisa, Proyecto Ugaz utiliza la tecnología para ayudar a contar la historia de una manera distinta, más ágil y real. Una pantalla de televisor en la que se ve fragmentos de noticias importantes de la época, un ecran donde se proyectan videos de Paola, lo cual ayuda a que el espectador empatice más con ella al enterarse de ciertos aspectos de su vida personal. Vemos a una Paola que asume el desafío de ser madre mientras se enfrenta a los hostigamientos y amenazas por parte de miembros del Sodalicio, una Paola bastante humana en muchos aspectos.

A medida que la obra avanza, se nos muestra cómo el poder y la impunidad muchas veces van de la mano, es una secuencia de injusticias cometidas no solo contra ella, sino también contra otras personas de su entorno, una constante persecución. El hecho de que sea basada en sucesos reales lo hace todo aún más impactante, mantiene al público en contante tensión, pero a la vez se intercala con momentos de cierto alivio; además, que la historia se nos sea narrada desde la perspectiva de dos actrices que están recopilando datos nos ayuda a ubicarnos también en su lugar y tomar cierta distancia de los acontecimientos para no saturarnos, pero igual involucrándonos. Es un recurso bastante ingenioso y que pocas veces he visto antes. Sin embargo, no fue algo gratuito, pues uno de los aspectos que mueve a la obra tiene que ver con que la periodista quería ser actriz cuando era niña, es a partir de ahí que se nos plantea la premisa de entender cómo se relaciona el teatro con el periodismo, una relación que quizás no muchos habían pensado, pero que a medida que la obra avanza se hace cada vez más evidente; de hecho, como dijo la misma Ugaz, no había mejor manera de contar su historia que a través de una obra de teatro. Ambas disciplinas tendrán maneras distintas de contar historias, pero fusionadas logran reconstruir y representar una historia aún más potente.

Proyecto Ugaz es de esas obras que no temen incomodarte al mostrarte las cosas como son, que no temen abarcar un tema reciente que quizás en algunos cause ciertos reparos, un tema que ha ido tomando fuerza con el tiempo gracias a personas como Paola. Una obra de teatro que es una sacudida a la memoria, un llamado a no olvidar lo acontecido para no permitir que vuelva a pasar, así como un llamado a estar atentos a las constantes injusticias que se dan y cómo el teatro aún tiene tanto por decir y para ofrecer.

Barbara Rios

17 de junio de 2025

domingo, 15 de junio de 2025

Crítica: SIGUE LA LUZ, DRAMATURG-IA y TURQUESA


Tres piezas, tres abismos

Recorrimos La Casa Bulbo, donde asistimos a tres obras en formato corto. La primera que presenciamos fue Sigue la Luz, escrita por Lita Baluarte y Daniela Rotalde, con actuaciones de Luciana Blomberg y Melania Urbina.

Esta historia narraba la vida o quizá la muerte de Maca y Daniela, dos amigas atrapadas en un limbo plagado de referencias pop, memorias, sarcasmo y amor. La obra nos arrojó a un espacio donde el tiempo era nebuloso y los recuerdos funcionaban como la única ancla frente al olvido. Con diálogos vibrantes, cargados de ironía y ternura, Sigue la Luz se movía con soltura entre el stand-up y la tragedia, entre Ghost y Keanu Reeves, entre cuencos, chacras y los verdaderos fantasmas de la existencia: la culpa, el miedo y el abandono.

Maca y Daniela no solo dialogaban: se enfrentaban, se confesaban, se traicionaban y se perdonaban con una autenticidad brutal. A pesar de su contexto fantástico, la obra resultaba profundamente humana. En su aparente caos, tejía una reflexión sobre aquello que merece ser recordado, sobre lo que nos mantiene vivos incluso más allá de la muerte: el amor, la amistad y las ganas de bailar una canción más.

El escenario minimalista no necesitaba adornos: lo que brillaba eran las actuaciones formidables de ambas intérpretes, quienes nos llevaron por un vaivén de emociones, narrando la historia con naturalidad y credibilidad. Los cambios de luz eran precisos, y el ritmo mantenía nuestra atención atada, cuidando que no perdiéramos ningún detalle.

