domingo, 26 de abril de 2015

Crítica: ESQUINA PELIGROSA

Correcto y clásico misterio

La clásica pieza Esquina peligrosa del dramaturgo inglés J.B. Priestley, fue el llamado “caballito de batalla” del recientemente fallecido director Oswaldo Bravo, que llevó a escena en varias temporadas a lo largo de los años, dos de ellas reseñadas por El Oficio Crítico, en el Club de Teatro de Lima (2008) y en el Mocha Graña (2014). Anotábamos en aquellas ocasiones, las dificultades específicas que presentaban dichos montajes para llegar a buen puerto. Este año nos llega una nueva versión de Esquina peligrosa, esta vez bajo la dirección de Joaquín Vargas y bajo la producción del Colectivo Umbral, en la AAA. Luego de apreciar el montaje, habría que mencionar que Vargas (de quien vimos la correcta El Hombre Elefante en el 2013) corrige en cierta medida las carencias de los montajes de Bravo: primero, se mantiene solo en la dirección, lo que le permite la necesaria visualización de la obra desde fuera del escenario; segundo, mantiene la acción en la Inglaterra original de los años 30; y tercero, convoca actores que calcen con los requerimientos físicos que el texto exige a gritos, para no caer en la comedia involuntaria.

Estrenada en el lejano 1932, la pieza podría lucir anacrónica a estas alturas. Pero debemos recordar que en aquella época no era muy común ver una obra teatral que contenga temas como el abuso de drogas, la infidelidad, el intento de violación y la velada homosexualidad, en medio de una distinguida reunión al más puro estilo inglés. Pero todo ello matizado con una profunda ingenuidad, concentrada en la figura del protagonista y anfitrión de la fiesta Robert Caplan (David Huamán), que no tiene idea de la realidad. Una inocente pregunta acerca de la cigarrera musical de Freda Caplan (Alana La Madrid) desata la intriga, pues entra en escena el fantasma de su cuñado Martin, muerto hace un año en misteriosas circunstancias. Cada invitado va revelando oscuras secretos relacionados con el difunto a lo largo del montaje; los primeros, bajo la atenta mirada de la novelista Maud Mockridge (Sylvia Majo). Al final del drama, queda flotando la disyuntiva de cuánto de verdad podemos manejar en nuestras vidas y de si revelarla por completo sea lo más adecuado para una pacífica convivencia.

Las actuaciones son muy correctas, aunque se nos dificulte por momentos creer que los personajes son estirados ingleses de los años 30. En todo caso, destacar el sentido trabajo de Vanessa De la Torre como la reprimida Olwen. Vargas apuesta por un teatro clásico y convencional en extremo, con una escenografía que puede lucir precaria pero funcional finalmente, y con luz general durante toda la obra, solo interrumpida por el ya conocido quiebre temporal, que el autor le imprimió a un puñado de sus textos. Esta nueva versión de Esquina peligrosa pasa la prueba con bastante discreción, pero nos queda la sensación que todavía no ha llegado la definitiva encarnación de Priestley, que colme a plenitud las expectativas.

Sergio Velarde
26 de abril de 2015

sábado, 25 de abril de 2015

Crítica: 1968 HISTORIAS EN SOUL

Logrado retrato de la utopía  

De acuerdo al director Mateo Chiarella, fueron el descubrimiento de los íconos musicales del movimiento soul norteamericano (entre ellos, Sam Cooke, Otis Redding y Marvin Gaye) y la necesidad de abordar asuntos utópicos, púbicos y privados, de nuestra realidad nacional a través del teatro musical, lo que lo motivó a escribir y dirigir 1968 Historias en soul, en el acogedor Teatro Ricardo Blume de Aranwa. Tres líneas argumentales que se unen en el escenario, luego del terrible atentado sufrido por Martin Luther King en Memphis en el año en cuestión, que sirven para diseccionar la vida de los jóvenes, en espacio y tiempo muy específicos de la convulsionada Norteamérica a finales de los sesenta. Enormes temas que son acaso imposibles de tratar a profundidad en un solo montaje teatral, como la llamada contracultura, con su generosa dosis de hippies celebrando el amor libre y el consumo de drogas; los movimientos por los derechos civiles, con el violento racismo hacia los negros, especialmente los que habitaban en el sur del país; así como el rechazo contra la Guerra de Vietnam, conflicto en el que fallecieron miles de soldados, que dejaron igual número de familias destruidas.

