lunes, 26 de octubre de 2015

Crítica: ¿A QUÉ HAS VENIDO?

El secreto del éxito   

Luego de un año sabático, el grupo Puesta a-puesta por reponer la última producción con temática “claun” que estrenó en 2013 titulada ¿A qué has venido?, siempre con la dramaturgia, actuación y dirección de Luis Gustavo Gonzales. Con algunos cambios puntuales en la puesta en escena y ahora con la colaboración de un irreconocible Pedro Del Castillo (a quien recordamos de Atahuallpa Fase 2 de Teatro de la Resistencia), la obra nos muestra la agitada vida de Mr. Excélsior, el inigualable e infalible capacitador de talla mundial, que llega al Perú en helicóptero, específicamente al Centro Cultural CAFAE, para dictar una conferencia magistral sobre el secreto de su éxito, que no es otra cosa que trabajar las 24 horas al día durante los 7 días de la semana, relegando a un segundo plano a la propia familia.

La moraleja de ¿A qué has venido? resulta entonces, evidente: Mr. Excélsior (el propio Gonzales) recorre el mundo en compañía de su “asistonto” charapa (Del Castillo), mientras dicta sus charlas motivacionales, a costa de descuidar a su esposa y a su hija (ambas interpretados por la hilarante Fabiola Tamburini). Es así que la salud del capacitador se resquebraja y llega al mismísimo Cielo, en donde se le otorga una segunda oportunidad. La comedia se vale del multimedia para recrear todos los espacios que la trama requiere, así como de algunos sencillos elementos que facilitan la convención con el espectador, que también participa activamente en la puesta.

La trama es sencilla y la puesta en escena es fluida, con los actores divirtiéndose en escena. Como ya es costumbre, Luis Gustavo Gonzales despliega su innegable registro para la comedia en su rol, pero también resulta conmovedor en su quiebre final, redimiendo a Mr. Excélsior. Él se encuentra muy bien secundado por Fabiola Tamburini y un sorprendente Pedro del Castillo. ¿A qué has venido? es una oportuna reposición del grupo Puesta, que nos recuerda lo valioso que es nuestro tiempo como para invertirlo en las personas que más queremos.  

Sergio Velarde
26 de octubre de 2015

sábado, 24 de octubre de 2015

Crítica: DESNUDOS EN LA PENSIÓN

Pisando sobre seguro   

¿Hay que matar a la monja?, protagonizada por la versátil Katherina Sánchez, fue una de las comedias más exitosas (en lo que se refiere a público) del año pasado en el Teatro Auditorio Miraflores a cargo de la productora Liber-Teatro, que dirige el joven actor y director Jonathan Oliveros. Pues bien, siguiendo la misma (y segura) línea de estrenar comedias ligeras y entretenidas con alguna dosis de picardía, llega al mismo teatro Desnudos en la pensión, una adaptación de la original La Bonne Adresse (1966) del dramaturgo francés Marc Camoletti, responsable de otras desopilantes comedias que llegaron a nuestro país, como Boeing Boeing (2009) en el Teatro Peruano Japonés o Pijamas (1995) en el Teatro Marsano.

Desnudos en la pensión ofrece lo que su propio título adaptado promete y un poco más. Una comedia de enredos, por momentos muy divertida, que involucra a una serie de estereotipados personajes juntos y revueltos en la casa de una retirada artista de café teatro llamada Zaza (Cecilia Tosso). Ella vive con su empleada Bertha (Sánchez) y sus dos inquilinas: la profesora de piano Sofía (Daniela Martínez) y la pintora Irene (Miluska Eskenazi). Las cuatro deciden publicar, usando abreviaturas para evitar los altos costos, avisos clasificados en un periódico solicitando respectivamente, un nuevo inquilino (George Silva), un novio (el propio Oliveros), un alumno para clases de piano (Elihu Leyva) y un modelo para retratar un cuadro (Martín Velásquez). Cada una recibirá al hombre equivocado y el enredo estará servido.