Hubo una escena, en particular, que se transformó en un torbellino de memorias sangrientas; una secuencia que condensaba el tono de la obra: belleza, brutalidad y una verdad incómoda. Esta no fue la historia de almas en pena buscando redención, sino la de dos mujeres intentando no soltarse, aferradas a lo que fueron y a lo que aún podían ser.


La segunda obra que vimos fue Dramaturg-IA, escrita por André Portugal y Alfredo Lara, con dirección de Portugal e interpretaciones de César Chirinos y Fiorella Flórez.

En un tiempo en que la inteligencia artificial invade playlists, búsquedas y ahora también procesos creativos, la obra planteó una inquietud crucial: ¿cuánto del arte que consumimos sigue siendo realmente hecho a mano?

La obra presenta a una pareja de dramaturgos enfrentados no solo por un deadline inminente, sino por una crisis ética: ¿usar o no usar inteligencia artificial para escribir una obra encargada? Lo que comienza como una conversación doméstica salpicada de frustraciones cotidianas, la falta de dinero, el colegio del hijo, la precariedad del medio teatral, rápidamente escala hacia un terreno existencial sobre lo que significa ser artista hoy.

El lenguaje fue coloquial, de ritmo natural e intensidad casi televisiva. Las interrupciones, discusiones inconclusas y cambios de tono estuvieron tan bien logrados que por momentos parecía que no estábamos ante una obra, sino frente a una conversación real. Sin embargo, a diferencia de la primera función, las actuaciones, si bien correctas, por momentos no terminaron de sentirse del todo creíbles.

Por otro lado, hubo momentos provocadores como ciertas afirmaciones sobre el público (la gente es idiota) que evidenciaron la intención de incomodar, no de complacer. El golpe final llegó con la posibilidad de que toda la obra hubiera sido escrita por IA, instalando la duda como virus en la mente del espectador. No ofreció respuestas, pero abrió preguntas imposibles de googlear.


La tercera y última obra que vimos fue Turquesa, de Mariana de Althaus, dirigida por Diana Cornetero y protagonizada por Norma Venegas y Simón V. de V. Fue una de esas piezas que no se resuelven, que se quedan suspendidas en el pecho como una hebra suelta que no termina de anudarse.

Con un lenguaje fragmentado y un universo que oscilaba entre el absurdo y la ternura, la obra construyó un limbo en el que dos almas —una que tejía, otra que buscaba— dialogaban sin lograr comprenderse del todo. Y es justamente en esa imposibilidad donde la dramaturgia adquiere su fuerza: en la incapacidad de cerrar el duelo, de hallar destino, de salir de esa casa sin puertas.

El espacio escénico, infinito y repetitivo, funcionó como potente metáfora del purgatorio emocional: un lugar sin tiempo, donde las palabras se disolvían como la bufanda que nadie aceptaba. Ella ¿fantasma?, ¿diosa menor?, ¿condenada? era un personaje difícil de definir; él, un hombre en busca de castigo, exponía una culpa masculina que temía al consuelo tanto como lo deseaba.

La propuesta se sostuvo en el tono tragicómico, donde los personajes no evolucionaban: se desgastaban. Y en ese desgaste, el espectador encontraba sentido. La bufanda, absurda y concreta, se volvió símbolo de ese anhelo profundo: abrigo, permanencia, ternura sin condición.

Sin embargo, la experiencia escénica se vio afectada por algunos factores técnicos. La iluminación, en tonos azules permanentes, generó una atmósfera coherente con la propuesta estética, pero a la vez dificultó la visibilidad y la apreciación plena de las actuaciones. La oscuridad no solo restó expresividad a los rostros, sino que afectó la percepción del espacio: en más de una ocasión los actores tropezaron no queda claro si fue parte de la puesta o resultado de una escenografía poco segura, con cables visibles sobre el piso, lo que rompió momentáneamente la inmersión.

