martes, 29 de abril de 2025

Crítica: BODAS DE SANGRE


Pasión, tragedia y el talento emergente de una nueva promoción de actores y actrices

Se estrena la obra cumbre de Federico García Lorca, Bodas de sangre, en el Centro Cultural ‘La Vaca Multicolor’, dirigida por Fernando Luque y con un talentoso elenco de jóvenes actores y actrices. El montaje nos ofrece una interpretación sensible y visceral de este clásico drama, en el que el deseo, la pasión y el honor son los protagonistas principales. La obra lleva al espectador a un viaje emocional lorquiano memorable, que mantiene la esencia de la tragedia original pero con una visión fresca y contemporánea. La temporada, que va del 5 de abril al 4 de mayo, ha sido todo un éxito, y las entradas ya se agotaron rápidamente en pre -venta.  

La obra gira en torno a una historia de amor y tragedia, marcada por el deseo reprimido entre dos amantes que se ven atrapados por las inevitables consecuencias de sus pasiones. La dirección de Luque apuesta por estructurar imágenes potentes desde el inicio de cada pasaje, logrando una conexión visual y simbólica entre los personajes y sus emociones más profundas. Las escenas se desarrollan con una intensidad que lleva a los personajes desde su fragilidad inicial hasta una solidez dramática que deja al público en la expectativa constante. El uso de luminaria roja es un recurso acertado, pues refleja la pasión y el deseo reprimido de los personajes principales, Leonardo y la Novia, los amantes. A su vez, el trabajo en vestuario y escenografía, minimalista pero efectivo, acompaña la atmósfera, complementando la tensión del relato con una estética sobria que permite a la historia y los personajes brillar por sí mismos.

A pesar de la complejidad poética de esta obra, las interpretaciones fueron precisas y profundamente conectadas con la esencia de cada escena. Se percibió en el elenco un disfrute genuino de la prosa de Lorca, lo que se reflejó en la energía vocal y el lenguaje corporal de cada actor-actriz. En este sentido, destacó con notable presencia el personaje de la Madre, interpretado por Sandra Melgarejo. Su actuación fue de una profundidad y potencia admirables, fusionando orgullo y fragilidad en cada momento crucial de la obra, lo que aportó una carga emocional invaluable a la historia. Melgarejo capturó perfectamente la dualidad del personaje, mostrando tanto su fortaleza como su vulnerabilidad, y dejando una huella indeleble en el espectador.

En definitiva, Bodas de sangre no solo nos ofrece una revisión del celebrado clásico de Lorca, sino también una dirección sensible y aguda que consigue captar la esencia de la obra original mientras le imprime una visión contemporánea. El elenco, conformado por Óscar Aguirre, Hebe Sánchez, Christine Lemus, Isabel Del Castillo, Camila Gómez, Katia Uriol,  Melgarejo, Gian Ausejo y Sebastián Manyari, entregó una actuación comprometida y vibrante que hizo de esta puesta en escena una experiencia teatral única. Cada uno de los intérpretes logró dar vida a personajes complejos, con una autenticidad que resonó en el público de principio a fin. Esta producción es un homenaje al teatro de Lorca y una muestra del talento emergente que sigue dando grandes promesas para el futuro del teatro local.

Abigail Salvador Jaime 

29 de abril de 2025

domingo, 27 de abril de 2025

Crítica: MÁQUINA HAMLET


Mirar a Hamlet con otros ojos

La compañía de teatro Impulso Nómada, conformada por un grupo de jóvenes actores, nos trajo en esta ocasión la obra Máquina Hamlet, una propuesta diferente y refrescante que busca acercar a Hamlet a nuevos públicos, al romper el esquema tradicional de una obra de teatro; es decir, se separa de la estructura aristotélica de cómo contar una historia: rompe con esta norma preestablecida de los actores en el escenario y el público en las butacas para mezclarlo todo, el espectador interactúa con el actor y la historia se mezcla con la realidad.

Casa Rama, el espacio cultural donde se lleva a cabo la obra, es una acogedora casa cuyo segundo piso fue acondicionado para que cada rincón, incluidos los cuartos, sean espacios inmersivos para el público. En cada habitación tenía lugar un acontecimiento distinto, una performance diferente, cada una con lo suyo y con una manera singular de conectar con el público, ya sea recreando una especie de asamblea popular en la que a cada participante se le pide su firma de asistencia, o ver el drama de Hamlet y su padre como si se tratase de un show televisivo; es decir, hay un fuerte intento por encajar al tradicional Hamlet en el mundo actual, pero sin que se sienta forzado, por el contrario, lo hace bastante llamativo.

Si bien no es una obra que deje muy en claro la historia que se quiere contar en sí, al menos no de la manera tradicional como ya se mencionó, creemos que es más un espectáculo sensorial, transmite más por las acciones y emociones que transmiten los actores que por las palabras en sí, es como una fuerte sacudida para el espectador que está acostumbrado a adoptar una actitud más pasiva de ir de frente a sentarse en su asiento. Y de hecho ese es uno de los fuertes de la obra: las buenas interpretaciones de cada uno de los actores, pues se notó mucho el trabajo detrás del montaje; además, ya de por sí por sí se trata de diálogos complejos de memorizar y más aún lograr que un público joven como el que fue en aquella función se interesase o lograse conectar. Esto también se logró gracias a la dirección original de Jared Portocarrero y la producción bastante ingeniosa de Milagros Flores. Sin duda es del tipo de obras con un nuevo formato que te hacen pensar que es precisamente por esta constante renovación que el arte sigue vivo y lo seguirá estando.

Barbara Rios

27 de abril de 2025

jueves, 24 de abril de 2025

Crítica: LOS AMANTES DEL IMPERIO


Emperador Nada

La Máquina Producciones de Johan Escalante parece encontrar un punto de fortuna en propuestas que, desde la misma premisa, se sienten controversiales, pero ocultan en ese escándalo potentes interrogantes. Como una interesante pieza de Romano Rodríguez, Los amantes del Imperio aborda los tabúes desde su normalización, y quizás por eso será más escandaloso para nuestros visitantes al teatro.

Es un poco complicado criticar una obra que sientes que se disfruta mejor cuando el público entra sin saber. El material promocional de la obra adelanta un poco sus sorpresas, pero inteligentemente no ahonda en ellas. Contribuyó a mantener las sorpresas solo adelantando lo que ya se ve en el afiche: la obra nos habla sobre Calígula y su hermana Drusilda, y la tumultuosa relación entre ambos, con dos interpretaciones de esta misma relación que no se pelean por tu atención, sino que se complementan para que entiendas cada una con mayor temor de lo que va a suceder a continuación.

Los dos Calígulas son mostrados como hombres patéticos y aniñados que sopesan esta realidad de su crianza a partir de la demostración de la fuerza y la sexualidad. Al ser expuesto, sin embargo, no deja ver un niño pequeño, sino un hombre aún adulto cuya inestabilidad es expuesta. Escalante atraviesa estas caras del personaje sabiéndose, pues, adulto, al principio de manera más contenida y con el tiempo más y más temible. Su coprotagonista, Olga Kozitskaya, no es su contrapeso sino su extensión desde la tierra, ligera y pesada a la vez, y elevándose a sí misma a la misma visceralidad, pero en su caso venida desde la desesperación. En los casos de ambos puedo decir que sus personajes van ganando más forma conforme avanza la puesta, y que si enfatizan el contraste entre sus respectivos personajes al inicio, así como el aspecto natural y conversacional de su relación, el vínculo entre ambos hermanos se hará más perverso.

Notas en los diálogos de los personajes un genuino esfuerzo por crear esta narrativa dual con los dos Calígulas y las dos Drusildas. Se brinda en la interpretación igual atención a ambas, un consciente esfuerzo por manejar acciones y subtexto. Puntos como la escena sexual, su consecuencia o la escena musical quizás quedan sin toda su explicación todavía, y como espectador acabamos atribuyendo al descenso a la locura de los protagonistas. El cambio entre ambas facetas, nuevamente, se vuelve más difusa con el tiempo, lo que vuelve necesario un cambio más notorio en las primeras escenas que nos marque la pauta por romperse. Dicha pauta es, dicho sea de paso, seguida a rajatabla por el diseño de luces, bien pensado y desarrollado para hacerte creer que entiendes en qué plano de la realidad te encuentras, y posteriormente torcer el cuchillo para dejarte preguntando ¿Qué máscara se están poniendo aquí?