Algunos problemas con la adaptación del texto (como en la primera escena de Velásquez) o el desborde histriónico de algunos actores (como en el caso de Leyva) podrían afinarse para obtener un producto más limpio y acabado, y menos tosco y gritado. Como era de esperarse, Sánchez destaca en el elenco con una divertida empleada provinciana muy bien esbozada, así como también lo hace la experimentada Tosso, muy digna como la otoñal vedette. El talentoso Oliveros logra en general, un producto entretenido y el público se divierte a lo grande, lo cual es de aplaudir. Sin embargo, siempre se puede ofrecer algo más; queda en manos de Oliveros (que forma parte activa del colectivo Teatro del Riesgo) reformular sus futuros proyectos. Desnudos en la pensión pisa sobre seguro y acaso supere en taquilla a "la monja". ¡Bravo por ellos!

Sergio Velarde
24 de octubre de 2015

Crítica: NÁUFRAGOS EN LA LUNA

Innecesaria comedia sobre el amor

Con una gran luna en medio del escenario, se abre el telón en el Auditorio del Centro Cultural El Olivar. La puesta en escena tiene por título Náufragos en la luna, uno que lamentablemente no se aleja simbólicamente demasiado del resultado final. Se trata de una comedia ligera (descrita así por sus actores en algunas entrevistas) y además, con visos de teatro del absurdo, que aborda el tema de las relaciones de pareja en la vida de cuatro seres conflictuados (dos jóvenes y dos adultos), así como su búsqueda por el verdadero amor. De entrada nos hallamos ante un espectáculo atípico dentro de la programación del Olivar, pues la pieza se encuentra muy lejos de otras propuestas como El continente negro, Aquello o Ana, el mago y su aprendiz, por citar las más cercanas, ya que no aporta verdaderamente nada significativo a la cartelera teatral limeña, que se vuelve cada vez más interesante y exigente.

Náufragos en la luna podría unificar en el título a las dos líneas argumentales: la relación de Amanda, una humilde mesera y aspirante a cantante de rock, y Alonso, un “pobre niño rico” con ínfulas de cineasta, parece estar destinada a “naufragar” por su opuesta condición social y la resistencia de los estirados padres de él; mientras que una señora y un señor parecen estar “en la luna” cuando despiertan una mañana y no se reconocen como esposos, acusándose mutuamente de haber sido su domicilio invadido por el otro. Dos historias completamente ajenas una de la otra en cuanto a concepto, pues mientras asistimos por un lado a la enésima “love story” del chico rico con chica pobre; por el otro, tenemos el absurdo de una situación imposible de creer.

El oficio ganado como guionista de televisión se nota demasiado en el texto de Jimena Ortiz de Zevallos, pues sus diálogos, sin pecar de primarios, sí resultan planos y carentes de un mínimo de profundidad, y que a duras penas se sostienen hasta el final. Por su parte, la pareja joven interpretada por Alana La Madrid (a quien vimos en Esquina peligrosa) y Jorge Bardales (notable en Vladimir) luce desaprovechada, aunque hace creíble su mil veces vista historia de amor. Mención aparte para los veteranos y dignísimos Lilian Nieto y Gustavo Mac Lennan, totalmente comprometidos con sus personajes, así el ridículo planee peligrosamente en cada una de sus escenas. Curiosa la presencia de un director como Joaquín Vargas (responsable de la apreciable Piaf), quien por lo menos, dirige ambas historias integrándolas con algo de coherencia al final. Náufragos en la luna es un sencillo, discreto y a ratos, divertido espectáculo que nos hace reflexionar sobre las tribulaciones de estar enamorado a cualquier edad, pero cuyos valores escénicos no llegan a trascender.

