Sermones de Jedi
“El apego está prohibido. La posesión está
prohibida. La compasión, que yo definiría como amor incondicional, es
fundamental para la vida de un Jedi. Entonces se podría decir que se nos
alienta a amar.”
Anakin Skywalker, Star Wars, Episodio II –
El ataque de los clones (2002)
En su tercera temporada, “Camerino Virtual”
ha puesto en escena cuatro microobras virtuales apostando, esta vez, por la
plataforma Te Vi. Bajo el título de “Ellas”, esta temporada aborda “cuatro
historias de mujeres y las diversas problemáticas que pueden enfrentar”, según
se lee en la nota de prensa de la agrupación. Dos de esas historias motivan
estas líneas.
Sermones
Esta historia, de la autoría de Paris
Pesantes, fue escrita para ser montada en un escenario real y vio la luz en el
2018 durante una temporada de Microteatro denominada “Por la iglesia”. En una
versión adaptada, esta obra vuelve a ser montada, esta vez en el escenario
virtual, bajo la dirección de Julia Thays y el trabajo actoral de Nidia Bermejo
y Manu Rodriguez. Versa sobre una maestra de yoga que, a punto de dictar un
taller a través de una plataforma virtual, es confrontada por uno de los asistentes,
su hermano, un fanático religioso, que increpa a la maestra sobre su actual
estilo de vida y le trae noticias de casa.
Como ya se ha dicho, el texto de Pesantes
ha sido adaptado para interpretarse en una plataforma virtual. Es decir, la
convención no es la de dos personajes que están frente a frente, interactuando
en el mismo espacio. Más bien, estos se comunican a través de una
videoconferencia. El punto de vista del espectador es el de uno de los
asistentes al taller virtual de yoga, sorpresivamente interrumpido por esta
discusión familiar. En una experiencia presencial, una situación incómoda
prolongada como esta es medianamente creíble. Si el intruso se rehúsa a irse
por las buenas y continúa incordiando en voz alta, el impase podría durar un
buen rato. Sin embargo, esta misma situación pierde credibilidad si la
trasladamos al entorno virtual. Si alguien no se comporta adecuadamente en una
videoconferencia, el anfitrión puede sacar de la sesión al promotor del
desorden. Muchas plataformas tienen habilitada esta función. Esto no es lo que
sucede en esta versión de Sermones: después de la sorpresa inicial, y los
primeros puyazos (ida y vuelta), la situación se prolongó tanto, que era
inevitable no preguntarse por qué la instructora seguía permitiendo semejante intromisión.
Fuera de que la misma dramaturgia propone que la constante increpación del
hermano anteceda por una buena cantidad de minutos a una noticia que, por su
relevancia, tendría que haber sido lo primero en ser anunciado. Sin embargo, no
estamos aquí para dar nuestro parecer sobre lo que suponemos tendría que haber
sucedido, sino sobre la propuesta del montaje. Siendo así, lo que vimos nos
sugiere a dos personajes que gustan de tener público involuntario cuando sacan viejos
trapos sucios al aire después de años de no verse, y estirar el conflicto todo
lo que se pueda. Más crudamente, les gusta mecharse buen rato y en público,
pudiendo evitarlo. Y a este público incidental -los alumnos que desde el inicio
se ven conectados al taller de yoga y que permanecen allí hasta el desenlace- les
vacila quedarse para ver la mecha ajena (qué rico es el chisme). Para la
segunda mitad de la obra, y ya cuando se han trenzado lo suficiente, los
personajes deciden que es momento de hablar de lo serio: las noticias de
casa. A partir de aquí, el conflicto va
dejando de ser la gresca estridente del inicio, y se torna una discusión más
sobria, honesta y creíble entre estos dos adultos. Nos quedamos con esta
segunda parte, que fluye con naturalidad hasta el desenlace.
En cuanto al aspecto técnico, celebramos la
pulcritud del montaje. La plataforma Te Vi y la banda ancha jugaron a favor del
espectáculo y, salvo una pequeñísima interrupción del lado de Nidia Bermejo, la
transmisión se llevó a cabo sin problemas. Esto se agradece especialmente en
esta era virtual, en la que la permanente amenaza de desconexión siempre ronda.
Y, cuando sucede, no se sabe de dónde viene o cuánto va a durar. Que la obra
fluya sin incidentes permite al espectador volcarse en lo más importante: la
historia que se cuenta. Además, parece que los actores han trabajado para
minimizar el desfase que suele haber en diálogo. El manejo de los espacios y su
simbología es interesante. El contraste entre el cubículo oscuro y reducido en
el que se constriñe el hermano (¿es la cabina de un baño?) y la inmensa sala
con espejos frontales en la que se desplaza grácil la maestra de yoga, nos
habla del grado de libertad que esta propuesta le atribuye a sus personajes.
El trabajo actoral, en general, se mueve a
partir de estereotipos, lo cual, en principio, sería perfectamente válido, de
no ser porque su ejecución se torna monótona. En especial, durante la primera
parte de la obra. Y sobre todo con el personaje que interpreta Manu Rodriguez.
Su persistencia en la diatriba inflamada, los ojos abiertos hasta más no poder,
la boca entreabierta, la articulación exagerada y la cercanía a la cámara llega
a saturar y hasta a aburrir. El fanático religioso que nos plantea no es uno en
particular, sino cualquiera que nos podamos imaginar en una versión caricaturizada.