Si bien se percibió un buen trabajo físico, las interpretaciones no lograron la misma contundencia emocional que en las dos puestas anteriores. Las voces llegaban, pero las emociones no siempre lo hacían con la misma verdad. Tal vez fue la iluminación, o tal vez fue el exceso de artificio visual, lo cierto es que se echó en falta un cuidado mayor en los detalles que permitieran disfrutar con más claridad la propuesta.

Turquesa no es una obra que se deje atrapar fácilmente. Es más bien un acto de espera compartida. Un eco. Un intento de decir “no te vayas” antes del inevitable adiós. Pero para que ese eco resuene con toda su potencia, hace falta que el escenario, la luz y los cuerpos se pongan enteramente al servicio de ese susurro.

Milagros Guevara

15 de junio de 2025

Crítica: MONTEVERDI: EL RITUAL DE LA NINFA


Un ritual escénico que despierta al mundo

Este jueves 12 de junio, la noche en el teatro Ricardo Blume trajo consigo Monteverdi: El ritual de la ninfa, una obra que se define como “concierto en contexto” y que, más allá del rótulo, es una experiencia escénica envolvente. Dirigida por Mateo Chiarella Viale, con la dirección adjunta de Lucho Tuesta, y con las actuaciones de Alfonso Santisteban y Celeste Viale, acompañados por seis músicos en escena, la propuesta es tanto una clase viva de historia musical como un ritual sensible y profundamente humano.

Desde el inicio, la disposición del espacio genera una tensión interesante: el piano en uno de los extremos, los actores en el otro, y una línea invisible que los conecta a través de la palabra, el cuerpo y la música. No hay una escenografía elaborada, pero sí una arquitectura invisible de afectos y resonancias que sostiene todo el montaje.

El relato transita por la vida de Claudio Monteverdi, considerado el padre de la ópera, y lo hace con una sensibilidad que evita caer en lo meramente biográfico. Aquí no hay un afán por informar, sino por emocionar. La música de Monteverdi aparece como un personaje más: no ilustra, sino que atraviesa, interrumpe, sostiene. Las canciones están subtituladas, sí, pero lo que realmente conmueve es la presencia escénica de los músicos y de los actores. Lo que ocurre en escena va más allá del texto: se siente.

La historia está estructurada a partir de tres de sus óperas más importantes: La fábula de Orfeo, El retorno de Ulises a la patria y La coronación de Poppea. Cada una marca un momento vital del compositor, y cada fragmento musical nos recuerda por qué su obra sigue viva. Se habla de su obsesión por las disonancias, de su búsqueda por “despertar al mundo” a través del arte. Y, de algún modo, el espectáculo logra lo mismo.

Entre escena y escena, se mencionan temas que todavía nos tocan: los cambios de gobierno, la incertidumbre laboral, la pérdida de archivos y obras por negligencia o desinterés institucional. Monteverdi no queda atrapado en el pasado: es una figura que, desde el siglo XVII, dialoga con nuestras propias fragilidades contemporáneas.

Santisteban y Viale ofrecen interpretaciones brillantes. La soltura, la precisión, la humanidad que imprimen a sus personajes hacen que, por momentos, uno olvide que está viendo una obra. Es, más bien, como si se escuchara una confidencia. Una historia que alguien nos cuenta al oído, desde muy lejos, pero que se siente muy cerca.

A pesar de durar hora y media, el tiempo no pesa. Todo fluye con ligereza, como si el montaje supiera muy bien cuándo detenerse y cuándo avanzar. Al final, me quedo con una frase que se repite en la obra: Monteverdi logró “hacer llorar a las almas más duras”. Y creo que eso es, también, lo que logra esta pieza. No solo revive su música. Nos recuerda que el arte, cuando es honesto, tiene el poder de conmover incluso al tiempo.

Daniela Ortega

15 de junio de 2025

Crítica: LEGALMENTE RUBIA


Legalmente acertada

Han pasado 24 años desde que Legally Blonde impactó en los cines, con la actuación de Reese Witherspoon como Elle Woods; y 18 años desde que se estrenara la versión para teatro musical. Desde entonces, cada reposición en Broadway ha sido recibida con mucho entusiasmo. En el Perú, Legalmente Rubia se presenta por primera vez como una gran producción.

