viernes, 22 de noviembre de 2024

Crítica #902: LA GATA QUE SE COLÓ EN MI SHOW


Mensaje animalista y en silencio

El año pasado, una simpática propuesta teatral en formato breve titulada Deseo de cumpleaños nos brindó una entrañable lección de vida; su directora, Flor de María Mori, se encargó en aquella oportunidad de escribir y dirigir la historia de una payasita que debe enfrentar, sin pronunciar palabra alguna, la ausencia física de un ser querido. Actualmente se mantiene en cartelera otra obra creada por Mori, pero esta vez asumiendo ella misma el rol protagónico de otra silente payasita en La gata que se coló en mi show, dejando las labores de dirección a L. Javier Guerrero E. en el íntimo espacio del Teatro Esencia. El resultado es un valioso y entretenido espectáculo para toda la familia, que busca la reflexión en los espectadores acerca de la empatía que se le debe guardar a los animales.

Tal como reza su título, una gata interrumpe, primero con sus maullidos y luego con su presencia, la función de una payasita callejera, robándole además el pollo que necesitaba esta para su función. Es así que comienza la “cacería” para dar con el animalito, mostrando la payasita ciertas emociones negativas, como un genuino deseo de justicia (o venganza), pero sin comprender inicialmente los instintos de la minina. Muy pertinente la trama, que invita a reflexionar sobre la situación de los animales en la calle, dentro de una puesta en escena con elementos funcionales y los recursos de luces y sonido adecuados para crear las atmósferas requeridas; pero también la historia no deja de lado la mirada hacia el trabajo del artista callejero, muchas veces menospreciado por algunas personas que no alcanzan a comprender su sacrificada labor.

Mori se muestra impecable en su ejecución escénica, como la payasita de nariz roja pintada, y es muy convincente en la tirante relación con la gata al inicio y luego, en conmovernos cuando la encuentra y entiende así el verdadero significado de la empatía. Sí se escuchan algunas voces grabadas en momentos clave, que sirven justamente para remarcar ciertas actitudes a modificar, como las de la gente quejándose por la presencia en su vecindario de la payasita y su gata; y la de esta última (quizás el momento más logrado del espectáculo) cuando le hace un importante pedido a la payasita. La gata que se coló en mi show subraya la importancia de respetar a los animales y entender que manteniendo una relación de respeto hacia ellos nos volverá más humanos.

Sergio Velarde

22 de noviembre de 2024

Crítica: CARIÑO MALO


Hoy volví a verte

La añoranza por el pasado es un elemento crucial del criollismo. Bien lo explicaba Salazar Bondy en su tiempo, y bien lo capturan Tommy Párraga y Federico Abrill en Cariño Malo, un musical que abraza el criollismo al mismo tiempo que juega con él y sus atemporalidades, ayudado de un buen equilibrio de energías en escena y canciones que encuentran el balance entre despertar la nostalgia de su público y hacerle justicia a las historias que cuenta.

Una trampa común en los musicales jukebox (estos en los que las canciones ya han sido antes publicadas) es, en mi opinión, la desconexión entre las canciones escogidas y lo que sucede dentro de la historia planteada. Esto nunca se termina de sentir en Cariño Malo: existen algunos recursos para justificar las canciones, sí (aún no sé de dónde apareció el hombre de la basura), pero estas no son un paréntesis para los conflictos dentro de la peña Don Felipe, sino una forma de magnificar estas emociones para el público y de que conectemos con los tres romances que nos cuenta. 

La misma peña en la que se desarrolla toda la obra está bien diseñada y lleva a que comprendamos bien su funcionamiento, tanto en su decadencia como en su resurgir. Las contraescenas frecuentes ayudan, en un todo, a que el lugar se sienta vivo (aunque a veces se vuelven algo extrañas cuando se repite el gag de “¿Clientes? ¿Cuáles clientes?”). 

Es de agradecerse también que el musical no se abstenga, en esa añoranza por las alegrías y romances pasados, de mirar hacia el futuro. Lo hace de una manera inteligente, conservando la esencia de una cultura, pero contrastándola con nuevos colores. El conflicto del personaje de Roberto Moll, retraído y algo neurótico, contra las propuestas más globales de Julie Freundt y Lelé Guillén, llega a una conclusión satisfactoria. El elenco en general se siente bien equilibrado tanto en energía como en código, sabe cómo emparejar a sus actores: un Alejandro Villagómez más energético vs un Hugo Salazar con una divertida torpeza, o un Francisco Luna más pausado vs una Natalia Salas con las emociones a mil.