Sergio Velarde
24 de octubre de 2015

sábado, 17 de octubre de 2015

Crítica: HUMO EN LA NEBLINA


Nuestra terca y miope ciudad   

La presencia de Sebastián Salazar Bondy sigue vigente. A 50 años de la partida de nuestro entrañable escritor y periodista, su legado constituye uno de los pilares de nuestra literatura contemporánea, a pesar que su producción dramática (entre pantomimas, dramas, comedias, juguetes y demás) aparezcan en escena muy de vez en cuando. Desde hace dos años, por ejemplo, el colectivo Espacio Libre viene desarrollando una sólida adaptación de su imprescindible ensayo “Lima la horrible” denominada Los funerales de doña Arcadia. Por su parte, Cuatrotablas también presentó este año una propia adaptación de la última obra de Sebastián, El rabdomante. Y en 2007, el mismísimo Sebastián Salazar Bondy apareció sobre el escenario, interpretado por Jordy Valderrama y siendo uno de los escasos aciertos del musical La tentación del amor. Pues bien, este año Eduardo Adrianzén no se quedó atrás y le dedicó una pieza a Sebastián. Y si bien no logra los brillos alcanzados por el que sería acaso su mejor “biopic” teatral (Demonios en la piel con el protagonismo del director italiano Pier Paolo Pasolini se lleva las palmas), su texto deja entrever algunas interesantes reflexiones sobre nuestra ciudad capital, sostenidas por la presencia de Sebastián.

Humo en la neblina sigue los pasos de los últimos días de Sebastián, un fumador empedernido en nuestra húmeda ciudad, mientras ocupaba sus pensamientos en la mencionada historia del mago capaz de encontrar agua con su varita mágica. Pero esa línea argumental no parece ser el eje principal de la trama: lo es la historia de un escritor advenedizo llamado Roberto, que recurre al consagrado Sebastián para que le oriente en su incipiente carrera literaria. Es así que entra en escena Flor de María, una secretaria inexperta y prejuiciosa, que se pondrá a sus órdenes y se dejará seducir, a pesar de que Roberto no tiene la menor intención de comprometerse, pues solo piensa aprovecharse de ella. La metáfora que propone el autor se percibe con cierta claridad  a pesar de lo densa y dilatada que resulta finalmente la puesta en escena (Flor de María representa a la Lima discriminadora y manipulable; mientras que Roberto, al poder arbitrario y convenido), teniendo solo como referencia a la figura de Sebastián. La dirección de la experimentada Ruth Escudero parece privilegiar mucho las imágenes y la plasticidad del espectáculo por sobre el contenido mismo del texto; por ejemplo, con personajes dialogando en tono realista en un momento, para luego romper con una secuencia corporal o para colocarse máscaras para representar los gallinazos de nuestra ciudad.

Adrianzén aprovecha también esta ocasión para agregar oportunos guiños a la labor del escritor en la actualidad, que dichos por Sebastián parecen premoniciones. A destacar en el elenco la actuación de una recuperada María Angélica Vega (una de las musas de la directora) que consigue un entrañable personaje, muy “limeño” en todo el sentido de la palabra. Por otro lado, Juan Carlos Pastor interpreta de manera bastante sobria a un Sebastián cuarentón, dándole la réplica al convenido Roberto (Francisco Cabrera) y siendo atormentado por la presencia del gallinazo (José Avilés), que anuncia la temprana partida del escritor. Vodevil Producciones acierta con este merecido homenaje a nuestro Sebastián, uno de nuestros escritores más urgentes, en el ICPNA de Miraflores. Humo en la neblina es un interesante espectáculo que explora, a su particular manera, cuán tercos y miopes podemos llegar a ser los habitantes de esta, nuestra sufrida comarca virreinal.

