lunes, 29 de febrero de 2016

Entrevista: FERNANDO CASTRO

“Como actor, tus respuestas y decisiones deben ser únicas”   

Una de las más gratas sorpresas  que nos deparó  el 2015 fue el estreno de Los regalos, un excelente espectáculo en el que el cuerpo de los actores cobraba una importante presencia. El esfuerzo de su director Fernando Castro fue recompensado por El Oficio Crítico como el mejor trabajo de dirección del año. “Lo único que ha hecho que el teatro sobreviva a lo largo de los años, a pesar del cine y todas las maravillas tecnológicas, ha sido la capacidad de reproducir realidades, teniendo gente delante de gente; y el espectador sabe eso y lo percibe, porque son cuerpos”, reflexiona Fernando.

Las posibilidades del cuerpo

Fernando nunca sintió la pasión propiamente dicha cuando actuaba en el colegio. “Estaba más bien metido en literatura, era muy intelectual. Entré a la Católica para estudiar literatura. Algo pasó en mi adolescencia que hizo que dejara de moverme”, recuerda. En el 2002, Fernando trabajaba en Desarrollo Humano y parte de sus labores era lidiar con adolescentes, así que decidió entrar a los talleres de Pataclaun, que en aquella época dictaban July Natters y Sergio Paris. “Me fue pésimo, nunca en mi vida había fracasado tanto. Tenía 22 años, era un idiota en aquella época ahora que lo veo. Me digo cuánta paciencia tuvieron mis profesores”. Si bien en ese momento, Fernando no se sintió listo, quedó con la necesidad de continuar. Es por ello que poco a poco fue dejando su labor en UNICEF y llevó un taller de danza con Mirella Carbone. Posteriormente, regresa a Pataclaun, pero ahora sí, para quedarse.

Consultado sobre su experiencia con la destacada bailarina Mirella Carbone, Fernando responde que ella “es una gran bailarina, es increíble verla; es una mujer que se ha hecho sola, que desarrolló su propia línea”. Luego de su experiencia con la danza, Fernando viajó a Argentina con Pataclaun (a cuatro años de su fracaso) para perfeccionar su formación en clown. “Ingresé a un taller intensivo de 4 meses con profesores de la Escuela de Lecoq en Francia, te encerraban con 20 personas de todo el mundo, eso terminó de cambiar mi visión del teatro, las posibilidades del cuerpo, el bufón, golpes y caídas”, menciona.

“Siento que hay un vacío en la formación de los actores en Perú”, reflexiona Fernando. “Por ejemplo, acá hay una línea del teatro entendido (y pasó en muchas partes del mundo) como un espacio en el que dos personas se sientan a hablar y a retarse a través de un texto escrito por una persona de otro país, delante de un decorado más o menos realista. La idea del teatro físico parte de recoger tradiciones del teatro oriental, de las máscaras, de recuperar el cuerpo como un canal de comunicación más emocional antes que intelectual, como un canal universal”. Para Fernando, entonces, la experiencia del cuerpo es universal. “Desde esa perspectiva, no hay actor sin su cuerpo; mientras que acá el cuerpo es accesorio, para mí, es lo contrario, es lo primero. Se saca al director y escritor del centro del acto teatral y se pone al cuerpo del actor, las creaciones desde los cuerpos de los actores.”

Los regalos de las artes escénicas

Fernando afirma que todas las escuelas piden lo mismo a todos los aspirantes a actores: veracidad. “Es un mecanismo tramposo, pues es una ficción que tiene que parecer verdadera”. En segundo lugar, ubica la capacidad de jugar. “Es una palabra sencilla y compleja a la vez, para nosotros desde el teatro físico. Consiste en respetar reglas, generar espacios donde el actor tome decisiones al instante, donde existe el riesgo, el trabajo en equipo y la convención”. Para Fernando, el jugar permite entrar a lugares que no conoces y descubrir cosas. Finalmente, reconoce que es importante contar con la capacidad de sorprenderte, de ser único. “Siempre les digo a mis alumnos: si lo que haces lo pueden hacer diez personas distintas, entonces eres descartable; debes ser único, tus decisiones y respuestas deben ser únicas, debes sorprenderte y sorprender.”

Por otro lado, Fernando considera que el trabajo del director es muy amplio. “Primero, debe ser un observador del mundo; incluso más que el actor; observador de la condición humana”. Reconoce además, que en su caso, lo que más le ha costado hacer como director, ha sido el aprender a comunicar su visión. “Un director debe saber comunicarse con sus actores, productores e iluminadores; además debe ser un seductor, tiene que hacer que la gente quiera lo que él quiere”. ¿Un director que a la vez sea actor sería una ventaja? “Esto lo he reflexionado: creo que cada uno es distinto, que cada experiencia es distinta. En mi caso me ha servido mucho, todavía actúo esporádicamente y lo tomo como un proceso de aprendizaje. Aunque antes que director me considero profesor”, asegura.

Sobre la génesis de Los regalos, Fernando comenta que fue un proyecto que se inició desde el 2013. “Con uno de mis alumnos y socios, Diego Cabello (que interpretó al hijo menor en dicha puesta), nos juntamos en pensar un proyecto”, rememora. “Decidimos abrir talleres en mi casa y fundar una compañía de teatro. Ese diciembre nos fuimos a Tacna; y justo antes de partir diego me acompañó a recibir a mi hermano mayor que había llegado de viaje, y que me había traído un chaleco con luces para mi bicicleta. Diego me dijo que nunca me habia visto tan niño frente a alguien, que cuando mi hermano me daba un regalo mis ojos brillaban, y yo no había sido consciente de eso”. De pronto, todo el viaje se convirtió en una larga conversación sobre los hermanos y sus propias relaciones con sus hermanos varones, que los llevó a su vez a hablar sobre sus padres. “Durante la conversación, que duró el viaje hasta Tacna, aparecieron algunas imágenes principales del espectáculo: la primera escena, con el papá en el volkswagen y sus dos hijos peleándose por sentarse adelante; y el hijo que bañaba a su padre.”

Con la entrada de Eduardo Cardoso (quien interpretó al hermano mayor), se fue materializando la idea de presentar estas ideas en un proyecto teatral. “Si queremos hacer esto, hay que hacerlo bien. Margarita Reyes Ibáñez nos ayudó a formalizarnos y decidimos hacer la obra como nuestra inversión. Desde que tuvimos las primeras ideas hasta estreno, pasaron  año y ocho meses”. Fernando tuvo que encontrar la música adecuada para que aparezcan las imágenes y juntarse con Federico (Abrill, co-autor de la puesta). "Luego él se juntaba con todos nosotros y nos contábamos nuestras experiencias. Cada vez que contábamos la historia de Los regalos, alguien quería contarnos su experiencia con sus papás y hermanos. El proyecto fue una inversión, fue muy duro, pero movilizador. Los regalos fue muy agotador, pero nos ha devuelto mucho”, asegura.

