jueves, 30 de enero de 2025

Crítica: LA CENA


Donde empiezan los privilegios de uno, terminan los derechos del otro.

En esta oportunidad, la directora María Dalidou nos presenta una obra basada en la novela Het diner de Herman Koch, la cual narra un encuentro entre dos parejas en un restaurante con el fin de hablar sobre un problema que involucra a ambas partes, incluidos sus hijos, y que deben buscar una solución que no los perjudique. Siguiendo esta premisa, Dalidou logra poner sobre el escenario una historia compleja de abordar por todos los dilemas morales que toca, pero con una naturalidad que resulta de algún modo ligero de contar, sin dejar de lado la reflexión que despierta en el espectador, solo que sin abrumarlo.

Con un elenco conformado por Daniela Rodríguez León, Deysi Forcades, Roberto Ruiz, Sergio Paris y José Arévalo, sumado a sus buenas actuaciones y la historia atrapante, nos sumergen en un ambiente que desde un inicio se siente denso, pero que logra aligerarse de vez en cuando con algunas bromas o comentarios que causan las risas del público en momentos prudentes. La mayor parte de la trama transcurre en este elegante y exclusivo restaurante en el que ambas parejas se han juntado a cenar para poder discutir sobre un tema que les concierne a ambas partes: sus hijos cometieron un delito que atentó contra la vida de una persona sin hogar, y ahora deben decidir si entregarlos a la justicia o encubrirlos.

A medida que suceden los hechos, nos damos cuenta de que cada personaje aporta en su propia medida algún tipo de dilema moral, ya sea un padre que pretende hacer lo correcto para la comunidad, pero que es ausente en su vida familiar, o un profesor de escuela pública que se jacta de tener consciencia social y ser altruista hasta que esta persona sin hogar se topa en su camino y amenaza con desestabilizar su vida cotidiana.

Respecto a la escenografía, esta es simple pero funcional, ya que permite centrarse más en los hechos y lo que dice cada personaje. Nos damos cuenta que solo con una mesa y cuatro sillas se puede contar toda una historia. La misma forma circular del teatro hace que el espectador se sienta parte de la trama. Cada espacio es aprovechado, y los demás elementos, como las comidas que se iban sirviendo en el transcurso de la cena, también aportaban a la puesta, debido a que daban pie a discusiones que incrementaban la tensión entre los personajes o comentarios que aliviasen dicha tensión.

Finalmente, es importante resaltar la interrogante que acompaña al título de la obra: ¿Hasta dónde puede llegar un hombre para proteger a su familia?, pues nos adelanta el problema central al que se enfrentan los personajes, como se mencionó en líneas anteriores, que es cuestionarse en qué momento esa línea que divide lo correcto de lo incorrecto puede eliminarse o traspasarse, solo para beneficiar a unos pocos, incluso si eso conlleva a ir en contra de lo que creías o lastima a alguien más. Es una obra que te deja con muchas interrogantes, expone el lado más egoísta y oscuro del ser humano. Y lo deja ahí para que sea el propio espectador quien juzgue esas acciones.

Barbara Ríos

30 de enero de 2025

miércoles, 29 de enero de 2025

Crítica: EL ORIGEN


Momentos depresivos

Luego de algunos simpáticos reestrenos en clave de comedia el año pasado (La cena, Quiero ser actor y El último estreno), el prolífico Gianfranco Mejía decidió explorar el drama a través de un fuerte conflicto familiar en la aceptable La herencia (2024), puesta que contó, como siempre, con su dramaturgia y dirección. Siguiendo esa misma línea en cuanto al tono de sus piezas, viene presentándose actualmente en el Centro Cultural CAFAE de San Isidro la obra El origen, que se centra en una enfermedad bastante grave y muy común como lo es la depresión. Con algunas experiencias previas en montajes con temáticas de trastornos de la salud, como en Anorexia (2016) o Eutanasia (2017), Mejía nos muestra las dramáticas consecuencias de esta peligrosa condición, dentro de un espectáculo ciertamente perfectible, pero con un par de aciertos que celebrar.

La historia en sí es bastante sencilla: la ruptura sentimental que experimenta Andrés, un profesional maduro y exitoso, se convierte en el disparador de una serie de conductas que hace preocupar a su mejor amigo, el cual le aconseja visitar a una psicóloga. Cambios drásticos de humor, pérdida de sueño, alcoholismo y drogadicción son solo algunos de los síntomas que anticipan un más que probable (y trágico) desenlace para Andrés. Presentadas las secuencias en orden cronológico, debe destacarse la sobriedad de la puesta en escena (en escenografía e iluminación), así como el compromiso del elenco, para darle vida a una trama que puede pecar, eso sí, de parecer extremadamente densa y solemne en varios momentos.

Un buen grupo de actores, como lo son Marisa Minetti, Paco Varela y Katia Salazar (como la psicóloga, el amigo y la expareja, respectivamente), le cede total protagonismo a un esforzado Carlos Thornton, sepultando para siempre su imagen de ídolo juvenil noventero, y que demuestra sus innegables dotes dramáticas, pero que bien podrían ser dosificadas para evitar desbordes. Anotar además, algunas inexplicables reacciones del público, riéndose en momentos inadecuados de la historia. El origen es un espectáculo que con los ajustes pertinentes (como un mayor desarrollo de los personajes de apoyo, entre otros) podría tener un mayor impacto en los espectadores, pero que cumple acertadamente con mostrar lo peligrosa que es la depresión, de no ser diagnosticada y tratada a tiempo.

Sergio Velarde

29 de enero de 2025

Crítica: ABUELO


Cruzando puertas generacionales 

En la sala alternativa del Teatro Esencia de Barranco, el espectador se enfrenta a dos sillones que, al instante, transmiten una sensación hogareña; un juego de ajedrez, utilizado para rememorar los viejos tiempos; una mesa de madera que registra el paso de vida de un ser humano; y una melodía de guitarra que es repetitiva y que probablemente podría caer en lo tedioso. Sin embargo, acompaña de forma atractiva el ingreso del público a la sala creando una atmósfera nostálgica. Estas son las primeras impresiones visuales y auditivas que la microobra Abuelo le ofrece al espectador. Obra escrita y dirigida por Cielo Abril, producida por María Fe Alvarado. 

En primer lugar, en aspectos textuales me parece interesante cómo Abril pone a dialogar en su dramaturgia a dos seres humanos que pertenecen a generaciones completamente distintas, puesto a que muchas veces el utilizar este recurso puede caer en lo forzado y lo repetitivo. La dirección es certera al no recurrir a lo cliché, y logra que la relación entre los personajes se sienta real y llena de matices emocionales. 

La obra gira un poco en torno a la vida de Antonio (Pedro Olórtegui), un abuelo que vive con su nieto llamado Arturo (Nicolás Castillo). El abuelo se muestra nostálgico respecto a temas como los recuerdos familiares y las memorias de su vida pasada. No obstante, tiene miedo de que su nieto siga cruzando la puerta de la casa. Aquí me gustaría hacer un paréntesis, porque me parece que Abril toma este recurso y lo explota de una manera muy ingeniosa, ya que la acción del abuelo es impedir que Arturo cruce esa puerta. A partir de aquella acción se puede entender que hay una metáfora relacionada con el cruzar la puerta, que representa el miedo que tiene Antonio al dejar crecer a su nieto Arturo. Por esta razón busca detener el tiempo. Sumando a lo mencionado, curiosamente, un aspecto interesante que tiene el personaje es el de observar el reloj.

En cuanto a las actuaciones, Olórtegui interpreta con mucha simpatía y verdad al abuelo. A pesar de ser un personaje lleno de carga emocional, el actor le da otra mirada y muestra en las tablas a un abuelo carismático. Castillo no se queda atrás, a pesar de compartir escenario con Olórtegui, quien tiene una amplia trayectoria profesional en el teatro. Por el contrario, Castillo no se observa intimidado, en todo momento está presente en escena y se puede destacar su escucha activa. Ambos juntos sobre las tablas tienen muy buena química y logran convencer al espectador con una relación que al principio puede correr el riesgo de caer en lo forzado, pero que al final conmueve. 

En la última escena se puede comprobar que existe un cambio en cómo empezó todo. Quizás ahí exista un vacío en cuanto a la historia, que le deja un sinsabor al espectador, con las ganas de saber qué pasa. Finalmente, a través de una dramaturgia sensible y una dirección acertadamente fresca, Abril nos ofrece una reflexión profunda sobre las generaciones, la memoria y el miedo al crecimiento. Aunque el final deje una sensación ambigua, la obra es, en general, fácil de comprender, digerir y profundamente emotiva.