En resumen, Cariño Malo es un musical, ante todo, divertido. Te deja una experiencia entrañable, clásica, que se siente igualmente profunda en sus personajes, presas del tiempo y preocupados por un futuro aparentemente solitario, que se llena de color cuando el añorar el pasado se convierte en celebrarlo. No por nada la función a la que fui se convirtió en karaoke, con el público cantando al mismo ritmo que el elenco. Bonito panorama en un musical.

José Miguel Herrera

22 de noviembre de 2024 

Crítica: PIELES


A flor de piel

El desnudo ha sido una de las formas más antiguas y significativas de la expresión artística, representando muchas cosas, como transgresión, pureza, libertad, etc. En esta ocasión, Pieles es una obra de teatro que nos señala cómo un desnudo, que va más allá de la piel descubierta en el escenario, nos muestra la necesidad de también desnudar el alma, desnudarnos nosotros mismos y mostrarnos como realmente somos.

En esta versión, escrita y dirigida por Kike Torres y Javier Solórzano, donde el humor y el drama se mezclan para brindar una profunda reflexión sobre lo vulnerables que somos, sí nos miramos sin máscaras, sin ropa y sin nada que nos proteja. La trama sigue a tres amigas, interpretadas por Karen Galindo, Briggit Paz y Yuri Frías, quienes en el proceso de prepararse para salir enfrentan un imprevisto que las obliga a revelar más de lo esperado.

La puesta en escena inicia en el cuarto de uno de los personajes, a donde van llegando sus amigas. Al ingresar, cada personaje va dejando claro su rol dentro del grupo, lo cual hace notar un profundo estudio de cada uno de sus personajes, logrando una muy buena interpretación de los mismos. Acciones claras y precisas cuentan la historia de una manera que hace que el espectador quede envuelto en el drama que vive cada una de ellas, consiguiendo que veamos más allá de sus cuerpos; ellas logran que nos conmovamos, y meditemos en sus respectivos dramas. 

Los directores han sabido hacer funcionar cada momento de humor y drama, lo cual hace que la obra se vea divertida y al mismo tiempo reflexiva. Nos propone también figuras muy interesantes, trasladándonos del pasado al presente de una manera muy significativa, haciendo que los personajes se muestren vulnerables ante ellos y ante el público.

En un escenario minimalista y cotidiano, las actrices desarrollan una historia en la que el cuerpo y el alma quedan al descubierto, desentrañando experiencias y heridas que generan tanto humor y reflexión en el espectador.

Pieles es una puesta en escena que vale la pena ver, donde podemos apreciar a flor de piel cómo las almas se desnudan, sus vivencias y experiencias, para lograr que el espectador termine conmovido y reflexionando sobre lo que vio en escena. 

Javier Gutiérrez

22 de noviembre de 2024

Crítica: SOLTERAS


Nada es lo que parece

Alumbra Producciones está presentando por breves funciones la obra Solteras, adaptación de la pieza Doña Rosita la Soltera del dramaturgo español Federico García Lorca, dirigida por Marcos García-Tizón en el Teatro Mocha Graña.

La trama nos lleva a un conservador pueblo de Granada, en donde todo se sabe. Así, la promesa de matrimonio entre dos enamorados se convierte en el tema predilecto de los habitantes, mientras el paso del tiempo desafía los convencionalismos de la época en torno al amor, la soltería, y los prejuicios. Sin duda, los peculiares personajes son un eje importante dentro de la historia, siendo ejecutados por Kelly Isabella, Micaela Chamorro, David Vílchez, Brenda Laverian, Edson Zevallos, Morelelia Chamba, Ana María Arias, Sandra Jimena, Jan Fontecilla, Naysha Wankun, Tamara Bardales y Lupe Namuche, joven y entusiasta elenco, que supo manejar uno que otro furcio con la letra, ganando más confianza a medida que avanzaba la función.

Por otro lado, la composición escénica destaca por la música en vivo, ejecutada por García-Tizón; además, algunas escenas salieron del escenario principal para ejecutarse en uno de los laterales del teatro, adornado con rosas, cuyo símbolo representa parte esencial del texto de Lorca (Rosa Mutabile), reflejando la idealización del amor, así como el destino de su protagonista, quien va marchitándose con los años, esperando a su fugitivo enamorado. Finalmente, un intenso monólogo de desahogo, logra exteriorizar sus sentimientos.