Este año tendrá a Fernando muy ocupado con varios proyectos. “Será un año largo: nos fuimos a Chile con Tu voz persiste, espectáculo con un grupo del taller de Roberto Ángeles, y que reponemos en junio en el Centro Cultural de la Católica. Se trata de una obra de teatro físico, pero con texto. Participan actores que manejan bien el texto. Se trata de una peña criolla fantasma, los chicos cantan, ves pequeñas es cenas sin conexión; es un poco el tema de cómo uno hereda el patrón del amor de los padres”. Por otro lado, habrá una esperada reposición de Los regalos en el Centro Cultural Ricardo Palma apenas regresen del Festival Arena de Alemania, ha donde ha sido invitada la obra. “Este año no estoy dando clases, porque necesito enriquecerme. Me han llegado tres propuestas: en una, voy a actuar en La odisea de Els Vandell; en otra, seré asistente de dirección en Mucho ruido pocas nueces; siento que ambas son preparación para mi proyecto de fin de año, que dirigiré Deshuesadero para Sala de parto”, finaliza.

Sergio Velarde
25 de enero de 2016

domingo, 28 de febrero de 2016

Entrevista: CARLOS MESTA

“El actor tiene generalmente una buena dosis de irresponsabilidad e inconsciencia”   

Uno de los actores peruanos más completos del medio en la actualidad es, por supuesto, Carlos Mesta. Su sentida actuación en Salir, escrita por Daniel Amaru Silva y codirigida por Rodrigo Chávez y el mismo autor, tocó fibras muy sensibles en los espectadores, ganando con justicia los premios de público y jurado de El Oficio Crítico como el mejor actor en la categoría Drama. “Me formé en la escuela de Ricardo Blume, aunque previamente había estado algunos meses en el Club de Teatro de Lima, con Reynaldo D’Amore y Arturo Valero”, menciona. Carlos es arquitecto de profesión, a pesar de tener una familia llena de médicos. “La única excepción sería mi sobrina Miluska. La encontré en una grabación, ella está estudiando en la ENSAD. Mi abuelo, que era del norte, también estuvo relacionado con el arte: él era contador, pero llevaba artistas en barcos a vapor hasta Chiclayo.”

Sus primeros estudios y la genuina vocación

“Descubrí el teatro en tercero de secundaria”, refiere Carlos. “Al igual que (Luis) Peirano, que se dio cuenta de que le gustaba porque lo hacía en serio”. Ya en la universidad, estudiando arquitectura, una compañera suya, llamada Mariela Tuccio (sobrina del notable actor Calos Tuccio),  le avisó de un grupo de teatro aficionado, que en ese entonces dirigía Teresa Ampuero de Díaz. “Ahí conocí a José Enrique Mavila y Javier Valdés, éramos todos jovencitos de 19 y 20 años”. Luego de su paso por el Club de Teatro y la Escuela de Blume, Carlos entró a diversos talleres con maestros como Alberto Isola y Roberto Ángeles, y con prestigiosos colectivos como Yuyachkani. “Posteriormente me fui a Nueva York a estudiar con John Strasberg (hijo del legendario maestro de teatro estadounidense Lee Strasberg de la Actor”s Studio) y fue un hito en mi vida, pues entendí de lo que se trataba la actuación para mí. Una relación íntima entre mi alma y la verdad.”

Sorprendentemente para Carlos, un actor de teatro tiene generalmente una buena dosis de irresponsabilidad e inconsciencia. “Si el artista tuviese alguna lucidez para saber lo que le espera, entonces difícilmente se arriesgaría a este oficio. Y contradictoriamente, debe tener mucha sinceridad y honestidad con sus impulsos de vida”. Pero considera que debe ser consciente de su vocación, a pesar de todo. “Y tener disciplina (como me lo enseñó Blume), es decir, un rigor que tiene que ver la precisión de su arte, no con una cuestión impositiva. Se trata de un rigor personal por trabajar, sin flojera y sin desfallecer, a pesar de todo, hasta conseguir su objetivo final. Nunca pasando nada por agua tibia". Todo esto sin mencionar el talento, que para Carlos también se puede desarrollar, pues “es la capacidad que tienes para percibir la realidad, hacerla tuya y devolverla digerida a un público que no ve lo que tú ves.”

Por otro lado, Carlos afirma que un buen director de teatro “debe tener algo que decir; no digo que el actor no lo tenga, pero el director tiene un lienzo más grande”. También considera que un director es un contador de historias, es un ser humano que intenta saber de qué se trata la vida y que debe tener una opinión estética para contarla. “Desde mi ángulo, un director tiene que saber qué quiere contar, pero no tiene que anticiparse tanto en su montaje, y los actores tampoco. Debe saber un poco más, documentarse y leer más, los actores se lo van a demandar”. Carlos confiesa que como director, él confía en su intuición y que no prepara tanto los ensayos. “Soy escenógrafo”, menciona. “Llego con mi zonificación de dónde voy a distribuir las cosas. Un director tiene que tener claro el lugar donde ocurre la acción, el tiempo y las sensaciones: dónde es, cuándo es y cómo es. Pero luego, debe tener su recipiente vacío, para que vayan entrando propuestas de los actores. El montaje se va resolviendo en base a las asociaciones entre los pedazos de la historia. Las asociaciones son como partituras musicales, el ritmo de esa música debe estar presente en el montaje, siempre.” Finalmente, menciona que en las escuelas profesionales de dirección escénica, al director lo hacen actuar. “El director tiene que leer planos, saber de colores, de música; la actuación es un rango, una categoría más, manejar esta codificación es necesario.”

La imprescindible escenografía y sus últimos montajes

“La escenografía es absolutamente fundamental y no lo digo por ser escenógrafo”, refiere Carlos. “Saber dónde ocurre la acción, dónde cuento mi historia. Cuando un cómico ambulante se para en una plaza a contar algo, lo primero que hace es trazar su espacio, y aún si no lo traza, la gente se ubica en círculo. Ese es el principio del teatro griego semicircular: el público mismo te dice instintivamente cuál es el espacio, aquel espacio sagrado que transforma el espacio cotidiano en extracotidiano. El lugar es algo primigenio, metateatral”. Y es que el público, si no sabe dónde ocurre la historia, se frustra o simplemente decide ponerle un lugar a la acción. “El minimalismo debe ser muy claro; si el director y el escenógrafo no establecen dónde transcurre la historia, el espectador, después de varios minutos de fastidio, lo hará por ellos. La escenografía es una escritura en escena."

Carlos reconoce que en estos últimos años (y antes de Salir) ha tenido una racha de montajes de excelente calidad, como Cómo crecen los árboles, Este hijo y El continente negro. “Estaba en una reunión y mi amiga Alexa Centurión (su coprotagonista en Oleanna) me dijo que Daniel Amaru Silva quería ofrecerme un personaje. Él se acercó y me pidió que leyera su obra, me la envió y le respondí inmediatamente: “Tu obra me ha emocionado, ¿cuándo empezamos?”. Mi respuesta le gustó a Daniel". El trabajo empezó y Carlos se sintió muy cómodo, no solo por el texto, y por la garantía que le ofrecía La Plaza y la producción de Sala de Parto, sino por el estímulo adicional de ser co-dirigido por Daniel y por Rodrigo Chávez. “Son dos directores jóvenes, brillantes, dispuestos a contar una historia de forma no convencional, muy conmovedora, y adulta para sus veintitantos años.”