Sergio Velarde
18 de octubre de 2015
#HumoEnLaNeblina

lunes, 12 de octubre de 2015

Crítica: BALSEANDO

Un simpático y romántico naufragio   

De Sergio Arrau (Santiago de Chile, 1928) hemos visto obras de diverso calibre a lo largo de los años, aunque no necesariamente con la frecuencia que merecería el autor. Divertidas comedias, como El Marqués de Mangomarca (2012) y La muerte del Ateneo Inmortal (2009) o antologías de clásicos de la dramaturgia universal, como Antón Perulero habla con Zetas (2015) llegaron a escena, sin contar los innumerables ejercicios teatrales que escribiera para sus alumnos de la ENSAD y del Club de Teatro de Lima. Uno de ellos, La multa (2014), tuvo un estreno estelar, a pesar de ser un texto de corta extensión, que su director Cristian Lévano llevó sin mayores sorpresas al escenario del Mocha Graña. Pues bien, homenajeando al maestro Arrau se estrenó otro texto de similar extensión en el Club de Teatro, llamado Balseando, pero que gracias a su director y actores sí se convirtió en un curioso y recomendable espectáculo.

Balseando llegó a participar en 1996 en el Primer Festival de Teatro Peruano Norteamericano organizado por el ICPNA, pero en una versión dilatada (llamada Balseando con Edelmira), escrita por el mismo Arrau y a cargo del colectivo Pandokheim. La historia original se mantiene para el presente montaje: la delicada Hortensia (Katherina Sánchez) y el despreocupado Juan (Feffo Neyra) son los únicos sobrevivientes de un espantoso naufragio, que los deja varados en una resistente balsa bien equipada con un pesado refrigerador, pero rodeados por feroces tiburones. Juntos deberán aprender a convivir y disfrutar de la mutua compañía, sin volverse locos en el intento; y el inevitable romance se va gestando, rodeado del universo real-maravilloso de Arrau.

El joven actor Gerardo Cárdenas, que dirigiera profesionalmente la comedia El escribidor imaginario en el 2008, consigue un eficiente y sencillo montaje que aprovecha el talento de sus intérpretes, ambos egresados del Club de Teatro, pero con experiencias escénicas diferentes. Mientras que Katherina Sánchez (ocupadísima este año, luego de ¿Hay que matar a la monja?) maneja con bastante sobriedad su personaje, logrando una pertinente evolución; Feffo Neyra evidencia su paso por la improvisación, actuando con mucha naturalidad y relajo. Ambos logran muchos momentos jocosos, servidos por las delirantes líneas de Arrau. Balseando es un pertinente y simpático homenaje a uno de nuestros más entrañables directores y dramaturgos, chileno de nacimiento y peruano de corazón.

Sergio Velarde
13 de octubre de 2015

sábado, 10 de octubre de 2015

Crítica: LA CASA DE BERNARDA ALBA

Correcto drama lorquiano   

Una de las más grandes obras de Federico García Lorca es, sin duda, La casa de Bernarda Alba (1936): una notable pieza que refleja el autoritarismo y la represión reinante en la sociedad española de aquella época, a través de la historia de cinco hermanas, quienes son sometidas a un riguroso luto impuesto por su madre Bernarda, al fallecer el marido de esta. Muchos han sido los esfuerzos por llevar este riquísimo texto a escena, con irregular (e inexplicable) fortuna. Y es que los intentos por “enriquecer” una obra que no lo necesita en lo absoluto, resultaron por demás descabellados. Así llegaron puestas en escena que convirtieron a las sufridas hijas, ya sea en varones con saco y sombrero, que aceptaban las órdenes de una delicada Bernarda; o en guapísimas señoritas zapateando cada vez que se aproximaba Pepe “El Romano” y hablando con dejos españoles distintos, a pesar de haber vivido toda la vida en la misma casa. Acaso el mejor referente sea la pulcra puesta en escena dirigida por Carlos Padilla (hace exactamente 20 años), con las notables Ofelia Lazo y Helena Huambos en los roles principales en el Teatro Juan Parra del Riego. Por su parte, la última actualización de la pieza de Lorca, a cargo del colectivo Baúl de Esmeralda y estrenada en el Teatro Mocha Graña, cumple con discreción su cometido.