Recomiendo encarecidamente revisar las biografías de Calígula y Drusilda después de salir del Club de Teatro de Lima, pues hará el impacto de su nuevo final más profundo y sus simbolismos más trágicos. Tal como en la historia original, será necesario recordar que Calígula no EMPEZÓ siendo un déspota o quizá ni siquiera un depravado, y que el camino al infierno puede estar sembrado en la inocente curiosidad. El teatro nos absorbe no por espíritus que nos posean, sino al sacar las sombras que tenemos dentro, y que alimentan nuestro delirio de grandeza mientras damos un monólogo de grandeza a nuestro imperio de nada.

José Miguel Herrera

24 de abril de 2025

miércoles, 23 de abril de 2025

Crítica: KORTAS ABRIL - MARTES


Sólida y sincera selección

La temporada de abril de Kortas ha recolectado una agradable y entretenida selección para los días martes, desde lúdicas propuestas con el público hasta dos coincidencias temáticas pero desde lugares muy distintos. Analicemos:


Hice match

Una propuesta honesta y con carta libre para añadir y complejizar, pero desde su sencillez inicial ya se siente fresca y sobre todo, tierna. Con Manchi Ramírez en código clown dirigiéndose emocionado a una primera cita de Tinder (dígase, una persona del público). 

Es notoria la facilidad de Ramírez para el clown y el manejo del público, desde sus comentarios con la masa y en especial con la persona elegida para la “cita”, con mucha propuesta de juego y conexión. Poner a una persona del público en el rol de una cita siempre es riesgoso, pero Ramírez lo lleva con respeto y con inocencia. El comentario sobre la inmediatez y la urgencia con la que llevamos las relaciones en tiempos de Bumble así como los gags físicos están todavía algo crudos, pero pueden cocinarse más a punta de que Ramírez continúe el experimento. El material que tiene para seguir añadiendo es infinito.


Bajo la misma fe

La mano del destino hizo que viera esta obra religiosa un día después del fallecimiento de Francisco, y quizás influyó a que apreciara más el viaje. Está construida de manera muy correcta desde la dramaturgia, con dos personajes cuyos objetivos se confrontan de manera muy fluida, y tanto los colores como el código actoral se complementan muy bien.

Quizás el giro del final es algo previsible, pero el montaje evita que este caiga en la humillación o redención del personaje. En cambio, es tomado como lo que es: el resultado triste de una cultura que les enseña a las personas homosexuales a odiarse a ellas mismas. Gherson Flores y Joel Calderón dan actuaciones sólidas y con energías que se sienten complementarias entre sí, con Fernando Barrs haciendo el equilibrio entre los dos. En general, es un drama divertido, y quizás justo muestra del legado de Panchito es que podamos tener obras sobre religión y sexualidad desde un lente esperanzador.


Hamlet en 15 minutos

Este clásico de Tom Stoppard, mismo autor de Rosencrantz y Guildenstern han muerto, es una experiencia divertida desde su premisa: resuman en quince minutos una obra famosamente larga. Christian Paredes sube la apuesta de la original con el detalle de que solo dos actores hagan todos los papeles. Un limitante no siempre es un defecto, y efectivamente, la limitación lleva al límite a los dos intérpretes, que se olvidan escenas, hablan consigo mismos y abordan una natural comedia física.

Hay varios gags que se van repitiendo, en especial el juego con las coronas y el juego de olvidarse de escenas, y eso hace que no siempre golpeen con la misma fuerza. Pero la repetición no es mayormente un detrimento, y el frenesí de los actores es lo suficientemente palpable para llevar a la carcajada. La desesperación es clave para el éxito de los actores.


Ada y Evo

¡Una segunda obra que mezcla la temática religiosa con la LGBTQ+! Esta vez, más puramente desde la comedia. Jesús Oro entrega un texto entretenido y lleno de referencias para la comunidad, que son además externalizadas bien por Gretha Bazán (Ada) y Josué Parodi (Evo), quienes entienden la tarea a la perfección y dan buenas interpretaciones, sin sentirse ni paródicos ni monótonos, sino en un punto justo que facilita la comedia y la exageración. El Dios con el que hablan no se siente igual de bien definido en su construcción, y cumple más la función cómica que se necesite en el momento. 

Más allá de lo último, Ada y Evo maneja el humor en una escala muy natural, a medida que las estrategias de los dos protagonistas por repoblar la Tierra siendo homosexuales se vuelven más desesperadas sin que su obstáculo principal se deje de lado o se abandone por conveniencia. La solución final, en particular, da a la obra la conclusión absurda y carcajeable que merece.

José Miguel Herrera

23 de abril de 2025

Crítica: JESUCRISTO SUPERSTAR


Fe y arte

El pasado fin de semana, Oficio Crítico asistió a la puesta en escena de Jesucristo Superstar en Ica, producida por el grupo artístico cultural “La Máscara”. Esta versión teatral se presentó en el auditorio del Colegio de Ingenieros de Ica, bajo la dirección del artista iqueño Alberto Sierralta Solis. El montaje brindó a talentos locales la oportunidad de mostrar sus habilidades artísticas en un formato musical.

Desde el inicio, se planteó un diálogo entre lo audiovisual y lo dramático, con un narrador externo que guiaba la ficción. Se utilizaron vestuarios variados que, por momentos, lograban una estética definida. La obra inició con una coreografía grupal que, si bien mostraba sincronía, no comunicaba con claridad lo que sucedía en escena. A lo largo del montaje, se propusieron imágenes visuales para representar la situación de los personajes, pero algunas escenas no eran claras respecto al espacio y a las acciones representadas.

La dirección coreográfica mostró imprecisiones, con una mezcla de estilos sin un enfoque definido. No obstante, la técnica y el trabajo corporal de los danzantes estuvo presente. La producción musical respondió a las necesidades del espectáculo. Las pistas de audio, grabadas previamente por los mismos intérpretes, acompañaban toda la obra. Sin embargo, el uso constante de playback restó fuerza a la puesta en escena. Algunas veces, los actores cantaban en vivo por debajo de la pista, lo que aportaba verosimilitud, aunque no era constante.

La dirección escénica, por momentos, no era precisa en relación al argumento, lo que dificultaba apreciar con claridad el conflicto en escena. Si bien se lograron imágenes trabajadas en detalle, la coherencia global de la narrativa se vio afectada. Algunas situaciones destacaban por la intención de los intérpretes, pero no lograban sostenerse a lo largo de la obra. La música servía como apoyo y guiaba la historia. En cuanto a la escenografía, se utilizaron pocos elementos físicos y proyecciones audiovisuales para ambientar cada escena. Si bien este recurso fue interesante en un inicio, no logró mantener un vínculo coherente con la acción.

A nivel actoral, no fue claro qué código de actuación se empleaba. Aunque se comprendía el género del musical, las interpretaciones variaban entre estilos, dificultando la conexión con el espectador. El constante uso del playback interfería con la expresividad en escena. Sin embargo, los actores lograban momentos de conexión con el público. 

La propuesta teatral fue valiosa por su intención de reflexionar sobre la Semana Santa y ofrecer un espacio a jóvenes talentos de Ica para mostrar sus habilidades artísticas.  

Participaron: Alberto Sierralta Solis, Roberto Espinoza, Analucia del Carpio Guichard, Bruno Rosas, Rainiero Calderón, Guillermo Chacaltana, Gustavo Ipushima, Marcelo Chávez y más de veinte intérpretes en escena. 

Rubén Aquije

Ica, 23 de abril de 2025

Crítica: ¿QUIÉN MATÓ A DRÁCULA?


