“Siempre vuelvo al teatro”
Hija de referentes ineludibles del teatro en nuestro país,
Natalia Torres Vilar tuvo acaso su destino ligado al mundo de la actuación
desde su nacimiento. “Aunque en un larga
época de mi vida, no es que traté de evitarlo, pero me dediqué a otras cosas”,
reflexiona. “Por motivos económicos en
parte, otros intereses que quería explorar; pero uno siempre vuelve y muchas
veces he vuelto y me he vuelto a ir, ya sea por motivos económicos, cuando nacieron
mis hijos, porque necesitaba un trabajo estable, con un sueldo fijo”. Y es
que Natalia ha tenido una larga e interesante trayectoria, especialmente en el
teatro; justamente, por una de sus últimas actuaciones sobre el escenario, en La obra del sexo (2019) de Federico
Abrill, fue recompensada por Oficio
Crítico como la mejor actriz de reparto en comedia. “Siempre vuelvo al teatro, lo amo demasiado, es una de esas
relaciones que a veces parecen hasta
masoquistas, pero hermosas”.
El teatro en la sangre
Imposible no mencionar a los padres de Natalia, la
inolvidable actriz de origen español Lola Vilar y el reconocido director y
profesor Leonardo Torres Descalzi. “Para
mi mamá, sobre todo en la comedia, era su momento de escapar de la rutina y
divertirse, y cuando hacía drama, también disfrutaba mucho de su contacto con
el público, creo que eso rescato: el placer que a ella le daba esa conexión con
el público”. Sobre su padre, rescata su amor impresionante al teatro. “Toda la vida lo tuvo y lo sigue teniendo,
es su pasión, no deja de estudiar, de leer obras, de armar proyectos”. Si
bien Lola nunca asumió el rol de directora, sí lo hizo el padre de Natalia,
desde siempre. “Todo lo que él estudió
fue dirección, y bueno, actuaba porque era parte del proceso, o era su
producción y tenía que cubrir algún puesto; le gusta mucho actuar, pero se
dedicó a la dirección”. Y también a la docencia, la que practica
actualmente. “Enseñaba buscando la
estabilidad, pero terminó fascinándolo, creo que tiene alma de docente, le
gusta mucho el vínculo con la gente joven, se siente revitalizado al compartir
sueños y el entusiasmo por cosas nuevas”.
Las puestas en escena con Lola, especialmente las comedias,
eran las favoritas del público en su momento. “Mi mamá salía a escena a divertirse, pero cuando hacía drama era
sumamente respetuosa del texto, pero básicamente lo que la gente quería ver de
ella era comedia”. Sin embargo, era inevitable el “conflicto” cuando
Leonardo padre debía dirigir a la Lola actriz. “A mi papá se lo llevaban los demonios (ríe), él dirigía y decía que el
texto tenía que respetarse y siempre estaban en pugna en ese sentido”.
Natalia pudo compartir escenario con sus padres varias veces, como en El poder del sexo débil (1979) y en Cosas de papá y mamá (1986), en su reposición; y solo
con su padre, en La ratonera. “Mi padre me ha dirigido en La corbata y en otras muchas obras”.
Sobre su hermano, el destacado actor y profesor Leonardo Torres Vilar, Natalia
solo tiene elogios para él. “La única vez que actué con mi hermano fue
en La ratonera y en televisión, en Los unos y los otros (1995)”, refiere. “Yo lo admiro muchísimo y creo que es un
gran conocedor de la técnica que usa, se ha vuelto experto en ella, en su
capacidad de acción y reacción, le sale natural, ya ni lo piensa”.