Contradictoriamente, es el personaje que dibuja el arco más grande e importante
en esta historia. Aunque en menor medida, la maestra de yoga que Nidia Bermejo
interpreta también se acerca peligrosamente a la exageración del estereotipo. Su
excesiva particularización al pronunciar las palabras y estirar las vocales una
y otra vez ralentiza el texto y llega a hostigarnos por momentos. A pesar de
esto, y por el oficio que tiene la misma actriz, sí es posible distinguir
rasgos de verosimilitud en la construcción de su personaje. A partir de que la
historia llega a la revelación de la noticia inesperada, la estridencia en la
dupla cede paulatinamente, y la verdad de la escena empieza a aflorar,
haciéndose más interesante y disfrutable. Es como si el goce estético de la
obra se produjera por contraste. Como si se nos invitara a apreciar el buen
sabor de un plato muy bien preparado, después de obligarnos a comer una entrada
exageradamente condimentada.
Jedi
Al igual que la obra anterior, Jedi, de
Daniel Fernández, fue presentada en la temporada “Por orgullo (recargado)” de
Microteatro, en el 2018. Esta versión de la obra, también dirigida por el
dramaturgo, contó con la interpretación de Natalia Salas y Ricardo Combi. Nos
cuenta la historia del conflicto entre Lady/Jedi, un varón que ha nacido en un
cuerpo de mujer, y su padre, que se resiste a aceptar esta categórica
afirmación. Por cierto, siendo “Ellas” el título de esta temporada, y tratando
sobre las vicisitudes que enfrentan las mujeres, nos preguntamos si Lady/Jedi
estaría de acuerdo en que su historia fuese incluida entre las que se cuentan.
Aunque adaptada para el espacio virtual,
este montaje conserva la convención del espacio compartido por los dos
personajes, dialogando y mirándose como si realmente estuvieran juntos. La
interfaz provista por Te Vi para este propósito fue de gran utilidad, al
disponer las sesiones de ambos actores de forma contigua. Con un fondo blanco y
a una distancia similar de la cámara, parecían estar mirándose el uno al otro.
Sólo miraban a la cámara para romper la cuarta pared y compartir las
reflexiones de sus personajes con la audiencia. Ello contribuyó a la pulcritud
del montaje, que prácticamente no tuvo inconvenientes de tipo técnico con la
banda ancha. Sería conveniente, sí, que la producción buscara mejorar la calidad
del micrófono que usa Ricardo Combi. El audio de su sesión contrastaba con el
de Natalia Salas, que era muy superior.
En cuanto a lo actoral, Salas y Combi
encaran el reto con corrección. Ambos conocen su oficio lo suficiente como para
desenvolverse ante una cámara con la realidad necesaria y, sobre todo, sin caer
en una excesiva teatralidad. Agradecemos de todo corazón que así haya sido. El
personaje que Salas ha construido es creíble en tanto se reconoce el
conflicto de la búsqueda permanente y del dolor ante la incomprensión. Incluso
ante la propia incomprensión de lo que está sucediéndole. En esta búsqueda (la
de Salas y la de Lady/Jedi) se perciben atisbos del estereotipo del machito
wannabe, pero es difícil distinguir si se trata de Salas o de su personaje en
el ensayo-error de su propia afirmación. Por su parte, Combi nos ofrece
un padre que es un pan de Dios. Todo dulzura con su Lady, incluso en los
momentos de enfrentamiento y conflicto entre ambos. Hasta da pena verlo
renegar. Con un personaje así, la oposición que ofrece es menos la del padre
severo y opresivo y más la del papá al que se le va a romper el corazón. No
sabemos cuán consciente haya sido la dirección en ello, pero esto cura a la
obra del estereotipo del progenitor agresivo e intolerante ante el cambio que
no ve venir. Quizás, por ello también, extrañamos en la construcción de Salas
un tantín más de conmoción, de alma estrujada, de guerra interna al adivinar el
tsunami emocional que samaqueará al padre. Fuera del trabajo actoral en
referencia a la construcción de personajes, consideramos pertinente hablar del
uso que se le da al sable jedi de juguete en la obra. Al igual que muchas
armas, los sables o espadas son considerados símbolos fálicos. Como explica
Marco Aurelio Denegri, “sabido es que las representaciones fálicas resguardan
de daños y peligros y evitan las desgracias”. Esta es, justamente, la función
que el sable cumple en esta obra: se le usa cuando se le augura a Lady/Jedi
todo aquello a lo que se enfrentará. Como propuesta en el papel es muy
interesante. Sin embargo, todo esto se diluye cuando vemos un sable de juguete
de apariencia risible. Es obvio que no se puede usar un sable jedi de verdad,
pero la opción que este montaje propone no parece ser la más adecuada.
Nos queda claro que estas dos historias
abordan más de una temática, y que algunas de ellas son transversales. Desde
nuestra modesta perspectiva, estas historias también nos hablan del amor. Del
amor incondicional. De un amor consciente y activo que vence las barreras del
propio prejuicio y se sobrepone a las heridas antiguas para intentar el
reencuentro pleno, sin condiciones, entre dos personas. Este es el tipo de
historia de amor que nos inspira y alienta a amar a ese “otro” que, siéndonos
extraño, es el que está próximo a nosotros y nos necesita aún más cerca.
David Huamán
22 de agosto de 2020