Una metáfora gótica sobre el poder

Con solo dos funciones en marzo en el Teatro Campo Abierto de Miraflores, ¿Quién mató a Drácula?, escrita y dirigida por Gian Ausejo, se presentó como una propuesta atrevida y con una mirada crítica hacia las estructuras de poder. Bajo una estética gótica y cargada de simbolismos, la obra utiliza la figura del eterno Drácula para hablar, sin tapujos, de corrupción, pasión y resistencia, en un universo que se derrumba entre sombras, tensiones políticas y sospechas.

El montaje estuvo cargado de imágenes potentes, con un logrado juego de luces oscuras y rojizas que acentuaron la atmósfera lúgubre del imperio oscuro. El vestuario y el maquillaje contribuyeron de forma notable a construir un mundo visual coherente y expresivo, donde cada personaje se sentía parte de un engranaje decadente pero vibrante. Por otro lado, como parte del diseño de dirección, se recurrió a apagones frecuentes entre escenas, un recurso que, aunque interesante en intención, por momentos ralentizó el ritmo general y alargó la percepción del tiempo en escena. Con un pequeño ajuste en esa elección, el relato podría fluir con mayor contundencia sin perder su fuerza simbólica.

En escena, brilló con especial potencia Eliana Jarro en el papel de Lucarda, una vieja bruja que carga la historia en sus silencios y miradas. A pesar de ser una actriz joven, Jarro le dio al personaje un peso escénico sobresaliente y una profundidad que resonó hasta el final. También fue destacable la presencia de Franshesca Portuguez como Zafiro, intensa y dinámica, y la solidez de Jair Leiva como Virgilio, cuya contención fue clave en varios momentos cruciales.

El elenco —conformado también por Ausejo, Joselyn Chávez, Walter Elías, Elia Najarro, Mauricio Garay, Melisa Malca, Marjoerie Hernández, Luciana Fernández y Omayra Morante— mostró cohesión y entrega constante, respaldado por una dirección y producción que construyó cada personaje desde lo visual hasta lo visceral, dando al vestuario y maquillaje un peso esencial que se vio potenciado por las interpretaciones de su joven y talentoso elenco.

¿Quién mató a Drácula? fue una declaración y experiencia teatral arriesgada y valiente. Aplaudible por su entrega, voz crítica y por un elenco y producción general que, sin duda, lo dejó todo en las tablas.

Abigail Salvador Jaime

23 de abril de 2025

lunes, 21 de abril de 2025

Crítica: LA TERNURA


Mucho más que una "guerra de los sexos"

El trillado conflicto hombres vs mujeres puede ser tratado de manera genial, cuando un dramaturgo como Alfredo Sanzol (Pamplona, España, 1972) se inspira en textos de comedias de Shakespeare y se ubica en España durante el siglo XVI para divertirse y divertirnos con enredos de género, que van mucho más allá de la disputa, para confrontarnos con las capacidades humanas para vencer miedos, prejuicios y censuras y alcanzar la armonía; allí donde los seres humanos gozan de eso que llaman ternura.

Luego del éxito de esta obra en España, La ternura llega al Perú y, con la mano maestra de Alfonso Santisteban, la genialidad del dramaturgo se desarrolla en el escenario con la sapiencia, humor y genio también que pone Santistevan a sus obras. Desde el inicio, meciéndose como si estuvieran en la balsa de La tempestad, la reina Esmeralda (Magali Bolívar) nos introduce en su fantasía, gracias a que "tiene un plan" (en la obra tiene varios) para evitar el casamiento forzado de sus hijas por conveniencia política.

Si has leído sobre de la derrota de la Grande y Felicísima Armada Española (la “invencible”), te reirás con el vuelco que le da el autor a esa historia con el hechizo de la reina, cuyo plan de aislarse con sus hijas del mundo de los hombres se ve frustrado al descubrir que la isla elegida como refugio está poblada por tres hombres que, por su odio a las mujeres, viven solos. Lo que sigue es una sucesión de enredos hilarantes, cuyo ritmo y sentido no decaen en ningún momento.

Una manta es suficiente para la imaginación. Pero se agregan elementos como el atinado vestuario y aunque al principio nos parecen grotescas las barbas de las disfrazadas, luego este aparente descuido se explica perfectamente. Todo ha sido cuidadosamente elegido en esta puesta.

La obra nos presenta un elenco solvente, donde el peso mayor recae en "los padres" (Bolívar y Roberto Ruiz), pero excelentemente secundados por sus hijas e hijos. Aunque al inicio es evidente la interpretación superior de la experimentada Amaranta Kun respecto a su "hermana menor" Danitza Montero, el decurso de la historia le da a esta última la oportunidad para mostrar su talento. Los "hermanos" Gabriel Gonzales y Renato Rueda encarnan con precisión, gracia y equilibrio sus respectivos papeles.

Las ocurrencias son tan hilarantes que varias veces el público parece excederse en risas y hasta comentarios, pero eso es señal de que está disfrutando plenamente de la obra y se lleva esa sonrisa hasta salir del teatro, con la satisfacción de haber gozado de un buen trabajo escénico, además de la diversión misma.

Gracias por darle alegría al teatro.

David Cárdenas (Pepedavid)

21 de abril de 2025

Crítica: UNA NOCHE EN ESTAMBUL


Entre realidades y fantasías

Los alumnos de cuarto año de la carrera de Actuación de la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático, bajo la dirección de Luis Sandoval, nos trajeron una versión libre de la obra La noche árabe de Roland Schimmelpfennig, y tuvo lugar en el Hall del Museo Metropolitano de Lima.

La trama de por sí es bastante envolvente y llamativa, pues prometía una serie de sucesos que llevaron al público a un viaje en el tiempo entre lo contemporáneo y la antigüedad; todo esto dentro de una locación tan común, como es un edificio que está sufriendo un misterioso corte de agua en plena noche de verano. Es una historia que oscila entre la realidad y la fantasía, y es el personaje de Francisca el que lo logra traspasar. Su presente es el de una mujer científica que vive independientemente junto con una amiga. Sin embargo, su pasado se remonta a los tiempos de los grandes sultanes, donde las mujeres no tenían tanto valor, generando un contraste bastante llamativo. Además, otro elemento interesante fue la forma en la que estaba narrado; es decir, los diálogos, en cómo cada personaje relataba las acciones que hacía el otro y las propias, como si fueran sus propios narradores.

Sobre la escenografía, esta era sencilla, pero con lo justo y necesario para dar a entender el contexto en el que estaban. El uso del espacio para dar la ilusión de que uno de los personajes se había encogido y estaba atrapado en un recipiente fue algo bastante llamativo en el buen sentido, pues denotaba el buen dominio del espacio de los actores, además de sus buenas interpretaciones. Otro elemento que le sumó bastante a la obra fue la música, pues ayudó a ambientar y a darle ritmo a los acontecimientos. Incluso el lugar en el que se encontraban los músicos era idóneo, como una especie de escondite, no se distinguían, solo eran sombras detrás de las sábanas. Asimismo, el elenco de baile fue otro gran elemento, pues contribuía a la fluidez.

Pese a que la puesta en escena fue innovadora y llena de bastantes talentos, lo que le jugó en contra fue el local: los asientos estaban al mismo nivel, lo cual no le permitía al público apreciar bien lo que pasaba en el escenario y se sentía más como una radionovela. Una estructura que permitiera que los asientos estuvieran de forma escalonada hubiera sido lo ideal, ya que no se pudo apreciar bien el buen trabajo que se estaba desarrollando.

Barbara Rios

20 de abril de 2025

sábado, 19 de abril de 2025

Crítica: EL MUNDO DE SHAKESPEARE


Crossover shakespeariano

Alumbra Producciones viene con otra obra en su formato de El mundo de…, con la que suelen adaptar obras de autores reconocidos. En esta ocasión, en lugar de adaptar una obra de William Shakespeare en singular, Marcos García Tizón dirige una suerte de fusión que adapta principalmente La fierecilla domada y Romeo y Julieta, con personajes de El mercader de Venecia y Hamlet aportando a la propuesta. El resultado es una mezcla divertida y simpática en su autorreferencialidad, aunque dispar en lugares que impiden alcanzar el potencial de un “All Stars” de Shakespeare.