El mensaje de esta obra es de un feminismo elemental. Como un encuentro de Barbie con Gloria Steinem, sin conocer a Simone de Beauvoir. Elle Woods es una heroína rosa, pero heroína al fin. Décadas después de las valientes sufragistas y años antes de movimientos como #NiUnaMenos, no la imaginamos con una pañoleta verde en una marcha por el aborto libre y seguro ni denunciando feminicidios. Su valor está en el empoderamiento de la mujer y el rompimiento de las cadenas de una cultura machista, aunque sin dejar de ser la chica sexy. En ese empoderamiento, la sororidad aporta fuerza y es la clave para que no caiga y que finalmente el éxito no sea individual.

Los personajes bien creados y la imaginación en el texto le dan solidez dramática a la obra. Luego, la atención y alegría del público durante más de dos horas confirma su excelente estructura musical. Esta versión respeta el guion original y además le añade pinceladas de humor que la hacen más divertida.

La dirección está a cargo de Henry Gumendi y la producción por Kevin Rivera, equipo a cargo de ARTÍSTICA. Reúne a un conjunto de actrices y actores con experiencia en teatro musical, por lo que el primer punto a destacar es el acertado casting, encabezado por Stephany Iriarte, en el papel de Woods, que aporta su experiencia en obras como Shrek y La Mariscala. A ella la acompaña un talentoso elenco nacional e internacional que incluye a Nacho Di Marco (Warner Huntington III, el novio de Elle al comienzo) y Pablo Heredia (Emmet Forrest, el amigo fiel), ambos actores argentinos radicados en el Perú; Homero Cristalli (el rudo y mañoso profesor Callahan); Ana Paula Delgado (Vivian Kensington, la novia de Warner); Bertha Bohórquez (su mejor amiga, Paulette Buonufonte); Tati Alcántara (la profesora de fitness Brooke Wyndham); además del bien afiatado equipo de las “Delta Nu” y un ensamble de bailarines que se desplazan con perfecto dominio del espacio (mérito del director coreográfico, Pablo del Águila). No puedo dejar de mencionar a “Cristal” y “Gabito”, los perritos de Elle y Paulette, respectivamente.

Para que un musical suene bien, tiene que contar con buenas voces. Iriarte le da el tono romántico a Woods. Destacan, por su potencia, las voces de Delgado, con sus increíbles agudos y Bohórquez. Di Marco supera el único tramo en el que debe cantar, al inicio, pero sostiene a su personaje con una buena actuación. Detrás de ellos está la dirección musical de Adriana Timoteo, para quien Legalmente Rubia no es desconocida porque asistió a la dirección musical de una versión de menor producción, pero con orquesta en vivo, el 2019, del taller Maravéllos. Precisamente esa es la única observación importante. Los mejores equipos de sonido no alcanzan para reemplazar la música en vivo. En algunos pasajes se nota el par de segundos de demora para subirse a la pista, pero no desmerecen ninguna escena. La solvencia en el manejo técnico del sonido permite un buen show.

Es una puesta ágil, muy respetuosa del texto y las pautas coreográficas, a las que se suma el entusiasmo del elenco, que contagia al público con su alegría, pero también con su esmero profesional.

David Cárdenas (Pepedavid)

15 de junio de 2025

sábado, 14 de junio de 2025

Crítica: ESPACIOS VACÍOS


Secretos

Un tierno inicio: un abuelo que obsequia un presente a su nieto, una madre que quiere engreír a su hijo; todo este ambiente tan familiar y hogareño se vive al comenzar la puesta en escena de Espacios vacíos, una obra de teatro tan emotiva como interesante, que toca temas que pueden resultar muy impactantes. La trama principal gira en torno a Sergio, un joven universitario, quien decide buscar a su padre, sin saber que esa búsqueda lo llevará a descubrir secretos familiares que quizás no le hubiera gustado conocer.