Juan Pablo Rueda Javier

29 de enero de 2025

martes, 28 de enero de 2025

Crítica: EL TÚNEL


Buscando la luz al final del túnel

Está de vuelta el grupo de teatro argentino La Cuarta Pared con la obra El Túnel, adaptación de la novela de Ernesto Sábato, en el Centro Cultural Ricardo Palma de la Municipalidad de Miraflores.

Nuevamente nos impresiona Horacio Rafart, quien nos ofreció un tremendo personaje como Joker hace dos años. Esta vez interpreta al pintor Juan Pablo Castel, quien desde el inicio anuncia que va a cometer un asesinato: matará a la mujer que quería. Así, mientras que Arthur (Joker) es un antihéroe que destruye en nombre de la paz, en una ciudad caótica, corrupta y violenta, el pintor Castel es un personaje intimista, encerrado en sus propias cavilaciones y desesperanzas.

Al ingresar a la sala, encontramos Castel en su taller, rodeado de sus elementos (marcos, trozos de lienzo) y un nombre que se repite en el suelo: "MARÍA MARÍA MARÍA MARÍA MARÍA", como el texto sin sentido que repetía el escritor Jack Torrance en El Resplandor en su vieja máquina de escribir. Así, Castel nos irá revelando su confusión mental, su enfermiza búsqueda de respuestas.

El pintor busca una la luz por donde escapar del túnel de su insoportable soledad. Acaso esa luz está al fondo de esa pequeña ventana que pintó en la esquina de un cuadro. Ni él mismo lo cree, hasta que una joven mujer se detiene a observar esa ventana, inadvertida para los demás, en especial para los críticos a quienes desprecia, porque lo elogian sin entenderlo. Solo ella, María, tiene la misma visión y él asume que ella tiene la llave para salir de esta prisión y por eso la busca con desesperación; y cuando la encuentra, comete todos los errores posibles en su relación.

María está presente en toda la obra. Castel nos cuenta de ella, la quiere y, sin embargo, la mata. La mata porque la quiere, porque no responde, porque huye, por puta. No importa por qué. Sábato nos introduce al cerebro desvariado de este pintor, pero no justifica su acción. En 1948, en que se publica El Túnel, no existía el concepto de feminicidio. Apenas un año después Simone de Beauvoir publica El Segundo Sexo y sostiene que la mujer es un producto cultural construido sobre el cuerpo socialmente sexuado de las mujeres. 

Castel no solo cosifica a María, como objeto de su búsqueda existencial, sino a las mujeres en general. Por allí y casi sin detenerse, nos cuenta que visita prostitutas y termina pateando a una como si alejara una rata. ¡Puta! Es el peor insulto y antes de matar a María, le lanza este insulto y aunque se arrepiente, finalmente la mata por puta (cualquier adúltera puede ser considerada puta; un hombre adúltero, no).  

Es el clímax anunciado al que la obra nos ha conducido con un ritmo sostenido que se incrementa casi imperceptiblemente, auxiliado por las sombras que crean el clima propicio para la angustia de Castel y los efectos hacen que su locura nos impacte.

La censura franquista prohibió la publicación de El Túnel de Sábato por tratar temas como el adulterio y el asesinato. ¿Es Castel una víctima de su enfermedad mental? Eso lo eximiría del castigo de la ley ¿Es Castel un feminicida? No me cabe la menor duda. La obra nos genera muchos cuestionamientos según la mirada que le demos a los hechos y la conducta de Castel. De esto trata el arte, de emocionarnos, pero también motivar la reflexión y abrir el debate.

David Cárdenas (Pepedavid)

28 de enero de 2025

viernes, 24 de enero de 2025

Crítica: LAS VECES QUE NO (TE) DIJE TE QUIERO


¿Quiero a mi padre?

¿Cuándo fue la última vez que viste llorar a tu padre? ¿Cuándo fue la última vez que se mostraron afecto? Estas son preguntas que, creciendo como un hombre, nos pueden destapar muchas preguntas incómodas sobre nuestros padres y abuelos. ¿Qué tantos dolores suyos habremos heredado? Todas esas preguntas y conversaciones están presentes en Las veces que no (te) dije te quiero, pero como ausencias y enredos emocionales que la dirección sabe estrujar en sus espectadores, conscientes en cada momento de los temas fuertes que se tocan en escena, pero más aún conscientes de aquellos que se callan. 

La dirección, la dramaturgia y las actuaciones funcionan como relojería durante la propuesta. En esta última en particular, los tres actores, las tres generaciones, se complementan entre sí y con la dirección, prestos a que la historia no lineal de la propuesta se cuente a través de sus cuerpos. Carlos Victoria pasa de un padre colérico a un abuelo con aparente Alzheimer; David Carrillo, de un padre cansado a un joven ansioso; y Sergio Armasgo, de un joven rebelde a un niño temeroso. Todos a la velocidad de un aplauso, sin sentirse apresurados o superficiales en cada uno de estos momentos. Sus energías están siempre en fluctuación, coherentes con lo planteado en sus vidas y de gran complejidad a través de la ambigüedad en sus emociones.

Destaco esta complejidad por lo simplón que pudo haber sido solo sentar a los tres actores a discutir y acusarse entre ellos de sus traumas por sesenta minutos. Obras de traumas generacionales van y vienen. Pero al tener el corazón de esta propuesta sobre las discusiones tenidas y no tenidas con nuestros padres e hijos impulsa a la obra a ser correctamente creativa, en su manera de relatarnos la historia de esta familia. Los momentos se repiten con pequeños o grandes cambios, el orden de los eventos queda claro y a la vez difuso, viajamos en el tiempo y a realidades paralelas donde sí pudimos decirles a nuestros padres el cariño (o el odio) que sentimos por ellos. El diseño de iluminación y de sonido se vuelve guía de estos cambios y también evocadora de imágenes fuertes y nostálgicas.

Renato Piaggio y Mario Zanatta abordan la masculinidad desde una honestidad sensible y humana. En los tres personajes toman al hombre como un ser capaz de experimentar miedo, fracaso, ternura, cólera. Pesan sus arrepentimientos e interrogantes, pero se impiden de mostrarse abiertamente. Dudo hayan tomado como coincidencia vivir en una sociedad con un 70% de suicidios masculinos, fracaso de la salud mental apabullada por ideas patriarcales. Un trabajo menos sincero habría hecho a Carrillo un hombre duro; o a Armasgo, un joven soñador. Pero nuestras realidades ocultan más miedos y preguntas sin respuesta que eso. Es en esas preguntas sin respuesta que la obra quizás encuentra su doloroso final, sabiendo qué frase está esperando el público, y cerrando dicha puerta con cruda honestidad, quizás impulsándonos a dar el final nosotros, y que saliendo del teatro, podamos tener más hombres que no se sientan obligados a llorar solos.

José Miguel Herrera

24 de enero de 2025

Crítica: LA VIDA EN DOS HORAS


Par de logradas puestas en escena peruanas


La vida en dos horas nos presenta dos obras de temática diferente, escritas por dos  reconocidos dramaturgos peruanos, montadas por los alumnos del último año de la Escuela de Teatro de Lima y dirigidas por Jen Aguirrew Wotykoski y Carla Valdivia. Las dos estuvieron bien logradas, destacando cada una en aspectos diferentes. 


La primera, En esta obra nadie llora, escrita por Mariana de Althaus, nos muestra un grupo de  actrices minutos antes de estrenar una obra. La crisis por el estreno, los pensamientos intrusivos de cada personaje y los dramas propios de montar una obra parecieron haber rimado con el retraso propio del estreno de la obra real. Pero, más allá de la anécdota (seamos honestos, estos imprevistos le pueden pasar hasta al más veterano), la obra se mantiene fresca con distintas acciones pasando al mismo tiempo. Las interpretaciones comulgan con la idea principal de la obra, haciéndonos sentir la ansiedad y, a veces el sinsentido, de preocuparse hasta por el más mínimo detalle para alcanzar la perfección, aunque el teatro sea de licencias para no depender de esto. Sin embargo, ¿el tener a las actrices esperando en el escenario no resulta perjudicial para ellas y agotador para los mismos espectadores? 