La mayor virtud del montaje dirigido por el joven actor Jhan Paulo Mendoza (a quien recordamos en La casa de los siete balcones) sea el de haberse mantenido fiel al texto, respetando dentro de sus posibilidades varias de las acotaciones planteadas por el autor (a falta de paredes blanquísimas, sí lo son los elementos). Por otro lado, los personajes están bien delineados, pero la caracterización de los mismos se convierte en el principal talón de Aquiles del drama. Las actrices pueden tener acaso la misma edad y el público puede entrar en dicha convención, pero el maquillaje tan recargado y la composición física en algunas intérpretes le restan verdad a la puesta. Por ejemplo, una actriz tan buena y esforzada como Noelia Mejía no puede disimular los años que la alejan de su Bernarda, frente a las actrices que representan a sus hijas y agravado además, por la aparición del personaje de la abuela María Josefa (limpio trabajo de Bernie Brouyaux) que descoloca, sin querer, al espectador.

Mendoza aprovecha el talento de su elenco, pero pudo haberlo hecho también para agilizar el montaje en los cambios de escena: contando con tantas actrices (y además, vestidas de negro) para mover los elementos en el escenario, la duración de la obra pudo haberse reducido, incluso haber prescindido del intermedio. El encierro y la claustrofobia que se perciben adecuadamente dentro de La casa de Bernarda Alba, solo son rotos con la escena de la mujer ajusticiada en la plaza, en la que salimos innecesariamente de la casa. Sin embargo, la represión sexual, la envidia entre las hermanas y las ansias de libertad están bien retratadas en este correcto esfuerzo del colectivo Baúl de Esmeralda, al que se le agradece haber traído nuevamente a escena uno de los clásicos del teatro lorquiano.

Sergio Velarde
10 de octubre de 2015

viernes, 9 de octubre de 2015

Crítica: LA FIESTA DE CUMPLEAÑOS DEL LOBO FEROZ

Limpiando la imagen a los malos del cuento   

El grupo Ayepotámono viene consolidándose dentro del rubro de teatro para toda la familia, con estrenos que se alejan del tradicional cuento de hadas o serie animada teatralizada, para ofrecer un producto novedoso. Con textos escritos y dirigidos por Alexander Pacheco, sus montajes buscan la complicidad y participación del público, ya sea dentro de historias clásicas con curiosos giros en sus tramas o con tratamientos especiales en sus puestas en escena. Así se estrenaron obras con personajes conocidos como Juan sin miedo (2010) o El sastrecillo valiente (2011), y otras con inesperados protagonistas, como El pequeño Einstein (2014), narrando las aventuras del joven científico. La última apuesta del colectivo fue La fiesta de cumpleaños del Lobo Feroz, estrenada en el Centro Cultural El Olivar, en la que convierte al más temido antagonista del mundo de la fantasía en el protagonista de una curiosa celebración, que servirá para que aprenda una valiosa lección.

Pacheco mantiene una de las cualidades de su estreno anterior en este año: en Las aventuras de Pinocho aparecían diversos personajes de otros cuentos infantiles que interactuaban con el muñeco de madera (incluido el Lobo Feroz, interpretado por el mismo Pacheco). Pues bien, en el presente montaje encontramos al Lobo convertido en un famoso e irresponsable actor de cuentos infantiles, pues perjudica con su conducta las escenas de sus compañeros debido a sus caprichos de estrella. Es por ello que los chanchitos, ovejitas, conejitos, caperucitas y demás se rehúsan a participar de las celebraciones por su cumpleaños, dejando solo al pobre animal y además, esperando entusiasmado por su invitados con toda la fiesta ya preparada. Una ingeniosa vuelta de tuerca que le permite a Pacheco resaltar el valor de la responsabilidad de manera clara y directa.

