Descendiendo a los infiernos
No cabe duda que los enormes clásicos literarios, como La
Divina Comedia de Dante Alighieri, han cautivado a incontables generaciones e
incentivado la creatividad de muchos artistas, todos ellos fascinados por este poema
épico de relevancia capital para la humanidad. Las grandes interrogantes que
plantea el escritor florentino parecieran tener múltiples interpretaciones, pero
que siguen siendo vigentes hoy en día. Justamente, el siempre ocupado director y
dramaturgo Jorge Pecho logró sacar adelante un proyecto personal de largo
aliento, titulado Prisionero 9, actualmente en cartelera, en el que aprovecha
el íntimo espacio del Teatro Esencia para sumergirnos como espectadores en su
propia versión del Infierno de Dante, un vibrante juego de espejos adaptado a tiempos
contemporáneos, en el que los siete pecados humanizados (Soberbia, Avaricia,
Lujuria, Ira, Gula, Envidia y Pereza) estarán frente a frente a un sorprendido guardia
de seguridad llamado Etnad, pero que esconde un oscuro e inquietante secreto.
Una de las mejores secuencias del espectáculo de Pecho es,
sin duda, el inicio, con la presentación de los personajes principales, dentro
de la celda en el que espera la muerte un peligroso reo comatoso (un
irreconocible Gerardo Fernández), dentro de una cárcel de máxima seguridad llamada
apropiadamente El embudo. Muy lograda además, la atmósfera de encierro y
claustrofobia, apoyada en el inspirado diseño escenográfico y en el preciso manejo
de luces y sonido. La primera conversación entre Etnad (un enérgico Álvaro
Pajares) y la directora del presidio (una versátil Andrea Aguirre) es lo
suficientemente misteriosa y atrapante, como para mantener el suspenso y la
tensión luego de que una inesperada tormenta provoque la pérdida de energía
eléctrica, la que ocasionará que los peligrosos reos comiencen a hacer de las
suyas, incluido el comatoso, mientras el asustado guardia lucha por escapar.
Los pecados, en forma de delirantes prisioneros femeninos y andróginos, aparecen
en orden y por separado sin caer nunca en la redundancia, gracias al excelente
trabajo de caracterización de Aguirre, quien los interpreta sin tacha a todos.
Como un embudo simbólico, entre más profundo se encuentra,
peor será el pecado y el castigo. El viaje emocional de Etnad es muy bien representado
por Pajares, en el que inequívocamente se convierte en su trabajo más exigente y
conmovedor hasta la fecha; bien secundado por Fernández, convincente como el
personaje inspirado en Virgilio. La puesta en escena, producida por el
colectivo Actores Sin Chamba, bien podría parecer, para aquel espectador que se
encuentre en el peor estado emocional posible, algo repetitiva, extravagante o
excesiva; sin embargo, es innegable que esta derrocha creatividad y
estilización por todos lados. Prisionero 9 es la inequívoca carta de amor hacia
aquella literatura clásica que nos removió el espíritu desde siempre, la que
guio los pasos de artistas en el mundo del arte, y traducida de la única manera
en la que Pecho podría hacerlo sobre el escenario: con respeto, mucho riesgo y el
férreo compromiso de confrontar al público con historias que le remuevan el
espíritu. El perdón, finalmente, sí conduce a la redención, y es la que
convierte a esta frenética e ingeniosa representación de La Divina Comedia en
una “comedia”, no por provocar la risa, sino porque ofrece, pese a todo, un verdadero
final feliz.
Sergio Velarde
1º de julio de 2023