sábado, 2 de agosto de 2025

Crítica: LA CAÍDA


La vida se observa mejor sobre el escenario

En esta obra, Italo Panfichi y Mónica Vergara apuestan por una experiencia escénica interdisciplinaria. Una obra que combina teatro, danza, performance y música. Todo con el objetivo de hacer que el espectador reflexione sobre el mundo que habitamos, pero no solo a través de historias o de alguna narración oral, sino a través de lo sensorial y poético.

Con un elenco conformado por Robert Julca, Mauricio Coronado, Flavia Santillán y Mónica Vergara sobre el escenario, La caída nos propone replantear nuestra propia existencia en este mundo, sobre todo en estos tiempos en los que todo se siente tan inestable y efímero. Si bien no cuenta con una estructura clásica de contar una historia, nos propone una narrativa disruptiva que se va más por lo experimental: vemos a los artistas haciendo cosas totalmente diferentes, desde comer una sandía hasta hacer ejercicio, todo muy sensorial y bastante parecido a la vida cotidiana de cualquier espectador. 

Esta puesta en escena nos plantea cuestionarnos a nosotros mismos sobre nuestra propia existencia, pero no con un objetivo moralista, tampoco te plantea una solución en sí, simplemente es representar y experimentar; cada persona del público puede percibir cosas totalmente distintas, no hay una guía o una pauta sobre qué sentir o ver, todo es libre, y es ahí donde radica su rareza e innovación.

Un espectáculo bastante refrescante que nos permite seguir presenciando cómo las artes escénicas van cambiando y evolucionando, fusionándose y encontrando nuevos espacios en los cuales coincidir para poder seguir transmitiendo no solo mensajes, sino también sensaciones al resto de las personas.

Barbara Rios

2 de agosto de 2025

Crítica: LA SEMILLA DE AURORA


Recordando a Túpac Amaru

En esta ocasión, Pukio Teatro nos trae de regreso a Reynaldo Arenas, legendario actor conocido por interpretar a Túpac Amaru en varias representaciones. En esta puesta en escena, basada en una obra inédita del dramaturgo peruano Carlos Tosí y dirigida por Claudine Duarte, vemos a un Túpac Amaru II más decidido que nunca y sin temor de enfrentarse a quienes representen una amenaza tanto para él como para los suyos.

Con una escenografía modesta pero precisa, la obra sumerge al espectador en un ambiente lúgubre y de conflicto, tensión e impotencia por las injusticias cometidas contra Amaru II y su comunidad. Acompañado de un talentoso elenco conformado por Renzo Morales, Lando Bartac, Fernando López, Cinthya Carbonell y Fernando Mena, la historia nos remite a los días previos a la ejecución de Amaru II, cómo se enfrenta a sus carceleros y es víctima de maltratos constantes contra él.

Ver esta obra nos recuerda que aún hay heridas sin sanar, heridas del pasado que siguen abiertas y cada tanto vuelven a sangrar, pese a que se creían ya suturadas. Vemos en el personaje de Arenas a todo peruano que, pese a las adversidades, no se rinde, que aunque por fuera esté vencido, por dentro sigue con el espíritu inquebrantable. Cada personaje aporta lo suyo a la obra, cada interpretación despierta distintos sentimientos en el público y diversas opiniones, pero de alguna manera todos coincidimos y nos unimos en la imagen de Túpac Amaru II.

Es un espectáculo que nos invita a imaginarnos un futuro diferente, quizás muy utópico, un final de cuento de hadas de Disney, pero para eso están las historias, el teatro, para imaginar lo imposible, hablar al respecto, salir de la sala con una nueva mirada.

Barbara Rios

2 de agosto de 2025

martes, 29 de julio de 2025

Crítica: LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE ERNESTO


La importancia de hacer reír sin perder el mensaje

Llegamos a La Vaca Multicolor a ver la última función de La importancia de llamarse Ernesto. Esta adaptación de la famosa comedia de Oscar Wilde, que se estrenó en 1895, tres meses antes de ser condenado a prisión por indecencia grave, debido a su homosexualidad, prescinde de los fastuosos escenarios de producciones mayores (como la adaptación cinematográfica) para ubicarnos en una sala discreta, pero con elementos típicamente británicos, como la vajilla del té, los postres infaltables a media tarde y elementos de vestuario sencillos, pero fácilmente identificables para el contexto. Prescinde también de personajes como el criado o el mayordomo y recurre al diálogo con personaje ausente para la breve participación del reverendo Casulla. Así, nos concentramos en dos muchachos, dos muchachas, la tía de uno de ellos y además madre de una de ellas y una extraña institutriz, para disfrutar una clásica comedia de enredos. 