Salir tocó fibras muy sensibles no solo de los actores, sino también del  público que alcanzó a ver la puesta en escena, que contó con una dirección bastante peculiar. “Empezamos a ensayar las entradas y salidas con módulos y vestuario convencional, pero algo me pasaba con esa estética, no llegaba a digerirla, a comprenderla. Hasta que un día, por algunos problemas que tuvimos, nos indicaron que digamos todo hacia el público, relacionándonos entre nosotros. Cuando terminamos la pasada, fue tan maravillosa que le dije a Daniel: ‘¿Y si la hacemos así?’. Era una locura, pero Daniel me dijo: ‘Eso lo teníamos pensado desde el inicio’ (risas)”.

Al recibir la distinción otorgada por El Oficio Crítico, Carlos mencionó un problema que afecta seriamente a las salas, y es la poca afluencia de público a pesar de las numerosas propuestas teatrales de alta calidad en nuestra capital. “Creo que hay una contradicción entre lo que uno quiere hacer y lo que el público quiere ver”, reflexiona. “La forma cómo quiero ser mirado y la forma cómo me miran: la armonía entre esos impulsos generaría el público. He tenido continuidad  de trabajo en las obras dramáticas, me gustan, pero también son un placer las comedias y los buenos musicales. Hace poco vi En el barrio y me encantó, como también los musicales de Denisse (Dibós, productora de Preludio). Me encantaría hacer comedia y cantar un poco más, hay que barajar todas estas alternativas para mantener una sala llena. Y es que la comedia del arte nace así, como dijo Eugenio Barba: entretener es la base cero, un par de actores, que para no morir de hambre, abren el telón y te entretienen. Si no lo hacen, no les pagas y no comen, así de simple. Por supuesto que a partir de esta base se construyen otras reflexiones mayores que le dan sentido al teatro en nuestras vidas."

Entre los proyectos que tiene Carlos entre manos se encuentra la dirección de la pieza Teresa Raquin, escrita por el padre del naturalismo francés Emile Zola. “Se estrenará el 14 abril en el Teatro de Lucía. Es una tremenda obra, actualmente en temporada en Broadway. Estamos haciendo nuestra versión”. ¿Actuar o dirigir? Carlos contesta inmediatamente: “Ahora me provoca mucho más dirigir y bueno, actuar… es inevitable actuar, siempre aparecen cosas. Por otro lado, espero que haya más producción nacional en televisión para la cantidad de actores que están saliendo, especialmente producción de historias corales, es decir, de muchos personajesFinalmente, Carlos nos cuenta que enseñará en el primer taller de actuación que se abrirá en el Teatro de Lucia, a partir del 15 de marzo. Habrá audiciones el viernes 11 y el sábado 12 de marzo. Los interesados pueden escribir a: tallerdeactuacioncarlosmesta@gmail.com

Sergio Velarde
26 de enero de 2016

sábado, 27 de febrero de 2016

Entrevista: LIZET CHÁVEZ

“Conozco gente que solo con trabajo llega a hacer cosas muy hermosas”   

“Siempre me gustó la actuación desde chiquita”, confiesa la joven intérprete Lizet Chávez, ganadora del premio de El Oficio Crítico como la mejor actriz en la categoría Drama por la obra Stop Kiss, una intensa historia de amor entre dos mujeres en medio de una violenta sociedad, acompañada en escena por Fiorella Pennano y dirigida por Norma Martínez. “Estudiando Ciencias de la Comunicación en la universidad San Martín, decidí ser actriz profesionalmente. Me encantaba actuar en el colegio, pero nunca lo vi como una carrera. Soy la primera artista en mi familia, luego me siguió mi hermano que estudió Artes Escénicas en la Católica”, menciona.

Sus inicios como actriz

Lizet llevó un primer taller con Aristóteles Picho siendo muy joven, para luego ingresar al Club de Teatro de Lima. “Para mí, el Club lo fue todo, fue mi primera casa. Me acuerdo de Angelita Velásquez (su profesora en su primer año), su disciplina y su pasión por trabajar. Me acuerdo también de Paco (Caparó, en su segundo año), que me enseñó a trabajar en grupo; y de Sergio Arrau (en tercer año), que me daba con palo (risas), era súper crítico, pero me enseñó bastante y terminé de tomar la decisión de dedicarme a esto”. Lizet terminó Comunicaciones paralelamente con el Club, pero prefirió no sacar su título, entrando al taller de Roberto Ángeles. “Al ser un taller profesional, te hace ver la actuación de esa manera”, reflexiona Lizet. “En sus tres niveles, te enseña conceptos como la acción, el obstáculo, la verdad; la transformación en el personaje; y a tener un lenguaje teatral con tus compañeros, respectivamente”. La técnica de Ángeles es confrontar las escenas con los mismos alumnos, fomentando la crítica constructiva. “Mi grupo me encantó por su compañerismo y por el nivel de competencia, eso te enseña bastante.”

Para Lizet, un buen actor de teatro debe tener ciertas características fundamentales. “Debe saber escuchar, ser sensible o empático y también ser humilde”. Ella no menciona el talento, pues considera que el trabajo del actor es mucho más importante. “Conozco gente que solo con trabajo llega a hacer cosas muy hermosas, mucho mejores que otras con un mayor talento; pienso que el trabajo es muy necesario”. Por otro lado, un buen director de teatro debe “tener algo que decir, debe saber escuchar y tener tolerancia”. Considera además, que ser actor y director da otras herramientas para acercarse a los actores. “Cuando trabajé con Norma en Stop Kiss, ella me ayudaba utilizando términos que conocía como actriz; fue muy generosa conmigo como actriz y como directora. Más que tolerancia, creo que una característica de un buen director sería su generosidad, pues tendría una mayor comunicación con sus actores.”

“Creo que un actor y un director van creando la obra desde el inicio, pues no creo que un director tenga todo claro al 100%”, afirma Lizet. “Puede que, por ejemplo, el elenco que tenía en mente no pueda participar en el montaje. Entonces la obra se va modificando en el camino, con los actores, con el equipo. El proceso es importante. Navegar y descubrir la obra juntos, el actor y el director, es un proceso interesante”. Lizet confiesa también que le parece sumamente difícil la tarea de dirigir una obra.

Montajes y proyectos

Lizet ha tenido la suerte de intervenir en varios montajes que destacaron por su alta calidad, entre ellos, Karamazov, adaptación de la novela de Fedor Dostoiesvki por Mariana de Althaus. “Yo ya había trabajado con ella hace años (en la obra Lamiak), es una gran directora y estaba feliz de trabajar con ella”. Lizet no había leído la novela, y al hacerlo le pareció muy hermosa, pero con ideas filosóficas muy difíciles de trasladar al teatro. “Aprendí muchísimo no solo de la obra, sino también de cómo llevar una novela al teatro. Además, en el elenco todos éramos amigos”. Otra  puesta en escena, que se caracterizó por dividir al público y crítica, fue Falsarios, escrita por Gino Luque, dirigida por Carlos Galiano y estrenada en el MALI. “Con Carlos ya había trabajado en Newmarket y Gino escribe súper bien”, comenta. “El montaje me pareció una locura, pero me lancé, creo que lo mejor siempre es arriesgarse”. El personaje de Lizet, una muchacha idealista que decide tomar el camino subversivo, le permitió explorar también nuestra realidad. “Fue todo un aprendizaje para mí, yo me identificaba con la obra, pues me considero idealista. Me ayudó a entender nuestra realidad y considero que fue un reto para todos”.

