jueves, 30 de octubre de 2014

Crítica: OLEANNA

La compleja relación entre profesor y alumna. 

Ganadora del Premio Especial del Público en el XII Festival de Teatro Peruano Norteamericano organizado por el ICPNA, la pieza Oleanna (1992) del prestigioso dramaturgo y director norteamericano David Mamet fue la primera en estrenarse durante el certamen. Dirigida por las actrices Fiorella Díaz y Jamil Luzuriaga, la sencilla pero envolvente trama se centra en dos únicos  personajes: John y Carol, un profesor universitario y su alumna, respectivamente. Mamet es un especialista en retratar los conflictos del ser humano a través de un lenguaje autodenominado poético y no realista. Es así que los diálogos de este drama contemporáneo están repartidos en tres actos, en los cuales vemos el progresivo derrumbe físico y psicológico de este maestro, mientras la inofensiva figura de la alumna se va convirtiendo ante nuestros ojos en un ser cada vez más inquietante.

La pieza, que le debe su nombre a una canción folklórica noruega que habla sobre una ciudad ideal que se vuelve inhabitable para sus pobladores, hace hincapié en la incomunicación que aún cunde entre las personas, a pesar de todos los avances tecnológicos existentes; y en la imposibilidad para convivir dentro de una misma sociedad, sin dejar de lado nuestras aspiraciones y necesidades. Pero el texto de Oleanna va mucho más allá: no solo es una reflexión sobre el estado de la educación universitaria, sino que las palabras y gestos iniciales de John hacia Carol, llenas de comprensión y compasión, son tergiversadas por ésta en su contra, acusándolo de acoso sexual; se trata entonces, de una velada crítica hacia el sistema de justicia que le da acaso un sobredimensionado apoyo a las víctimas de supuestas violaciones (justamente Mamet fue acusado de misógino por algunos grupos feministas por esta obra). La vigencia actual de Oleanna es innegable, pero como dato curioso quedará el hecho que el propio Mamet haya detenido una temporada este año, en el Milwaukee's Alchemist Theatre, en el que el papel de Carol era interpretado por un actor, exponiendo el tema del acoso sexual entre dos personas del mismo sexo.

El trabajo actoral en esta versión de Oleanna es más que competente, con las acabadas interpretaciones de Carlos Mesta y Alexa Centurión, en un verdadero duelo interpretativo. Si bien es cierto, varias críticas a la obra (y a la película dirigida por el mismo Mamet en 1994) han fundamentado a lo largo de los años que el público no debería inclinarse en favor de ninguno de los personajes, resulta evidente que las directoras de esta versión le han concedido a Carol el título principal de antagonista. Salvo un momento puntual (bien aprovechado por Centurión) en el que Carol le musita al profesor que ella es “mala”, su conducta resulta inexcusable, especialmente frente al carismático profesor John que construye Mesta. Por otro lado, la puesta en escena es funcional, con los elementos precisos, pero la utilización del video (muy bien realizado, por cierto) con el propósito de distinguir los actos, no deja de ser prescindible, ya que no aporta nada nuevo a lo que los personajes dicen en escena. El contundente final, con el acto violento (y acaso merecido) que se anticipaba, cierra una interesante propuesta teatral con múltiples lecturas.

Sergio Velarde
29  de octubre de 2014

martes, 28 de octubre de 2014

Crítica: ¿HAY QUE MATAR A LA MONJA?

Una atípica monja detective

Basada en la comedia Melocotón en almíbar (1958) del dramaturgo español Miguel Mihura, se estrenó en el Teatro Auditorio Miraflores la pieza ¿Hay que matar a la monja? dirigida por Jonathan Oliveros. Se trata de una comedia de enredos en la que cinco delincuentes aficionados son puestos en jaque nada menos que por una monja, que por azahares del destino acude al departamento de los ladrones fungiendo de enfermera. Mihura se caracterizó por escribir comedias que renovaron el teatro español, dotándolas de un explícito sentido del absurdo en medio de tramas detectivescas. Pues bien, la obra en cuestión no escapa a ese parámetro: Sor María (Katherina Sánchez) parece sospechar de los aparentemente inofensivos residentes del departamento al que llega, y sus deducciones lógicas harán tambalear los secretos planes de la banda.

Toda la acción ocurre en el departamento que alquila doña Pilar (Rochi Lasarte) a este inusual y atípico grupo de “familiares”. Los enredos comienzan cuando la banda, antes de cometer su siguiente atraco, esconde su botín dentro de una maceta, y pide atención médica para uno de sus integrantes enfermo de pulmonía. Es así que llega por recomendación, esta atípica religiosa que parece saberlo todo, poniendo en riesgo incluso su propia vida, especialmente cuando anuncia que se encargará del cuidado de las plantas en la dichosa maceta. Luego de un tibio inicio, en el que se nos presentan los personajes de la trama, la comedia alcanza sus puntos más altos con la primera aparición y posteriores intervenciones de Sor María, cuya sola presencia suma varios puntos al montaje. Ya en el segundo acto, sus reiterativas apariciones con parafernalia de luces y sonidos lucen algo cansinas, pero no afectan mayormente el resultado final.

El joven actor y director Oliveros, de quien vimos este año la simpática Las Formas Perimidas, tuvo que resolver la ausencia de la actriz Cecilia Tosso (debido a un accidente) en el papel principal, a pocos días del estreno. La elección de Sánchez fue acertadísima, tratándose de una versátil actriz que se mueve sin dificultad entre dramas y comedias: su Sor María es el alma del montaje y sus esfuerzos, contando con tan poco tiempo, rindieron sus frutos. El elenco que la acompaña no desentona, con los experimentados Paco Varela, Ricardo Morante, Daniel Zarauz y Rochi Lasarte; y los jóvenes Sofía Muñoz y George Silva. Oliveros y la productora Liber-Teatro consiguen con ¿Hay que matar a la monja?, un digno espectáculo de entretenimiento, que además ya anuncia una reposición. Por supuesto, valdrá la pena volver a ver a esta atípica monja detective.

Sergio Velarde
28 de octubre de 2014