Solteras es una interesante versión teatral, que actualmente cobra vigencia, porque seguimos en un proceso de cambios, aceptación y evolución como sociedad; por ello es importante revivir los clásicos del teatro desde una nueva perspectiva. En este caso, mostrándonos que los caminos del amor muchas veces no son lo que parecen, ni lo que esperamos.    

Maria Cristina Mory Cárdenas

22 de noviembre de 2024

martes, 19 de noviembre de 2024

Crítica: PSICOFONÍA


Sonido que pinta el espacio

Existen dos grandes protagonistas en el unipersonal Psicofonía. Primero, está el sonido, la música, el elemento sonoro que se introduce por todo el escenario y tiñe nuestra percepción de cada momento. Y segundo, está Karen Vivero, quien se desvive en el escenario mostrándonos a una mujer que baila en soledad al ritmo de sonidos y voces ausentes. Pero quizás es un poco incorrecto decir que se desvive, cuando el trabajo que nos entrega posee tanta vida.

Vivero interpreta en escena a tres generaciones de mujeres: una abuela, una madre y una hija. Dentro de cada una vemos el peso del anterior, así como el de los hombres alrededor de su vida. El juego que la obra realiza entre el sonido y la ausencia es vívido: más allá de la música, se juega bastante con la presencia de voces o estímulos de los que no percibimos el origen. Vivero pasa estos estímulos por el cuerpo en conjunto con los elementos de su caótico escenario, y nos los entrega a partir de una actuación bastante sentida, lúdica, conociendo bien las contradicciones de sus personajes y abrazándolas dentro de estas.

El storytelling no lineal, aunque a veces confuso, nos sirve más como una manera de experimentar la historia y las vivencias de los personajes desde su lado más emotivo. Los hechos en sí mismos toman un segundo plano para la experiencia que pasa por los personajes. Vivimos escenas que nos recalcan no solo el abandono masculino por el que pasan, sino su añoranza, su deseo por la aceptación, la erosión que todo esto genera en sus relaciones entre mujeres, y finalmente, la renuncia a su influencia y la paz con su sonido propio.

La obra puede explorar en un futuro el explotar los recursos que utiliza para el viaje, como lo son el micrófono, el instrumento o las voces en off: hacer del viaje musical (ya de una composición musical impecable) más multitudinario hará que el momento final, en el que Luz se vuelve perfectamente consciente de su música, se vuelva más poderoso. Pero más allá de la dirección en el sonido o las luces, el punto núcleo para que esta historia pueda seguir calando en nuestras fibras es la sensibilidad y oficio de su actriz principal. Esperemos ver más experiencias escénicas de mano suya y de la producción de Harawi.

José Miguel Herrera

19 de noviembre de 2024

lunes, 11 de noviembre de 2024

Crítica: CIUDAD GRIS


Hilarantes historias

Ciudad Gris Producciones y Lima Teatral están presentando un ciclo de obras cortas bajo la dramaturgia y dirección de Romina Viñas. Tres historias en formato de comedia, que, si bien son producto de la ficción, nos confrontan con la cotidianidad.

En Camerines, se nos presenta a dos actrices minutos antes de estrenar una obra: Sofía, una de ellas, tiene una amplia trayectoria y teme que el inconveniente causado por su compañera termine con su carrera. Ambas son interpretadas por Rocío Montesinos y Michelle Tolentino, quienes sostienen correctamente sus roles, definiendo las curiosas personalidades de sus personajes a partir del vestuario, los gestos y la narrativa. Así, el conflicto se resuelve con la lección de que no todo es como se espera; sin embargo, hay que sobreponerse a los obstáculos.  

Por otro lado, en Ladronas tenemos a una madre e hija dedicadas al robo, la primera está a punto de jubilarse por lo que harán el “trabajo” más importante de sus vidas: robar en la mejor joyería de la ciudad. Carola Mazzei y Romina Viñas hacen buena dupla, contraponiendo la astucia y experiencia de uno de los personajes, con la ingenuidad y torpeza del otro.

Finalmente, en Call Center, las teleoperadoras Penélope y Mariana están en medio de un día más de trabajo en un centro de atención al cliente, contestando reclamos y dudas, situación que no es ajena a nuestro día a día, cuando tenemos que contactar con alguna empresa de servicio. La narrativa propone un hilarante universo en la interna de ambos grupos: por un lado, las operadoras (Mazzei y Tolentino), y por el otro, las clientas (Montesinos y Viñas), pugnando entre reclamos, burlas y malos tratos. ¿Algún parecido con la realidad?