Aaron (Edson Dávila) es un granjero afroamericano que sueña con ser la nueva promesa de la música soul, a pesar de la reticencia de su esposa Betty (Laly Guimarey); Paul (Joaquín de Orbegozo) y Alicia (Emilia Drago) conforman una joven pareja en crisis, que viaja a lo largo del país para reflotar su tirante relación; y el trío de protestantes contra la guerra de Vietnam, Sanders (Miguel Álvarez), Larsson (Andrés Salas) y Gómez (Janncarlo Torrese) colapsa en medio de la represión por parte de las autoridades. Tres historias sobre utopías que fluyen de manera independiente y paralela hasta el crimen antes mencionado, como también ocurrió con otro montaje de Aranwa, En la Calle del Espíritu Santo (2013), curiosamente también dirigido por Chiarella. Cada personaje de 1968 Historias en soul está muy bien bosquejado y sus respectivas realidades retratadas sin mayor densidad, pero sí con bastante fidelidad al contexto original. El teatro circular es aprovechado también para darle fluidez a las secuencias, apoyados en pocos elementos y en un efectivo ensamble (Martín Velázquez y Santiago Suárez) que interpreta los personajes de apoyo.

El elenco está a la altura de las circunstancias, destacando nítidamente Salas en una vibrante actuación, así como también el carisma que le imprimen Dávila y Guimarey a sus personajes. Chiarella logra sus objetivos iniciales: traer a escena el sabor musical de aquella añorada época, apoyado por el intachable desempeño de sus actores, así como también retratar problemas sociales de índole universal, que habiendo pasado más de 40 años todavía persisten en la actualidad, especialmente en nuestro golpeado país, tan necio en hacernos creer que es incapaz de evolucionar. He ahí el principal triunfo de Chiarella: consigue retratar las utopías artística, social y política, de manera ligera pero en estado puro. 1968 Historias en soul es un espectáculo musical con los suficientes brillos y vigencia como para ser disfrutado por todo espectador.

Sergio Velarde
25 de abril de 2015

sábado, 18 de abril de 2015

Crítica: OTRAS CIUDADES DEL DESIERTO

Familia y política, combinación explosiva

El Teatro La Plaza volvió por sus fueros, renovado, con nueva obra. Luego de la atípica (y polémica) temporada de La cautiva, los cambios en las puestas en escena no pudieron ser más drásticos: del oscuro depósito de cadáveres en el Ayacucho durante la génesis del movimiento terrorista en nuestro país de La cautiva, pasamos a la lujosa sala de una familia acomodada del partido republicano en vísperas navideñas en la árida Palm Springs de Otras ciudades del desierto. Y si bien las locaciones pueden parecer diametralmente opuestas, el trasfondo de las historias no lo es tanto. El regreso de la escritora Brooke Wyeth (siempre impecable, Wendy Vásquez) a la casa de sus padres Lyman y Polly (precisos Alberto Isola y Martha Figueroa), tras seis años de ausencia debido a la depresión que le causó el suicidio de su hermano luego de un misterioso atentado terrorista, pone en jaque a toda la familia: Brooke planea la publicación de un libro de memorias, llamado "Amor y compasión", sobre los motivos que le llevó a su hermano a tomar la fatal determinación y que pondría en riesgo la reputación de los Wyeth, especialmente a pocos años del atentado de las Torres Gemelas. El exitoso dramaturgo y guionista californiano Jon Robin Baitz, experto en conflictos familiares (con créditos en interesantes series norteamericanas), logró con su pieza un contundente éxito, que lo llevó del Off-Broadway al Broadway en el mismo 2011.

Otras ciudades del desierto no solo explora las relaciones familiares, especialmente el conflictivo duelo madre-hija, sino también la descarada idiosincrasia política, que es indispensable mantener a toda costa. En ese sentido, el republicano Lyman representa la peor imagen de la intolerancia y la marginación en un político, con la prepotente finalidad de mantener el status quo. Por cierto, solo superado por su propia esposa. La figura de Polly, aquella altanera y controladora madre, resulta de capital importancia para entender el peligro que representa para la familia el ver descubierta su intimidad y demás, sus miserias. La presencia en casa de su despreocupado hijo (Rodrigo Palacios) no representa para Polly un serio problema, pero sí lo es la estancia provisional de su hermana alcohólica en proceso de rehabilitación, la tía Silda (impagable como siempre, Sofía Rocha), que no solo oculta un secreto bien guardado, sino que se convierte en una aliada para Brooke. Es así que vemos a la familia dividida delante del enorme árbol de navidad, curioso y silencioso testigo del drama, para permitir o evitar la publicación del libro. Para Brooke, el cartel que vio en la carretera al llegar, indicándole que si sigue de frente llegará a otras ciudades del desierto, resulta significativo, pues justamente allá es donde le gustaría estar, luego de enfrentarse a su propia familia.