En Laberinto de monstruos, escrita por César De María, se siente apropiadamente una  juventud lúdica que está obligada a madurar de acuerdo a sus errores. La obra se apropia del texto, moviendo a sus actores para que se sienta esa juventud cambiante, constantemente en movimiento. El texto está correctamente interpretado por sus actores, acercándonos a ellos y haciéndonos partícipes de ese ánimo lúdico e irresponsable de la juventud. Hace que resalte, sobre todo, esa complicidad del grupo de amigos tan desesperados por alcanzar sus metas irreales, que servirá como punto de inflexión para cambiar sus vidas. 


Gabriel Calderón

24 de enero de 2024 

Crítica: JUGUEMOS UNA VEZ MÁS


Juguemos a algo diferente  

Juguemos una vez más es una obra que llega gracias a Navega Producciones, y escrita y dirigida por Piero Moroni, que maneja correctamente tanto los conceptos de lo lúdico de la pubertad con la culpa que siente uno rememorando estos momentos. Nos presenta la historia de Victorio (Francesco Bacilio), un hombre que se rehúsa a madurar, quien llega a un universo onírico. Aquí se encuentra con su mejor amigo de la juventud, Valerio (Inti Carbajal), quien compartió las mismas experiencias en la infancia, pero que viene de un mundo privilegiado en el que él no tuvo la oportunidad de vivir. El juez de este mundo de sueños y pesadillas (interpretado por Walter  Escobar) lo cuestionará por actitudes y eventos que hizo a lo largo de su vida. Acciones que tendrá que reflexionar para saber cómo salir de ese lugar. 

Juguemos una vez más cuenta con una puesta en escena bien construida, con buenos  momentos, en el que nos mantiene constantemente con la pregunta de qué es lo que está ocurriendo exactamente. Nos lleva a un viaje donde los errores de Victorio están presentados en un salón de clases. Decisión acertada para balancear estos momentos dramáticos con los más lúdicos (haciéndonos partícipes de ese mismo juego) que nos dicen que en la infancia no conocemos la historia de todos y que la procesión se lleva por dentro. Las actuaciones de todos, y especialmente la de Bacilio como Victorio, son de gran nivel, aportando en esta atmósfera agridulce, en el que la juventud se topa con la crudeza que implica crecer en el mundo  real. 

Pero el problema creo que radica un poco más allá: la obra se torna un tanto esquemática al apelar a lugares comunes de otras que tratan esta temática. ¿Cuántas veces hemos visto el viaje de la introspección y figuras creadas en sueño, a manera de conciencia para salvar la culpa? Juguemos una vez más está bien contada y es un gran espectáculo poder verla, pero no logra escapar del cliché de este tipo de historias. Victorio nos resulta predecible, por ciertos momentos, esperando una redención de sus culpas, buscando una segunda oportunidad y aceptándose en un avisado monólogo final. 

Gabriel Calderón

24 de enero de 2025

miércoles, 22 de enero de 2025

Crítica: TE ATRACÓ MI VIEJA


Cuando la convivencia se torna caótica y nada es lo que parece ser

En esta ocasión, la productora Butaca Roja apostó por una comedia que atrae a todo tipo de público y promete más de una carcajada. El autor y director César Carrión, fiel a la premisa de retratar las costumbres de la sociedad limeña, pone en escena a un elenco de trece actores, cada uno con determinadas características y formas de actuar que bien podríamos relacionarlas con cualquier persona que conozcamos, y los pone en una situación que poco a poco los irá desenmascarando, pero sin generar un ambiente tenso u hostil, sino todo lo contrario.

Toda la historia se desarrolla en la recepción de un edificio, con una escenografía que juega bien con el espacio y no necesita de numerosos elementos para funcionar. En este ambiente, cada residente del edificio, incluidos el portero, el administrador y, posteriormente, los policías, se muestran ante el público y el resto de personajes de una manera que no necesariamente es la real, hasta que finalmente son desenmascarados uno a uno para poder resolver un crimen.

Si bien dentro de lo que implica ser una comedia está el hecho de hacer chistes o elaborar momentos y situaciones que generen la risa entre el público, es cierto que la obra cuenta con un humor un tanto machista en el caso de ciertos personajes, como Pedro y César, pero es precisamente para comprenderlos como las acciones y actitudes aún recurrentes en la sociedad actual y que deben ser criticadas, deben ser puestas en escena para poder analizarlas. Es así como una comedia también puede ayudar a reflejar y poner en cuestionamiento ciertas costumbres, sin necesidad de recurrir a complejidades o dramas.

Finalmente, otro aspecto interesante de la puesta en escena es la complicidad que se busca con el espectador. El personaje de Honorio, un presentador, rompe la cuarta pared, así como el personaje de Alfonso en un determinado momento, buscan involucrar al público hasta cierto punto, ya sea mediante comentarios sobre la situación que está transcurriendo en el escenario o, en el caso de Honorio, introduciendo a cada personaje y situación mediante rimas, de una manera bastante fluida y juguetona, demostrando su gran capacidad de expresión oral, lo que logra captar la atención del público a la primera, esto también con la ayuda de lo musical, pues cada personaje es introducido, tanto en conjunto como por separado, con canciones de salsa, incluso poniéndose a bailar, lo que incrementa el ambiente de relajo entre los espectadores. Es una obra que, con una trama entretenida y dentro del humor, puede invitar a la reflexión.

Barbara Rios

22 de enero de 2025

Crítica: KORTAS – MARTES ENERO/FEBRERO 2025


Nueva dramaturgia en el Teatro Barranco

Se dio inicio el esperado ciclo de teatro en formato breve Kortas, una singular propuesta que fusiona entretenimiento cultural con la experiencia de bar y fiesta. En esta oportunidad, nos ofrecen cuatro microobras de entre 15 a 20 minutos con intervalos de diez minutos, lo que permite a los asistentes disfrutar no solo de las representaciones, sino también de una variada carta de piqueos y bebidas. Cada una de las microobras expone textos de nueva dramaturgia peruana que, a través del humor, la sátira y la crítica social, abordan temáticas que logran resonar de maneras diversas. Algunas obras se destacan por su sólida ejecución, mientras que otras dejan espacio para reflexionar sobre su desarrollo.

La primera pieza, ¿Dónde está Chabuca?, escrita y producida por José Manuel Benites y dirigida por Christian Paredes, presenta una historia de superación y amistad entre los personajes Antonio y Jacinto, interpretados por José Manuel Benites y José Manuel Castillo. A lo largo de la trama, estos personajes exploran, con humor, los conflictos sociales recurrentes en nuestra sociedad. La interacción entre ambos actores estuvo bastante equilibrada, destacando especialmente la naturalidad de Benites, sobre todo en los monólogos y en su interacción con el público. En cuanto al personaje de Jacinto, un joven proveniente de la sierra, se percibió un esfuerzo notable por parte de Castillo en mantener el acento característico del personaje, lo cual, sin embargo, afectó la fluidez dramática de su interpretación. A pesar de esto, cabe resaltar el acierto del momento musical, en el que la interpretación de Castillo contribuyó a crear un ambiente festivo y reflexivo, transmitiendo de manera emotiva un mensaje de migración, lucha y esperanza.

La segunda obra, ¡Soy inocente!, escrita por Regina Limo, dirigida por Rafael Mora y producida por Darte Arte, nos presenta una historia cargada de sátira política y dobles sentidos. En ella, un cínico congresista, José Espíritu (interpretado por Mario Rengifo), huye de la justicia y se refugia en su gran compinche, el excéntrico padre Marrani (a cargo de Paul Beretta), un cura que, lejos de ser convencional, es un predicador doble moral e hipocresía. La obra despliega un texto mordaz y bien aprovechado, donde el conflicto se establece de inmediato, llevando al público por un camino de tensión y risas. El humor estuvo bien marcado, no solo por la situación límite en la que se encuentran los personajes, sino también por la acción precisa de los actores, lo que permitió al director sacar provecho del espacio escénico. Ambos actores mantuvieron una presencia teatral interesante y energía adecuada para la escena, aunque una mayor utilización de los silencios habría ayudado a intensificar la tensión, especialmente en aquellos momentos en los que la emoción parece desbordar el diálogo. La expectativa del público pudo haberse reforzado con más pausas para otorgar un mayor ritmo dramático en la obra, con el fin de generar una experiencia más impactante.