El espacio del teatro nos acerca a la historia, pero también a su dinamismo. Todo fluye ágilmente en las dos salas, una en la ciudad y la otra en el campo, en donde se consuman los enredos provocados por dos muchachos que juegan a la doble identidad, como falsos “Ernestos” en ambos casos, sin advertir lo que llamarse Ernesto podría significar para sus pretendidas. Pero, más allá de la confusión, el enredo devela la hipocresía de esos personajes y con ello, la decadencia de la clase social a la cual pretenden ascender. El juego de palabras con las que Wilde tituló su obra, ha llevado a traducirla como “serio” u “honesto”, por el sonido de Ernest en inglés, aludiendo, por oposición, a las mentiras de sus personajes, como la base de toda la trama.

Ni la comicidad continua de la puesta ni las exageraciones farsescas nos distraen del mensaje del autor; por el contrario, lo afirman, manteniendo una eficaz congruencia entre el objetivo y los recursos. En una entrevista, Isabel del Castillo, directora de la obra, hizo referencia al “desafío de intentar mantener la comicidad inherente a la obra, pero sin perder esa esencial profundidad humana”. Y lo logra. Como también consigue “crear una atmósfera especial para el público y redefinir, juntos, la idea del teatro clásico como algo cercano y vital”, según manifestó en esa misma entrevista. Esa cercanía no solo es física, por tener a los actores a centímetros de distancia, sino profundamente sensorial y reflexiva.

El público se divierte de principio a fin y eso tiene como fundamento las buenas actuaciones del elenco, compuesto por la experimentada y talentosa Pilar Núñez (del colectivo Cuatrotablas), Sandra Melgarejo, Oscar Aguirre, Hanks Sarmiento, Andrea Andrade y Hebe Sánchez.

David Cárdenas (Pepedavid)

29 de julio de 2025

Crítica: SE NACE DOS VECES


Testimonios

No cabe duda de que hay historias que dejan huella, historias que podemos escuchar una y mil veces y siempre nos van a dejar impactados. Pero ver un testimonio plasmado en escena con ese toque mágico que tiene el teatro, hace que sea aún más impactante y admirable.

Se nace dos veces nos lleva a recorrer historias distintas y muy distantes, que quizás lo único que las une en ese momento es el escenario y las ganas de cada actor y actriz de contar su experiencia. Ver en escena a estos personajes con esas ganas de contar, no solo con la palabra, sino también con el cuerpo, con sus acciones y con toda esa energía que se necesita para poder hacer una buena puesta en escena, resulta muy impactante y conmovedor; uno puede conmoverse hasta las lágrimas. Podemos ver cómo las historias se van tejiendo escena a escena, logrando que uno quede atrapado por la narrativa visual.

La obra no posee muchos elementos, pero sin duda ello permite que, como espectadores, podamos sentir con mayor intensidad la energía y el compromiso de cada uno de los actores y actrices, y ver cómo convierten cada elemento en un medio para narrar, para hacerlo parte de su historia.

Esta puesta en escena está dirigida de manera magistral por Mariana de Althaus, quien también se encargó de la dramaturgia. Ella logra que el elenco tenga una gran química, una que se siente en cómo cada actor apoya y juega con su compañero en escena.

Se nace dos veces termina siendo una puesta en escena que nos lleva a viajar, entre risas y lágrimas, por experiencias de vidas distintas, pero que nos dejan conmovidos. Un final simplemente sorprendente y lleno de energía hace que uno salga de la sala con esa sensación de haber visto una buena puesta en escena.