El director Juan Carlos Fisher sabe escoger buenos textos que le facilitan sobremanera conseguir espectáculos de calidad, contando además con consagrados intérpretes. Es por ello que, en cuanto a las actuaciones, la mayor virtud del joven Rodrigo Palacios es la de estar a la altura y no desentonar al lado de un elenco de excepción, en el que habría que destacar a una recuperada Martha Figueroa, en pleno dominio de su capacidad histriónica. El escenario de La Plaza lució majestuoso y profundo, contando con el espacio de la piscina que no vemos desde Metamorfosis,  con un impresionante decorado, que no opacó el vibrante drama familiar. Mucho se habló de la última y acaso prescindible escena, pero cierra de cierta manera el misterio sobre la decisión final de Brooke, pero sin la fuerza que emanaba del resto del montaje. Otras ciudades del desierto de Jon Robin Baitz retomó la acostumbrada decisión del Teatro La Plaza, tan empecinado en traer exitosas piezas del extranjero para nuestro disfrute.

Sergio Velarde
18 de abril de 2015

sábado, 11 de abril de 2015

Crítica: STOP KISS

Conmovedora y diferente historia de amor  

Siguiendo con la feliz decisión de poner en el tapete las absurdas ideologías que no dejan progresar a la sociedad (acaso sea ésa la importancia capital del teatro), llega a la escena limeña la pieza Stop Kiss, de la autora norteamericana Diana Son, estrenada originalmente en el Off-Broadway en 1998 y dirigida actualmente por la excelente actriz Norma Martínez en el Teatro de la Universidad del Pacífico. A pesar de los 17 años que separan su estreno del nuestro, el texto no ha perdido un ápice de vigencia, pues se trata de un dramático ataque homofóbico hacia dos mujeres en un parque de New York, pero que nunca es visto en el escenario. La relación que desarrollan Callie (Lizet Chávez) y Sara (Fiorella Pennano) es la gran protagonista de este montaje que denuncia la salvaje y primaria violencia que tiene y ejerce el ser humano sobre lo que no puede (o no quiere) entender.

Sin cambiar el espacio temporal propuesto por la autora, la trama nos lleva al Nueva York de finales de los noventa, y específicamente al departamento de Callie, una reportera de tráfico en una estación radial, que sobrevuela la ciudad todos los días en helicóptero, sin mayores preocupaciones en su vida. Una amiga de su amiga, llamada Sara, llega para dejarle su gato, pues trabaja en una escuela pública del Bronx y no puede cuidar de él. Las dos mujeres inician entonces, una estrecha amistad, que poco a poco va convirtiéndose en algo más. El mencionado ataque que sufren las dos mujeres es el punto de inflexión en la obra, pues las escenas se suceden en desorden cronológico, intercalándolas antes y después de la cobarde agresión. Al igual que sucedió en Números reales (2013), el saber de antemano la suerte de los personajes, nos permite sentir una profunda compasión por ellos. Y en el caso de Stop Kiss, rabia y frustración ante un acto violento irracional y sin justificación.

Todo el prejuicio y la intolerancia que todavía nos carcome, y que impide el justo respeto hacia el amor en sus distintas manifestaciones, es retratado de manera sumamente estilizada en la puesta en escena. La escenografía, urbana y funcional, nos remite a la de Frankie y Johnny en el Claro de Luna (2014), obra ambientada curiosamente también en Nueva York. Las actrices que interpretaran a Callie y Sara deben cargar todo el peso dramático sobre los hombros. En ese sentido, Chávez (quien ya había demostrado su enorme potencial histriónico en la acaso incomprendida Falsarios) luce en el presente montaje absolutamente convincente en cada una de sus intervenciones, especialmente cuando intercala las escenas con ruptura temporal, muy bien secundada por la joven Pennano, que le otorga a su personaje una agradable personalidad. Completan el elenco Rómulo Assereto , Montserrat Brugué, Nicolás Galindo y Eduardo Camino, todos ellos muy precisos en sus caracterizaciones. Stop Kiss es una conmovedora puesta en escena que se convierte en un perfecto ejemplo de lo irracional y absurda que es la homofobia.