Al entrar al teatro, el público se encuentra con los actores ya sentados entre el público con ropas negras y máscaras blancas. El motivo de esto es explicado ni bien inicia la obra por el personaje de Roger Luna: los personajes de Shakespeare tienen una universalidad que los hace reconocibles en muchos de nosotros. La obra se enmarca desde aquí en la metateatralidad de re-analizar las obras y darles un nuevo final que desafía los destinos originales. El set-up y la ejecución de este cambio es consistente gracias a esta primera ruptura y permite interesarse por los nuevos desarrollos mezclados y la diversión que tienen los actores con esta autorreferencialidad.

El potencial de estas historias, aun así, no es explorado tan profundamente como uno desearía. Evidentemente, cuatro obras de Shakespeare resumidas en un montaje de cuarenta y cinco minutos va a tener que hiperresumir la mayoría de sus tramas, usualmente pasando del inicio del conflicto a su resolución, pero aun así otorgándole a su elenco la oportunidad de encarnar los monólogos más recordados de sus personajes. Ofelia y Shylock, en particular, tienen roles bastante reducidos que solo pueden abordar los aspectos más popularmente conocidos de sus personajes (la locura y la usura, respectivamente). La fuerza actoral y la química entre el elenco se siente dispar, pero destacan Anabel Pérez como Ofelia, Rosa Portugal como Catalina y Marcelo Prado como Petrucho.

El fuerte de la obra, sus añadidos y momentos lúdicos, sirven para introducir al público con toques modernos a las historias clásicas. La vestimenta, los bailes y las referencias nunca llegan a sentirse desmedidas como para distraer del grueso principal de la trama. Diría incluso que toman el principal sentir de la propuesta: Shakespeare es universal, y en lugar de verlo como un antiguo intocable y reservado, tenerlo cercano y actualizado a nuestras perspectivas y moralidades es necesario para construir, paso a paso, nuevas teatralidades.

José Miguel Herrera

19 de abril de 2025

Crítica: NO QUIERO OLVIDAR


En la salud y en la enfermedad

Estrenada en el 2022, No quiero olvidar es, sin duda, la mejor apuesta teatral creada por Gerardo Fernández desde su Teatro Esencia. La salud mental, manifestada en un actor entrando en sus cincuentas y diagnosticado con Alzheimer de inicio precoz, es el disparador para que Fernández actúe, escriba y dirija una conmovedora historia que no se limita a describir los tempranos síntomas de la enfermedad y el inexorable final del protagonista, sino que además explora los difíciles momentos que le toca vivir con su pareja homosexual más joven, quien a su vez se encuentra cansado de su vida monogámica. Esta nueva versión de la pieza, con algunas acertadas afinaciones y un renovado elenco, sigue funcionando como una tierna celebración del amor, a pesar de las mayúsculas dificultades.

Acaso la mayor diferencia con el montaje original sea el equilibrio más conseguido entre los dilemas que afectan a Lucio (Fernández) y Álvaro (Gabriel Soto); ambos personajes logran manifestar sus inquietudes con mayor eficacia y fluidez: el primero, con los constantes olvidos que afectan sus clases y sus grabaciones; y el segundo, con las dudas acerca del compromiso y de su libertad sexual reprimida. Con un contado mobiliario, el íntimo espacio de Esencia es bien aprovechado para darle un total protagonismo a la pareja y su historia, una que a pesar de su todavía dilatada duración en escena, logra condensar con acierto todos los años desde que aparece la enfermedad hasta el conmovedor desenlace.

Fernández, en esta nueva reposición teatral de su autoría, ofrece una sólida actuación llena de detalles y sutilezas, con un par de momentos realmente conmovedores, bien acompañado por Soto, quien destaca por su naturalismo y contención en las secuencias dramáticas. Mención especial para la carismática Miluska Eskenazi en los cinco personajes clave que le toca interpretar en la historia, todos muy conseguidos y diferenciados, desde la alegre amiga de Álvaro hasta la despiadada directora de Lucio. No quiero olvidar sigue siendo una oportuna reflexión acerca de las decisiones que deben tomarse en pareja, ante la aparición de enfermedades que ponen en riesgo incluso a las relaciones más estables.

Sergio Velarde

19 de abril de 2025

Crítica: LA PERSONA DEPRIMIDA


La salud mental en escena

El título nos revela anticipadamente el tema: la salud mental. El escenario minimalista - apenas una mesa y una silla en medio de la oscuridad, ambos blancos - concentran nuestra atención en el personaje que ingresa, también de blanco, para contarnos sobre una persona que sufre un problema de salud mental y su relación con su terapeuta y antes, con su familia. La ausencia de más elementos nos revela su soledad y su angustia.

Un relato contado en tercera persona es difícil, pero desarrollar todo un monólogo en este formato es un gran reto. En este caso, la adaptación del relato del mismo nombre de David Foster Wallace, a cargo de Daniel Veronese, nos presenta a un personaje que cuenta la historia de otra persona que no es otra que ella misma, pero con un efecto de distanciamiento, como quien se niega a aceptar que es su propia realidad y el efecto es contundente. A modo de conferencia, el personaje anuncia: “Hoy voy a hablarles de la persona deprimida” y con lenguaje más formal que coloquial nos introduce al universo de esa persona y sus angustias. Su nombre carece totalmente de relevancia, como si hubiera perdido identidad y solo importara su condición. 

Pero ¿quién es esa persona que habla sobre la persona deprimida, cuenta el origen de sus traumas y hasta se deja poseer por las emociones de la persona deprimida mientras narra, sin pausa, su historia? Ese enigma, como recurso dramático, logra atraparnos. 

El contacto con el público es permanente, desde que el personaje ingresa por el pasillo lateral, o cuando, de pronto, pide un poco de agua y aparece un asistente (como si fuera un espectador más) con una jarra y un vaso. En Argentina, en la versión original, había una taza de café que algún espectador espontáneamente debía servir. La gestualidad de la actriz es fundamental para no perderse en los vericuetos de su narrativa y es que, en verdad, hay momentos en que cuesta no confundirse.

Pero hay más personajes: la familia, fundamental para exponer sus traumas infantiles; la terapeuta, cuya relación resulta trascendental por un hecho que es narrado desde el pasado hacia atrás para remarcar su efecto. Y también están presentes las amigas, como un grupo de apoyo terapéutico que representa la infructuosa búsqueda, por parte de la persona deprimida, de vínculos con los cuales reconectarse con el mundo.

Quizás es el papel más exigente en los 30 años de carrera de Katia Condos, que mantiene la atención del público a sus cambios de ánimo y tonos de voz en un largo texto de 50 minutos. Un par de parpadeos de luz, a los que responde el personaje, anuncian que en pocos minutos llegará el final, para no sorprender a quienes no leyeron que la obra es relativamente corta (en realidad, siendo un monólogo no es corta) y prepararnos para un final que no pretende resolver algo o dar un giro sorpresivo a la historia, sino que es simplemente el final del relato, como decir “Esto es lo que tenía que contarte”. Fin. Aplausos para Katia y para la directora Carla Valdivia.

David Cárdenas (Pepedavid)

19 de abril de 2025

jueves, 17 de abril de 2025

Crítica: LA CASA DE BERNARDA ALBA


Sombras y libertad

Un escenario blanco y algunas sombras chinescas nos sumergen en el dominio de Bernarda, una viuda que vive con sus cinco hijas y su madre, a las que somete a una prisión doméstica con la fuerza de una moral autoritaria. Ella es “el hombre” de la casa y como tal, representa su orden absoluto e implacable y la censura a toda libertad que ponga en peligro la pureza de las mujeres.