Por otro lado, La última nota, una comedia fantasiosa llena de sátira y suspenso, escrita y dirigida por Alejandro Alva, producida por La Nave Films, nos presenta la historia de un cronista sin gran relevancia en su medio (interpretado por Claudio Calmet), quien se encuentra con un presunto vampiro (a cargo de Nicolás Fantinato) que le ofrece una oportunidad que cambiará su vida. Desde el inicio, la obra cautiva gracias a su hábil manejo de la iluminación, que utiliza luces tenues para reforzar la personalidad enigmática y tétrica del "Vampiro", al mismo tiempo que acentúa la atmósfera de intriga que se desarrolla entre ambos personajes. En cuanto a las interpretaciones, Fantinato ofrece un trabajo memorable, deslizándose con destreza entre los géneros de comedia y terror mediante recursos gestuales y vocales, manteniendo una constante expectación en el público. Calmet, por su parte, logra transmitir la carga emocional del temor que atraviesa su personaje, conectando eficazmente con el espectador y sumergiéndolo en el conflicto central de la obra. La interacción entre ambos actores se mantiene vibrante durante toda la pieza, logrando que el público se convierta en cómplice del juego interpretativo que presentan, lo que refleja una dirección acertada. En cuanto a la musicalización, aunque se percibe como un elemento clave para dar ritmo a la obra, sería recomendable solucionar las fallas técnicas que surgieron durante la función, ya que interfirieron con la fluidez de la actuación, distrayendo la atención del público en momentos clave.

Finalmente, Socios de la conquista, con dramaturgia de Mario Soldevilla y dirección/producción de Dante del Águila, cierra el ciclo con una divertida comedia de enredos. La historia sigue a Roberto Rivas (Soldevilla), un jefe alterado, que descubre que su audaz empleado Manuel Luque (interpretado por Renato Pantigoso) está enamorado de su esposa. Este descubrimiento desencadena una serie de conflictos cómicos en los que Manuel, con gran destreza, logra mantener al público entretenido mediante diversos recursos humorísticos y gestuales. La interacción entre ambos actores fue generalmente buena, aunque hubo momentos en que uno de los personajes no respondió con la misma receptividad a los estímulos de su compañero, lo que restó algo de dinamismo a la escena. Por un lado, el personaje de Roberto Rivas tiene un acting más natural, mientras que el personaje de Manuel Luque se apoya en un código clownesco más marcado, lo que puede generar cierta disonancia. Para que la escena funcione con mayor fluidez, habría sido más interesante unificar los códigos actorales, o bien, llevar al límite el recurso clownesco de Pantigoso, destacando aún más el contraste entre ambos personajes.

En conclusión, las cuatro obras que conforman este nuevo ciclo de microteatro presentan enfoques originales y diversos en cuanto a dramaturgia e interpretación. Aunque algunas de ellas tienen aspectos técnicos o interpretativos que limitan su potencial, la mayoría destaca por su creatividad y la energía que cada producción aporta a la representación. Cabe destacar especialmente dos obras cuya propuesta dramatúrgica hace guiños a la crítica social a través de la sátira política y el humor, recursos que, aunque breves, resultan siempre pertinentes, especialmente en tiempos de censura y doble moral. En definitiva, el espectáculo cumple con su finalidad principal: entretener, y, a su vez, se presenta como una vitrina para la nueva dramaturgia local. Además, la fusión del teatro con el concepto de bar cultural crea un puente hacia nuevos públicos. Así, este ciclo de Kortas – Martes no solo ofrece una grata invitación a reír y salir de la rutina, sino que también contribuye al fomento y visibilidad de la actividad teatral en la ciudad.

Abigail Salvador Jaime

22 de enero de 2025

martes, 21 de enero de 2025

Crítica: PHATATAY


Un ritual en escena

"Phatatay" en quechua significa palpitar, como el pálpito de un corazón o de muchos corazones que conforman un pueblo, una identidad o una nación. Nuestro Perú, tan diverso y rico, termina siendo dividido por diferencias e intolerancia, que no nos permiten construir ese solo corazón. "Phatatay" es, pues, una forma de reconocer las otras identidades, escuchar sus tradiciones e historias para reconectar con ese sentir. Con esta idea, el colectivo teatral Cuervo Anónimo presenta Phatatay, una creación colectiva con las interpretaciones de Anny Yaranga, Shirley Alva y Jorge Luis Castillo. La puesta en escena es única, inmersiva y multidisciplinaria, que logra envolver al espectador en una experiencia profundamente ritual, combinando teatro, danza, performance y otros elementos escénicos para mostrar historias de diferentes culturas del Perú que se unen en un solo latir.

A través de tres personajes —una joven migrante ayacuchana, una mujer Awajún y un ser ancestral—, la puesta en escena nos lleva en un viaje emocional y místico donde se confrontan las raíces ancestrales y la identidad cultural frente a la indiferencia, la violencia y las dificultades de un país cada vez más dividido. El ser ancestral, caracterizado con una máscara tejida andina, actúa como un nexo entre el mundo terrenal y otra dimensión, guiando el viaje de las dos mujeres. Estas, a través de sus historias nos muestran diferentes aspectos y momentos clave de la realidad social peruana, como el racismo, la migración, la violencia, el Baguazo, entre otros. Así, Phatatay es una performance potente donde los conflictos se presentan no solo como realidades históricas y actuales, sino también como procesos internos que sus personajes deben enfrentar en un ritual de autodescubrimiento.

Phatatay también es una forma de dignificar las tradiciones y revalorizar el origen de las nuevas generaciones que provienen de familias migrantes. Uno de los momentos más potentes de la obra ocurre cuando los intérpretes se presentan enunciándose desde su lugar de origen. Sin embargo, lejos de victimizar a sus personajes, la obra los presenta como figuras resilientes que, a pesar de la violencia sufrida, buscan reconstruir sus vidas desde la fortaleza de sus raíces culturales.

En cuanto a la estética performática, uno de los aspectos más notables de la obra es el uso de diferentes elementos, como danzas típicas, testimonios, símbolos y otros elementos como la comida tradicional, las hojas de coca, las semillas y más para construir una atmósfera cargada de significados propios de cada cultura. Cada elemento contribuye a crear una experiencia inmersiva para el público, que también participa como parte del ritual, al beber y comer lo que nos comparten e, incluso, al bailar en el escenario.

En conclusión, Phatatay es una obra que trasciende lo teatral para convertirse en un ritual de reflexión colectiva. El uso de símbolos y lenguajes escénicos diversos crea una experiencia inmersiva para el espectador en un espacio que busca exponer no solo las problemáticas sociales que afectan al Perú, sino también mostrar la conexión entre identidad, memoria y resistencia. Es un trabajo que nos recuerda el poder del teatro no solo para narrar historias, sino para crear genera un espacio de encuentro y diálogo para todos y todas como peruanos.

Alexandra Valdivieso Chudán

21 de enero de 2025

Crítica: HASTA EL FINAL


La herencia de nuestros padres

Muchas veces las historias de nuestros padres y abuelos pueden ser la única herencia que nos quede de ellos, y cuando el tiempo pasa, esos recuerdos van formando parte de nuestra identidad y de nuestra propia historia. Hasta el final, obra escrita por Franco Luna y dirigida por Julián Vargas, aborda con sensibilidad la compleja relación entre un hijo que cuida a su padre, quien enfrenta los estragos de la demencia senil y el progresivo deterioro de su salud, en un contexto precario al interior del país. En medio de esta situación, los recuerdos y las tradiciones, como la música, son lo que mantienen fuerte su vínculo.

Con las actuaciones del propio Luna y del destacado maestro Reynaldo Arenas, la obra ofrece un retrato honesto y profundo de las dificultades y emociones que atraviesan los lazos familiares frente a una enfermedad devastadora como el Alzheimer. Aún en esta dura lucha, el padre se esfuerza por transmitir su herencia, a través de la música, mientras el hijo, con paciencia y dolor, lo cuida y busca mantener una conexión emocional con su padre. A lo largo de la obra, las escenas entre padre e hijo alternan entre momentos de lucidez y episodios de confusión, reflejando no solo el impacto de la enfermedad en su dinámica, sino también cómo esta redefine su vínculo. Estas interacciones están impregnadas de tensión, compasión, dolor y arrepentimiento, logrando transmitir con fuerza la profundidad emocional de un tema tan humano como la pérdida progresiva de un ser querido.

Un detalle particular de la puesta en escena es que comienza de una manera íntima y directa, con los actores presentándose al público, mencionando su nombre, edad y rol. Este detalle rompe la barrera entre los intérpretes y la audiencia, estableciendo una conexión inmediata y genuina. Si bien la obra no es testimonial, el dramaturgo y actor Luna, menciona que parte de sus vivencias personales con su abuela, por lo que este guiño al teatro testimonial devela el carácter genuino de la puesta en escena.