Javier Gutiérrez

29 de julio de 2025

Crítica: YO SOLO QUERÍA UN ABRAZO


Una triste fiesta y el deseo de un único regalo

En Yo solo quería un abrazo, Sebastian Alva hace su debut como director, junto a un elenco de actores y asistentes muy comprometidos con el proyecto. Su propuesta es dinámica, tanto por la búsqueda de interacción con el público, como por el juego entre sus personajes, quienes dan vueltas en una ruleta emocional en la que también terminan por incluirnos. Los temas que presenta, a pesar de su complejidad, son abordados de forma lograda; esto lo podemos atribuir igualmente a la escritura de Fabrizio Saavedra y la labor de adaptación de Christopher Cruzado. Queremos llamar la atención sobre este punto, ya que puede ser difícil tratar temas de salud mental y afectiva sin caer en reflexiones ligeras: a nuestro parecer, no hay mayor condescendencia con sus personajes, ni consecuencias que no merezcan; se los reconoce como jóvenes con fuertes problemas emocionales y con poco cuidado de los adultos que los rodean, quienes además nunca aparecen en escena. Así, envueltos en una comedia trágica, generan vínculos poco sanos entre ellos; esto les da la ilusión de estar acompañados, pero que, por lo mismo, no les libra de experimentar más carencias, traiciones, presión y sufrimiento.

Un detalle importante que nos gustaría destacar de la obra es el de sus actuaciones. En primer lugar, a Maria Paula Arana como Alba, quien nos ofrece un personaje con gran sensibilidad, a pesar de las expectativas sociales que parecen, a primera vista, encasillarla y coincidir con la idea de una chica superflua. Por su parte, Moisés Vera y Daniela Ríos nos muestran la relación de los hermanos Nelton y Andrea, donde se mantienen en conflicto cierta competencia por el favor de los padres y los demás, pero también el cariño por el otro. Además, los tres amigos, interpretados por Jairo Díaz, Gonzalo Candela y Gustavo Ipa, igual en apariencia se ven burlones y machistas; la dramaturgia no intenta para nada excusar sus actitudes, pero sí echa luz, inteligentemente, sobre motivos a los que responderían tales conductas. De esta manera, asistimos a una infeliz celebración de cumpleaños, donde el regalo más esperado es la compañía de la persona en quien se vuelcan todas las expectativas de amor. Así, atravesados por la falta, Nelton y Alba se ven envueltos en una relación tóxica que solo les genera más vacío. 

Aunque ya se terminaron las funciones de Yo solo quería un abrazo, esperamos que el público pueda disfrutar nuevamente de la obra. Con bastante expectativa, seguiremos pendientes de los futuros papeles de sus actores, así como de próximos proyectos de Alva. Asimismo, nos alegra que el Teatro de Lucía apoye propuestas tan atrevidas, teniendo en cuenta los temas abordados y la restricción de edad; de este modo, también permite fomentar el interés por el teatro entre un público más joven y que busca constantemente nuevos relatos.

Jimena Muñoz

29 de julio de 2025

Crítica: AMORES DE PEÑA


Historias compartidas

Nos encontramos, sin duda, con una puesta en escena que cuenta con las brillantes actuaciones de Ericka Villalobos, Hugo Salazar y Francisco Luna, quienes dejan ver su experiencia y su calidad actoral, titulada Amores de peña. Una propuesta que combina el teatro y la música, ofreciéndonos una experiencia inolvidable para cada espectador, con una trama que nos mantendrá atrapados de principio a fin.


Podremos ver cómo la música peruana y la esencia de parte de su cultura se confunden en un escenario, donde tres almas desoladas y decepcionadas del amor se encuentran sin tener conciencia, que comparten algo más que una mesa. Quizás comparten no solo experiencias de desamor parecidas, sino también unas ganas inmensas de amar y ser amados.


Indudablemente, la música hace que podamos vivir la historia con mayor intensidad. Las risas no faltan, ya que la puesta en escena tiene esa comedia natural que hace que el espectador se descubra riéndose a carcajadas.


Producida por Scenika y dirigida muy acertadamente por Tommy Párraga, y con letra escrita por Francisco Luna, la obra resulta en una ecuación perfecta, que nos lleva a gozar del espíritu de la peña: ese lugar de reunión, reflexión y celebración.


Ideal para estas fechas, cuando el patriotismo brota a borbotones, esta puesta en escena nos hace sentir la alegría, los buenos momentos, la calidez y, al mismo tiempo, lo frustrante de esa peña llamada Perú. Sin duda, Amores de peña es una gran puesta en escena que, más allá de la risa y el buen momento, nos lleva a reflexionar sobre nuestro Perú y esa historia que amamos, con desamor, esperando levantarnos y celebrar.