Esas sombras se repiten, de varias maneras y siempre de manera atinada, para ingresar a la intimidad de las jóvenes enclaustradas y llevarnos más allá del texto. Resulta irónico el uso de este recurso escenográfico, por cuanto precisamente su uso en China se debía a que a las mujeres no se les permitía asistir a las representaciones de teatro. Siglos después, el teatro de sombras llegó a Europa a través de las rutas de evangelización de los jesuitas y a España a principios del año 1800, inspirando a pintores como Goya.

La buena dirección de Omar Del Águila nos permite percibir la profundidad del mensaje de Federico García Lorca que, con esta obra (parte de la trilogía que se completa con Yerma y Bodas de Sangre) escrita a inicios de la Guerra Civil española (1936), revela la represión sexual y la lucha por el poder en una sociedad patriarcal y duramente conservadora, como lo fue los años siguientes a la guerra. El feminismo combativo de las españolas de hoy refleja la rebeldía de la joven Adela. Ella es capaz de vestirse de verde luminoso cuando es obligatorio el luto riguroso. En ese momento somos conscientes de que estamos viendo una obra en blanco y negro, como los sueños o acaso, las pesadillas. 

La puesta en escena se sostiene en la actuación solvente y vigorosa de Virginia Mayo (Bernarda), que representa el poder censor. Junto a ella, Angelica Torres (Poncia) y Noraya Ccoyure (La criada) cumplen con creces sus respectivos papeles de personal del servicio que todo lo ven y saben y Claudia Iglesias, que encarna a la abuela recluida por su aparente locura, pero realmente por sus sueños de libertad, ya convertidos en delirio.

La presencia de las cinco hijas de Bernarda va creciendo incesantemente en el transcurso de la historia, desde un grupo informe de jóvenes sumisas hasta revelar cada cual su personalidad. Entre ellas, resaltan Angustias, la hermana mayor (Grecia Rojas) y Martirio (Beleny Gómez), pero es Adela (Sofía Rojas) la encargada de representar la rebeldía, hasta las últimas consecuencias. Adela no acepta el destino impuesto, pero no se entrega al hombre amado sino a la libertad. Ella es capaz de enfrentar al poder, representado por su madre Bernarda, a quien despoja de su bastón, en verdad un bastón de mando, en un gesto cargado de simbolismo y serán las sombras, nuevamente presentes, las que nos revelen su final. 

Buen desempeño también de Alondra Contreras (Amelia) y Peggy Carhuallanqui (Magdalena), las otras hermanas que asumen su miserable condición, pero no tienen la valentía para rebelarse.

Queda un fin de semana para verlo en el teatro Ricardo Roca Rey de la Asociación de Artistas Aficionados.

David Cárdenas (Pepedavid)

17 de abril de 2025

Crítica: MUCHA M!ERD%


El juego de actuar

El pasado sábado 12 de abril se presentó Mucha M!erd%, obra escrita y dirigida por Marco Palomino, con un elenco rotativo de ocho actores que hace que cada función sea una experiencia única. En esta ocasión, accionaron Camila Yong como Cloe, Julio César PG como César, Nicolás Chinchilla como Carlos y Jenry Ramírez como Chris.

La puesta se desarrolla en un formato de 360°, aprovechando la totalidad del espacio y permitiendo una interacción constante con el público. Este formato no solo genera cercanía, sino que también refuerza el carácter lúdico del teatro.

La trama sigue a cuatro actores convocados a un casting que promete cambiar sus vidas. Frente a ellos, un solo reto: tienen treinta minutos para mostrar “lo mejor de lo mejor”. A partir de esta premisa, los personajes se enfrentan a un dilema creativo que los lleva a explorar y deformar historias clásicas —Romeo y Julieta, El Génesis, Caperucita Roja, Cenicienta, y El Mago de Oz— a través del juego escénico y recursos del teatro contemporáneo.

Cada personaje encarna una visión distinta del oficio actoral: Cloe (Camila Yong), una influencer con aspiraciones escénicas; Chris (Jenry Ramírez), el joven despreocupado que apuesta por la espontaneidad; Carlos (Nicolás Chinchilla), el actor formado en Perú que defiende con seriedad su vocación; y César (Julio César PG), quien se ha formado en el extranjero y se autodefine como innovador y multidisciplinario. Cada intérprete logra transmitir con claridad y consistencia estas perspectivas, lo cual permite que el público identifique con facilidad los conflictos y tensiones que emergen en escena.

En este juego de egos, estilos y posturas frente al arte, Mucha M!erd% logra no solo hacernos reír, sino también hacernos pensar. La obra se plantea como un metateatro que desnuda al actor y, con él, a todo el aparato teatral. ¿Qué es “lo mejor de lo mejor”? ¿Qué se valora hoy en día en una audición? ¿Es suficiente con tener talento? La obra no da respuestas cerradas, pero sí deja una inquietud vibrante sobre el lugar del artista en un sistema que lo exige todo y le garantiza poco.

Si bien la propuesta mantiene un tono humorístico durante la mayor parte del montaje, no se priva de dar lugar a la reflexión. Mucha M!erd% pone sobre la mesa los sacrificios, frustraciones y contradicciones que atraviesan quienes se dedican al arte escénico. Así, entre risas, también se revela la vulnerabilidad del actor: su esfuerzo constante por sostener una vocación que, muchas veces, exige más de lo que ofrece. Mucha M!erd% es, entonces, una celebración del teatro desde sus entrañas más caóticas y sinceras. Y también es una confesión.

Daniela Ortega

17 de abril de 2025

domingo, 13 de abril de 2025

Crítica: LA GRAN AVENTURA DEL GATO Y SU TÍA


Una aventura escénica hacia la libertad

En el marco de la 24ª edición del festival Saliendo de la Caja, organizado por la Especialidad de Creación y Producción Escénica de la Facultad de Artes Escénicas (FARES - PUCP), se presentó una innovadora propuesta de teatro físico con tintes musicales dirigida por Mariale Zumaita. El festival reunió una variada muestra de espectáculos creados por jóvenes artistas en formación, dentro de las disciplinas de teatro, danza y música. Destacándose esta obra en particular, por su sensibilidad, riesgo escénico y el notable desempeño de su elenco.

La historia gira en torno a Mariquita, interpretada por Gianella Soto, quien atraviesa sus miedos más profundos dentro de un universo escénico planteado como un juego. A través de niveles simbólicos, la protagonista enfrenta a sus adversarios —personificaciones de sus recuerdos y prejuicios— con el objetivo de ganar autonomía y poder vivir el amor que desea.

La puesta en escena se apoya en el humor y la fisicalidad como ejes principales. Desde el inicio se percibe la tensión que atraviesa Mariquita, en contraste con el disfrute casi lúdico de sus oponentes, lo que genera un buen equilibrio entre lo dramático y lo cómico. El primer nivel del juego muestra el vínculo afectivo con el personaje interpretado por Fiorella Bastidas. El acercamiento entre ambas se ve interrumpido por los temores internos de Mariquita, representados en escena con imágenes y sensaciones muy bien logradas.

Con el avance de los niveles, la excentricidad crece y se vuelve un recurso clave. Daniela Segura y Ruth Barba interpretan a personajes que suman humor y ritmo a la historia. Además, los momentos musicales refuerzan ese tono satírico que atraviesa toda la obra, generando un ambiente festivo que contrasta con el conflicto interno de la protagonista.

Las imágenes tienen un papel central en cada etapa del juego. Los recursos visuales y escénicos están pensados con claridad y funcionan con naturalidad, lo que habla de decisiones arriesgadas pero bien ejecutadas desde la dirección. El trabajo gestual y físico de las actrices se sintió sólido y expresivo en cada escena, especialmente en los enfrentamientos. Se lucieron Soto, con una interpretación sensible y precisa, y Segura, que aportó gran energía y humor.

En definitiva, La gran aventura del gato y su tía nos presenta una historia de amor, miedo y liberación a través de un juego escénico que invita al público a acompañar a su protagonista en cada logro desbloqueado. Con una dirección dinámica de Mariale Zumaita, el acompañamiento en asistencia de Gonzalo García, y una producción a cargo de Clau de la Torre, la obra logra entretener, emocionar y cuestionar prejuicios sin perder dinamismo, gracias también al compromiso y la creatividad de todo su equipo.