Por otra parte, un componente destacado de Hasta el final es su capacidad para integrar elementos de la cultura andina, específicamente de Cusco, en diferentes aspectos de la puesta en escena. Desde el momento en que el público ingresa al espacio, la obra crea una atmósfera sensorial envolvente mediante el uso de música y aromas que evocan las raíces cusqueñas y contextualizan la obra. Estos recursos no solo enriquecen la experiencia teatral, sino que también aportan autenticidad y profundidad al relato, vinculando la historia con una identidad cultural que trasciende el escenario.

Un solo detalle para tener en cuenta recae en la producción del espacio. Para mejorar la experiencia del público, es necesario optimizar la disposición de las sillas y la visibilidad del espacio escénico. En algunas zonas, la perspectiva limitada impide apreciar el escenario, y por ende las actuaciones, perdiendo conexión con el relato. No hay que olvidar que el trabajo de todo el equipo, tanto fuera como dentro del escenario, es de suma importancia para ofrecer a los espectadores una buena experiencia teatral.

No hay duda de que Hasta el final es una pieza que aborda temas universales como los lazos familiares, la herencia simbólica y la enfermedad, desde una perspectiva honesta y sensible. El argumento, la dramaturgia y las actuaciones logran una puesta en escena sólida que nos muestra una historia cercana a cualquiera. Felicitamos al equipo y en especial al joven dramaturgo por apostar por esta historia que parte de su propia identidad y experiencia personal.

Alexandra Valdivieso Chudán

21 de enero de 2025

Crítica: BERNARDA ALBA


Reinventando un clásico

Llevar a escena una obra clásica siempre representa un desafío, especialmente cuando se aborda desde una reinterpretación contemporánea. Sin embargo, es precisamente en esta mirada renovada donde reside el valor de una propuesta audaz, y en este caso, INATEM logra ejecutarla ofreciendo una perspectiva fresca y única para el legado de la obra, combinando el teatro y la danza. INATEM Productora, bajo la dirección de Karlo Luyo, presenta una adaptación de uno de los grandes clásicos de García Lorca, retitulada Bernarda Alba, con un elenco compuesto por jóvenes talentos como Celia Ponce, Jilary Huerta, Cynthia Bravo, Diana de la Torre, George O’Brien y Daniela Rodríguez León.

Si bien puede haber opiniones encontradas acerca de la elección de reponer un clásico, me parece más que justificado cuando los temas a abordar son temas que, lamentablemente, siguen vigentes. Así, la obra aborda la opresión hacia las mujeres bajo el autoritarismo de una sociedad patriarcal y las tensiones familiares que surgen dentro de un contexto estricto moralmente. La obra narra la historia de cinco hermanas que viven bajo el mandato de una madre autoritaria, Bernarda, quien impone una estricta disciplina en su hogar y decide por las vidas de sus hijas. Aisladas del mundo exterior, las hermanas viven bajo un ambiente de represión, siguiendo órdenes, pero se verán confrontadas por sus deseos personales.

En esta versión de la obra se apuesta por teatro danza, donde la coreografía es un elemento que no solo acompaña la narrativa, sino que se convierte en un vehículo crucial para expresar el mundo interior y profundizar en las relaciones entre los personajes. Por ejemplo, a través del movimiento corporal se intensifican los momentos de pasión entre los amantes y también se subraya la oposición entre las hermanas y la madre, cuyas interacciones, cargadas de tensión, son manifestadas mediante la expresión corporal.

En cuanto a las actuaciones, una de las interpretaciones más destacadas es la de Daniela Rodríguez León como Bernarda Alba, quien logra darle vida a una figura autoritaria cuya presencia dominó la escena. Asimismo, el joven elenco muestra gran destreza física, así como de interpretación, dejando claro las diferencias entre las personalidades de cada hermana.

En resumen, la adaptación de La Casa de Bernarda Alba a través del teatro danza no solo conserva la esencia de la obra original y sostiene el argumento, sino que además se atreve a combinar las artes expresivas para lograr una propuesta diferente. Los cuerpos de los actores y el uso de la danza permiten que la opresión, el deseo y la rebelión se manifiesten de una manera tangible y única, manteniendo la vigencia de los temas de Lorca.

Alexandra Valdivieso Chudán

21 de enero de 2025

Crítica: BAJO TIERRA


Resistiendo en tiempos de encierro

No fue hace mucho aquella normalidad de máscaras y desinfectante, donde salir a la calle era arriesgarse a una condena a muerte y vivíamos encerrados tratando de preservar lazos por Zoom. Todos recordaremos la pandemia como una de las etapas de mayor soledad y dificultad que nos tocó vivir a todos como humanidad. El Covid-19 fue un enemigo invisible que cambió nuestras vidas, se hablaba de una “nueva normalidad” en la que era casi imposible estar cerca de nuestros seres queridos, cambiando nuestra forma de vivir y de relacionarnos. Es por eso que la obra Bajo Tierra nos puede parecer tan cercana y familiar. La obra protagonizada por Alessa Wichtel y Sebastián Stimman, con la dirección de Francisco Cabrera, nos devuelve a una realidad conocida para muchos: la pandemia.

En esta obra vemos al personaje de Lu, interpretado por Stimman, que ha contraído una grave enfermedad altamente contagiosa y que lo condena a muerte. El gobierno ha impuesto una cuarentena estricta a aquellos que están infectados, aislándolos del resto de la sociedad y prohibiéndoles el contacto con el mundo exterior. En este contexto, su pareja Sky, interpretado por Witchtel, decide arriesgar su salud y exponerse a la represión del gobierno, para ver a Lu y acompañarlo durante el encierro. En ese mundo desgarrado, la joven pareja lucha contra sus propios deseos y las normas impuestas para conseguir estar juntos. Así, la puesta en escena busca mostrar y transmitir los sentimientos de miedo, incertidumbre, desesperanza y desesperación, emociones tan conocidas para todos los que superamos el 2020.

Las actuaciones de Stimman y Witchtel logran transmitir con intensidad el deseo y la pasión de una joven pareja que enfrenta un enemigo invisible. Aunque el núcleo de la obra gira en torno a los sentimientos de estos jóvenes, es el contexto en el que se encuentran el que define y condiciona profundamente su relación. Elementos como el virus, la enfermedad y la represión gubernamental aportan una atmósfera potente, aunque podrían haber sido explorados con mayor profundidad. Destaca especialmente la escena en la que el guardia de seguridad descubre que Sky, una persona sana, ha logrado infiltrarse en la celda de Lu, un paciente enfermo. Sin embargo, esta subtrama queda sin desarrollo, perdiendo la oportunidad de intensificar las emociones vinculadas a la represión y el conflicto. En algunos momentos, la narrativa parece estancarse, girando en torno a la misma discusión entre los personajes, lo que ralentiza el avance de la historia. Cabe destacar que mencionan que es una adaptación, lo que podría justificar ciertas decisiones narrativas que buscan reinterpretar la obra original.

En cuanto a la propuesta escenográfica, el Teatro de Barranco otorga un espacio amplio que fue adaptado para recrear una celda en precarias condiciones. No obstante, la amplitud del lugar contrasta con la atmósfera de claustrofobia, ansiedad y desesperación que busca evocar la experiencia del encierro, restándole efectividad. Por otro lado, destaca el uso creativo de las luces, que logra añadir profundidad y dramatismo a las escenas, compensando en parte la falta de intimidad del espacio.

Si bien Bajo Tierra logra conectar con el espectador al abordar emociones y experiencias universales que resuenan con nuestra memoria reciente de la pandemia, la obra podría enriquecerse con una exploración más profunda de sus subtramas y un mejor equilibrio en su ritmo narrativo.

Alexandra Valdivieso Chudán

21 de enero de 2025

domingo, 19 de enero de 2025

Crítica: Y QUE SIGA LA JARANA


Se sufre pero se goza

El callejón y el bar del barrio fueron los lugares de encuentro de las celebraciones de fines del siglo XIX y primera mitad del siglo XX. En estos rincones se cultiva la música mestiza urbana de la costa y se arma la fiesta criolla, que llamamos jarana, que luego da origen a la peña criolla, como sitio de resistencia cultural y resguardo de la memoria musical.

Con el telón abierto del nuevo y magnífico Teatro Municipal de Surco, nos recibe un bar tradicional con fotografías de íconos de la canción criolla, como "el zambo" Cavero, Oscar Avilés, Lucha Reyes, Felipe Pinglo. El virtuosismo de la guitarra de Alessandro Gotuzzo y el cajón de César Gabriel crean el ambiente propicio para la llegada de Olga (Trilce Cavero Cáceres), la dueña de "La Peña Claudia", en donde se encuentran los amigos que nos regalan un lindo espectáculo: Y que siga la jarana.

