sábado, 12 de abril de 2025

Crítica: JUEGO DE ROLES


Titiriteros de titiriteros

Siete años después, Abel Enríquez y Martín Velasquéz Marvelat regresan a Juegos de Roles, con un montaje que mantiene un sentido de ruptura creativo y constantemente adaptándose, y con un estilo de dirección y actuación que se apoyan mutuamente para lograr una experiencia que no todas las obras metateatrales logran: mantener al espectador dudando de principio a fin.

Esto se logra a través de la subversión constante. Carlos, interpretado (aparentemente) por Dante del Águila, es un dramaturgo frustrado intentando escribir su magnum opus, cuando se le ocurre la idea de utilizar su propia realidad para escribir la obra. Uno piensa tras entender esto, que la obra ya jugó todas sus cartas y no tendría mucho que ofrecer. Pero a medida de que la obra avanza, entendemos que muy por el contrario, ha habido entre Enríquez, Marvelat y su elenco un pacto astuto para lograr que el espectador se mantenga enganchado intentando deducir qué es real y qué no (si es que algo lo es).

La obra es, valga la redundancia, una experiencia teatral. Rehuye de estrategias más cinematográficas para expresar esta realidad ambigua (como uno podría aprender de Birdman o Bojack Horseman) para sumar al espectador en el juego. Los cambios en los cuadros, los vestuarios, los códigos de actuación cambiantes. La obra aprovecha sus recursos sin desgastarlos, sino creando una narrativa a través de las piezas entremezcladas del dramaturgo y los personajes de su vida.

A esto se apoya que dichos personajes no son solo piezas a su merced, sino seres propios con un viaje y una progresión interesante. El propio Del Águila pasa de causarnos lástima a rechazo y hasta empatía por el espiral en el que ha llevado su semificticia vida. Gia Rosalino aprovecha un paraguas de tonos para su personaje, no quedándose solo en monólogos o caricaturas sino dotando de color cada faceta. María del Carmen Sirvas y Gianni Chichizola (este último el único retorno de la primera versión y, quizás por eso, el del código más histriónico) otorgan fuerza y sustancia que ayuda a la comedia al igual que a lo momentos dramáticos. A medida que avanza su temporada, las fases de los cuatro personajes se irán sintiendo más únicas y aportarán a un público que quiera ver la obra más de una vez para buscar los detalles.

En general, se siente en esta versión de Juego de Roles un texto que ha ido madurando a lo largo de los años, y cuidada desde cada lado del equipo. Desde el ojo metateatral del dramaturgo, sería quizás fácil darle un lente puramente heroico o puramente desagradable a un protagonista también escritor. Pero requiere autoconocimiento mostrarlo como un humano fallido, dueño de sus ficciones tanto como estas de él, y forzado a entender que en su vida no hay ensayos ni reescrituras. Si alguien más es escritor, sentirá ese golpe (y la curiosidad de saber cómo se explicó todo esta historia en las acotaciones).

José Miguel Herrera

12 de abril de 2025

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