Abigail Salvador Jaime

13 de abril de 2025

sábado, 12 de abril de 2025

Crítica: JUEGO DE ROLES


Titiriteros de titiriteros

Siete años después, Abel Enríquez y Martín Velasquéz Marvelat regresan a Juegos de Roles, con un montaje que mantiene un sentido de ruptura creativo y constantemente adaptándose, y con un estilo de dirección y actuación que se apoyan mutuamente para lograr una experiencia que no todas las obras metateatrales logran: mantener al espectador dudando de principio a fin.

Esto se logra a través de la subversión constante. Carlos, interpretado (aparentemente) por Dante del Águila, es un dramaturgo frustrado intentando escribir su magnum opus, cuando se le ocurre la idea de utilizar su propia realidad para escribir la obra. Uno piensa tras entender esto, que la obra ya jugó todas sus cartas y no tendría mucho que ofrecer. Pero a medida de que la obra avanza, entendemos que muy por el contrario, ha habido entre Enríquez, Marvelat y su elenco un pacto astuto para lograr que el espectador se mantenga enganchado intentando deducir qué es real y qué no (si es que algo lo es).

La obra es, valga la redundancia, una experiencia teatral. Rehuye de estrategias más cinematográficas para expresar esta realidad ambigua (como uno podría aprender de Birdman o Bojack Horseman) para sumar al espectador en el juego. Los cambios en los cuadros, los vestuarios, los códigos de actuación cambiantes. La obra aprovecha sus recursos sin desgastarlos, sino creando una narrativa a través de las piezas entremezcladas del dramaturgo y los personajes de su vida.

A esto se apoya que dichos personajes no son solo piezas a su merced, sino seres propios con un viaje y una progresión interesante. El propio Del Águila pasa de causarnos lástima a rechazo y hasta empatía por el espiral en el que ha llevado su semificticia vida. Gia Rosalino aprovecha un paraguas de tonos para su personaje, no quedándose solo en monólogos o caricaturas sino dotando de color cada faceta. María del Carmen Sirvas y Gianni Chichizola (este último el único retorno de la primera versión y, quizás por eso, el del código más histriónico) otorgan fuerza y sustancia que ayuda a la comedia al igual que a lo momentos dramáticos. A medida que avanza su temporada, las fases de los cuatro personajes se irán sintiendo más únicas y aportarán a un público que quiera ver la obra más de una vez para buscar los detalles.

En general, se siente en esta versión de Juego de Roles un texto que ha ido madurando a lo largo de los años, y cuidada desde cada lado del equipo. Desde el ojo metateatral del dramaturgo, sería quizás fácil darle un lente puramente heroico o puramente desagradable a un protagonista también escritor. Pero requiere autoconocimiento mostrarlo como un humano fallido, dueño de sus ficciones tanto como estas de él, y forzado a entender que en su vida no hay ensayos ni reescrituras. Si alguien más es escritor, sentirá ese golpe (y la curiosidad de saber cómo se explicó todo esta historia en las acotaciones).

José Miguel Herrera

12 de abril de 2025

viernes, 11 de abril de 2025

Crítica: LA TRAGEDIA DE RICARDO III


Un Ricardo diferente

Ricardo III es un clásico del teatro, que en esta ocasión llega a nosotros gracias a Alumbra Producciones y el Teatro Barranco. En general, esta adaptación se mantiene fiel al texto original de Shakespeare, pero nos ofrece algunas variantes interesantes. En primer lugar, al contar con un elenco mayoritariamente femenino, la dirección propuso que sean las actrices quienes encarnen a los personajes masculinos, que son los predominantes en la obra. Así, el Ricardo III que interpreta Grecia Simon destaca por la fuerza de su expresión, mostrando un personaje tan profundo como maquiavélico. Como plantea la tragedia, a pesar de que Ricardo es parte de la realeza, presenta una deformidad que se comprende como un castigo de la naturaleza; aun así, en principio, es estimado por su familia y el pueblo al que gobiernan. Lo que veremos a lo largo de la obra es el desarrollo de los sentimientos que lo llevan a pelear por el trono, sin tener mayores límites en su actuar. Por eso, su apariencia física termina siendo la proyección de una moral distorsionada, motivada por un deseo de poder, que igual domina a algunos de sus allegados. Por otra parte, destacan la reina Isabel y Lady Ana, interpretados por Douglas Faria y Eduard Zapata, que son representadas con gran sensibilidad. Ello nos permite conocer los efectos de las complejas situaciones, políticas y familiares, que enfrentan las mujeres de la obra.

Finalmente, queremos llamar la atención sobre el uso del espacio, que consideramos se realizó de excelente modo. Por una parte, en el escenario se contaba con dos ventanas, que permitían mostrar eventos simultáneos. Esto es particularmente conveniente para una tragedia en la que se dan tantos encuentros y secretos, y que además suele ser extensa por el mismo motivo. A la par, el uso de una plataforma que se encontraba cerca del público fue utilizada en acontecimientos clave, y permitía renovar la atención de quienes nos encontrábamos viendo la obra. En ese sentido, y por todo lo que hemos mencionado antes, consideramos que se mantuvo un dinamismo que resulta muy valioso al presentar una tragedia como las de Shakespeare. Por ello, creemos que la propuesta puede ser de gran agrado principalmente para quienes disfrutan de los clásicos del teatro. Sin embargo, la recomendamos ampliamente también para aquellos que sientan curiosidad por este tipo de obras, ya que en todo momento se mantuvo al público a la expectativa de la suerte de personajes tan elevados y, al mismo tiempo, humanos, con virtudes y defectos.

Barbara Rios

11 de abril de 2025

jueves, 10 de abril de 2025

Crítica: TRES MARÍAS Y UNA ROSA, 39 AÑOS DESPUÉS


Telba, las mujeres y el pasado

La puesta en escena de Tres Marías y una Rosa, 39 años después, que viene presentándose en el Centro Cultural Ricardo Palma, sí que resulta un acontecimiento teatral por partida doble: no solo se vuelve a llevar a las tablas la historia de este entrañable grupo de arpilleristas, inspirada en el clásico chileno del mismo nombre, escrito originalmente en el año 1979 por David Benavente, sino que nos devuelve a nuestra cartelera teatral al emblemático grupo Telba, que tuviera gran éxito con esta misma obra en 1985. Para quienes alcanzaron a ver la mencionada temporada hace casi cuatro décadas, esta nueva versión pueda ser apreciada ciertamente con una capa adicional de nostalgia; para el resto (incluyendo a un servidor), esta puesta se sostiene gracias al talento de las actrices y a la cuidada dirección de la experimentada Ruth Escudero.

Debe anotarse que la obra original recibió muchos elogios en su momento por retratar con autenticidad la realidad chilena, en aquel entonces bajo la dictadura militar de Pinochet, y por su contundente crítica a la sociedad. Sobra mencionar que los paralelismos con nuestra reciente coyuntura política y social resultan más que evidentes y pertinentes. La presente adaptación, en formato de creación colectiva a cargo de Francisco Basili y ubicada en tiempo actual, resulta sorprendentemente eficiente y creíble, a pesar del tiempo transcurrido: tres de las cuatro actrices originales regresan, retomando sus mismos papeles, pero con otro tipo de problemáticas que deben aprender a lidiar; y por otro lado, todo el montaje respeta la fuente original. Estas reuniones de coordinación y trabajo de bordado para elaborar una gran arpillera conmemorativa, que retrate los momentos más importantes de la historia compartida de una comunidad de bajos recursos, son la excusa para que estas tres maduras mujeres nos regalen una lección de solidaridad, empatía y amistad.

