“Si un profesor de teatro no fascina, no sirve”
Azul Crisálida, grupo de teatro de la Universidad Pontificia
Bolivariana de Colombia, estrenó su obra titulada Las heridas del silencio, un homenaje
a las víctimas de la toma del Palacio de Justicia, ocurrida el 6 de noviembre
de 1985. La obra se presentó en el marco del Festival iberoamericano de Teatro Universitario
de la Garcilaso de la Vega de este año. El director del colectivo Alberto
Sierra (en la foto, el segundo desde la izquierda) conversó con El Oficio Crítico, en un alto de los ensayos previos a su
presentación en nuestro país. “El grupo Azul Crisálida ya tiene 20 años de
actividad”, refiere Sierra. Las heridas del silencio narra la historia de
Ismenia, una mujer solitaria que desde pequeña se enamora de Amarales. Con el
tiempo se convierte en espiritista y a través de la lectura de cartas comienza
a buscar a su amor platónico entre todas las ánimas, pero una serie de
espíritus impide que llegue al lugar donde se encuentra enterrado.
“Como integrantes del grupo tenemos estudiantes de varias carreras como
medicina y economía, con ellos realizamos un taller de iniciación teatral con juegos
escénicos durante un año; todo redunda en un montaje final”, manifiesta el
director. La preparación de sus estudiantes dura entre año y año y medio,
dependiendo de las características del montaje. “Normalmente, yo mismo escribo las
obras, pero hemos tenido ocasiones en las que trabajamos obras de autor; normalmente
son los mismos muchachos y según retos de formación los que deciden las obras
que haremos, pueden ser temas que nos inquieten de orden social, pedagógico,
académico o alguna campaña que la universidad quiera hacer, según el momento”,
cuenta. Azul Crisálida, en sus 20 años ha visitado escenarios de Perú, Chile, Ecuador,
Brasil, Argentina, Cuba, Venezuela, El Salvador, República Dominicana y México;
y ha presentado aproximadamente 30 obras de teatro, entre originales y
adaptaciones.
Entre sus puestas en escena figuran, por ejemplo, Amor adicto, que
nació debido a que la Facultad de Cultura y Bienestar Universitario había
detectado problemas de depresión por causa de enamoramientos. “Algunos cogían como
un objeto al sujeto amoroso; nos pusimos la tarea de indagar sobre los afectos,
reunimos material y la obra se llamó Amor adicto”, relata Sierra. Hace dos, la
noticia de moda era la gente que era encontrada, de manera muy cruel, sin pupilas
y sin riñones en hoteles; indagamos entonces sobre el comercio de órganos que
existía en la ciudad. “A veces nos planteamos preguntas muy teatrales, como por
ejemplo: ¿qué pasaría con un hombre sin nariz? Así como en el cuento del ruso
Gogol, nos preguntamos qué seriamos nosotros sin la nariz, si se nos caerían
las gafas, si nos cambiaria el rostro; hicimos una farsa sobre el cuento. Con diferentes
tipos de nariz, la nariz cornuda, la nariz garfio y todo tipo de narices”.
Ser un profesor universitario de teatro
Consultado sobre las ventajas que tienen los estudiantes universitarios
que llevan talleres de teatro dentro del centro educativo, Sierra nos contesta
que “la más importante es el despertar
de ellos frente a un elemento de la fantástica, pues la universidad forma a un
sujeto en función a unas lógicas que tiene la profesión para desarrollarla en
la sociedad, pero nosotros despertamos en el estudiante unas sensibilidades,
sensorialidades ante una forma de ver el mundo desde la imaginación, a partir
de esa cosa ilógica pero lógica que tiene el teatro”. Refiere también que ayuda
a la expresión corporal, no en cuanto al físico, sino a la expresión del cuerpo
sobre cómo manejar la expresión que pueda dar mi corporalidad y también, por
supuesto, la expresión vocal. “El muchacho que se inicia en el teatro, entra
casi nulo en expresión vocal, pero luego comienza a despertar su expresión, y también
va desarrollando un trabajo con el público, ya que muchos de ellos serán
conferencistas y qué más que el teatro para ir desarrollando estos elementos”.
Entre las características que debe tener un buen profesor de teatro,
Sierra menciona que debe tener el poder de la fascinación. “Si un profesor no
fascina, y tiene toda la pedagogía, los títulos, es el mejor actor, sencillamente
no sirve”. También debe querer a sus alumnos, pues refiere que “yo, como
profesor, he venido a querer a mis muchachos y no a que ellos me quieran a mí. Eso
sí, todo el tiempo tiene que haber rigor, sin confundir terror; uno exige
disciplina, estudio, comportamiento, una cantidad de cosas que tiene que ver
con el querer. Y yo les exijo eso: que se concentren en eso, que aprendan que
el teatro los puede querer y no al revés”. Sierra explica también que debe
existir “el sentido de alteridad; es decir, que la verdad está en el otro, la
verdad no está en mí”, finaliza.
Sergio Velarde
22 de noviembre de 2014