Danza Roja
El silencio ocupa el espacio, el cuerpo del espectador se conmueve con una presencia que no está, la mirada va captando lo que ofrece el escenario; ahí hay un hombre parado por largo rato, será él quien aparecerá primero, está de perfil, se siente una presencia distinta. Van apareciendo los artistas, el modo de componer advierte otra postura, una mezcla de danza ancestral y danza urbana, hay algo que nos quieren decir, quizá cada uno lo interpreta a su manera. El origen de la vida (puede ser) o el punto en común que tenemos todos los seres humanos, el mundo gira, y hace girar a los cuerpos; hay un hombre que tiene más estatura que todos los demás, usa zancos o algo parecido, que puede representar su presencia, hay mucha ritualidad en todo lo que sucede. Un aspecto muy peculiar de la danza es la posibilidad que el espectador tiene para interpretar desde sus entrañas; no hay un discurso directo, sino hay muchos discursos indirectos que se manifiestan desde lo abstracto y lo efímero.
Las coreografías funcionan como preguntas y respuestas, hay un ritmo africano, una muestra de religiosidad que se manifiesta en un concepto del mundo, en una visión del mundo. La música es muy llamativa porque va acorde a los movimientos, hay una exactitud entre el desplazamiento y el sonido; un silbido retumba el espacio, es un silbido distorsionado, que acusa hacia algo en la profundidad de nuestro ser. Un músico aparece desde la tierra, como si resucitara, mueve la tierra y aparece con su instrumento tras el brazo. Lo toca. Es un bajo que acompaña a la pista que ocupa el espacio de atrás, todos bailan. El músico también empieza a bailar, parecen pandillas o tal vez tribus, no se dice nada, solo una voz en un momento se acerca y nos dice algo, relacionado con no sé qué, es algo que apela al origen (creo) o a la tradición y la cultura.
Visualmente hay una regresión como una búsqueda de caminos alternos, hay magia en lo que sucede, un poema en movimiento, una resistencia que danza, los espacios son amplios y trasladan a un desierto. Espacios de choque entre tribus, o entre poblaciones, el reconocimiento de un hombre hacia otro hombre, la apertura de orquestar una sinfonía de brazos y piernas que plantean un comienzo distinto. El choque es sonoro, es invisible, no hay un diálogo para acercarnos a lo que es fácil de entender, nos aproximamos desde intuiciones, desde las palpitaciones de nuestro ser al observar una condición primigenia como la danza.
Los colores están bien puestos, da la sensación de un potente sol que anochece y amanece en un árido desierto, donde los humanos funcionan como viento, como cosas que son movidas por fuerzas ajenas a nuestro entendimiento cotidiano. La energía del zapateo es muy particular, apreciar los patrones rítmicos de los pies, permite conectar con una raíz compartida, un punto de partida único, la ventaja que permite la urbanidad vuelve única a la composición, pero ahí dentro en la matriz considero que hay cosas que también nos pertenecen. Los vítores y alaridos que se emiten mientras los danzantes despliegan su movimiento, son como orgiásticos un punto de eclosión hacia visiones distintas, un punto de resistencia y de difusión.
Hay una sinceridad en la creación que permite reconocer al otro como diferente, es valioso reconocer al otro como diferente, porque a veces nos llenamos la boca de palabras que promueven la igualdad, no es necesario ser iguales para respetarnos, creo que ahí hay un problema, pretender ser iguales cuando no lo somos. La diferencia y su reconocimiento construye un puente, un lazo, que desde el movimiento retumba en circunstancias primigenias; no se si todos entienden igual, pero lo interesante es encontrar una sensación, que puede ser la extensión de un pensamiento. Los brazos y las piernas pueden ser la prolongación de la lengua, el sonido es particular a la voz (se parecen) ambos emiten un aliento, una forma de comunicar nativa; esa sensación es la que me queda después de haber visto la puesta.
Moisés Aurazo
10 de abril de 2025
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