Las actrices Milena Alva (María Luisa), Olga Bárcenas (María Esther) y Myriam Lértora (Rosa), como las veteranas arpilleristas, llenan el escenario con sus historias de desencuentros y reconciliaciones, con total ausencia de figuras masculinas y en medio de romances otoñales, migraciones forzadas y recuerdos dolorosos, mientras las tres esperan a la directora Maruja. Telba, en este inspirado reestreno tardío de Tres Marías y una Rosa, 39 años después, rinde un merecido homenaje al arte de las arpilleras, que decoran de manera espectacular el escenario, en una historia que evoca el pasado para construir una trama de nostalgia, memoria y transformación.

Sergio Velarde

10 de abril de 2025

Crítica: KORTAS - MIÉRCOLES


Pasión, riesgo y el teatro independiente en Barranco

El Teatro Barranco presenta cada miércoles por la noche la temporada de obras Kortas, una propuesta que reúne cuatro microobras teatrales de distintos estilos y agrupaciones independientes, ofreciendo al espectador una experiencia diversa y entretenida. Esta temporada busca acercarnos al teatro independiente nacional mediante formatos breves pero significativos.

Confesiones desde el escenario: La noche inicia con Dos actores se confiesan, una obra que, en formato de stand-up, expone los desafíos de ser actor en el Perú. Dos intérpretes relatan sus vivencias, estigmas y frustraciones al intentar vivir del arte escénico. Aunque la propuesta aborda temas relevantes, su ejecución técnica presenta debilidades. La escenografía carece de una estética definida, la iluminación no logra una transición clara entre escenas y los cambios espaciales se sienten poco coordinados. El vestuario neutro permite versatilidad en los personajes, pero la falta de elementos escénicos exige una técnica vocal y corporal que no siempre se sostiene durante la representación. A pesar de estos detalles, los actores logran momentos de conexión auténtica con el público. En escena: Luis Lévano y Nicolás Bullón.

Una noche para decirnos todo: Continuamos con ¿Por qué tienes que ser hombre?, una historia de secretos y vulnerabilidad entre dos amigos y vecinos: él, enamorado de ella; y ella, lesbiana. La obra despliega con sutileza los conflictos emocionales entre los personajes durante una noche intensa. La escenografía nos indica que los eventos se desarrollan en el departamento de Marcelo; además, con el apoyo de elementos audiovisuales que contextualizan el espacio escénico. La iluminación se adapta con eficacia a los cambios en la historia, aunque sucede en pocas ocasiones y sin establecer una convención con el espectador, funciona para generar impacto deseado. El vestuario en blanco y negro refuerza el vínculo entre los personajes. Las actuaciones son honestas y logran empatía con el público. En escena: Marcelo Prado y Pau Simons.

Comedia sin filtro: Después se presenta La tinta del coronel, una obra cargada de humor y un estilo no realista que cautiva desde el inicio. El uso de material audiovisual establece la convención escénica de forma clara, lo que permite una conexión inmediata con el público, reflejada en sus risas y constantes reacciones. La propuesta visual es coherente, con una escenografía efectiva y una propuesta musical e iluminación bien integradas. El vestuario y la utilería aportan información relevante sobre los personajes y el argumento. Las actuaciones destacan por su ritmo, versatilidad y dominio del estilo propuesto. En escena: Norka Ramírez y Viviana Andrade.

Amor sin garantías: Finalmente, la noche cierra con El beso de Afrodita, una historia que presenta el encuentro entre un alumno, que ha dejado de creer en el amor, y la diosa griega. La obra inicia mediante una narración en off, que contextualiza la escena. Luego se apoya en proyecciones, iluminación y utilería que sugieren el espacio donde ocurre la acción. Aunque el diseño espacial mantiene cierta ambigüedad, esto permite que cada espectador imagine libremente el entorno de los personajes. La obra rompe la cuarta pared e involucra al público, generando una experiencia cercana. Sin embargo, por momentos, la representación se torna redundante, lo que afecta la coherencia del relato. A pesar de ello, la propuesta se sostiene por su intención reflexiva en torno al amor. En escena: Celeste Villar e Israel Coello.

Rubén Aquije

10 de abril de 2025

Crítica: HOW A FALLING STAR LIT UP THE PURPLE SKY


Danza Roja

El silencio ocupa el espacio, el cuerpo del espectador se conmueve con una presencia que no está, la mirada va captando lo que ofrece el escenario; ahí hay un hombre parado por largo rato, será él quien aparecerá primero, está de perfil, se siente una presencia distinta. Van apareciendo los artistas, el modo de componer advierte otra postura, una mezcla de danza ancestral y danza urbana, hay algo que nos quieren decir, quizá cada uno lo interpreta a su manera. El origen de la vida (puede ser) o el punto en común que tenemos todos los seres humanos, el mundo gira, y hace girar a los cuerpos; hay un hombre que tiene más estatura que todos los demás, usa zancos o algo parecido, que puede representar su presencia, hay mucha ritualidad en todo lo que sucede. Un aspecto muy peculiar de la danza es la posibilidad que el espectador tiene para interpretar desde sus entrañas; no hay un discurso directo, sino hay muchos discursos indirectos que se manifiestan desde lo abstracto y lo efímero.

Las coreografías funcionan como preguntas y respuestas, hay un ritmo africano, una muestra de religiosidad que se manifiesta en un concepto del mundo, en una visión del mundo. La música es muy llamativa porque va acorde a los movimientos, hay una exactitud entre el desplazamiento y el sonido; un silbido retumba el espacio, es un silbido distorsionado, que acusa hacia algo en la profundidad de nuestro ser. Un músico aparece desde la tierra, como si resucitara, mueve la tierra y aparece con su instrumento tras el brazo. Lo toca. Es un bajo que acompaña a la pista que ocupa el espacio de atrás, todos bailan. El músico también empieza a bailar, parecen pandillas o tal vez tribus, no se dice nada, solo una voz en un momento se acerca y nos dice algo, relacionado con no sé qué, es algo que apela al origen (creo) o a la tradición y la cultura.

Visualmente hay una regresión como una búsqueda de caminos alternos, hay magia en lo que sucede, un poema en movimiento, una resistencia que danza, los espacios son amplios y trasladan a un desierto. Espacios de choque entre tribus, o entre poblaciones, el reconocimiento de un hombre hacia otro hombre, la apertura de orquestar una sinfonía de brazos y piernas que plantean un comienzo distinto. El choque es sonoro, es invisible, no hay un diálogo para acercarnos a lo que es fácil de entender, nos aproximamos desde intuiciones, desde las palpitaciones de nuestro ser al observar una condición primigenia como la danza.

Los colores están bien puestos, da la sensación de un potente sol que anochece y amanece en un árido desierto, donde los humanos funcionan como viento, como cosas que son movidas por fuerzas ajenas a nuestro entendimiento cotidiano. La energía del zapateo es muy particular, apreciar los patrones rítmicos de los pies, permite conectar con una raíz compartida, un punto de partida único, la ventaja que permite la urbanidad vuelve única a la composición, pero ahí dentro en la matriz considero que hay cosas que también nos pertenecen. Los vítores y alaridos que se emiten mientras los danzantes despliegan su movimiento, son como orgiásticos un punto de eclosión hacia visiones distintas, un punto de resistencia y de difusión.

Hay una sinceridad en la creación que permite reconocer al otro como diferente, es valioso reconocer al otro como diferente, porque a veces nos llenamos la boca de palabras que promueven la igualdad, no es necesario ser iguales para respetarnos, creo que ahí hay un problema, pretender ser iguales cuando no lo somos. La diferencia y su reconocimiento construye un puente, un lazo, que desde el movimiento retumba en circunstancias primigenias; no se si todos entienden igual, pero lo interesante es encontrar una sensación, que puede ser la extensión de un pensamiento. Los brazos y las piernas pueden ser la prolongación de la lengua, el sonido es particular a la voz (se parecen) ambos emiten un aliento, una forma de comunicar nativa; esa sensación es la que me queda después de haber visto la puesta.