Sobre Stop Kiss, una obra que aborda temas tan actuales como la violencia y la intolerancia, Lizet solo tiene halagos para Pennano, su compañera de escena. “Fue lindo trabajar con ella, la conocí en el proceso. Ella es muy disciplinada, trabajadora. Siempre estuvo dispuesta a trabajar y nos llevamos muy bien desde el inicio”. Sobre la pertinencia de la pieza en un momento en el que se discutía acerca de la Unión Civil, Lizet se mostró sorprendida por la cantidad de violencia que se percibió en los medios impresos y virtuales. “No podía creer tanta violencia. ¡Hasta dónde te puede llevar la intolerancia! La obra te muestra cómo el amor no tiene cara ni sexo, y que eso no puede llevar de ninguna manera a un acto tan salvaje, como lo vemos en escena”. Lizet se muestra también contrariada por los piropos que los hombres le sueltan en la calle. “Leí un comentario sobre que los hombres tenían el derecho de decir piropos. Pues yo me siento maltratada.”

Entre los proyectos de Lizet para este 2016, figura su participación en la obra Casi Don Quijote, dirigida por Paloma Reyes de Sá y producida por Gestus. “Trabajaré nuevamente con Manuel (Gold, compañero de escena en Falsarios) en el Centro Cultural de La Católica”. Además, intervendrá en una obra de microteatro con Jorge Villanueva. “Y para fin de año estaré en el Teatro de la Universidad del Pacífico con una obra dirigida por el director francés Gilbert Rouvière, con gente a la que admiro mucho y por eso estoy muy feliz”, finaliza.

Sergio Velarde
27 de enero de 2016

martes, 23 de febrero de 2016

Entrevista: ROBERTO RUIZ

“El talento es importante, pero sin disciplina no llegas a ninguna parte”   

“Es importante que se enseñe teatro en los colegios”, afirma Roberto Ruiz, ganador del premio de El Oficio Crítico al mejor actor en Comedia o Musical por Víctor o los niños al poder. “Pero no para formar necesariamente actores. Creo que sí debería existir alguna disciplina artística, ya sea música, pintura o teatro para que el niño explore, cree y haga volar su imaginación”. A Roberto siempre le llamó la atención la actuación desde chico e ingresó a cuanto taller se abría. “Me metí a guitarra, a karate y siempre los dejaba. Yo quería ser actor, pero no había taller de teatro en mi colegio. Mis padres me decían que si quería ser actor lo tomara como un hobby”, recuerda.

Su aprendizaje y montajes destacados

Para Roberto, todos los maestros y directores que tuvo le han aportado algo a su carrera. “Empecé en un taller con Carlos Acosta y Cesar Bravo a los 17 años, con ellos aprendí algunas bases para desarrollarme como actor. Los recuerdo con mucho cariño. Al terminar me invitaron a participar en un montaje semi profesional. Con ellos reafirmé que esto me encantaba y que quería seguir”. A los 21, Roberto ingresó al taller de Roberto Ángeles, en donde recibió una formación más completa, para luego reforzar su aprendizaje con Alberto Isola durante 6 meses. “Luego viajé a Paris y me quedé 4 años, estuve en dos escuelas de actuación en donde redescubrí cosas que ya daba por sentadas y pude explorar otras.” Consultado sobre los estilos de actuación en Francia comparados con los de nuestro país, Roberto considera que “el estilo latinoamericano es un poco más expresivo.”

De regreso en Perú, Roberto participa en uno de los mejores montajes del 2014: Metamorfosis, con la dirección de Rodrigo Chávez. “Fue un placer el proceso”, menciona. “Las ideas que proponía Rodrigo y el trabajo que hicimos en conjunto dio el resultado que vieron. Él siempre estuvo abierto a las propuestas e iniciativas. Fue un trabajo colectivo (obviamente guiado por él) muy interesante, ya que dejamos el naturalismo por el expresionismo. Todos aprendimos un poco y lo ejecutamos”. Ese mismo año, Roberto participa en otro reconocido montaje, con un personaje muy particular. “Interpretar a Juan Ramón Jiménez en Un fraude epistolar fue casual. Conocí a Giovanni (Ciccia, director de la obra) hace muchos años en el musical Jesucristo Superstar. Siempre decíamos que haríamos algo, que trabajaríamos juntos, hasta que me propuso la historia. Revisé el texto, me gustó y le llevé una propuesta. No fue exactamente lo que quería, pero así empecé y tomé el personaje. Leí mucho sobre JRJ, documentales, películas y por supuesto sus poemas, hubo mucha investigación“. Por interpretar de manera tan precisa al poeta español, Roberto fue nominado por El Oficio Crítico como uno de los actores del año.

El valor de las artes escénicas

Para Roberto, un buen actor de teatro debe tener disciplina en el trabajo y también consigo mismo. “Debes ser también generoso y saber compartir. Eso es muy importante al trabajar en equipo, porque el teatro es colectivo”. Sobre el talento que deberían tener los actores, Roberto piensa que “todo ser humano puede aprender lo que quiera y lo que se proponga; creo mucho en la persona que nace con dos pies izquierdos, pero que quiere ser bailarín y lo hace porque tuvo disciplina, se marcó una meta. Entonces, el talento es importante, pero sin disciplina no llega a ninguna parte.” Por otro lado, un buen director de teatro “debe escuchar siempre a sus actores y saber acompañarlos en el proceso. Siempre respetar su trabajo y nunca prejuzgar, no dejarse limitar por algunas ideas.”

Roberto ya está empezando a involucrarse seriamente en la dirección, pues ya asistió a Jaime Nieto en El proyecto Laramie (2013) y a Norma Martínez en Stop Kiss (2015). “Como director invito a jugar a los actores; a veces puedo tener claro a donde quiero llegar y descubro con los actores, construimos juntos el camino. Y tener humildad para no dar nada por sentado”. Considera además que es una ventaja para su trabajo como director el ser actor. “Pero no es indispensable, me atrevería a afirmar que se entiende mejor al que está parado en el escenario. A veces el director tiene todo claro, pero el actor no tanto y el lenguaje que usa el director no siempre es el apropiado.”

Sobre Víctor o los niños al poder de Roger Vitrac, una de las mejores comedias del 2015, Roberto reconoce que estuvo en Francia y “no había escuchado nada sobre Vitrac ni que existía la obra”. Cuando es convocado por el director Gonzalo Torres para este montaje de estilo surrealista, Roberto leyó el texto también en francés y se enamoró de la obra. “Hablé con el director y le pregunté cuál era su visión, cómo quería al personaje de Víctor, como un niño niño o un adulto que hace de niño. Empecé entonces mi trabajo de observación, trabajé mucho con Stephanie (Orúe, su compañera de escena en la obra), nos encerramos a ver películas donde hubieran niños. Observábamos y discutíamos conductas, movimientos, relaciones, etc. Lo primero que hago siempre es observar, busco todas las referencias posibles que puedan ayudarme a construir mi personaje.”