La puesta en escena es bastante sencilla y funcional, con biombos que delimitan los espacios en el bosque y dentro de la casa del Lobo, así como con música en vivo a cargo de Héctor Valdez, que sigue con fluidez las peripecias de los personajes. Se nota también, un especial cuidado en el maquillaje y en la caracterización de los personajes. La primera aparición del Lobo causa sorpresa y hasta pavor por parte de algunos niños, cuando este huye del Leñador por la platea. Mérito el de Pacheco en  revertir este efecto y ganarse el cariño de los niños, que se convierten en los virtuales invitados para su celebración. Acompañan con bastante corrección Emilio Montero, Daniella Pflucker, Juan Carlos Díaz, Luigi Bertini y Percy Williams, interpretando al resto de divertidos personajes. La fiesta de cumpleaños del Lobo Feroz es una de las mejores puestas infantiles de Ayepotámono escritas por Alexander Pacheco, que acaso inicie una feliz serie de obras que rompan la desagradable imagen que tienen los “malos” del cuento. En todo caso, su próximo proyecto El Cuco Cuquito, ya lo deja entrever.

Sergio Velarde
9 de octubre de 2015 

jueves, 8 de octubre de 2015

Crítica: TIERNÍSIMO ANIMAL/LA LUZ DE LA LLUVIA

Tierna locura sensorial   

En el 2003, una puesta en escena destacó nítidamente dentro de las celebraciones por el décimo aniversario del Centro Cultural Mocha Graña: Tiernísimo Animal de Juan Carlos Méndez, a cargo del grupo Espacio Libre, fue toda una lección de teatro, con la creativa dirección de Diego La Hoz que utilizaba los cuerpos de los inspirados actores Emilio Montero, Roxana Yépez y Franklin Dávalos, en favor de un atípico texto lleno de surrealismo y lirismo por partes iguales. Tuvieron que pasar 12 años para que Tiernísimo Animal volviera a los escenarios, esta vez de la mano del joven actor y director Fito Bustamante, a quien vimos en papeles secundarios (y con diferente fortuna) en Ifigenia y otras hijas (2012) y en Día de campo o cómo sobrevivir al mundo (2013) y que además, ya había debutado como director dentro del taller de dirección Gramática del primer espectador, conducido por el mismo La Hoz. Pues bien, las comparaciones resultan odiosas, obviamente; pero el hecho de enfrentar con valentía un texto tan particular y a la sombra de una puesta en escena de antología, convierte de entrada el esfuerzo de Bustamante en un proyecto teatral para celebrar.

Denominada ahora Tiernísimo Animal/La Luz de la Lluvia, la pieza reduce su elenco a solo dos actores, pero mantiene la trama original: Enmanuel, afectado por un severo cuadro de locura y esquizofrenia, vive como un soberano absoluto dentro del imaginario reino de Ugbe, para así escapar de su fracaso; mientras que su leal compañera Desiré trata de recuperar a su amado y devolverlo, a toda costa, a la realidad. La puesta en escena nos remite a Naturaleza muerta de Claudia Sacha (reestrenada en mayo de este año), también con una pareja que busca comunicarse en medio de un contexto surrealista. En ambas piezas, las acciones pierden sentido frente a las palabras, que lejos de acercar a los personajes, generan el distanciamiento. El conflicto entonces se torna difuso y la puesta se convierte en una experiencia netamente sensorial. Bustamante aprovecha el íntimo espacio que dispone la Casa Nunaywasi en Barranco, pero sin llegar al extremo de La Hoz, que inclusive les negó las butacas a los espectadores que visitaron Ugbe aquella vez. Con escasos elementos (cajas, libros y un colchón), acompañados por luces y sonidos puntuales, el director genera de manera atinada la atmósfera irreal que el texto reclama.