Javier Gutiérrez

29 de julio de 2025

domingo, 27 de julio de 2025

Crítica: DISTORSIONADA


Dramaturgias jóvenes, conflictos urgentes

En el marco de la actualidad y la inserción teatral de nuestro país, surgen distintas propuestas artísticas que responden a las percepciones de la sociedad. Una vez más, esto ocurre en el Teatro Esencia de Barranco, esta vez bajo la mirada de alumnos escénicos que están a punto de egresar. Presentan una propuesta que no le es ajena al medio audiovisual; al contrario, dialoga con él de forma oportuna y concreta, planteando la importancia del amor propio en la adolescencia. Distorsionada es un proyecto final de carrera dirigido por Patrick Quevedo y Aoki Delgado, escrito por Renato Guerra y Joanne Roman.

En escena vemos a Naydelly Celeste Elías en el rol de Lizbeth, una joven conflictuada por su imagen y su presencia en redes sociales. Elías transmite la inocencia del personaje con naturalidad, aunque en algunos momentos el exceso de gesticulación facial juega en contra, ya que no se alinea con el código escénico de la obra.

También es relevante destacar la construcción del personaje Liz Wiz, a cargo de Joanne Roman. Cuando aparece, podría pensarse que caerá en el cliché del avatar o la inteligencia artificial. No obstante, Roman evita esto con una composición precisa: movimientos pausados, robotizados y justificados. Cuando se trabaja con elementos tan cercanos al público, el actor debe apropiarse del personaje desde su sentido, no solo desde la forma. Y en este caso, lo logra.

La obra se enmarca dentro del teatro contemporáneo, rompiendo con estructuras tradicionales mediante una narrativa fragmentaria y episódica. Esto permite contar la historia de una chica que está a punto de ser distorsionada. En ese sentido, la dramaturgia de Roman y Guerra apuesta por nuevas formas de representación que reflejan conflictos actuales.

En conjunto, se trata de un montaje cuidado, tanto en escenografía como en iluminación. Por momentos, la acción tiende a caer debido al timing de ciertas ejecuciones y diálogos; quedan algunos vacíos escénicos sin resolver. Aun así, la propuesta cumple su objetivo y nos recuerda la importancia de la autoaceptación, utilizando al avatar como una figura de contraste. Un texto accesible, que se alinea con los lenguajes contemporáneos sin dejar de ser reflexivo.

Juan Pablo Rueda

27 de julio de 2025

Crítica: APOFENIA


Pena, ternura y anhelo de unión

Al entrar a la sala, te recibe un escenario ya vivo: dos jóvenes actores se desplazan, calientan, respiran el espacio. No esperan la tercera llamada para aparecer; ya están presentes, como si sus cuerpos recordaran que el pasado nunca termina de llegar. A los costados, una serie de vestuarios —un traje militar, ropa andina, zapatos, ojotas— sugieren múltiples vidas por encarnar. Todo está dispuesto: en el centro, fotografías, documentos y escritos, organizados como una escena de detectives, invitan a reconstruir una historia fragmentada. La historia es dura, conocida y todavía abierta: el conflicto armado interno en el Perú.

Vestidos de negro, como suele hacerlo el estudiante de artes escénicas, los actores comienzan con monólogos que evocan los años 80 y 90. Lo que sigue son escenas entrelazadas: una madre andina busca con desesperación a su hijo desaparecido, enfrentando la frialdad de un militar que le niega respuestas; unos estudiantes se interrogan sobre los desaparecidos de La Cantuta; unos niños armados, atrapados entre promesas rotas y el miedo, sueñan con regresar a casa. En otra escena, una hija conversa con su padre, un militar que participó en el conflicto. La ternura se mezcla con la memoria y el juicio.

Las escenas no son simples representaciones: están atravesadas por pausas reflexivas en las que los actores se preguntan —y nos preguntan— si es posible contar este dolor sin violentarlo. ¿Cómo narrar desde la ética, desde la humanidad, desde la empatía? La obra no busca enseñar ni moralizar, sino compartir, reconstruir y, sobre todo, no olvidar.

La dirección de Ibrahim G. Monrroy permite que cada historia resuene profundamente, tocando no solo al espectador sino al ciudadano. El trabajo corporal —las caídas, los golpes, las tensiones físicas— no solo conmueve, sino que activa el cuerpo como archivo. Los objetos escénicos, usados poéticamente, complementan la carga simbólica de cada escena.