Sobre los proyectos que tiene Roberto para este año, menciona que seguirá dirigiendo micro musicales en un Microteatro Lima, y que además participará como actor en una de las temporadas. “Para fin de año estaré en un proyecto en el Teatro de la Universidad del Pacífico con el director francés Gilbert Rouvière, que ya ha trabajado aquí hace algunos años con Miguel Iza y Liliana Trujillo”. Además, ha terminado de grabar sus escenas para la cinta nacional El candidato, dirigida por Álvaro Velarde, protagonizada por Los chistosos de la noticia, interpretando a un asesor presidencial. Todos los éxitos para Roberto en este 2016.

Sergio Velarde
26 de enero de 2016

domingo, 21 de febrero de 2016

Crítica: LA EDUCACIÓN DE LOS CERDOS

Una tibia mirada a los excesos de la burguesía   

Desde hace algunos meses se encuentra en nuestro país la novel compañía española TOC Teatre. El colectivo estrenó La educación de los cerdos, con autoría y dirección de Víctor Zegarra Montes en el Teatro Ensamble de Barranco, luego de varias semanas de ensayo en la capital con la colaboración de la actriz peruana Camila Abufom. La pieza aspira a convertirse en una ácida crítica hacia la burguesía, retratando escénicamente una sencilla y trivial anécdota como es la llegada de un vanidoso y famoso gourmet llamado Richard a la residencia de una acomodada pareja, conformado por la guapa Margaret y el refinado Mike. Pero es en las formas en las que se encuentra el verdadero valor del presente montaje, pues la compañía menciona en la información disponible en internet, que se encuentra en la búsqueda de un lenguaje teatral propio fusionando varias disciplinas artísticas. Y si bien no supera a otras recientes puestas en escena con la misma temática, como por ejemplo, Víctor o los niños al poder (2014) de Roger Vitrac, la presente obra sí logra sostener su acción dramática gracias al talento de sus intérpretes.

Basada en La cata, un relato del popular escritor danés Roald Dahl (autor de Charlie y la fábrica de chocolates, Las brujas y Matilda, entre otras genialidades), la obra pretende desnudar el esnobismo que impera en la alta sociedad. Y esto se logra en gran parte, con la estirada composición de la pareja conformada por los actores Ángela Mesa y Samuel León como Margaret y Mike, respectivamente; ambos inmersos en diálogos superficiales e hipócritas, solo interrumpidos por aquellos intermitentes momentos en los que rompen bruscamente su compostura. La llegada del gourmet (Zegarra Montes) y la posterior apuesta sobre la procedencia de una botella de vino convertirán la apacible cena en un violento cuadro en el que el aparente equilibrio va desmoronándose gradualmente. Se observa un buen trabajo gestual y físico en los actores, que ya habían demostrado en su ópera prima A dos alas de la libertad (2014).

Por otro lado, el espacio que ofrece el Teatro Ensamble es bien aprovechado solo en un inicio, con Mike ocupando el segundo nivel, leyendo cómodamente su periódico en un sillón; mientras que la sirvienta (Abufom) espera atenta y de pie sus indicaciones, en el primero. Esta última tiene además, un comportamiento errático e inexplicable, pues si bien conserva una postura discreta y servicial, esta se rompe bruscamente sin razón aparente en varios momentos. Acaso dentro del terreno del surrealismo se puedan justificar algunas acciones, como el “elevador” que conduce a la cocina, pero acaso incluir más detalles de este tipo pueden servir para enriquecer la propuesta. El ajustado vestuario y el uso de las luces y sonido funcionan para crear la atmósfera deseada, acompañada por el buen desempeño del elenco. TOC Teatre consigue con La educación de los cerdos un sencillo y digno montaje que parodia con acierto a la orgullosa alta sociedad, pero que podría sumar puntos al incluir más elementos del absurdo. Eso sí, con los suficientes aciertos escénicos para volver recomendable el presente espectáculo.

Sergio Velarde
21 de enero de 2016

sábado, 20 de febrero de 2016

Crítica: LA VIDA COLOR DE ROSA

Cattone y la tercera edad   

Osvaldo Cattone nunca defrauda. Y una visita al Marsano jamás es tiempo perdido. Ni siquiera en aquellas puestas en escena con temáticas aparentemente triviales, como acaso lo fueron Con el sexo no se juega (1996) o En la cama (2008), dejan de tener cierto interés, especialmente por la personalidad tan carismática y además, tan fácilmente reconocible de Cattone. Y es que es importante señalar este último detalle, ya que sin contar personajes de caracterización como lo fueron los de El Hombre de la Mancha (1979) o El candidato de Dios (1994), “el personaje” de Cattone en el Marsano es el del eterno macho mujeriego incapaz de comprometerse (al menos al inicio de cada historia) con su pareja de turno, entre quienes se encontraban maravillosas actrices como Regina Alcóver, Sonia Oquendo, Analí Cabrera, Ofelia Lazo, por citar algunas.

Es por ello que, luego de tener a Cattone como protagonista absoluto de Querido mentiroso (2014) y de Justo en lo mejor de mi vida (2015), dos de sus últimos montajes en el Marsano, resulta por lo menos curioso verlo ahora asumir un papel no solo menor en La vida color de rosa, de autoría de Andrew Bergman, sino que por primera vez el actor y director argentino asume “teatralmente” todos sus años, interpretando a un anciano millonario que cae rendido ante los encantos de una viuda bastante mayor con sus hijas ya casadas. Una sabia decisión que demuestra que el ego de Cattone no es mayor que su sabiduría y experiencia sobre las tablas, y que también le permite un desarrollo completo al personaje interpretado por la extraordinaria actriz argentina Grapa Paola, como la viuda en cuestión, que encuentra a su avanzada edad el verdadero amor. Y es que sorprendió verdaderamente que Cattone no apareciera en la última escena, dejando brillar a Grapa en su sentido monólogo final. 

Con un sólido elenco, en el que se encuentran Sandra Bernasconi (la última musa de Cattone), Ricardo Combi, Paco Varela y Cecilia Tosso, la pieza aborda con sobriedad y con bastante humor la incómoda situación que enfrentan los hijos ya maduros con sus padres de la tercera edad, cuando deben hacerse cargo de estos últimos. Por otro lado, la producción en el Marsano, como siempre, impecable. La vida color de rosa no solo funciona como una entretenida comedia, no carente de genuinos momentos de ternura y reflexión, sino que consolida a Osvaldo Cattone como un impostergable y necesario referente teatral. Y a pesar de no tener las largas colas de antaño, la vida en el Marsano sigue adelante sin defraudar a sus fieles espectadores.