Ciudad Gris propone un trío de comedias que, con ingenio y con recursos simples, entretienen al espectador. El escenario acondicionado de Casa Tomada Librería alberga las breves funciones de esta divertida puesta.

Maria Cristina Mory Cárdenas

11 de noviembre de 2024

Crítica #901: HILOS: UNA HISTORIA DE LIBERTAD


Los enredos del destino

¿Cómo olvidar todas las aventuras mitológicas que nos ofreció Jorge Pecho durante la pandemia desde la virtualidad, muchas de ellas con personajes fantásticos alternando secuencias en vivo con escenas pregrabadas, y acercando estos seres superiores a los simples mortales? Aventuras en el sentido estricto, ya que lejos de mostrarnos situaciones existenciales, discursivas o “de salón”, el director arriesgaba en crear universos paralelos en los que los dioses y los humanos coexistían, interactuaban y participaban de intrigas, secuestros, persecuciones y hasta destrucciones masivas alcanzando niveles épicos. Por supuesto, toda esta mitología creativa y fantástica, que viene ejecutando ahora Pecho de manera impecable sobre escenarios presenciales, es más disfrutable por aquel público que entre de lleno en la convención de la existencia de estos seres que controlan nuestros destinos. Es así que se presentó Hilos: Una historia de libertad, entretenido unipersonal en el Teatro Esencia, que une la aventura fantástica con la oportuna reflexión.

Basada en el mito de las tres Moiras, las conocidas parcas o hilanderas que manejan los hilos invisibles del destino en la mitología griega, la puesta nos presenta a Noira (Leonela Alarcón, cómplice de Pecho en numerosas puestas en escena), una esmerada joven que tiene la misión de hilar, medir y cortar el hilo de la existencia humana, es decir, la de todos los humanos. Una enorme responsabilidad que se verá alterada no solo por la negativa de sus superiores en liberar a la muchacha de su prolongada labor, sino que fuerzas oscuras pretenden apropiarse de los destinos de toda la humanidad. Lo íntimo del espacio no es impedimento para que Pecho, utilizando hábilmente las luces y la sonorización, consiga crear la atmósfera mística y los diferentes espacios que la historia requiere, para seguir las vicisitudes de Noira para salir del trance.

Acaso exista un exceso en el uso de las voces de personajes que interactúan con Noira, incluso creando la duda si estas son en vivo o grabadas. Sin embargo, una intensa intérprete como lo es Alarcón, curtida en estas lides desde que la conocimos en pandemia, sale airosa de la prueba, comprometiéndose de lleno en la acción y transmitiendo al público su sentir. Hilos: Una historia de libertad, otra interesante propuesta del entusiasta Pecho, nos muestra que la mitología de toda la vida sigue siendo fuente indiscutible de creaciones no solo introspectivas y de aventuras, sino que también señalan muchos de los vicios actuales, como lo son el control de las masas y los recortes arbitrarios de nuestras libertades.

Sergio Velarde

11 de noviembre de 2024

jueves, 7 de noviembre de 2024

Crítica: ESCALOFRÍOS


Reinventando el terror en escena

El teatro tiene el poder de transmitir un abanico de emociones, desde la risa hasta el horror más profundo. Así, octubre trajo a la escena varias historias de terror, entre ellas Escalofríos, temporada de microobras de terror con música y baile, a cargo de George O’ Brian como creador y director. La temporada incluyó dos microobras: El corazón delator y Mónica, la condenada, en las que se combinan música, baile, canto e interpretaciones para ofrecer una propuesta única que explora diversas facetas del teatro de terror y suspenso.

El corazón delator es una pieza de danza contemporánea basada en el relato clásico de Edgar Allan Poe. Esta propuesta reinventa la atmósfera de horror psicológico del autor a través de una coreografía cargada de intensidad emocional, con las interpretaciones de Cristhian Ochoa y Tammy Alfaro.

En la adaptación, vemos a un escritor ser atormentado por una fantasma, lo que lo lleva a un cuadro de ansiedad, estrés y paranoia. Si bien no vemos el crimen en escena, podemos intuir que la fantasma es la mujer que ha sido víctima de un cruel asesinato a manos del protagonista. Sin embargo, algunos pasajes del cuento de Poe, que son cruciales en el argumento, quedan fuera de la puesta en escena, limitándonos a ver solo una pequeña parte del relato. Sumado a esto, en algunos momentos, la obra cae en una excesiva repetición de ciertos movimientos corporales o secuencias que, si bien refuerzan la desesperación y obsesión del protagonista, pueden resultar redundantes y que no aportan al desarrollo del argumento de la historia ni a su entendimiento.