La dramaturgia de Marcelo Farfán transita con sensibilidad entre la pena, la ternura y el anhelo de unión. Cada personaje se manifiesta desde los cuerpos potentes y honestos de Andrea Marquina y Víctor Bullón, que encarnan las memorias con fuerza, pero también con vulnerabilidad. Son cuerpos que recuerdan, que resisten, que preguntan. Y que nos recuerdan que abrir el cofre de nuestro pasado es doloroso, sí, pero también necesario.

Edú Gutiérrez

27 de julio de 2025

martes, 22 de julio de 2025

Crítica: HILADAS


Cordones, Sogas, Madre, Hija

Una actriz invade el espacio (Moca), hay tejidos en la pared central y un hilo grueso enredado que avecina desde la entrada. La presencia de la mujer es misteriosa, su corporalidad dibuja sensaciones con sus brazos, sus caderas, su rostro que se transfigura constantemente, sus dedos expresivos, sus piernas cuentan historias. Ella se manifiesta, dice algunas cosas, la voz es un timbre delicado y a la vez potente, retumba el lugar, sus ecos son acompasados, algo hipnotizante se muestra en la vibración del sonido.

Aparece la segunda actriz: ella es más joven (Jazmín Fernández), invade desde el fondo del escenario, desciende las escaleras, como si de un ángel se tratara. Hay una fuerza en su mirada, la fortaleza de sus pisadas y su postura decidida es enigmática ante la expectación de la sala; el encuentro de ambas, es una sensación tierna, un choque de fortaleza y debilidad, pero no la debilidad del débil imperecedero, sino la fragilidad de un momento quedo, de un permitirse débilmente amar, con pasión con entrega completa, un amor que trasciende los errores y las culpas o a veces solo malos entendidos. Ellas son madre e hija, juntas realizan una secuencia corporal verbal precisa y bien ejecutada, hay un buen ojo para dirigir tremendas personalidades, el trascurso de la historia trata sobre una relación de una madre y una hija, con sus pesares, sus sentires, sus dejares.

Lo más interesante es lo que causan ellas, hay una tormenta en su mirada, hay un trueno en sus pies, ambas parecen mimetizadas; la hija juega muy bien con el tiempo, se convierte en niña con la mirada tímida, sus trenzas inseguras enredan cariños y mimos, se torna adolescente con los ojos tercos, los brazos curiosos y el cuerpo aperturado a la ficción; crece, se casa, parte, se va, retorna. Todos estos momentos son acompasados por una presencia poderosa, la madre sacude sus cabellos y envuelve la expresión de la niña, arrulla la duda de la adolescente, tiñe de colores la decisión y el vestido de novia de la mujer.

El vínculo, que ambas componen, tiene una conexión más allá del cuerpo, su trabajo espiritual muestra una conexión áurica, un reflejo energético, una sensación que se acuna en nuestro corazón. El texto pasa a segundo plano por un instante, la sensación, el sentir explota en mi interior, me gusta la lucha que se desencadena entre ellas, hay un cuchillo que es un símbolo potente; es utilizado para romper cosas, para lastimar, para asesinar dependencias. Los momentos oníricos son especiales, los cuerpos se deforman, las miradas brillan con fuego de volcán en la oscuridad.

Una canción siempre suena en el espacio (Mi niña bonita), es el momento artístico de la madre, su cuerpo adquiere otro sentido, hay una docilidad en el manejo de energía muy particular, único; muestra la originalidad de la intérprete y se siente su trayectoria espiritual, su espíritu basto y pleno. 

Las luces son simples, la presencia de ambas actrices enciende el lugar, acomoda los rincones y enaltece los colores, el uso de los objetos es particular, la presencia de una soga larga, tejida como un cordón umbilical permite que ambas se transfiguren en otras cosas, otros seres u otros estados de la materia; el no ser, la madre, la hija, pero también su negación, su no existencia o los recovecos absurdos que guardamos entre las partes de nuestro cuerpo. Hay pocos objetos dentro del espacio, una silla, un cubo y nada más; son distribuidos inteligentemente, hay una astucia espacial y de desplazamiento, una sensación me alude a la danza, como si ellas bailaran, quizá solo es un sueño más que se acurruca dentro de mis entrañas.

