martes, 3 de junio de 2025

Crítica: VOLVER A MIRAR


Antología de un cuerpo en escena

Entrar a ver Volver a Mirar sin saber exactamente qué esperar es, de alguna manera, parte esencial de la experiencia. Lo que presenta Mirella Carbone sobre el escenario no es una obra en el sentido convencional del término, sino una travesía sensorial y corporal que, desde la danza contemporánea, evoca una vida entera entregada al arte. Mirella reúne fragmentos de personajes y obras que ha interpretado a lo largo de su trayectoria.

Durante los primeros minutos, el desconcierto se impone. No hay texto, no hay personajes reconocibles, no hay una estructura narrativa clara. Hay movimiento, figuras, muñecos, gritos, silencios. Lo que se despliega ante los ojos es un lenguaje que no busca ser entendido desde la lógica, sino desde el sentir. Como sucede con el arte abstracto, intentar descifrarlo puede hacernos perder su verdadero impacto emocional.

Mirella, con 72 años, habita el escenario con una potencia silenciosa. Cada gesto, cada caída, cada transición, está cargada de una sabiduría corporal que solo el tiempo y la persistencia pueden forjar. Su cuerpo no es el de una bailarina joven, pero es un cuerpo elocuente, preciso, conmovedor. Uno que se ha mantenido en movimiento toda una vida.

El segundo momento, mediado por un video grabado durante la pandemia, introdujo otros códigos. Aparecieron textos breves que ofrecían claves para entender el proceso, pero su velocidad y la dificultad de lectura desde ciertas ubicaciones del teatro jugaron en contra. Una proyección más legible o el uso de audio podrían enriquecer esta parte sin perder su intención poética. Lo que en un inicio parecía un caos de imágenes sin conexión, se transformó en un archivo vivo de memorias encarnadas.

El punto de inflexión fue la ruptura de la cuarta pared. Mirella bajó del escenario, habló con el público, pidió matrimonio, hizo cantar, reír. En ese gesto hubo una búsqueda de conexión genuina, una necesidad humana de compartir, de estar con otros. En ese instante, todos, o al menos muchos, sentimos que por fin lográbamos entenderla, no con la mente, sino con el corazón.

El cierre fue íntimo y profundamente simbólico: el personaje que dibuja a la niña que fue la actriz, y luego la actriz despojándose de su caracterización frente a nosotros. Ya no desde el camerino, sino a la vista de todos. Una revelación. Una despedida. Una vuelta a mirar.

Mirella Carbone no solo nos mostró una obra: nos permitió atisbar su mundo interior, su recorrido, sus cicatrices, su pasión inagotable por la escena. Volver a Mirar no necesita ser comprendida del todo. Su potencia está en provocar, sacudir, emocionar. Y eso lo consigue con creces. Porque al final, salimos del teatro no sabiendo exactamente qué vimos, pero con la certeza de haber presenciado algo real, profundamente humano, y lleno de vida.

Milagros Guevara

3 de junio de 2025

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