El segundo montaje es Mónica, la condenada, el cual parte de una leyenda urbana de Arequipa. Cuenta la historia que una mujer que fue cruelmente asesinada, víctima de feminicidio, y que su alma en pena vaga por el cementerio, atrayendo a hombres para luego asesinarlos. Un viajero se aventura a ingresar al cementerio con el objetivo de poner fin a la maldición de Mónica y liberarla del dolor que no la deja descansar en paz. Sin embargo, las almas en pena de mujeres que han sido víctimas de violencia no lo dejarán lograr su cometido y una vez más, Mónica, la condenada cobrará venganza. Esta microobra llega con las actuaciones de Renzo Torres, Yeli Brown y el ensamble de la Compañía de Got to Dance, quienes realizan una puesta musical con canto y coreografía en vivo. Las mencionadas coreografías alternan entre momentos de movimiento y pausas cargadas de tensión, generando un ambiente de suspenso que mantiene al espectador atento. A esto se suma la performance de la actriz y cantante que hace de Mónica, quien aporta un elemento vocal que enriquece la puesta en escena.

Por otro lado, el vínculo entre las obras y el tema de salud mental que el director O'Brien mencionó resulta algo forzado; aunque ambas obras abordan temáticas de ansiedad, paranoia y obsesión, el tratamiento de la salud mental como tal no termina de integrarse en la narrativa.

En definitiva, Escalofríos es una temporada que apuesta por un tipo de horror no convencional, en el que el cuerpo, la voz y el movimiento reemplazan a los sustos tradicionales. Tanto El corazón delator como Mónica la condenada, no solo ofrecen una reinterpretación original del género, sino que se atreven a explorar con nuevas interpretaciones.

Alexandra Valdivieso Chudán

7 de noviembre de 2024

martes, 5 de noviembre de 2024

Crítica: EL CUERPO MÁS BONITO QUE SE HABRÁ ENCONTRADO NUNCA EN ESTE LUGAR


El actor aclamado es el que logra la invisibilidad

“El mayor reto de la carrera de Alfonso Santistevan” es un punto de partida definitivamente atrevido para la difusión de una obra, más considerando la trayectoria de más de cincuenta años del actor en las tablas. Lo cierto es que El cuerpo más bonito que se habrá encontrado nunca en este lugar de Josep Maria Miró es, efectivamente, un texto difícil de montar, pero no por eso menos hermoso a la vez que trágico. Santistevan carga la obra sobre sus hombros no con facilidad, pero sí con resiliencia en esta puesta en escena.

La prueba a superar de Alfonso es sencilla pero letal: cinco monólogos, sin acciones físicas ni desplazamientos, la mitad de estos sentado. Solo la voz y análisis de texto del actor acompañados de la luz tenue que oscurece e ilumina su rostro y el árbol marchito a su costado. Un texto que alterna entre conversaciones, soliloquios, narraciones y saltos al pasado. Y un público que tiene que entender lo que se dice. El actor logra superar estos retos a partir del evidente trabajo de texto realizado, y una buena interpretación en la que a partir de construcciones sutiles en su cuerpo y la cadencia de su voz, diferenciamos a los personajes, en algunos con mayor facilidad que otros.

La historia que plantea la obra es, igualmente, complicada de explicar. Requiere de un ojo analítico muy avispado para notar la manera en la que los distintos personajes, habitantes de un pueblo, reaccionan a la muerte de un joven. Se hace presente el dolor por su pérdida, el rencor por su figura, el deseo de protegerlo, así como de corromperlo. Miró no dice todo lo que sucede, deja varias cosas a la imaginación, y es tarea del montaje unir sus piezas para entender los sueños frustrados y los abusos disfrazados de “deseo” de los que habla. Me cuestiona si Santistevan logra comunicarnos estas ideas gracias al montaje o a pesar de este. La decisión de no acompañar sus monólogos es arriesgada y puede cobrar factura en espectadores menos atentos, lo que hace que el discurso de la propuesta se desdibuje entre apreciar el esfuerzo de su actor. Hace un gran trabajo, pero su capacidad de mostrarnos los secretos y desdichas de Albert, Julia o Blue se ve limitada por el desgaste físico que conlleva la soledad en escena.