Rescato mucho el manejo de la voz, el lugar vibraba sus tonos, sus matices de forma muy elegante y llamativa saltaban, ambas voces se mesclaban con silencios, con retumbos, con exasperaciones y miedos. Los cuerpos se entendían muy bien, laxos, infinitos, atados a un mundo aparte desde la sombra de su presencia; los movimientos muy juguetones, espontáneos, perfectamente ecualizados como los timbres y como las cavilaciones del pensamiento entre los vínculos amorosos de la madre y la hija.

El texto es muy bueno (escrito por Sofia Rojas), su gramática, su literatura y sus versos, es ecuánime y fluye como el agua en un rio, suena armonioso por la cualidad de las actrices, pero camina orgánicamente por su cualidad esencial por su composición. Reflexiones miles dentro de mi mente, cómo alguien ama tanto, a mí me amarán tanto me pregunto; mi madre tal vez es la única que pueda amarme tanto, los hijos amamos distinto, porque miramos después. En cambio, los padres y la madre específicamente nos miran primero, esa mirada es una dirección de cariño que se devuelve en el rebote de nuestros ojos; hay un hilo, por eso se teje, por eso se alude a esas texturas, una conexión tan grande que se materializa en texturas invisibles como el cordón que en algún momento anido las voces y los corazones de la familia.

Moisés Aurazo

22 de julio de 2025

Crítica: FESTIVAL CORAZÓN ABIERTO


Un recordatorio de que amor es amor

Hoy en día que la apatía e indiferencia se han vuelto tan comunes, llega Agenda diversa con una nueva propuesta escénica que tiene como propósito mostrar las diversas formas de amar y cómo se dan en lugares tan impensados como cotidianos. Historias que conmueven y llaman a la reflexión, especialmente es un llamado a la aceptación de lo diverso, de lo que muchas veces escapa de la errónea concepción de lo “normal”. Son tres obras breves que te invitan a ver más allá de lo establecido y abrazar las diferencias.

La primera pieza, Era mi vida él, de Juan Velazco y dirigida por Josué Parodi, nos muestra un breve encuentro entre Graciela (Cecilia Tosso) y Xiomara (Lesly Quispe). Un encuentro accidentado al inicio, pues Graciela es una anciana conservadora, mientras que Xiomara es una joven trans, lo cual causa molestia y hasta indignación en Graciela. Sin embargo, a medida que transcurren los hechos y Graciela va conociendo mejor a Xiomara, se da cuenta de lo mucho que tienen en común y que ambas tienen mucho que aprender la una de la otra.

La segunda pieza, Cardo o ceniza, de Regina Limo y dirigida por Piera del Campo, nos pone como espectadores de una historia de amor entre Nancy (Andrea Miranda) e Isabel (Lia Camilo), pero que en un inicio se niega a ser eso, y vemos cómo al compás de la canción Cardo o ceniza la situación se va transformando. Sin embargo, no se trata solo de eso, también nos muestra los dilemas a los que se enfrentan las mujeres en la industria de la publicidad, las frustraciones y otros aspectos de los cuales no se habla.

La tercera y última pieza, Un lugar para los dos, de Andrew Taype y dirigida por Juan Velazco, nos muestra el final y el inicio de dos tipos de amores. Ricardo (Luciano Perochena) y Miguel (Francesco Bacilio) están en una relación, y todo parecía ir bien, hasta que los prejuicios y estereotipos de una sociedad conservadora influyen en uno de ellos, rompiendo para siempre el vínculo que los unía. No obstante, llega Jesús (Inti Carbajal) inesperadamente a la vida de Ricardo para devolverle las esperanzas en el amor y recordarle que no tiene nada de malo no seguir con las expectativas impuestas por dicha sociedad.

Las tres puestas, sumado a los pequeños momentos musicales que iban entre cada presentación, envolvían al espectador en un ambiente cálido y de aceptación; se sentía mucho el cariño que cada actor le puso a la interpretación de sus personajes, así como la dedicación de sus directores. Se sintió a todo un equipo que trabajó con el corazón en la mano y lo entregó todo a un público que estaba ahí dispuesto a verlos, aceptarlos y celebrarlos.

Barbara Rios

22 de julio de 2025