Sergio Velarde
21 de enero de 2016

viernes, 19 de febrero de 2016

Entrevista: PATRICIA BARRETO

“Creo que todo aquel que trabaja el arte a profundidad es talentoso”   

Una de las grandes actuaciones que nos dejó el 2015 fue, sin lugar a dudas, la de la joven actriz Patricia Barreto en el musical Piaf. “Asumí el reto de interpretar a este icono de la música, y para no dejar mal ni a mi director (Joaquín Vargas) ni a mí misma, me preparé durante un año, estudié canto y francés, hice todo lo que tenía que hacer”. Sus esfuerzos fueron recompensados, no solo con una de las temporadas más exitosas del año pasado (luego de la Alianza Francesa, la obra tuvo que reestrenarse a pedido del público en el Centro Cultural de la Católica), sino también con el premio de El Oficio Crítico a la mejor actriz en Comedia o Musical. “Siento que lo di todo”, afirma. “Fue el máximo que pude dar en su momento. No seré físicamente la copia de Piaf, ni tendré la experiencia de vida, pero lo di todo en ese momento; además, me enseñó a ser profesional.”

El aprendizaje del claun

“Saliendo del colegio, todos tenían ya decididas sus carreras, pero yo no sabía qué hacer”, recuerda Patricia. Pero luego de ver al grupo Yuyachkani en Sin Título – Técnica Mixta, decidió ser actriz. “Fue muy importante ver la obra cuando estaba en el colegio, especialmente si es uno sanisidrino y católico”, manifiesta. “Lo que veía en la tele pude verlo en vivo. Me vi incluida en ese contexto. Me dije que era genial que haya gente que se para en el escenario para decir su discurso en una forma tan hermosa. Ahí decidí ser actriz, ahora ya sé que es mi medio de comunicación, mi medio de protesta, mi plataforma de decir lo que quiero, lo que pienso”.

Sus padres la apoyaron en su decisión de llevar talleres de actuación, por lo que estuvo cinco años aprendiendo claun en la escuela de Pataclaun. “Fue una experiencia muy lúdica, no hay pensamiento ni juicio. Aflora tu instinto del interior y debes controlarlo organizadamente con el otro actor”. Al no haber nada impuesto, el claun le permite al actor trabajar con su cuerpo, su voz y su pensamiento más primario. “Te conoces en el vacío, en el vértigo y en el fracaso. Todo es un fracaso al inicio, porque uno siempre piensa agradar y trabajar con el ego. Pero el claun te rearma,  construye a través de la destrucción”. Patricia afirma que al exponerse demasiado en el escenario, la hizo vulnerable. “Yo quería imponer mi ego, pero el ojo crítico del claun es tan sabio que no va por ahí”. Es por ello que para Patricia el trabajo del claun es sumamente complejo, pero muy útil a la vez. “El no tener texto ni dirección, estás a merced de tus posibilidades. Te sientes útil como actor, escuchando al otro. Eres más honesto y más sutil, te da una utilidad y una presencia muy fuerte. Te enseña a estar presente en el escenario”, asegura.

Una vez terminado sus estudios en Pataclaun y teniendo solo 20 años, Patricia viajó a Buenos Aires. “Tuve una temporada llena de seminarios de arte dramático, de circo, de cine, todo muy cercano al humor, al trabajo con máscaras, a la comedia de arte. Fue una época en la que pude acceder a muchas cosas, tomar los cursos que quería, fueron siete meses lejos de mis padres. Fue una experiencia de madurez y aportó mucho en mi vida”, confiesa. “He tenido una educación muy particular. Al volver, me metí a la Pre para entrar al TUC. Pero finalmente la abandoné, decidí que mi formación sea práctica, todo ha sido un proceso muy fluido y natural”.

Maestros, experiencias y proyectos

Patricia considera a Vargas como su principal maestro. “A los 15 años, él me hizo conocer a Stanivslaski, me hizo conocer el teatro desde mi experiencia personal. Y dentro de mi vida teatral fueron Alberto Isola, Ruth Escudero y Paul Ruiz”. Sobre las condiciones que debe tener todo actor de teatro, ella manifiesta que “debe tener humildad, y si no la tienes pues la encuentras y la aprendes. Además, debes tener mucha intuición, mucha formación; debes estar al servicio del otro, el teatro no funciona si no estás en función al otro”, asegura. Sobre el talento que deberían tener los intérpretes, Patricia asegura que este no cuenta. “En esta carrera tienes otras cualidades más relevantes; como actor tienes que escuchar, trabajar, analizar tu texto, tienes muchas cosas en qué pensar. Es talentoso aquel que se hace entender en el escenario, no cualquiera hace llegar bien un mensaje. Creo que todo aquel que trabaja el arte a profundidad es talentoso.”

Por otro lado, para Patricia un buen director de teatro debe “ser sincero, tener honestidad ante todo, que escuche”. Además, menciona que muchos de sus directores no han tenido las cosas del todo claras y que solo cuentan con la estructura antes de enfrentarse a los ensayos y al estreno. “Esa es la honestidad que debe tener el director, la de decirnos que vamos a empezar de la nada, ahora ya no me parece terrible”. Pero antes, para Patricia era inconcebible que un director no supiera qué hacer. “Pero es más rico cuando en el proceso hay dos entes vírgenes que no saben cómo llegar. Como también hay otros directores que lo saben todo y te tratan como una pieza. Hay engranajes tan complejos, sobretodo en musicales, en los que somos 40 actores en elenco.” Considera también que sí es una ventaja para el director el ser actor. “Pero no es indispensable, creo que el director tiene una intuición nata. La dirección tiene un ojo que ha visto mucho teatro.”

Patricia empezó en el teatro profesional en 2009, con Espacio Libre en el montaje de Una guerra que no se pelea de Sara Joffré; y en Nuestra señora de las nubes de Arístides Vargas en Teatro Racional. Al año siguiente, estaría en el Teatro La Plaza con Las Brujas de Salem de Arthur Miller y Agosto, Condado Osage de Tracy Letts. “Roberto Ángeles me dio la oportunidad, siendo una “chibola” inexperta, de tener el rol protagónico en La doble inconstancia (2011) de Jean Pierre de Marivaux”, recuerda. Él fue literalmente mi maestro, me enseñó todo, cómo trabajar el verso y cómo trabajar la palabra y la emoción, sin esa escuela no habría logrado nada”. Es por ello que luego de aquella experiencia, Patricia ya se sentía más tranquila sobre el escenario al trabajar en Entonces Alicia cayó (2011), escrita y dirigida por Mariana De Althaus. “Disfruté un montón ese montaje, ahí me vio mucha gente. El texto de Mariana fue un lujo para lucirse”, asegura.

Luego de varios estrenos, en los que Patricia demostró una gran versatilidad y un registro especial para la comedia, llegaría su consagración definitiva con Piaf, musical escrito por Pam Gems. “El personaje es un referente importante para mí como actriz, por haber interpretado el difícil camino que fue la vida de Piaf. Pero canalizar esa vida en emociones y texto, a mí me ha hecho tomar conciencia de lo que es ser actriz. Fue un trabajo, sentí que estaba trabajando. Esta obra me dio la responsabilidad de verme como actriz, de tomarme en serio. Fue un momento importante en mi carrera, ya que estaba tratando de salir de personajes de adolescente”, afirma.