Moisés Aurazo

10 de abril de 2025

lunes, 7 de abril de 2025

Crítica: 3 SON MULTITUD


Enredos con potencia

La transición de cualquier obra a un musical no puede ser un proceso sencillo. Despertar de primavera de Wedekind es probablemente el ejemplo más conocido. Pero hay algo en la energía de 3 son multitud que da la sensación de que esta historia siempre estuvo destinada a contarse en este formato, que le queda como anillo al dedo y nos da una trama bastante sencilla potenciada emocionalmente por el formato en el que se encuentra.

La obra, creada por Ivana Pedreschi y Viviana Pereyra y basada en una comedia de 2023 de Romina Viñas, llega a su breve reestreno con una estética pulida y llamativa. Desde el principio la obra ha tenido una paleta de colores muy marcada para cada personaje, y en esta obra este elemento se lleva a su punto más cuidado. El escenario sencillo (un típico comedor con las sillas y la mesa larga marcando el espacio de juego) sirve como lienzo para los colores, la música y los cuerpos, cada uno de estos últimos muy bien diferenciado.

Pedreschi, en el papel de Lorena, jala la atención desde el primer momento por su gran expresividad a nivel vocal y corporal. Alvaro Pajares como Felipe y Pereyra como Natalia apoyan este ritmo como contraparte y equilibrio, respectivamente. Nunca caen ni flaquean, en especial en los duetos con Pajares. En general, el ritmo entre escena y escena/canción y canción permite mantener la atención entre los momentos tensos y las carcajadas, sin que una le quite el peso a la otra. No hay ni sobrecarga de canciones ni ausencias prolongadas (salvo quizás al inicio del segundo acto). Las canciones se sienten diferentes en cuanto a su tono y propuesta, pero lo suficientemente en la misma línea como para seguir sintiéndose del mismo musical. 

Al principio, eso sí, fue complicada entender lo que cantaban. Lo atribuí inicialmente a un problema de dicción, pero más bien pareció un tema técnico: el CAFAE-SE no es que sea pequeño, pero tampoco es muy amplio, y esto sumado al volumen de los micros hizo las primeras canciones, bastante energéticas y cambiantes, a veces complicadas de escuchar. 

Por lo demás, la trama es correcta. Los agujeros de guion que pudiesen aparecer (como que dos mejores amigas millenials jamás se hayan mostrado una foto de sus ex) son explicados a tiempo y la premisa entrega las escenas, enredos y situaciones obligatorias para mantener atento al público. Quizás la crisis del final se soluciona con más facilidad de lo que uno pensaría al inicio, y aspectos como el desarrollo de Natalia o el budismo de Felipe no están aún explorados a fondo, pero así como con la escenografía, la sencillez de la trama planteada sirve para dar paso a que la química y dinamismo de los tres intérpretes se nutra y se expanda. 3 son multitud es un musical divertido y amigable, en un espacio cómodo y con un remate hecho a medida para dar una última risa de cierre a la experiencia.

José Miguel Herrera

7 de abril de 2025

Crítica: PADRE, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?


La disyuntiva de Jesús

La obra que en esta ocasión nos trae Piere Lugo, quien no solo la escribió y dirigió sino que también interpretó al personaje de Jesús, se presenta como un esfuerzo por romper las convenciones del teatro tradicional, utilizando el movimiento corporal y la danza como medios primordiales de expresión. A lo largo de la función, se intenta crear una atmósfera abstracta y experimental, en la que la narrativa se despliega a través de gestos y posturas más que mediante el diálogo o, en todo caso, este último igual iba acompañado de gestos y movimientos bastante llamativos.

Se nos cuenta la travesía que emprende Jesús al encontrarse en una disyuntiva junto a dos apóstoles: Andrés, interpretado por Roberto Diaz; y Pedro, por Anthony De La Torre. Abandonado por la voz de su padre, Jesús se debate en cuál debería ser su siguiente decisión: si huir o atacar a los que lo persiguen, tanto a él como a sus creyentes. Esta disyuntiva se expresa en los primeros momentos de la obra y ayuda a enfatizar el debate interno que enfrenta el protagonista por su condición humana y ante el abandono de su padre. Ciertamente se aplaude el intento de querer traer de nuevo estos temas religiosos sobre el escenario para reencontrar al público con este lado que no es muy común en el repertorio nacional actual, y quizás pretender reflexionar sobre ello o intentar despertar en el público un sentimiento de empatía por Jesús.

Un aspecto que se destaca de manera positiva es el uso del espacio y la iluminación. La escenografía, aunque minimalista, se aprovecha con habilidad para transmitir diversas sensaciones. Las luces juegan un papel esencial en la creación de ambientes cambiantes; en momentos de tensión, la luz tenue y las sombras alargadas parecían envolver a los personajes, acentuando su aislamiento emocional. En contraste, en escenas de calma, la luz suave resaltaba la vulnerabilidad de los mismos. Esta alternancia en los efectos de luz contribuyó a la atmósfera.

Sin embargo, uno de los puntos débiles de la obra es su narrativa, que carece un poco de claridad. A pesar de los intentos por ofrecer una experiencia sensorial más que intelectual, el hilo argumental se pierde. Ciertas partes de los diálogos y las transiciones abruptas dificultan el entendimiento de la obra. 

En conclusión, aparte del buen uso del espacio y la iluminación, la obra presenta una propuesta innovadora al intentar fusionar danza y teatro experimental, pero que aún le quedan ciertos aspectos por pulir y seguir mejorando para que pueda tener una mayor llegada al público.

Barbara Rios

7 de abril de 2025

Crítica: UN TRANVÍA LLAMADO DESEO


Un tranvía en la línea 1 del metro

Compré mi "pasaje" para ver Un tranvía llamado Deseo y me aventuré a gozar de un viaje maravilloso por este clásico del teatro norteamericano. El cartel de actrices y actores de reconocido talento eran la mayor garantía.

La primera sorpresa fue el ingreso de Ebelin Ortiz cantando un vals criollo que cuenta una tragedia de amor por las diferencias sociales, escrito por Felipe Pinglo, dos décadas antes que Tennessee William escribiera su famoso "Tranvía". Ese intento de "peruanizar" la obra, que parecía ubicarla en Barrios Altos y no en Nueva Orleans, queda allí, flotando como una referencia inconclusa. Luego, Blanche no viene de Misisipi sino de Arequipa, con lo cual queda clara la lejanía, pero no esa marca de aristocracia y racismo de los terratenientes del Sur de Estados Unidos en la primera mitad del siglo pasado, que el autor conoce bien y que resalta al escoger el origen y ubicación de sus personajes. 

Ante un escenario colorido pero algo confuso se desarrolla la historia, que no alcanza la intensidad que se espera por debilidad en la dirección. La obra se sostiene por la magnífica actuación de Katerina D'onofrio, en el papel de Blanche DuBois, la aristócrata sureña en ruinas, bien secundada por Marcello Rivera, en el papel del rudo Stanley, esposo de Stella; esta última bien interpretada por Luciana Blomberg, pero que resulta demasiado relegada luego de demostrarnos su sumisión al marido. Evidentemente, su papel es secundario frente a la pareja protagónica, pero queda tan empequeñecida que casi desaparece.

Por otro lado, el segundo plano constituído por  las vecinas y amigos queda desequilibrado por la presencia dominante de Ortíz, siendo que el texto le da más presencia a la otra vecina, la casi imperceptible Yamile Caparó, cuyo talento se desperdicia. Entre los amigos, debía destacar Mitch (Junior Silva) por la relación que entabla con Blanche, pero se pierde en dimensión y silencios inexplicables en su texto y solo se nota su presencia cuando rompe con Blanche y sale decepcionado.

Buscando solución a estos vacíos, nos perdemos el acompañamiento musical, discreto pero acertado, salvo por el vals del inicio.

La verdad, quién no quisiera dirigir alguna vez una obra tan importante para la historia del teatro como Un tranvía llamado Deseo, con tan buenas actrices y actores y en un excelente teatro, como el de la U de Lima. Pero esta vez, la obra le quedó algo grande a Neyra como director y, no es que sea mala, pero no llena las expectativas con las que asistí.

David Cárdenas (Pepedavid)

7 de abril de 2025