Emperador Nada
La Máquina Producciones de Johan Escalante parece encontrar un punto de fortuna en propuestas que, desde la misma premisa, se sienten controversiales, pero ocultan en ese escándalo potentes interrogantes. Como una interesante pieza de Romano Rodríguez, Los amantes del Imperio aborda los tabúes desde su normalización, y quizás por eso será más escandaloso para nuestros visitantes al teatro.
Es un poco complicado criticar una obra que sientes que se disfruta mejor cuando el público entra sin saber. El material promocional de la obra adelanta un poco sus sorpresas, pero inteligentemente no ahonda en ellas. Contribuyó a mantener las sorpresas solo adelantando lo que ya se ve en el afiche: la obra nos habla sobre Calígula y su hermana Drusilda, y la tumultuosa relación entre ambos, con dos interpretaciones de esta misma relación que no se pelean por tu atención, sino que se complementan para que entiendas cada una con mayor temor de lo que va a suceder a continuación.
Los dos Calígulas son mostrados como hombres patéticos y aniñados que sopesan esta realidad de su crianza a partir de la demostración de la fuerza y la sexualidad. Al ser expuesto, sin embargo, no deja ver un niño pequeño, sino un hombre aún adulto cuya inestabilidad es expuesta. Escalante atraviesa estas caras del personaje sabiéndose, pues, adulto, al principio de manera más contenida y con el tiempo más y más temible. Su coprotagonista, Olga Kozitskaya, no es su contrapeso sino su extensión desde la tierra, ligera y pesada a la vez, y elevándose a sí misma a la misma visceralidad, pero en su caso venida desde la desesperación. En los casos de ambos puedo decir que sus personajes van ganando más forma conforme avanza la puesta, y que si enfatizan el contraste entre sus respectivos personajes al inicio, así como el aspecto natural y conversacional de su relación, el vínculo entre ambos hermanos se hará más perverso.
Notas en los diálogos de los personajes un genuino esfuerzo por crear esta narrativa dual con los dos Calígulas y las dos Drusildas. Se brinda en la interpretación igual atención a ambas, un consciente esfuerzo por manejar acciones y subtexto. Puntos como la escena sexual, su consecuencia o la escena musical quizás quedan sin toda su explicación todavía, y como espectador acabamos atribuyendo al descenso a la locura de los protagonistas. El cambio entre ambas facetas, nuevamente, se vuelve más difusa con el tiempo, lo que vuelve necesario un cambio más notorio en las primeras escenas que nos marque la pauta por romperse. Dicha pauta es, dicho sea de paso, seguida a rajatabla por el diseño de luces, bien pensado y desarrollado para hacerte creer que entiendes en qué plano de la realidad te encuentras, y posteriormente torcer el cuchillo para dejarte preguntando ¿Qué máscara se están poniendo aquí?
Recomiendo encarecidamente revisar las biografías de Calígula y Drusilda después de salir del Club de Teatro de Lima, pues hará el impacto de su nuevo final más profundo y sus simbolismos más trágicos. Tal como en la historia original, será necesario recordar que Calígula no EMPEZÓ siendo un déspota o quizá ni siquiera un depravado, y que el camino al infierno puede estar sembrado en la inocente curiosidad. El teatro nos absorbe no por espíritus que nos posean, sino al sacar las sombras que tenemos dentro, y que alimentan nuestro delirio de grandeza mientras damos un monólogo de grandeza a nuestro imperio de nada.
José Miguel Herrera
24 de abril de 2025
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