Entre los próximos proyectos de Patricia figura el inminente estreno de ¡Ay amor!, al lado de Ricky Tosso. “Es una comedia romántica musical muy bonita. Ricky es un maestro para mí, me está enseñando a hacer café concert, un género que nunca había hecho”. Además, estará en el Teatro Británico con la pieza Nunca llueve en Lima, escrita por Gonzalo Rodríguez Risco; como también en el Teatro La Plaza y en la Universidad del Pacífico, con espectáculos dirigidos al público infantil. Y finalmente, ya está confirmada su presencia en una temporada de microteatro. Todos los éxitos para esta joven y versátil actriz.

Sergio Velarde
26 de febrero de 2016

miércoles, 17 de febrero de 2016

Entrevista: GABRIEL GONZALEZ

“Disociar el cuerpo de las palabras restringue mucho el trabajo del actor”   

Uno de los jóvenes actores que está demostrando su gran calidad interpretativa en su todavía corta carrera es, sin duda, Gabriel Gonzalez. Obras como Presunto culpable, Metamorfosis y ¿Quieres estar conmigo? respaldan tal afirmación. “El teatro me gusta desde el colegio”, recuerda Gabriel. “En el colegio De la Inmaculada (en ese entonces un colegio solo para varones) había bastante cultura teatral. Mi primer taller de teatro fue en primaria, pero cuando estuve en Tercero de media entré al taller de teatro de mayores, con Paco Solís Fuster. Era todo un honor pertenecer al taller Iñigo, así se llamaba el taller de mayores”. Gabriel participó en varios obras en su centro educativo: en Primero actuó en Juan Salvador Gaviota de Richard Bach; en Segundo, en Peregrino a Compostela, dirigido por Carlos Galiano; en Tercero, en Soy solo un hombre, sobre la vida de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús; en Cuarto, en Barioná, el hijo del trueno de Sartre, y en Quinto, en una versión de Romeo y Julieta dirigido por Gonzalo Molina, donde el reto era que el drama debía ser interpretado solo por alumnos varones.

Pero para Gabriel, su primer maestro fue Solís Fuster. “Me enseñó este cariño y pasión por actuar; él siempre decía que hay que dejarlo todo. Entregarse, arriesgar y comprometerse eran cosas que debíamos tener claro. A nivel técnico, me enseñó a involucrarme con el personaje, creerme que estoy en ese momento. La verdad en escena me la dio Paco”. Justamente, la primera obra profesional de Gabriel fue El señor de las moscas en el Teatro Julieta dirigida por Solís Fuster. “Esa fue una experiencia tan grande, que elegí la actuación y asumí que para el resto de mi vida iba a dedicarme a eso”. Gabriel entró a la universidad Católica a estudiar gestión empresarial, pero se dio cuenta, estando en letras, que los números le eran muy difíciles. “Además, pasó lo de Las moscas. Nosotros empezamos a ensayar sin teatro, solo por el gusto de ensayar, en el parque María Reiche. Luego Paco nos dijo sobre la temporada en el teatro Julieta. Sentí mucha emoción, pues nunca había entrado a un teatro, solo conocía el auditorio del colegio”.

Posteriormente, y gracias al apoyo de David Carrillo, el espectáculo de El señor de las moscas llegó al Teatro Vargas Llosa de la Biblioteca Nacional. Y luego, las buenas críticas que recibió la puesta llegaron a oídos de unos productores argentinos. “Es entonces que fuimos a Argentina a participar en festivales de teatro en las provincias de Formosa y del Chaco. Imagínate, del parque María Reiche hasta uno de los teatros más grandes en Argentina, para alguien que tenía en ese entonces 18 años, fue abrumador. Me sentía como Marc Anthony en un concierto (risas)”. Y Gabriel seguía considerándose no como un actor, sino como un chico al que le gustaba mucho la actuación.

Pero su consolidación como actor profesional llegó en los siguientes años. “Los montajes que más atesoro en mi carrera son El señor de las moscas, que representó mi iniciación actoral; y Metamorfosis”. Y es que este último montaje fue la oportunidad que Gabriel necesitaba para demostrar que era capaz de sostener una obra que él mismo gestionara con Rodrigo Chávez, como proyecto final de Artes Escénicas de la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación de la Católica. “Salía de los talleres de Alberto Isola y de Roberto Ángeles; además, tuve la suerte de irme a Brasil y exploré el lenguaje corporal y la danza, sin saber de Metamorfosis. Eso me ayudo”. Metamorfosis destacó no solo por una acertada dirección, sino también por el trabajo interpretativo de Gabriel. “La experiencia de crear un proyecto desde cero y las ganas de querer encarnar un personaje que me decía tanto en ese momento sin saber cómo, fueron las bases para consolidarme más como actor. Me dio más disciplina, más pasión, más humildad. Había mucha comunicación con Rodrigo, que es mi compañero y amigo. Había muchas pláticas sobre la obra y los personajes. Yo antes veía a los directores muy distantes, pero con Rodrigo fue todo lo contrario. Nosotros nos íbamos corrigiendo y equivocándonos tanto, que poco a poco nos regalábamos formación y madurez en la chamba. Aprendíamos en base al error”, comenta.

El Gregor Samsa de Gabriel no necesitaba de maquillaje o prótesis para representar su conversión a un insecto. “Cada vez tengo más curiosidad por explorar el trabajo corporal. El cuerpo es la herramienta principal del actor, es toda la psicología del personaje. Lo que tú puedes crear intelectualmente se ve en escena con el cuerpo”. Gabriel llevó también un taller con la destacada Teresa Ralli, que enseñaba que el manejo del cuerpo lleva al actor a hacer inflexiones en la voz. “El cuerpo te lleva a la palabra, disociar el cuerpo de las palabras restringe mucho trabajo del actor.” Para el joven intérprete, el actor de teatro debe “tener humildad para aceptar la crítica, constancia en seguir trabajando, y mucha técnica”. Y por otro lado, un buen director teatral “debe ser observador, muy analítico, y debe promover mucha comunicación con el equipo.”

Málaga, montaje producido por /Nos/otros Teatro, dirigido por Tirso Causillas y protagonizado por Nani Pease, representó un reto para Gabriel al interpretar a un inquietante y ambiguo personaje. “Para mí fue una sorpresa”, recuerda. “A Tirso no lo conocía mucho, él solo estuvo en la primera temporada de El señor de las moscas y después entró al taller de Roberto, cuando era  asistente en el taller. Y a Nani no la conocía. Son dos personas excepcionales, apasionadas por el teatro. Eso a mí me conmueve un montón. Sentía que había mucho amor por el proyecto”. Por Málaga, Gabriel ganó con justicia el premio de El Oficio Crítico al mejor actor de reparto en la categoría Drama.

Para este 2016, Gabriel estará sumamente ocupado en múltiples proyectos. “Estaré en Ruido, escrita y dirigida por Mariana De Althaus, en el mes de marzo en Centro Cultural de la Católica”. Además, participará en una versión libre del clásico de Albert Camus, Los justos, con la co-dirección de Rodrigo Chávez y Daniel Amaru Silva. “Y para fin de año, Roberto Ángeles me ha llamado para su cuarto nivel, en el que haremos Hamlet de William Shakespeare. Realmente es abrumador”, finaliza.