Aun con toda su hermosura y su crudeza, ¿cómo recomendar esta obra a un público más amplio? Quizás recordando la labor que realiza su actor, los sentimientos que nos hace llegar, la triste canción de la vida que nos cuenta. Alfonso Santistevan da, con todas las penas de esta historia, una conclusión esperanzadora para aquellos a los que la sociedad aparta y juzga, al mismo tiempo que consume. Tomen un café antes de entrar, y no se pierdan una palabra de este texto, imperdible por sí solo y potenciado por el trabajo de su actor.

José Miguel Herrera

5 de noviembre de 2024

Crítica #900: LA SEÑORITA JULIA


Intenso drama sexual 

La presente apreciación del último montaje de Éxodo Teatro, La señorita Julia en la Sala Quilla de Barranco, bien podría resumir no solo la total vigencia de este clásico del sueco August Strindberg de 1888, sino también las mayores fortalezas del colectivo que lidera el director Jean Pierre Gamarra, tan empecinado en transgredir estéticamente, pero también en muchas cuestiones “de fondo”, algunas de las piezas capitales de la dramaturgia universal. Acaso podríamos afirmar que sus mayores logros se encuentran en salas que permiten puestas más intimistas (El misántropo, Tartufo), que en otras más grandes (La vida es sueño, Otelo), aquellas en donde las siempre atractivas escenografías de Lorenzo Albani terminan muchas veces ganando más protagonismo que la historia misma.

Strindberg escribió un acabadísimo retrato de la condición humana por medio de una anécdota aparentemente sencilla: durante las festividades de la Noche de San Juan en una hacienda en Suecia, la hija del conde, llamada Julia (Anaí Padilla), decide seducir en la cocina a uno de sus sirvientes, Juan (Oscar Yepez), para así escapar de su rutinaria existencia, sin importarle la presencia en el lugar de la sirvienta Cristina (Kareen Spano), prometida de Juan. Es así que vemos a una mujer tratando de vencer los prejuicios culturales y de género, rebelándose contra el rol que le tocó vivir en su época; se trastocan las barreras sociales, ya que Julia se acerca a un ser inferior, como lo es su lacayo; y la propia conveniencia, cuando Julia quiere demostrar su poder sobre Juan, y cuando este quiere subir de estatus a través de su patrona. Actitudes y motivaciones que, a pesar de los siglos transcurridos, nos siguen definiendo como raza.

Gamarra y Albani aciertan en recrear aquella cocina antigua ubicada en el sótano, aprovechando los niveles que ofrece la Sala Quilla, y representando en aquella escalera húmeda y oscura el descenso hacia las bajas pasiones, que nos ofrecen ni bien entramos en el espacio Juan y Cristina: él, con los pantalones abajo y ella, limpiándose con un trapo sus zonas íntimas. Por otro lado, la mencionada ambientación de época, lograda con la escenografía, luces y vestuario, contrasta con la imponente presencia afroperuana de Padilla, desafiando a su antojo a Yepez, para luego caer en el sometimiento más extremo luego de su encuentro sexual. Spano gana matices en su personaje, al estar presente en escenas clave cuando no lo está en el texto original (una táctica casi siempre acertada de Gamarra en sus montajes), mostrando así un lado sarcástico ante el desmoronamiento de su patrona.

Llama la atención, eso sí, la ausencia total de música y sonorización, una de las señas más características de las producciones de Éxodo Teatro. En todo caso, bien podría revisarse ese único aspecto del montaje, ya que la trama ocurre durante una animada fiesta en el piso superior, hasta las campanadas que anuncian la llegada del Conde; y como público no oímos nada, pero lo aceptamos porque los personajes así lo dicen. Notables actuaciones de Padilla y Yepez, piezas fundamentales del colectivo, así como también la adición de una excelente Spano. Strindberg, con La señorita Julia, ha creado un imprescindible cuadro de lucha de clases y de poder, en total vigencia; mientras que Éxodo Teatro y Gamarra consiguen un intenso espectáculo que se ubica,sin duda, entre lo mejor de su repertorio.

Sergio Velarde

5 de noviembre de 2024

domingo, 3 de noviembre de 2024

Crítica: TRIFULCA


Acción en escena

En el estado actual de violencia y crisis de seguridad ciudadana en la que vivimos, la obra Trifulca, escrita y dirigida por Renatto Argüelles, aborda un tema contemporáneo y urgente como la delincuencia. La obra nos muestra a siete delincuentes, quienes se reúnen para cometer el secuestro de la hija de un empresario; un gran objetivo que les permitirá obtener una buena cantidad de dinero y dejar la vida criminal. Sin embargo, después del robo fallido a un restaurante, la confianza y la lealtad dentro del grupo estarán en juego y pondrán en peligro sus planes. Así, vemos como este grupo se va quebrando por intereses personales que se impondrán sobre su cometido.

