A Alfonso Santistevan lo vimos actuando recientemente en el apreciable
montaje de El Camino a la Meca, dirigido por Mikhail Page. Santistevan no solo
es un buen actor, sino que además es un dramaturgo de evidente talento. Su
primera obra, El caballo del Libertador (1986), tuvo un considerable éxito en
el momento de su estreno; y la última, La puerta del cielo (2010), fue una de
las pocas obras peruanas estrenadas en el Teatro La Plaza. Una pieza clave
dentro de su dramaturgia es Vladimir (1994), que se mantuvo sin re-estrenar
durante años. Page le rindió un merecido homenaje a Santistevan y puso en
escena Vladimir, por una corta temporada en el Teatro Auditorio Miraflores. ¿Mantiene
su vigencia esta historia con fuerte contenido político, escrita en plena
década de los noventas, para funcionar de la misma manera en la actualidad?
Vladimir nos cuenta los últimos días de una mujer (Magali Bolívar) en el
Perú, antes de viajar contra su voluntad a los Estados Unidos a buscar un
futuro mejor, viéndose obligada a dejar
a su hijo adolescente Vladimir (Jorge Bardales) al cuidado de su tía. Y el
nombre que eligió para su hijo, delata inequívocamente el pasado y presente socialista
de la mujer, que pasa sus últimas horas en medio de los recuerdos del padre de
su hijo y del fantasma del Che Guevara (ambos interpretados por un sobrio Alonso
Cano). El subtexto político funciona y es creíble gracias a la cuidada
dirección de Page y al competente elenco, en el que también habría que destacar
el trabajo de Giovanni Arce, como el divertido amigo de Vladimir. Acaso en
estos días, para los más jóvenes, los discursos revolucionarios pueden sonar
anacrónicos, pero reflejan con contundencia una época específica difícil de
olvidar para quienes la vivimos.
Pero Vladimir funciona, y muy bien, cuando explora también la compleja
relación entre una angustiada madre y su hijo adolescente: tal como lo escribió
Carlos Vargas en su crónica, Magali Bolívar y Jorge Bardales están
extraordinarios. También es una rara ocasión de retroceder en el tiempo, como
lo hiciera la notable La eternidad en sus ojos de Eduardo Adrianzén, de ver en
escena los cassettes, los walk-mans, los teléfonos con rin; es decir, aquellos
recuerdos de una época que ahora puede resultar hasta cavernaria para los más jóvenes,
que les toca hoy por hoy vivir una vida a mil por hora. Vladimir, que llegó
gracias a Munay Producciones y Bunbury Teatro, es la agradecida
reposición de una obra antológica y vigente de Alfonso Santistevan.
Sergio Velarde
24 de julio de 2014