Maestros y personajes
Natalia lamenta no haber estudiado formalmente actuación,
pero valora las enseñanzas de sus padres y de todos los compañeros que ha
tenido a lo largo de su carrera. “En este
momento de mi vida que quisiera estudiar, las obligaciones, los hijos, ya no me
lo permiten, pero aparte de mis padres, aprendo de cada compañero con el que
actúo, algo te enseña, porque encuentras actores que tienen la misma técnica pero
cada uno la hace suya, me encanta observar eso y copiarme de los compañeros a
quienes admiro”, confiesa; sin embargo, sí existe alguien especial en su
vida, tanto personal como profesional. “De
alguien de quien he aprendido muchísimo
y gracias a él me volví a conectar con el placer de actuar, es Oscar Carrillo”,
admite. “Aparte de la relación que
tenemos, él me dirigió en su momento en varias obras seguidas y fue como una
especie de maestro, cada ensayo era ir a aprender con él varias cosas, además
siento que me conoce muy bien, sabía cómo sacar de mí, como actriz, lo que
estaba buscando y en el proceso de hacerlo yo aprendía mucho”.
Desde su debut en el fuerte drama La casa de las chivas de Jaime Salom, Natalia ha participado en interesantes montajes como Agnes de Dios de John Pielmeier; El nido de las palomas (2000) de
Eduardo Adrianzén, en la que actuó en estado de gestación; El jardín de los cerezos (2003) de Antón Chéjov; y Espectros (2014) de Henrik Ibsen, por ejemplo. “Cada personaje es un reto en diferentes niveles, el reto viene por lo
personal, a veces te obliga a confrontarse con aspectos personales”. Considerar
cada personaje como un reto es del agrado de Natalia. “Los personajes más difíciles son los que se parecen menos a mí,
aquellos con los que no puedo encontrar un punto auténtico, real, orgánico, de
identificación y creo que son los que me salen peor”, reconoce. “Si no encuentro una relación con el personaje,
si no logro verlo como alguien vivo, con el que yo me pueda vincular y a quien
pudiera querer, entonces estoy perdida y me ha pasado; no los voy a mencionar
(ríe)”.
Actuar y ser dirigida
¿Condiciones para ser una buena actriz de teatro? “Cada tipo de teatro requiere condiciones
diferentes”, afirma Natalia. “Pero
hay una que es indiscutible, hagas el tipo de trabajo que hagas, lo tienes que disfrutar;
hay que tomárselo todo con disciplina, me queda clarísimo y respetar al público,
no solo es para su disfrute, es para disfrutarlo uno también”. Afirma
además, haber aceptado un par de papeles por encargo. “Si no lo encuentras en el texto, disfrutas de tus compañeros actores y
pasas un buen rato; creo que de los trabajos que uno puede sentirse más orgulloso
y la gente lo dice, son aquellos en donde de verdad lo has disfrutado, has
logrado ver al personaje como alguien vivo y que se independiza de ti, podrías
tener una amistad, una relación, una empatía con él”.
Por otro lado, Natalia sí considera que un buen director
debería ser actor. “Me he topado con
muchos directores, pero creo que con los que me ha sido más fácil trabajar han
sido con los que también han hecho actuación, es más fácil ponerse en el lugar
del actor”, afirma. “Hay que ser buen
líder, receptivo y escuchar al actor, con habilidades sociales para poder
decirle cuando no y cuando sí, y que sea entendido con respeto”. También
sostiene que debería tener las cosas claras, pero ha visto directores que en el
proceso se les desbarató el concepto inicial y el resultado fue mejor. “Pero es porque escuchan al equipo, el
director con el que a mí me gusta trabajar es aquel que tenga las ideas claras
pero sin rigidez, que sea capaz de ser muy receptivo; en resumen, un director
que sepa trabajar en equipo, si empiezan las individualidades estamos fregados”.
“En algunos procesos
de trabajo, yo he visto a directores que sienten que si el personaje sufre, el
actor también tiene que sufrir”, comenta Natalia sobre los excesos que
puede cometer un director. “Y eso me
parece que va en contra de lo que es el arte; yo creo que tenemos que entender
que el arte es arte y no realidad”. Cita además a Meisner, quien postula
que el actor tiene que imaginar que está
viviendo una realidad, pero si la vive de verdad, entonces ya no es arte, es
realidad. “Algunos directores buscan esa
realidad absoluta, que no está poetizada por lo artístico; de pronto es una
forma más de hacer las cosas, pero yo no comulgo con eso, no le encuentro el
placer a eso, la actuación está para crecer, no para destruirnos”. Sin
embargo, es indudable que existen actores que buscan eso precisamente. “Creen que pueden lidiar con sus demonios, pero
no: el teatro no es terapia, no puede serlo, no hay un terapeuta que te
contenga, que te oriente; a veces puede tener resultados terapéuticos, pero ese
no es el objetivo, jamás”.