No cabe duda de que la puesta en escena deja sentir el peso y la experiencia del reconocido actor nacional Reynaldo Arenas, quien resalta por la evolución de su personaje durante la obra, el de un abuelo tierno y amoroso a uno vil y oscuro. Sumado a ello, la destacada actriz Rebeca Ráez, cautiva con su experiencia y nos permite ver desde su personaje a esa madre que calla, que sufre en silencio, procurando solo el bienestar de su hijo; sin duda, el símbolo de esa mujer aún existente en nuestra sociedad. Por medio de este personaje, Ráez invita a no callar y seguir adelante sin importar el tiempo. 

El montaje cuenta también con dos jóvenes actores: Piero Rodríguez, quien tiene el peso de un personaje que afronta dudas y complejos familiares, uno con una gran carga emocional, y que, mediante su interpretación, nos permite ver esa curiosidad que poseen los jóvenes. Por su parte, Dayjhan Priscila destaca no solo por su dinamismo y la naturalidad de su actuación, sino también por cómo hace notorios los procesos por los que atraviesa su personaje; sin duda una gran actuación.

La dirección a cargo de Jiro de la Vega acierta al dejar que los actores se desplacen por el público e interactúen con ellos, dando mayor dinamismo a la obra. Asimismo, un acertado juego de luces y una sutil escenografía permite diferenciar cada momento de la obra.

En conclusión, Espacios vacíos de Federico Abrill no solo es una buena puesta en escena que cuenta con un gran elenco, sino que también es una propuesta que nos invita a reflexionar de una manera frontal sobre problemas aún latentes en nuestra sociedad. Sin duda, es una obra que vale la pena ver. 

Javier Gutiérrez

15 de junio de 2025

viernes, 13 de junio de 2025

Crítica: LA SEÑORA K


Comedia parcialmente apolítica

Con un nada sutil título que no le deja ni un resquicio a la ambigüedad  (y encima, acercándose los tiempos de elecciones presidenciales), bien podría esperarse que la nueva comedia escrita y dirigida por Alexander Pacheco entrara de lleno en el terreno político, ya sea para ensalzar la muy posible (y temida) candidatura de la hija del dictador, o para hacerle una merecida mofa al estilo caviar. Ninguno de esos escenarios es el que opta Pacheco, a pesar del color rojo del teléfono, las sillas o alguna que otra prenda de vestuario: las referencias políticas localistas, empezando por la misma mención de La Señora K, solo son el pretexto para contar una divertida historia de mentiras piadosas y forzadas apariencias, que alcanza muchos momentos bastante entretenidos.

Siguiendo la misma línea de recordadas puestas en escena protagonizadas por primeras actrices, como Venecia (2002) de Jorge Accame, con Amelia Bence; o Los árboles mueren de pie (2008) de Alejandro Casona, con Rosa Wunder; nos encontramos con otra anciana dama (Cecilia Tosso), una con fuertes convicciones políticas, quien despierta de un prolongado coma y se encuentra actualmente viviendo una fantasía orquestada a duras penas por su nieta (Rocio Montesinos), en complicidad con el enfermero (José Antonio Buendia), y posteriormente con un aspirante a actor (Mario Soldevilla), ya que la lideresa del partido político que prefiere la octogenaria mujer se encuentra tras las rejas. A pesar de ciertos cambios de escena que bien podrían acelerarse o hasta prescindirse, y especialmente, de aquel final anticlimático que propone su creador, la trama nunca pierde vuelo y es sostenida por ingeniosas situaciones y actuaciones eficientes. 

Pero la comedia de Pacheco no es del todo apolítica: Tosso, acérrima defensora de los derechos de los artistas, se las arregla para darle la necesaria pincelada política a su personaje, que la convulsa realidad actual (con los congresistas recortándoles los justos derechos a la comunidad actoral del audiovisual) así lo requería. La Señora K, estrenada en el Teatro Juanita Tarnawiecki (ex-Mocha Graña), prefiere mantenerse alejada de cualquier tinte o matiz político de trazo grueso, para ofrecer una divertida y ocurrente historia, pero que sí les da pie a oportunas reflexiones, como lo es, por ejemplo, la descarada manipulación de la información, una práctica fácilmente reconocible entre los familiares de la verdadera Señora K.