Los jóvenes actores Alonso Romero y Daniela Trucíos realizan una labor muy estimable: él, esforzado y enérgico, creando varios momentos de auténtica locura y sinrazón; y ella, contenida y convincente, interpretando a un personaje dentro del otro para acercarse a su amado. Tiernísimo animal/La luz de la lluvia es una pieza que requiere irremediablemente de gran sensibilidad y total complicidad por parte del público para su disfrute; de lo contrario, la magia de Ugbe no surtiría efecto. Se trata pues, de un espectáculo teatral destinado a “sentirlo” y no tanto a “entenderlo”. Por otro lado, no es fácil olvidar un montaje tan completo y sólido como el original de La Hoz (acaso Ximena Arroyo lo haya logrado a su manera con Función Velorio), pero Bustamante sí que sale airoso de la prueba y le imprime su propia personalidad a este interesante texto de Juan Carlos Méndez, que llegó con buen pie a nuestra cartelera independiente.

Sergio Velarde
08 de octubre de 2015

lunes, 5 de octubre de 2015

Crítica: PIAF


El ocaso de una estrella   

Edith Piaf fue una de las más grandes cantantes francesas de todos los tiempos. No solo sus temas fueron conocidos mundialmente, sino también su tormentosa y agitada vida, que la llevó a la muerte con tan solo 47 años. Celebrando los 100 años del nacimiento de Piaf, llega a escena la pieza escrita por la dramaturga inglesa Pam Gems, que le rinde un justo homenaje a una de las artistas más trascendentales de la música mundial. Para encarnar tan difícil y complejo personaje, se necesitaba una actriz de amplio registro, tanto vocal como histriónico, que supiera dar la talla: en ese sentido, la elección de Patricia Barreto sobrepasa cualquier expectativa. Se trata de una versátil actriz, que participó en puestas en escena de diverso calibre, como en Entonces Alicia cayó (2011) o Confusiones (2014), pero siempre en papeles de apoyo y sorteando además, con estilo, cualquier asomo de sobreactuación. Su creación de Piaf es notable y es el principal atractivo del presente musical, ahora en el CCPUCP.

Asistimos en primer término, a una de las últimas presentaciones de la artista, para luego retroceder en el tiempo y observar a la pequeña y humilde Piaf, cantando en las calles parisinas a cambio de unas cuantas monedas. Es entonces descubierta por el dueño de un cabaret y así empieza su meteórico ascenso hasta su trágico final, en medio de accidentes automovilísticos, adicciones, morfina, alcohol, romances y decepciones, y todo aderezado por números musicales en vivo, a cargo de la misma Piaf y de los demás personajes apenas desarrollados dramáticamente, pero que son interpretados por un competente elenco que acompaña con bastante corrección a la figura protagónica, en el que se encuentran Carlos Casella, Fiorella de Ferrari, Fernando Luque, Armando Mayta,  Mariano Sábato y Gonzalo Tuesta. A destacar en todo caso, el limpio trabajo de Nidia Bermejo, como la íntima amiga de Piaf, logrando un puñado de conmovedoras escenas.

La puesta en escena es bastante fluida y se sigue con interés a lo largo de sus dos actos, acompañada por músicos en vivo y material de video, que sirve para recrear aquella convulsionada época que le tocó vivir a Piaf. El veterano director Joaquín Vargas, que lograra maravillas con Sebastián Reátegui en El Hombre Elefante (2013), aprovecha al máximo el talento de Barreto para construir una insuperable caracterización física, que no se resiente ni siquiera por algunos mínimos detalles referidos al maquillaje y a la peluca. Así como la extraordinaria Marion Cotillard alcanzara los brillos por la encarnación cinematográfica que hizo de la cantante, mucho del contundente éxito de la temporada teatral de Piaf es mérito de Barreto, en la que es sin duda, la interpretación de su vida. Es difícil, se agotan la entradas, pero este montaje es de visión imprescindible.

Sergio Velarde
5 de octubre de 2015