Un ritual escénico que despierta al mundo
Este jueves 12 de junio, la noche en el teatro Ricardo Blume trajo
consigo Monteverdi: El ritual de la ninfa, una obra que se define como
“concierto en contexto” y que, más allá del rótulo, es una experiencia escénica
envolvente. Dirigida por Mateo Chiarella Viale, con la dirección adjunta de
Lucho Tuesta, y con las actuaciones de Alfonso Santisteban y Celeste Viale,
acompañados por seis músicos en escena, la propuesta es tanto una clase viva de
historia musical como un ritual sensible y profundamente humano.
Desde el inicio, la disposición del espacio genera una tensión
interesante: el piano en uno de los extremos, los actores en el otro, y una
línea invisible que los conecta a través de la palabra, el cuerpo y la música.
No hay una escenografía elaborada, pero sí una arquitectura invisible de
afectos y resonancias que sostiene todo el montaje.
El relato transita por la vida de Claudio Monteverdi, considerado el
padre de la ópera, y lo hace con una sensibilidad que evita caer en lo
meramente biográfico. Aquí no hay un afán por informar, sino por emocionar. La
música de Monteverdi aparece como un personaje más: no ilustra, sino que
atraviesa, interrumpe, sostiene. Las canciones están subtituladas, sí, pero lo
que realmente conmueve es la presencia escénica de los músicos y de los
actores. Lo que ocurre en escena va más allá del texto: se siente.
La historia está estructurada a partir de tres de sus óperas más
importantes: La fábula de Orfeo, El retorno de Ulises a la patria y La
coronación de Poppea. Cada una marca un momento vital del compositor, y cada
fragmento musical nos recuerda por qué su obra sigue viva. Se habla de su
obsesión por las disonancias, de su búsqueda por “despertar al mundo” a través
del arte. Y, de algún modo, el espectáculo logra lo mismo.
Entre escena y escena, se mencionan temas que todavía nos tocan: los
cambios de gobierno, la incertidumbre laboral, la pérdida de archivos y obras
por negligencia o desinterés institucional. Monteverdi no queda atrapado en el
pasado: es una figura que, desde el siglo XVII, dialoga con nuestras propias
fragilidades contemporáneas.
Santisteban y Viale ofrecen interpretaciones brillantes. La soltura,
la precisión, la humanidad que imprimen a sus personajes hacen que, por
momentos, uno olvide que está viendo una obra. Es, más bien, como si se
escuchara una confidencia. Una historia que alguien nos cuenta al oído, desde
muy lejos, pero que se siente muy cerca.
A pesar de durar hora y media, el tiempo no pesa. Todo fluye con
ligereza, como si el montaje supiera muy bien cuándo detenerse y cuándo
avanzar. Al final, me quedo con una frase que se repite en la obra: Monteverdi
logró “hacer llorar a las almas más duras”. Y creo que eso es, también, lo que
logra esta pieza. No solo revive su música. Nos recuerda que el arte, cuando es
honesto, tiene el poder de conmover incluso al tiempo.
Daniela Ortega
15 de junio de 2025
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