Si bien la dramaturgia de Argüelles plantea una premisa que recuerda mucho a las películas de acción como Ocean’s 8, es interesante el enfoque humano que le da a cada uno de los personajes, al darles luz para que revelen su pasado y el porqué y cómo se dedicaron a una vida criminal. De esta manera, da cuenta que la delincuencia muchas veces tiene causas más profundas y combatirla es un problema sumamente complejo. Por otro lado, un punto débil fue lo poco verosímil de la historia al proponer que la víctima se enamore de uno de sus captores, quien además logra convencer a sus compañeros para liberarla. De la misma forma, el final, donde la mayoría de los personajes fallecen, fue bastante abrupto y restó valor a la historia, terminando como un duelo más entre bandos criminales. En todo caso, faltó tiempo para el desarrollo del argumento.

Un punto a favor de la propuesta fue el elenco, conformado por Fiorella Flórez, Jorge Armas, Manuel Guerrero, Fernando Pasco, Kike Casterot, Diego Alonso Pérez, Cheli Vera y Russell Vásquez. Se destaca que cada personaje tenía un propósito claro en la obra y lograron una construcción e identidad para cada uno, permitiendo sostener la narrativa pese a los puntos flacos de la historia.

En cuanto a la propuesta de dirección, uno de los aspectos más destacables de Trifulca es su uso innovador del espacio. Por un lado, se permitieron salir de la plataforma del escenario y abarcar todo el espacio inferior, creando la representación de una guarida criminal que abarcaba un escenario de dos niveles. De manera que los espectadores nos ubicábamos alrededor de la planta baja, haciéndonos sentir que estábamos dentro del bunker criminal. Por otro lado, el teatro no solo como plataforma de representación, sino como un laboratorio de experimentación, permite a la obra jugar con dos artes, la teatralidad y lo audiovisual. Por ejemplo, escenas que no eran representadas por los actores en el espacio, sino que habían sido previamente grabadas y que eran proyectadas como secuencias de la obra para completar la historia. De tal manera, los elementos audiovisuales no solo complementan la puesta en escena, sino que crean una atmósfera inmersiva, donde el espectador se siente parte de la acción. Esto no solo refuerza el impacto del mensaje, sino que transforma el espacio escénico en uno vivo y dinámico.

Para cerrar, si bien la dramaturgia podría fortalecerse en algunos aspectos para lograr una narrativa más verosímil y cohesionada, la innovación en la puesta en escena y el uso creativo del espacio lograron generar una experiencia inmersiva que atrapa al espectador. Sin duda, Trifulca presentó una propuesta cargada de acción y que no temió arriesgarse en escena.

Alexandra Valdivieso Chudán

3 de noviembre de 2024

viernes, 1 de noviembre de 2024

Crítica #899: LA TRAGEDIA DE UN HOMBRE COMÚN


La triste historia de un soldado

Woyzeck, escrita por el alemán Georg Büchner en 1879, es una pieza teatral no solo difícil de categorizar, sino también de llevar a escena. Al morir el autor, el texto quedó inconcluso y varios escritores se encargaron de terminarlo póstumamente. Este se basa en el caso real de la ejecución de Johann Christian Woyzeck en 1824, por haber este apuñalado en plena vía pública a su amante; el caso ganó notoriedad, ya que era la primera vez en la que se alegaba locura como defensa, aunque sin éxito, en el sistema judicial alemán. Büchner, inspirado por la historia, escribió el que es considerado el primer drama social contemporáneo, así como un precursor del estilo expresionista alemán. Recientemente, se presentó una nueva versión en el Centro Cultural Peruano Japonés, retitulada La tragedia de un hombre común, adaptada y dirigida por Godo Lozano, que si bien mantiene el espíritu del material original, sí se requiere de algunas revisiones en su ejecución para mejorar el producto final.