Sergio Velarde

13 de junio de 2025

lunes, 9 de junio de 2025

Crítica: Y EL OSCAR ES PARA…


Espacios y convenciones

Uno de los aspectos más relevantes que considerar al montar una obra de teatro, en tiempos de escasez de salas teatrales y abundancia de espacios alternativos, es la de saber qué propuestas podrían ser aceptables o plausibles para los lugares con los que se cuenta para su representación. Y es que es imposible no tomar en consideración el ambiente elegido para un determinado tipo de obras, especialmente si ese detalle atenta contra la credibilidad de la misma historia en cuestión. Cierto es que dentro de la gran “mentira” que es el teatro, sí que es necesario no forzar en demasía las convenciones con el público. Acaso esta breve reflexión sirva para contextualizar la puesta en escena de Y el oscar es para… del prolífico autor español Marc Egea, dentro del ciclo de obras en formato corto del colectivo Reteatrando.

Como ya lo anticipara el título, nos encontramos (nada menos que) en el backstage del Dolby Theatre de Los Angeles, luego de ser entregado el preciado galardón a la mejor actriz del año. Y el riesgo asumido por el director Alberto Vidarte Márquez es el de pedirnos, como público, que entremos en la convención de que uno de los salones del primer piso de Casatomada Librería & Café de San Isidro sea aquel mencionado lugar. Las limitaciones del espacio para intentar crear algo de atmósfera o cierta credibilidad acorde con el evento se hacen evidentes; además, la trama es tan sencilla como disparatada, como el mismo dramaturgo la describe: el actor presentador equivocó el nombre de la ganadora en el sobre, recibiendo el Oscar la actriz a la que no le correspondía, para luego este exigirle a ella que enmiende el error. 

Dejando de lado cualquier atisbo de lógica escénica, sí debe señalarse el mérito de sus intérpretes, quienes con bastante simpatía sacan adelante la microobra: Nicida Pitta tiene el suficiente carisma y Walter Huallpa, la necesaria experiencia, como para hacer creíble, por lo menos en un mediano porcentaje, la historia que plantea Egea. Debe revisarse, eso sí, la existencia de numerosas referencias localistas, un tanto prescindibles, tratándose de dos actores que supuestamente laboran en la Meca del Cine. Bien por Reteatrando Producciones por seguir apostando por el arte; sin embargo, bien podría adecuar sus propuestas a los espacios alternativos con los que cuente en el futuro.

Sergio Velarde

9 de junio de 2025

domingo, 8 de junio de 2025

Crítica: KORTAS – MIÉRCOLES DE MAYO


Arte, fiesta y bar

Todos los miércoles de mayo, el Teatro Barranco se transforma en un punto de encuentro para los amantes del teatro y la cultura alternativa con su temporada Kortas. Esta propuesta reúne a diversas productoras independientes en un formato que rompe esquemas: microteatro, bar y fiesta, todo en una sola experiencia donde el arte fluye sin etiquetas.

La noche empieza con Super Cuarentón, dirigida y escrita por Alexander Pacheco y producido por PERRO CALATO. Es una divertida obra que nos lleva por la travesía amorosa de un antihéroe maduro. Desde el primer segundo, rompe la cuarta pared y nos habla directamente, en un escenario vacío que cobra vida gracias al ritmo escénico, la música y los efectos de luz. Los personajes, vestidos como superhéroes (Supercuarentón y Supercolágeno), abordan temas sociales con humor, acompañados de proyecciones que amplifican el mensaje. Aunque en algunos pasajes el texto se siente literal, la conexión con el público no se pierde gracias a las sólidas interpretaciones de Mario Soldevilla y Pau Simons.