Últimos montajes
Natalia obtuvo su primera nominación en Oficio Crítico por
su destacada actuación en Vanya y Sonia y
Masha y Spike (2016) de Christopher
Durang, dirigida por David Carrillo. “Fue
hermoso, era la primera vez
que me dirigía David, recién empezábamos a conocernos”, recuerda. “Me parece un espectacular ser humano y un
director muy sensible y muy inteligente, fue un placer hacer esa obra”.
Además, en dicha pieza compartió escenario con el destacado actor y director
Alberto Isola. “Primera vez que actuaba
con Alberto en teatro (en televisión habíamos hecho una novela), él es
maravilloso; me sentaba a escucharlo, a verlo crear, una de las cosas que más
impresionan, y de la cual yo he querido copiarme, es que tiene muchas fuentes
de inspiración: la música, la imagen, las pinturas y va armando el personaje; fue
una delicia hacer la obra, y también actuar con Diana Quijano, a quien adoro”.
Con Abrill, Natalia ya había trabajado previamente antes de
intervenir en la puesta de La obra del
sexo. “Él había asistido en la
dirección de Espectros y Vanya y Sonia y Masha y Spike”, comenta. “Se creó una amistad bonita, yo le agradezco muchísimo que me mande sus
obras y me pida mi opinión, como actriz y desde lo psicológico; entonces
siempre hemos tenido conversaciones muy lindas y muy humanas”. Abrill
convoca a Natalia, debido a que una actriz tuvo que abandonar los ensayos por
fuerza mayor. “Esa obra surge de un
laboratorio en el que yo no estaba; me dijo: ‘Sálvame’ y a pesar de mis
tiempos, releí la obra y me gustó, aunque hubo que adaptarle sus cositas”.
Actualmente, Natalia participa en la comedia Hay que salir riendo de Paul Elliot en el Teatro de Lucía. “Es uno de los procesos con los que más me
he divertido con el personaje; la obra te jala a jugar, es muy difícil escribir
buena comedia y además, tiene un poco de todo: es cómica, pero también tiene un
fondo que da mucha ternura”. Natalia comparte escena con dos actrices de
gran trayectoria. “Trabajar con Bettina
(Oneto) es hacer un ejercicio de concentración y no salirte y matarte de la
risa; con Lilian (Nieto) ya había trabajado antes en microteatro, es una mujer
encantadora, es la mamá de todos”. El director de la obra, Rodrigo Falla
Brousset, fue nada menos que su alumno. “Lo
conozco hace muchísimos años y ahora es mi amigo; siempre me incluía en sus proyectos,
pero nunca coincidíamos, es la primera obra larga en la que estoy con él”.
No es un secreto que muchas veces el público le es esquivo a
las propuestas teatrales. “Es tan difícil
de analizar, porque hay muchos factores”, reflexiona Natalia. “Además es relativo, porque en algunos casos
se agotan entradas carísimas y se llenan las salas; creo que hay muchos tipos
de teatro, hay muchas alternativas, creo que gran parte del problema es la
falta de apoyo para publicidad”. Evidentemente, cada teatro, grupo y
colectivo tiene la necesidad de ir formando sus propios públicos. “El monopolio de los medios de comunicación
es un poco injusto, hay obras bien bacanes en teatro independiente que nadie se
entera, es importante la promoción de la obra”. Natalia piensa que también
existe un desbalance entre oferta y demanda de espectáculos teatrales en determinadas
épocas. “A mí me ha pasado que me he
perdido muchas obras, por tiempo o por un tema económico, a veces solo hay dos
obras a la vez y otras, diez o más, podríamos distribuirnos mejor en los
tiempos de temporadas, deberíamos estar más unidos”, concluye.
Sergio Velarde
31 de enero de 2020