Sergio Velarde
26 de enero de 2016

lunes, 15 de febrero de 2016

Entrevista: DANIELA RODRÍGUEZ

“Subirse a las tablas es un sacramento”   

“¡Acabo de dar a luz, y me doy con esta sorpresa! ¡Muchas gracias!”, exclama emocionada Daniela Rodríguez, ganadora del premio de El Oficio Crítico a la mejor actriz de reparto en Drama por la obra Diario de un ser no querido. Y es que su personaje, una esposa maltratada salvajemente por su esposo, logró conmover a los espectadores, especialmente por un sentido monólogo interpretado con mucha precisión y emoción. “Es importante sensibilizar al público sobre estos temas tan terribles actualmente y lamentablemente, uno es indiferente. Le puede pasar a mi vecina, a mi hermana; a veces uno no se involucra, a veces las personas no piden ayuda”, reflexiona.

De Piura a la capital

Daniela estuvo interesada en la actuación desde muy pequeña y además estrechamente ligada al arte, pues bailaba marinera. “Soy de Piura”, menciona. “No había muchas oportunidades de teatro en la ciudad, por eso en el colegio yo intervenía en las actuaciones y en la universidad entré a un grupo de música criolla”. En el 2009 llegó a Lima y buscó inmediatamente entrar al medio teatral en la capital. “A la semana conocí Espacio Libre, a Diego (La Hoz) y Omar (del Águila). Estuve con ellos cerca de dos años, pero no llegué a hacer una muestra, ya que hubo un cambio de local”. Sobre La Hoz y del Águila, Daniela solo tiene elogios para ellos. “Les agradezco mucho el enseñarme el respeto por el teatro y el rigor de un entrenamiento físico”. Posteriormente, del Águila invitó a Daniela a entrar al colectivo Teatro del Riesgo, en el que la actriz participó en interesantes montajes como Tú no entiendes nada (2011), Carne de mujeres (2013) y Las formas perimidas (2014).

“Considero que un buen actor de teatro debe tener humildad”, comenta Daniela. “Eso lo es todo: si viene con el ego alto no funciona; debe tener una preparación continua, un actor no debe dejar de estudiar”. Ella es una convencida que todos somos talentosos para hacer algo, pero debemos repotenciarnos siempre. “Trabajar el cuerpo es importantísimo. Si tu cuerpo no expresa lo que dices, entonces estás muerto; si tu cuerpo va por un lado y tu voz por otro, el púbico no se lleva lo que tiene que llevar”. Por otro lado, asegura que un buen director de teatro debe “escuchar a sus actores, permitir que el actor proponga; además, debe tener responsabilidad, tener e impartir disciplina con el grupo.”

Experiencias y proyectos

La obra por la que Daniela fue premiada fue producida por Aranwa Teatro. “Quiero muchísimo a los Chiarella (Celeste Viale, Jorge y Mateo Chiarella), porque son unos maestros y seres humanos maravillosos. Y les agradezco la confianza que me tuvieron para darme el papel. Ellos me han dado nuevas herramientas para interpretar. Hace año y media que estoy en su excelente escuela, es súper completa. He tenido que parar por mi embarazo, pero en mayo estoy retomando mis estudios”. Daniela consiguió este papel de una manera bastante particular. “Lo interpretó inicialmente otra actriz por una breve temporada, y yo era asistente en el montaje”, recuerda. “Yo me enamoré del texto, era súper potente. Cuando estaba la otra actriz, comenté que en algún momento me gustaría interpretar el personaje”. Pasaron dos meses y Daniela se fue de viaje. “Recibí la noticia que reemplazaría a la actriz en la temporada oficial estando yo en Piura. Imprimí el texto y lo fui memorizando, y cuando llegué a Lima, solo tuve cinco días antes del estreno. Con una buena dirección, como la de Coco, se logran muchas cosas. Además, el grupo fue muy bueno.”

Daniela tenía dos proyectos importantes (uno de ellos con el dramaturgo Alfredo Bushby), pero tuvo que posponerlos por su embarazo. “Les comuniqué que estaba embarazada y por supuesto, todos me felicitaron, pero evidentemente supieron entender que tenía que abandonar estos proyectos.” Ella espera poder retomar su carrera teatral, a pesar de la gran competencia que existe actualmente. “Me entusiasma la idea de que haya tanta gente joven interesada en teatro. Les recomendaría seguir estudiando, no creerse actor solo por llevar un taller. Me resulta difícil considerarme actriz, pero estoy en camino, estoy en la búsqueda”. Para Daniela, la palabra actriz es muy compleja. “Considero que este es un camino muy largo. Debes tener compromiso y respeto, pues subirse a las tablas es un sacramento”, concluye.

Sergio Velarde
25 de enero de 2016

lunes, 8 de febrero de 2016

Crítica: DOS PARA EL CAMINO

Finísimo e inquietante clásico moderno revisitado   

Estrenada en el 2002, la ya clásica pieza Dos para el camino de César De María se presentó en el Teatro Mocha Graña, con la dirección de Oscar Carrillo y las actuaciones de Gabriela Billotti y Miguel Iza, acompañados por los hermanos Roberto y José Miguel. Sus personajes, en un total de seis y repartidos en cinco cuadros,  atraviesan duras y complejas emociones, como también lo hacen Tripaloca y Tartaloro en A ver, un aplauso (1989) o Brunella y Joe en Super Popper (2006), dentro de los perversos universos que crea el autor. La justificable cobardía, la angustiosa duda, la peligrosa locura y la crónica desconfianza son punzantes dolores que atormentan a estos seres que aparecen y desaparecen del escenario luego de contarnos a la cara “literalmente” sus aparentemente inconexas historias, pero que se unen magistralmente en el camino llegando al final.

Una niña y su madre compartiendo el mismo cuerpo, mientras nos hablan de una supuesta invasión alienígena; un hombre que debe enfrentar un terrible cargo de conciencia al involucrarse en un cruel asesinato; una psicóloga que atraviesa un trauma emocional y toma una peligrosa decisión; un novio machista que se niega a certificar que tiene una seria enfermedad; y dos solitarios seres que se (des)encuentran en la sala de espera de un consultorio. Los alumnos del Taller de Producción II, pertenecientes al 9° ciclo de la carrera de Artes Escénicas en la facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación de la Pontificia Universidad Católica del Perú, son los responsables de llevar a escena esta finísima y antológica pieza de De María, repleta de detalles que enriquecen la puesta.

El joven director Rodrigo Chávez se aleja del modelo realista del estreno de Carrillo y aplica el mismo estilo que tantos brillos le diera a Salir (co-dirigida por su autor Daniel Amaru Silva), en el sentido de dejar que el texto sea el auténtico protagonista, de la mano de una acertada dirección de actores. Armados con un micrófono y un par de bancos en el escenario, los versátiles intérpretes Lucia Caravedo (a quien vimos en Lima Laberinto XXI) y Diego López (también director de la muy estimable Números reales) se lucen cada uno interpretando su trío de personajes con mucho humor y sentimiento, a la sorprendente manera de stand-up comedy en sus monólogos iniciales, para terminar con un diálogo que le da un oscuro y melancólico cierre a la historia. Dos para el camino es una de las obras clave dentro de la producción dramatúrgica de De María, y el presente montaje le hace un merecido y oportuno reconocimiento.

Sergio Velarde
8 de febrero de 2016