Luego llega GJ1214B, escrita y dirigida por Matías Gallo y producida por CLOWNAUTAS. Aquí, tres soñadores planean un viaje intergaláctico desde una base científica, en una puesta en escena absurda y planteada en base a acciones físicas en escena. Desde el inicio del montaje, los actores marcan el tono: juego corporal, uso del aparato tecnológico, y una música que marca el ritmo. A pesar de algunas acciones reiterativas, el montaje se sostiene por su creatividad visual y un final que es acertado y sorpresivo. En escena: Matías Gallo, Jadher Fuentes, Alexander Rodríguez.

La tercera parada es El síndrome de la abeja reina, escrita y dirigida por Jimena Salas Pomarino, producido por LA TEATRERA. El montaje nos sitúa en una oficina donde se despliega una crítica mordaz al poder y las relaciones laborales. La puesta, de corte naturalista, se apoya en una estructura clara y coherente, con uso efectivo del sonido y una buena dinámica escénica. Sin embargo, el estilo actoral fluctúa y por momentos pierde consistencia con la estética general. Aun así, la historia logra conectar y dejar una reflexión e impacto clara en el espectador. En escena: Isabel Chappell y Gabriela Jordán.

Para cerrar la noche, Mi amigo maricón —escrita por Ale Reyes Freitas y dirigida por Jesús Oro y Tracy Alcántara—, producido por NEGRA COLECTIVO TEATRAL. La historia nos ofrece una experiencia emotiva y potente. Con una escenografía que nos sitúa en un bosque, y un estilo cercano al stand-up, los personajes se dirigen al público rompiendo la cuarta pared. La iluminación, el uso del espacio y una narrativa no lineal permiten que la historia se despliegue con fuerza y claridad. La escucha y conexión entre los intérpretes —Jesús Oro y Tracy Alcántara— mantiene la atención y emociona hasta el último minuto.

Kortas no es solo una cartelera de obras: es una experiencia que celebra lo diverso, lo arriesgado y lo íntimo del teatro. Perfecto para quienes buscan una noche distinta en Lima.

Rubén Aquije

8 de junio de 2025

Crítica: NICÓ, UN POETA NATURAL


“De ser como soy, me alegro”
: Recordando a Nicomedes Santa Cruz

Con motivo del centenario del nacimiento del poeta peruano Nicomedes Santa Cruz, la directora Silvia Bando Landa, junto con MONTAJE SUR, Florencia Rivas y Sandra Epequin, ponen en escena un homenaje teatral que nos lleva por la vida del famoso decimista, entre otros oficios, enseñándonos cada faceta y situaciones por las que tuvo que pasar, resaltando ese lado tan humano y artístico que los caracterizaba.

Compuesta por cuatro actos, la obra se distingue por ser bastante didáctica con el público, se evidencia el gran esfuerzo por no solo mostrar o enseñar lo que hizo el poeta, sino que va más allá, se busca conectar con las personas, que no lo sientan como un personaje lejano o inalcanzable, sino como alguien cercano, casi como un amigo o vecino, alguien con quien logras empatizar, y sus versos también se sienten cercanos. Al momento de entrar a la sala, a cada espectador se le da una décima escogida al azar, lo cual demuestra la dedicación y cariño que le pusieron a la elaboración de la obra. Además, siguiendo con el hilo de crear un ambiente familiar o de vecindad entre los que estábamos en la sala, la historia es narrada por cuatro canillitas que hacen de vecinos del poeta; es decir, es como una historia narrada de voz en voz, típico de los relatos orales o cotilleos de barrio.

A lo largo de la representación, el espectador es testigo de cómo va creciendo Nicomedes y va cambiando de entornos, todo esto acompañado de la infaltable música que invita a bailar y cantar tanto a los actores como al público. Además, destaca el emotivo momento en el que aparece Victoria Santa Cruz, hermana de Nicomedes, interpretada por Flavia Avilés, con su popular “Me gritaron negra”. Asimismo, también es importante reconocer el esfuerzo por parte de la directora para incluir elementos nuevos que ayuden a contar la historia y conectar: se utilizó una pantalla donde se proyectaron portadas de periódicos que hablaban del poeta o diversas imágenes que, sumado al vestuario adecuado, ayudaban a ambientar en el contexto. En general, la obra representa bien los cambios que hubo en la sociedad, cómo las diferencias de clases y discriminación fueron parte de la causa por la cual Nicomedes fue poco a poco apartado e infravalorado.