Sergio Velarde
11 de abril de 2015

viernes, 3 de abril de 2015

Crítica: LOS DOS HIDALGOS DE VERONA

El amor y la amistad según Shakespeare  

Las Temporadas Teatrales de la ENSAD vienen manteniendo impecables niveles de producción y de puesta en escena. El año pasado disfrutamos de Tus amigos nunca te harían daño, La tercera persona y Noches de luna, todas de autoría nacional. Este año, la ENSAD inicia sus actividades con una de las primeras obras escritas por el Bardo de Avon; Los dos hidalgos de Verona de William Shakespeare, a cargo del destacado director Carlos Acosta y con la dirección de arte de Pepe Sialer, es un espectáculo de excelente factura, con personalidad propia y que recupera una de las tempranas comedias del dramaturgo inglés, repleta de entrañables y lúdicos personajes. El cuidado del diseño de producción es una de las constantes de las obras estrenadas en la íntima Sala ENSAD, con una solvente escenografía y un vistoso vestuario, además de contar con elencos que derrochan energía y entrega. En el presente montaje, la variedad de estilos tan dispares entre sí, encuentra una feliz mezcla que enriquece la puesta en escena.

La eterna pregunta sobre qué virtud que debe prevalecer sobre la otra, el amor o la amistad, es la gran protagonista de esta comedia, que deja entrever algunas constantes que tendrían las piezas posteriores del autor, como la extrema comicidad de los sirvientes, los amores no correspondidos o los disfraces que deben vestir las doncellas para hacerse pasar por varones. Valentino (Toto Flores López) y Proteus (Julio Navarro) son los hidalgos de la historia, dos amigos que se enfrentarán por el amor de una mujer. El primero viaja a Milán para convertirse en un hombre maduro y se enamora en ese lugar de Silvia (Jazmín Labrín Burga); mientras que el segundo, amante de Julia (Ethel Requejo), es enviado por su padre también a Milán, enamorándose de la amada de Valentino. Julia, en la búsqueda de su amor perdido, se disfraza de muchacho para encontrarlo. Finalmente, y luego de mil peripecias, los cuatro se encuentran en el bosque para resolver sus diferencias. Adaptada la pieza por el director, las dos horas del espectáculo se sostienen por todos los recursos que el montaje posee, desde la vitalidad que derrochan los actores en sus cuidadas caracterizaciones, hasta las luces y los sonidos (grabados y en vivo) que suman a la algarabía general.

La gran mayoría de los montajes de Acosta se caracteriza por su exigencia con los actores, y el presente montaje no es la excepción. A destacar el limpio trabajo de Toto Flores López y Julio Navarro en los roles protagónicos, especialmente este último, que nos convence totalmente en su quiebre final. Las damas también realizan un efectivo trabajo: tanto Ethel Requejo como Jazmín Labrín Burga componen enérgicos y verosímiles personajes. Estas dos parejas son bien secundadas por los múltiples personajes interpretados por los versátiles Renato Ayllón y Juan de los Santos. Mención especial para la insuperable dupla cómica conformada por Henry Sotomayor y Cristian Lévano, luciendo un perfecto dominio vocal, gestual y corporal. Algunas carencias menores que se irán solucionando en el camino, como la fluidez de algunos cambios de escena y el volumen de la voz en ciertas canciones con música en vivo, no opacan el resultado final. Los dos hidalgos de Verona es un nuevo triunfo de las Temporadas Teatrales de la ENSAD, absolutamente recomendable.

Sergio Velarde
03 de abril de 2015

jueves, 2 de abril de 2015

Crítica: EL CAMINO DE LOS PASOS PELIGROSOS

Los peligrosos amores fraternales  

Un nuevo caso de actor convertido en director. Fernando Luque, un competente intérprete que viene demostrando su versatilidad desde que lo notamos en Laberinto de monstruos de César De María en el 2012, es ahora el responsable del estreno de El camino de los pasos peligrosos, drama en un acto escrito por el canadiense Michel Marc Bouchard. Al igual que otros colegas debutantes en la dirección, como Urpi Gibbons (con El alma buena de Szechuán) y Diego Lombardi (con Phoenix: volver a empezar), los resultados obtenidos por Luque son auspiciosos. Más cercana a la hábil elección de Lombardi, la puesta en escena de El camino de los pasos peligrosos es sostenida principalmente por un efectivo trabajo actoral. El Auditorio del Centro Cultural El Olivar es presentado en caja negra, con algunas ramas secas en la parrilla y con un juego de luces que suma a la creación de la atmósfera surrealista que la historia reclama.