¡Cómo nos gusta sufrir! La jarana empieza con la alegría del Chinchiví, de José Villalobos y luego la trama es una sucesión de penas de amor, pero que se relatan de manera alegre, como un desfogue para no dejarse vencer. Se ríe y se baila y la nostalgia queda atrás y así lo hacen sentir los amigos de esta peña, con la respuesta positiva del público que apoya con palmas durante toda la función el esfuerzo de Olga por animar a dos jóvenes (Mateo y Lucho, interpretados por Fabrizio Juscamaita y Daniel Tapia).

La reina de la fiesta es Olga, no solo por ser la dueña de la peña, sino por la gran capacidad interpretativa, dramática y el carisma de la experimentada actriz y cantante Trilce Cavero Cáceres. Ella domina el escenario, secundada por Guerra (Fernando Pasco), amigo cariñoso de su juventud que representa la sabiduría frente a los dos jóvenes inexpertos.

La voz de Trilce nos estremece con su potencia, por encima del buen actor Pasco y aún más que la de los jóvenes acompañantes. Se deja extrañar otra voz femenina para contrastar con notas altas en los dúos y cuartetos. Además, si bien es gratificante la presencia de dos jóvenes en un concierto criollo, que asumimos como cosa del pasado, hay cierto desequilibrio en la calidad vocal, pues mientras Tapia se luce en las notas suaves, con un excelente control y estilo romántico, Juscamaita, a veces, desafina y le cuesta sostener los finales. Pero el público lo perdona, porque una peña es el lugar en donde los criollos improvisan y los aficionados son bienvenidos, más por el corazón que por las virtudes cantoras. De todos modos, un mérito de la obra es que en cada temporada arriesgue con nuevos artistas en escena. Que quede claro: no es teatro musical, sino un concierto de música criolla teatralizado.

Al terminar el espectáculo, nos saluda su director, Marco Palomino, quien, además de agradecer la masiva presencia de espectadores, nos cuenta que “La Peña Claudia” existió, bajo la administración de su abuelo y que una de las fotos que se exhiben en el telón de fondo es realmente de ese rincón criollo. Qué lindo homenaje a su memoria y qué bien estructurado el concierto, con un micrófono al centro que nos traslada a las trasmisiones de Radio Nacional de los años 30 a 50 del siglo pasado, bajo una luz suave, como la de los focos incandescentes que alumbraron la alegría de nuestros inolvidables músicos criollos.

David Cárdenas (Pepedavid)

19 de enero de 2025

sábado, 18 de enero de 2025

Crítica: KORTAS – MIÉRCOLES ENERO/FEBRERO


Juegos de apariencias

A un año de empezar, Kortas tiene una situación curiosa respecto a otras propuestas limeñas que han abordado el microteatro. Cuatro obras cortas que no necesariamente guardan relación temática entre ellas, todas en el mismo espacio una después de la otra. Es algo que puede resultar riesgoso si la curatoría hace que las obras desentonen entre ellas en tono o calidad. La selección de los miércoles para este enero y febrero logra, aún con este peligro, mantener una línea de progresión interesante, aunque dejándome preguntas sobre el lugar y el futuro de Kortas.

En Mentiras blancas, vemos a Franco (Brayan Vilchez) y Gime (Leonela Alarcón) navegando por una primera cita en la que ambos están claramente mintiendo, para al final conectar en esa desfachatada deshonestidad. Ambos actores entran en códigos altos pero distintos, lo que hace que sus respectivas mentiras se sientan lúdicas y distinguibles. Vilchez, en particular, hace uso de un dramatismo extremo, entrando en desgracia cada vez que es descubierto, pero necesita confiar más en esta exageración para que se sienta resuelta. La propuesta funciona como un primer aperitivo con una propuesta sencilla, apoyada en una buena elección de fondos y vestuarios y en el carisma aún explorable de sus personajes.

El reencuentro, tratando también el tema de las mentiras y la infidelidad, se siente aún algo endeble. Aquí, Karlos Lopez Rentería y Miguel Cente interpretan a dos amigos reencontrándose por “sorpresa” en un parque. Lo más interesante aquí es la construcción del conflicto, estableciéndose el nudo principal sin necesidad de mucha explicación y manteniéndote en vilo a cómo se resolverá. Es una progresión dramatúrgica interesante, pero que se apaga por momentos por necesitar de mayor energía y conexión de los actores en escena para sostener la urgencia. Las revelaciones cerca del final son así el mejor momento de la obra, pues requieren a Cente concentrarse más en su compañero y a López Rentería reaccionar al primero.

Noche fake continúa la temática de las mentiras, esta vez centrándose en la falsedad de las redes sociales. La energía de Camila Medina en particular nos mantiene entretenidos desde el minuto 1, dándonos a una protagonista que se vuelve más patética (en el buen sentido) con cada línea. Aquí quizás la dramaturgia jugó un poco en contra al desarrollo, pues no permite que las actrices se centren de lleno y exploren más la premisa de fingir una vida falsa por redes. ¿Cómo seguir con la mentira? ¿Qué otras podrían las dos chicas idear?

Spotofai no continúa la línea temática, pero sí abraza sin tapujos el absurdismo, imaginando una realidad donde lo ads y canciones de Spotify son hecho en vivo, por turnos, con nalgadas espontáneas y con una de la voces perseguida por una maldición. Es una obra (¿concierto?) que se sabe estúpida y disfruta serlo, lo que curiosamente le da un gran encanto y funciona fantástico como cierre. Buena química y timing cómico de Tracy Alcántara y Pedro Ibañez. Buena elección para el jingle de la aplicación.

Cuando las obras de Kortas funcionan como unidad, lo hace muy bien. Pero las que más funcionarán serán aquellas que sepan arriesgarse y explotar su potencial, incluso dentro del formato chico y digerible. Así, la progresión de una obra a otra logrará este sentir de variada montaña rusa. A subir la apuesta.

José Miguel Herrera

18 de enero de 2025

miércoles, 15 de enero de 2025

Crónica: LA PLAZA JOVEN – TEMPORADA 2025


Entre clásicos y nuevas historias: La Plaza Joven presenta su temporada 2025

Este martes 14 de enero, La Plaza Joven presentó oficialmente su programación anual para el 2025. Tras un exitoso 2024, con la representación de cuatro obras para las primeras infancias, niñez y juventudes, este año continúa la tendencia con una propuesta que incluye adaptaciones de clásicos y creaciones originales que exploran temas como el valor de la infancia, el amor propio y la amistad.

El evento de presentación inició con una breve muestra de Colores Primarios, obra creada y dirigida por Luigi Valdizán, la cual inaugurará la temporada de La Plaza Joven. La programación completa para este año es la siguiente:

Colores Primarios

Creación y dirección: Luigi Valdizán

Director adjunto: Lucho Tuesta

Elenco: Dánitza Montero, Fernanda Luna y Adelaida Mañuico


Moby Dick

Adaptación y dirección: Els Vandell

Elenco: Alejandro Villagomez, Jano Baca, Merly Morello, Sergio Armasgo, Sergio Urrutia, Anneliese Fiedler, Grapa Paola y Joaquín Escobar


Cyrano de Bergerac

Adaptación y dirección: Fito Valles

Asistente de dirección: Augusto Gutiérrez

Elenco: Roni Ramírez, Gina Yangali, Diego Pérez, Joaquín Escobar y Pedro Pablo Corpancho


Payapaluza Al Rescate

Dirección: Christian Ysla

Elenco: Luciana Arispe, Alejandro Villagomez, Francisco Haya y Christian Ysla


Con esta programación, La Plaza Joven reafirma su compromiso con el desarrollo y la difusión del teatro para las infancias, promoviendo obras que conecten con diversas generaciones y temáticas contemporáneas.

Daniela Ortega 

15 de enero de 2025


Crítica: ACTOS CONSENTIDOS


Cuestión de límites

Actos consentidos es la obra que inaugura la temporada 2025 en el Teatro La Plaza, un intenso texto de la directora y dramaturga inglesa Nina Raine, traducido por Italo Cordano, bajo la dirección de Adrián Galarcep.