Es un espectáculo que no omite ni un solo detalle de la biografía de Nicomedes, pero eso no la convierte en una clase de colegio de historia ni mucho menos aburre a las personas que van a verla; por el contrario, uno se siente un poco como un niño en el teatro, como si estuvieras escuchando a un cuentacuentos y todo lo que imaginas aparece sobre el escenario. Es una puesta en escena que motiva a no volver dejar escapar a este poeta y que se hable más de él, que no se olvide de nuevo, pues los temas sobre los cuales escribía siguen vigentes, y qué mejor que recordar el pasado para ver mejor el futuro a través de los ojos de Nicomedes.

Barbara Rios

8 de junio de 2025

Crítica: KORTAS - MARTES DE MAYO


Los martes se viven con microteatro y fiesta en el escenario

Los martes en el Teatro Barranco tienen una nueva esencia gracias a Kortas, experiencia escénica de formato innovador que une microteatro, bar y fiesta. Esta propuesta busca conectar a productores independientes con el público en un espacio donde el arte, la comunidad y el entretenimiento se encuentran.

La noche inició con Sexo en grupo, obra de José Carralero dirigida por Manuel Baca Solsol, y producida por PRODUCCIONESYY & Manolo Rojas. La escenografía propone un pizarrón con imágenes y un gran corazón al centro, remitiendo a una exposición. Los personajes, terapeutas de pareja, interactúan con el público rompiendo la cuarta pared. Sin embargo, fallas técnicas como los micrófonos de vincha que no permite que se entienda el texto, una estructura narrativa desordenada y una comedia que no lograba conectar, debilitaron la propuesta. En escena: Pedro Sánchez y Yeuris Yakyr.

Luego, Huella en el sofá, escrita por Susana Mercado y adaptada por Laura Gattinoni, bajo la dirección de Gean Pool Uceda y producido por Larisa Landivar. Se planteó un espacio escénico de estilo realista. Sin embargo, el ritmo y la composición escénica no logró conectar con claridad el mensaje de la obra. La iluminación no acompañaba a las acciones, y la actuación presentó desconexión emocional y vocal. El texto resultó redundante, con personajes poco definidos desde la construcción de personajes. En escena: Emilio C. Bulos y Luis Jaime Cisneros.

Tras un breve intermedio, Clásico Rival, escrita por Luisito Fernández, dirigida por Steve La Cruz y producida por ZEN ENTRETENIMIENTO, se convirtió en uno de los puntos altos de la noche. Dos futbolistas peruanos participan de una ficticia conferencia de prensa en “Mundo Galáctico Deportivo”. Un narrador guía la historia, donde luces, sonido y pausas precisas acompañan la acción dramática. El conflicto es claro, el vestuario bien construido y la interacción actoral revela honestidad, escucha y fuerza escénica. En escena: Fernando Capitán y Gabriel Poémape.

La velada cerró con Karaokeando, escrita por María Belén Ochante, dirigida por Jorge Barriga y producida por LA KELLA PRODUCCIONES. La historia se sitúa en un karaoke donde una expareja se reencuentra entre canciones, reproches e indirectas. La escenografía, simple pero efectiva, junto con la proyección, como intermediario entre la tecnología y lo dramático, y vestuarios bien escogidos, ubican rápidamente al espectador en un ambiente festivo. Ambos actores logran interactuar con precisión con el público, utilizan el canto como recurso dramático y construyen una comedia que divierte y conecta con el espectador. En escena: Brayan Vílchez y Geral Angulo.

Kortas se presenta como una apuesta por el teatro independiente, con propuestas variadas que, si bien desiguales en ejecución, aportan frescura y abren espacios para nuevas voces escénicas. La experiencia invita a ver, escuchar y bailar en una misma noche.

Rubén Aquije

8 de junio de 2025