Tres hermanos sufren un accidente automovilístico en el mismo lugar que murió su padre hace años, cuando viajaban al matrimonio de uno de ellos. Atrapados en esta especie de limbo, los terribles secretos irán saliendo progresivamente a la luz. Las culpas y las verdades nunca dichas son acaso los puntos en común que tienen Víctor (Julián Legaspi), Ambrosio (Omar García) y Carl (Renato Rueda), tres hermanos de caracteres muy distintos entre sí, que se ven forzados a enfrentar sus realidades mientras permanecen en aquel misterioso lugar. Carl estaba a pocas horas de casarse, al sufrir el accidente con sus hermanos, y al reunirse posteriormente con ellos, las caretas filiales van cayendo, desenterrando oscuros secretos, especialmente los que esconde Ambrosio. Cada uno expone su verdad a su manera, reclamando cariño o mostrando su frustración. Una intensa historia que mantiene la fluidez hasta el final.

A destacar el trabajo de Luque, que prefiere sabiamente centrar sus energías en la dirección de sus actores, apoyado principalmente en la destacable interpretación de Rueda, otra joven promesa de la actuación, que llamó la atención en Números reales hace un par de años. Por su parte, García y Legaspi, ambos con ciertas limitaciones histriónicas (especialmente en la dicción), logran secundarlo con bastante eficiencia. El camino de los pasos peligrosos es un entretenido montaje teatral, que genera un genuino interés por los conflictos filiales presentados por la historia y que se convierte en un digno debut en la dirección de Luque, que se revela como un talentoso director de actores.

Sergio Velarde
02 de abril de 2015

Crítica: MICROTEATRO AL TOQUE

Irregular antología de locura  

Rastreando los orígenes del tan mentado Microteatro, aterrizamos en la Madre Patria. En noviembre de 2009, un nutrido grupo de directores, autores y actores al mando del director y dramaturgo Miguel Alcantud, se apoderó de un antiguo prostíbulo de Madrid. Se alojó, en cada una de las 13 habitaciones con las que contaba el recinto, un grupo teatral independiente, con la consigna de presentar una obra de menos de 10 minutos para un público de menos de 10 espectadores sobre un tema en común: la prostitución. Dichas micro-obras se representaban tantas veces como el público deseara. El inesperado éxito que tuvo el proyecto generó toda una nueva moda, que llegó irremediablemente al Perú. En todo caso, el Microteatro es un interesante ejercicio teatral, ya que cada breve puesta en escena debe contar con una historia y personajes medianamente desarrollados para no acabar como simples y olvidables “sketches”.

Con diferentes temas por explorar (como se siguió en España, con miniespectáculos Por Dinero, Por amor, Por la familia, Por celos, Por ellas) y producidas por la Comunidad Artística Nacional SAIP, nos llegó a la Casa Waira una temporada de Microteatro Al Toque de Locura, con cuatro piezas cortas que exploraron, con diferente planteamiento y fortuna, los laberintos psicológicos del ser humano. Como toda antología, las escenas no necesariamente cumplen las expectativas. Con la autoría y dirección de Martín Abrisqueta, las piezas Obsesión ilegal y Al alumno con cariño se centraron en las intrincadas relaciones entre abogados y jueces, y sus respectivas vidas privadas. La primera, con dos letrados secuestrados (correctos Lilian Nieto y Enrique Avilés) y sus intentos de escapar; y la segunda, con una inverosímil conversación en una banca de parque (Santiago Moreno y Nicolás León, este último en un registro histriónico, por llamarlo de alguna manera, anacrónico). Ambas secuencias se ven opacadas por las dos restantes, no especialmente por su calidad, pero sí porque aportan algunos aspectos interesantes.

Otro propulsor del Microteatro, de nacionalidad venezolana, es el director y dramaturgo Ibrahim Guerra, quien se encargó de la dirección de las últimas piezas de este Microteatro al toque de Locura. En Psicosis Jauja de Julie De Grande, una psiquiatra muy autosuficiente y su despreocupada paciente intercambian de personalidad a lo largo de su hilarante diálogo, interpretadas respectivamente por las divertidas Jacqui Chuquillanqui y Patricia Moncada. Y en Psicosis (del propio Guerra), invadimos la habitación que alquila Marion (Ena Luna) en el motel de Norman (Jürgen Gómez). Esta pieza resulta acaso, la más interesante. El suspenso es nulo, pues el público sabe cómo terminará la historia, pero la química entre los actores es lo suficientemente interesante como para seguir con interés la acción. En conclusión, con algunos (y serios) altibajos, este Microteatro al toque debe afinar varios aspectos para sus siguientes temporadas, para no convertirse en un mero entretenimiento para el olvido.

Sergio Velarde
02 de abril de 2015