Las trampas del estereotipo
¿Se estrena una nueva obra con personajes estereotipados extraídos de nuestra realidad? ¿Es que acaso nuestra creatividad no da para más? ¿Se nos acabaron las ideas? ¿Qué de novedoso puede ofrecer una historia en la que una tía charapa y su engreída sobrina deciden alquilar cuartos de su propia casa, recibiendo a un puñado de peruanos clichés, desde el actor fanfarrón que se cree argentino hasta la cucufata vecina que lee la Biblia? Pues siendo sinceros, y a pesar de la gran trampa que representa el jugar por enésima vez con los trillados clichés que nos ofrece nuestra sociedad, el saldo final de la puesta en escena de “Peruchos” de Omar Honores con la dirección de Pipo Gallo en el Teatro de Cámara, resulta positivo. Pero más por algunos esfuerzos aislados, que por el trabajo en conjunto de dirección, actuación y dramaturgia. Y es que el esfuerzo realizado por parte del elenco durante los ensayos es evidente, pero merecieron una mejor suerte y una mejor oportunidad para crear algo verdaderamente novedoso.
Ver “Peruchos” es como apreciar en vivo un capítulo largo de Friends o Seinfeld (salvando las distancias), pues la dramaturgia y la dirección nos remiten irremediablemente al formato televisivo. Existen en la obra un par de buenos gags, pero los enredos físicos entre los personajes, que constituyen el mayor atractivo de las sitcoms, están completamente desaprovechados por parte del elenco y la dirección. La obra no puede sostenerse sólo de los algunos ingeniosos diálogos, definitivamente presentes en la dramaturgia. Más aún cuando existe un gran desnivel en el trabajo actoral: destaca nítidamente Ana Pfeiffer en el papel de la tía charapa, quien sin proponérselo se convierte en la gran atracción de la puesta en escena. Ante ella, resultaba preferible para el resto de actores mantener un perfil bajo y contención en la interpretación del personaje, lo que logran en gran medida Mario Rengifo como el artesano marihuanero y Marietta Tonsmann como la pituca con ganas de expandir su universo. El resto del elenco logra contados buenos momentos en forma aislada, pero pecan de extremadamente sobreactuados como en el caso de Claudia Rua como la sobrina aniñada, o en el del mismo autor de la obra, Omar Honores, como el arquetípico cholo recién llegado a la capital.
A pesar de sus defectos este “Peruchos” se deja ver y no tiene como objetivo principal enviar un mensaje a nuestra conciencia. Resulta válido como un simple entretenimiento, que fue en principio la razón misma de su existencia. Y todo ello a pesar de haber caído en otra trampa: la de remarcarnos el mensaje final antes que se cierre el telón: “Los peruanos debemos estar siempre unidos”, como si el público no fuera lo suficientemente inteligente como para no percatarse de lo evidente. Demasiadas trampas pudieron echar abajo este proyecto. No lo hicieron, sin embargo los realizadores deben estar más atentos y no bajar la guardia. “Peruchos” necesita una reestructuración urgente si desea seguir en la brega.
Sergio Velarde
27 de octubre de 2008