La puesta, dividida en dos actos, inicia con una reunión entre amigos en la casa de Edward (Oscar López Arias) y Kitty (Érika Villalobos), por la llegada de su primer hijo, quienes junto a Rachel (Anneliese Fiedler) y Jake (Gonzalo Revoredo), revelan detalles ocultos de su mundo interno entre indirectas y bromas ácidas. Más adelante, Tim (Miguel Álvarez) y Zara (Karina Jordán) se unen a la historia, causando una disrupción en la trama, junto a uno de los personajes interpretados por Cindy Díaz (Gayle y Laura). Si bien la narrativa confronta al espectador con una variedad de temas como la moral, el adulterio, el perdón y el funcionamiento del sistema de justicia frente a los casos de violación, todos tienen que ver con la complejidad de las elecciones y comportamientos del ser humano.

Respecto a la escenografía, está ambientada como una sala – comedor, con elementos funcionales; sin embargo, la iluminación juega un papel importante, ya que los cambios de escena y lugar se apoyan en ella, incluso cuando la atmósfera se torna más feroz, acompañadas por el incremento del sonido musical.

Por otro lado, las sólidas interpretaciones del elenco encarnan a estos personajes falibles y contradictorios, en su mayoría abogados, o aspirantes a serlo (en la ficción), que despojados de la objetividad de su profesión, muestran a través de sus decisiones, opiniones y estrategias personales, la banalidad y fragilidad de la condición humana, frente a un hecho condenable como lo es una violación, y el tratamiento que se da por parte del sistema, muchas veces indiferente y frío. No obstante, cada personaje defiende su propia verdad, lo cual nos lleva a infinitas interrogantes: ¿cuáles son los límites?, ¿seremos capaces de perdonar realmente?, ¿existe la justicia?, entre otras.

Sin duda, Actos consentidos es un drama con dosis de humor, que nos invita a la reflexión y al cuestionamiento, pues pone en la palestra hechos debatibles, que apartan al espectador de la comodidad, confrontándolo con su propia verdad. Una narrativa inteligente y mordaz, que a través de giros inesperados nos sacude, recordándonos el peso de nuestras decisiones, a veces, tan profundo como el vacío de los lugares deshabitados.

María Cristina Mory

15 de enero de 2025

sábado, 11 de enero de 2025

Crítica: TRAZOS DE AMOR: VOLUMEN 1


Dos miradas sobre el reencuentro del amor

En Trazos de Amor: Volumen 1, presentada en el Teatro Esencia de Barranco, se nos muestran dos obras de microteatro con la temática del amor y del reencuentro luego de que una parte renuncie a esta. Si bien son comedias cada una a su manera, las obras se diferencian por el código en el que estas historias son abordadas.

En la primera de ellas, Match a ciegas, somos testigos de una cita a ciegas en las que Rubí (Celeste Massiel), una mujer decidida a conquistar a su cita, se encuentra con Rubén (Jean Pierre Ormaechea), un joven otaku con dificultad para hablar con las mujeres. Escrita por Juan Robles y dirigida por Steve La Cruz, esta obra se encuentra rápidamente con el problema de no poder vincular apropiadamente el tono de comedia del “romance” de Rubí con Rubén con la trama de secretos y del amor abandonado de Rubí con el mesero. Resulta visible la mano del dramaturgo al tener que avanzar la historia desapareciendo por gran parte de la obra a Rubén en la trama del mesero y al mesero, en la trama de Rubén.


En la segunda obra No me arrepiento de este amor, escrita y dirigida por La Cruz, muestra la historia de Diego, un músico famoso, que se encuentra a su rival Matías, un influencer reconocido, al momento de seducir a su mesero favorito. Si bien la obra a veces cambia de código, resulta una graciosa en donde están mejor vinculadas las historias. Dosifica la información y se apoya correctamente en el mesero (Juan Robles), que termina siendo el personaje con el que el público se puede identificar. El personaje que solo está en una encrucijada sin saber del todo qué está pasando. No me arrepiento de este amor resulta una comedia ligera, pero efectiva en lo que propone, con momentos genuinamente cómicos y una historia bien contada.

Si bien No me arrepiento de este amor y Match a ciegas se presentan como comedias ligeras, habría que mencionar que no es necesario apelar a lugares comunes y dejar que los personajes cuenten su propia historia en la trama. En Match a ciegas, la comedia se basa en estereotipos que, si bien funcionan en un principio para generar momentos cómicos, encasillan a los personajes de una manera superficial.

Gabriel Calderón Portugal

11 de enero de 2025

viernes, 10 de enero de 2025

Crítica: LAS PRECIOSAS RIDÍCULAS


Costumbres Z

Solemos entender el costumbrismo como una reliquia del pasado, pero es algo que sigue vigente en todos nuestros medios nacionales. Y es que a medida que nuestros modismos se van transformando, nuestras faltas sociales se repiten más. Las preciosas ridículas es una muestra de esta tendencia cíclica en nuestra vanidad, tema que trata con mayor profundidad de lo que podría parecer a primera vista.

La adaptación es minuciosa y bien diseñada, sin sentirse contradictoria. Es fácil olvidarse que la obra original se estrenó hace más de 300 años, aunque la presencia de algunos monólogos y modismos lo delatan de vez en cuando, pero siempre entendemos a los personajes como pertenecientes a nuestro imaginario colectivo limeño, más que al de la Francia de 1700. Es una propuesta bien definida, que transforma la sofisticación exagerada del París moderno en un aspiracionismo limeño contemporáneo. Los acentos internacionales y las referencias a la cultura popular, que en otras circunstancias yo acusaría de distractoras, se sienten aquí apropiadas por los temas a tratar: las preciosas del título, bien construidas por María Belén Yulen y Jose Francisco Solis, se sienten como la personificación de una superficialidad maquillada de good vibes, una negación de la ostentosidad antigua (personificada por el personaje del padre, interpretado por Rafael Ruiz) en pro de una ostentosidad moderna e igual de banal. Los temas están, así, muy bien definidos a nuestra vista y entendimiento.

La construcción física es traída al frente, aprovechando el espacio de Aranwa para tomar el espacio de manera creativa y expresiva. Los personajes en líneas generales no abandonan su caricatura hasta cerca del final, y cuando lo hacen es para delatar que sus máscaras sociales se están cayendo. David Salazar es a quien se le da más tiempo para elaborar esta máscara, y es él quien protagoniza las secuencias más lúdicas y burlonas de la puesta, mientras su personaje busca impresionar a las ingenuas protagonistas. A medida que se unen los personajes de Gia Ocampo y Alfredo Motta, la propuesta evoluciona más, aunque corre en varios momentos el riesgo de sentirse repetitiva en caso este juego no sea de tu agrado.

El momento final de la obra, cuando las mentiras caen y la trama se torna a la violencia, es todavía muy divertida aunque extraña, aun no del todo conectada. Buena parte de la denuncia social añadida es hecha desde el personaje de Motta, el mayordomo, que hasta entonces aportaba mucho a la contraescena y los gags físicos, pero no se sentía construido como personaje revolucionario. Se entiende la necesidad de la catarsis, pero aún parece un elemento desconectado de las demás tramas presentes, algo notorio cuando ni las preciosas ni los impostores vuelven a tocar mucho el tema.

Ante todo, Las preciosas ridículas te sacarán como mínimo unas cuantas carcajadas con sus burlas y referencias. Su planteamiento podría parecer, tal como sus personajes, superficial y de burla fácil, pero está creado y bien encaminado a una cohesiva crítica actual que conserva el ingenio de Molière.

José Miguel Herrera

10 de enero de 2025

domingo, 5 de enero de 2025

Crítica: CUANDO TÚ LLEGASTE


Maternidades incondicionales

El formato de teatro testimonial, bien aplicado en escena por el equipo creativo de turno, puede regalarnos estupendos montajes teatrales, mezclando la vida misma de los intérpretes-creadores con la historia de ficción, acercando así de una manera más efectiva al público con la trama propuesta. Y si el tema central es tan conmovedor como lo es la maternidad por vocación (mujeres que eligieron voluntariamente convertirse en las figuras maternas de los protagonistas en escena), entonces cabe esperar una puesta intensa y entrañable. Cuando tú llegaste, con la dirección de Paola Vera Infante y estrenada en el Centro Cultural CAFAE-SE de San Isidro, es uno de estos casos, ya que acierta en su estructura organizada y fluida, sin caer en facilismos melodramáticos.