La historia muestra dos claras líneas argumentales, presentadas en escenas sucesivas que giran alrededor del protagonista, un joven soldado llamado Woyzeck: por un lado, su apasionada relación con su amante y el posterior descubrimiento de su infidelidad; y por el otro, el sometimiento al que es víctima por parte de sus superiores en rango y por un doctor. Los ajustes que deberían considerarse tienen que ver más con las formas y así involucrar de manera más efectiva al público con la trama: el elenco, esperando a los costados del escenario antes de salir a actuar, incluso cambiándose de vestuario ante la vista del espectador, resulta distractivo; así como la convención de los cambios de escena junto con los apagones, que no siempre se respetan. Los efectos de sonido también podrían moderarse, especialmente en el volumen, ya que en ciertos momentos dificultan el entendimiento de los diálogos.

Otro aspecto que debería revisarse es el apartado actoral. Los intérpretes, entre quienes se encuentran Arturo Céspedes, Gisela Oncoy, Aldo Sánchez, Misael Acho, Moisés Aurazo y Onasis Toro, funcionan bien en sus respectivos personajes, pero falta una unificación en el estilo de las actuaciones, para que puedan calar con más contundencia en el público con sus historias. Logrado, eso sí, el turbulento mundo interior del protagonista, que deja verse en la escenografía del fondo y en la atmósfera creada con las luces y el sonido. La tragedia de un hombre común, producida por DAHZ Teatro, es una arriesgada propuesta escénica con algunos ajustes por revisar, que busca retratar no solo la ambigüedad de la condición humana, sino también los abusos y castigos que experimentan los más oprimidos.

Sergio Velarde

2 de noviembre de 2024

Crítica: LA HERENCIA


Sobre la transformación de vínculos en escena

La escena teatral limeña se halla actualmente en medio de un boom de estrenos. Es gratificante ver la temática tan variada albergada en los textos representados. Recientemente tuve la oportunidad de asistir al estreno de la obra La herencia, escrita y dirigida por Gianfranco Mejía, con temporada en el Teatro Auditorio Miraflores. El corazón de este distrito fue el lugar perfecto para que el elenco encabezado por el primer actor Hernán Romero, al lado de Paco Varela, Paola Miñán, Lucho Menezes, Ena Luna y Facundo Posincovich, pudiera encarnar un drama familiar contundente y vigente. Romero interpreta a Abelardo, un hombre que presiente tener poco tiempo de vida y que intenta reunir a sus dos hijos, a propósito de la repartición de bienes y el cumplimiento de sus últimos deseos. Este suceso pone en evidencia la mala relación entre los hermanos, especialmente entre Abelardo y su hijo. Poco a poco, los conflictos van apareciendo y dejando en claro por qué la relación familiar está tan dañada.

Ha sido un verdadero placer ver a Romero en una obra de teatro después de tanto tiempo. El primer actor interpretó su personaje de maneja magistral, destacando en la apropiación del texto. Si bien algunas líneas denotaban algunas redundancias y limitaciones (a nivel de dramaturgia, mas no de interpretación), el actor logró un trabajo impecable. Varela y Miñán logran construir una clara relación entre hermanos con conflictos no resueltos; a lo largo de la obra, la transformación de su vínculo llega a ser conmovedora, creando empatía con el público asistente. Debo destacar el hecho de que Varela use su lesión en el brazo a favor de la representación. El rol del mayordomo, interpretado por Menezes, fue crucial para el engranaje total de la historia, pues fue un agente de reconciliación de toda la familia. Al ser una historia familiar compleja la representada en La herencia, los roles de Luna y Posincovich aportaron riqueza de detalles a la historia.

Si bien el elenco hizo un trabajo completo de creación e interpretación de personajes, el punto de mejora de la representación estuvo en el texto de la obra. Constantemente se escuchaban frases cuyas ideas eran similares entre sí, solo con diferentes palabras. Incluso había parlamentos literalmente iguales en una sola escena. Algunos textos caían en lo cliché en momentos muy específicos de la obra. Considero que una revisión en la dramaturgia  podría ayudar  a afinar estos detalles, de modo que la obra gane mayor profundidad en el desarrollo de sus personajes.

La herencia es una representación de un drama que escenifica los verdaderos intereses de una familia alrededor de un incentivo económico. Aunque cada núcleo familiar es distinto, es en momentos difíciles en los que se ve quiénes son realmente nuestros aliados. No obstante, la obra de Mejía nos deja la sensación de que es posible limar asperezas, incluso aquellas que parecen no tener solución. El público que vaya a ver esta obra podrá ponerse (o no) en el lugar de los hermanos, quienes con mucho esfuerzo deciden continuar con sus vidas en unión familiar, demostrando así que es posible mejorar las relaciones con nuestros seres queridos.

Stefany Olivos

1º de noviembre de 2024