El montaje es presentado por tres jóvenes estudiantes avanzados de Artes Escénicas en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), quienes actúan, escriben y producen todo el proyecto. Mérito de Cielo Pacheco, Liam Mc Cubbin y Gianina Zurita por compartir sus propias historias de vida con los espectadores, dentro de un juego escénico bien orquestado por la directora. Con los intérpretes vestidos de negro y con elementos puntuales, cuando corresponde, para representar los diversos personajes de sus tres historias, la puesta se nutre no solo de sus propios testimonios, sino además por cartas, música, fotografías, videos y una participación activa con el público.

A destacar la versatilidad y destreza del elenco (en el que se podría resaltar además, el gran carisma de Mc Cubbin) por integrar sin tropiezos las historias, logrando una puesta en escena valiosa y eficiente. Este proyecto teatral es el justo homenaje para todas aquellas mujeres, que sin proponérselo realmente, se convierten en guías afectivas que acompañan en los años más difíciles a muchos jóvenes, que en otras circunstancias habrían terminado por el mal camino. El teatro testimonial es pues, un formato que viene siendo utilizado con una mayor frecuencia en el medio y es de agradecer que muchos de nuestros colectivos, a su vez, lo pongan en práctica con ingenio y estilo propio, ofreciendo excelentes obras como lo es, efectivamente, Cuando tú llegaste.

Sergio Velarde

5 de enero de 2025

sábado, 4 de enero de 2025

Crítica: EL PRINCIPITO


Nueva relectura para público adulto

Sin duda, El Principito, capital obra literaria del francés Antoine de Saint-Exupéry, se ha convertido en una fuente creativa inagotable para diversos artistas y sus respectivas interpretaciones. A pesar de contar con una historia aparentemente sencilla, el texto ha conseguido permanecer en la memoria colectiva por su enorme vigencia y por aquella mirada reflexiva hacia la vida, llena de valores universales. Si bien su apariencia de libro para niños puede confundir, el cargado simbolismo que impregna sus páginas acaso solo pueda ser entendido en su totalidad por la madurez de un adulto. Es justamente, desde esta perspectiva, que el director Omar Velásquez ofreció en la Asociación de Artistas Aficionados su particular versión escénica, muy personal y a su propio ritmo, que explora nuevas aristas de este clásico imperecedero.

La principal directriz de la puesta en escena de Velásquez es la de evidenciar la frustración de los adultos cuando se les corta las alas de la imaginación desde pequeños, bien representada en aquella primera secuencia en la que el futuro Aviador, siendo niño, es aconsejado por su familia para dejar de perder el tiempo pintando y que mejor se dedique a estudiar materias escolares. Es así que, ya de adulto, su encuentro con el Principito, un curioso niño que vive en un asteroide y que llega a la Tierra en busca de alguien que le dibuje un cordero, le resulta reconfortante, pues recuperará parte de su fantasía inicial. La música original, interpretada en vivo por el tecladista Eduardo Zapata, suma a crear la particular atmósfera de la propuesta.

A destacar en el elenco a Isabel Falcón, quien con mucho carisma y energía interpreta al entrañable Principito; muy bien secundada por Joel Calderón, Cynthia Bravo, Victor Lucana, Jiro de la Vega y Rocio Castañeda, todos construyendo con eficacia cada uno de los entrañables personajes de la historia, como el Rey, la Rosa, el Hombre de negocios y otros, con detalles precisos en sus respectivas caracterizaciones. El Principito de Antoine de Saint-Exupéry cautiva y conmueve, y probablemente nunca dejará de hacerlo, ya que posee una aproximación sencilla y única hacia la experiencia humana; esta versión de Velásquez respeta el material original y evidencia cómo sería el mundo real, si los adultos aprendieran a ver las cosas desde el punto de vista de un niño. Como el Principito.

Sergio Velarde

4 de enero de 2025

Crítica: RIBEYRO EN SU FARSA


Divertido tríptico teatral 

Uno de los más ilustres cuentistas dentro de la literatura peruana fue, sin duda, Julio Ramón Ribeyro. Perteneciente a la Generación del 50, sus magníficas historias cargadas de denuncia social, vinculadas a temas como el desarrollo urbano o la migración andina hacia la capital, nos han acompañado desde muy pequeños. No obstante, sus obras teatrales (en menor cantidad que sus historias en prosa) también contienen ciertamente la brillantez de su pluma. A treinta años de su fallecimiento, el autor de Los gallinazos sin plumas y Alienación es justamente conmemorado en un acertado y sólido montaje titulado Ribeyro en su farsa, estrenado en el Club de Teatro de Lima bajo la dirección de Manuel Calderón, con tres de sus piezas dramáticas en un acto.

Ni bien terminado el confinamiento por la pandemia, tuvimos ya un estreno similar, llamado Dos de Ribeyro (2021), con un par de sus obras cortas llevadas a escena, que fueron El último cliente y Confusión en la prefectura. Curiosamente, el presente montaje del colectivo Trama recoge las mismas historias, añadiéndoles la titulada El uso de la palabra. Pertinente el formato farsesco que elige la dirección, para así desnudar con humor la crítica que el autor diestramente reflejó en sus personajes y en su accionar, especialmente la muy vigente conveniencia política del último cuadro presentado (máscaras incluidas), en el que asistimos a los hilarantes enredos de un prefecto y un gobernador regional por mantenerse del lado del poder de turno, ante la supuesta muerte del presidente.   

Muy buen trabajo del elenco, conformado por Javier Gutiérrez López, Marcos Soto Asalde, Sandy Uribe Hernández y Sara Carbajal Montesinos, quienes les dan vida a todos los personajes de este tríptico teatral, con solvencia y gracia. La ejecución coral permite además, conectar las tres historias y evitar que luzcan independientes una de la otra, otorgándole fluidez al espectáculo general. Concebida como un divertido juego escénico, Ribeyro en su farsa le hace justicia a un autor de importancia capital para nuestro país y Latinoamérica, por su incisivo cuestionamiento, a través del humor, hacia una sociedad llena de taras y prejuicios.

Sergio Velarde

4 de enero de 2025

jueves, 2 de enero de 2025

Crítica: MUERTE, SEXO Y TRAICIÓN


Tres actos de humor y humanidad

La obra Muerte, Sexo y Traición de Eduardo Adrianzén, dirigida por Esteban Philipps, ofrece una antología teatral que mezcla humor negro, drama y una buena dosis de ironía en tres relatos independientes. Esta propuesta, presentada en el Club de Teatro de Lima, se distingue por su capacidad de entretener y hacer reflexionar al espectador sobre los aspectos más sombríos y contradictorios de la naturaleza humana. Esta característica se manifiesta con ingenio, sin una intención aleccionadora de por medio.

El elenco, compuesto por María del Carmen Sirvas, Cheli Vera, Yaremís Rebaza y Rodrigo Chávez, entrega actuaciones sólidas, específicas y emocionalmente resonantes. Cada actor muestra un dominio técnico notable, manejando muy bien los cambios de personaje y las transiciones emocionales con naturalidad, llevando al público de la risa a la tensión a lo largo de la representación. Sin embargo, un aspecto que resta ligeramente a la puesta en escena es el manejo de los acentos, especialmente en el segundo cuento, Sexo. La introducción del personaje de María Matehuala, una joven mexicana, exige una precisión lingüística que no siempre se logra, y que, en ciertos momentos, es un elemento distractor en el desarrollo de la historia. Aunque el esfuerzo por dotar a los personajes de un contexto cultural específico es evidente, la inconsistencia en los acentos afecta la inmersión del público en la narrativa.

Por otro lado, la dirección de Philipps logra equilibrar los matices cómicos y dramáticos de la obra. El ritmo de las historias se mantiene ágil, y la puesta en escena aprovecha al máximo el espacio del teatro, generando una atmósfera íntima y envolvente. La iluminación y el diseño escenográfico refuerzan los cambios de tono entre cada cuento, subrayando tanto los momentos de hilaridad como los de tensión. Cada relato aborda temas universales con un enfoque mordaz: la muerte como catalizador de confesiones en Muerte, la pasión desbordante y las mentiras en Sexo, y las traiciones entre amigas en Traición.

A través de un texto ágil y cargado de ingenio, Adrianzén invita al público a explorar las complejidades de las relaciones humanas. En conclusión, Muerte, Sexo y Traición es una obra que, pese a pequeños tropiezos con los acentos, sobresale por su calidad actoral, su dirección precisa y su narrativa provocadora. Una experiencia teatral intensa y entretenida que deja al espectador con mucho en qué pensar, y que, sin duda, se consolida como un éxito en la cartelera limeña.

Stefany Olivos

2 de enero de 2025