Sueña conmigo, por favor
Con la producción de Silvia de la Torre,
los actores Sebastián Ramos, protagonista en El Rancho de los Niños Perdidos, Javier Quiroz y Jesús Oro participan
en una adaptación de la comedia romántica del dramaturgo mexicano Fitho Cantú, I love New York (Amo Nueva York), con
autorización expresa del autor, como lo explicaron hacia el final del montaje.
Un par jóvenes turistas, un peruano y un árabe, se conocen y enamoran mientras
viajan en el metro de Nueva York. Nunca se menciona sus nombres, pero el
romance que forman empieza a despertar temores en sus subconscientes, así como
luchas internas con sus familiares debido a sus identidades de género.
El paseo de la Plazoleta de las Artes
estuvo totalmente repleto y los organizadores de la Gerencia de Cultura de la
Municipalidad supieron guiar al público hacia sus asientos. Lo primero que
llama la atención es la escenografía: una serie de rascacielos de colores,
aunque con un estilo y color de estilo infantil para una obra como esta, pero con
algunos elementos puntuales, como una banca de parque hacia un lado.
Si bien es cierto la obra no es original y
ya ha sido presentada en muchos escenarios hace años, la adaptación fue muy
fresca y creativa, sobre todo por el uso inteligente del humor, destacando en
esto Quiroz, quien además de tocar la guitarra en vivo, generó muchas risas por
las ocurrencias de su personaje y la forma en cómo dialoga con el público. Las
vestimentas de los actores fueron muy sencillas, pues se trató de ropa casual,
como la de cualquier citadino de una gran ciudad del mundo. Sin embargo, la luz
jugó en contra en ciertas escenas: hacia el final del montaje, cuando los
personajes interrogan a sus memorias sobre sus decisiones, la luz blanca con el
escenario oscuro a veces no enfocaba bien al actor, generando un poco de
confusión. Oro destaca por su histrionismo y la actuación de Ramos se mantuvo plana,
en un mismo ritmo, muy parecida a su protagónico en El Rancho de los Niños Perdidos. Sin embargo, se debe mencionar que
los actores abordaron el tema de la homosexualidad de los personajes de una
manera lúdica y cómica, pero no vulgar, lo cual es de resaltar, pues un montaje
así y muchas situaciones se prestaban para un humor sencillo y chabacano, pero
no fue el caso.
Tengo la ligera impresión de que es parte
de una marca de la dramaturgia mexicana el juego con los tiempos de los
personajes y la ligera ruptura de la cuarta pared teatral, es decir un estilo brechtiano que también vi en otros
montajes, como Más pequeños que el
Guggenheim (del mexicano Alejandro Ricaño) y Enemigo del pueblo de Ibsen (presentado en el Teatro Nacional por
una compañía teatral mexicana).
No se puede comentar mucho de la
dramaturgia, pues no es un estreno, pero la obra es tan potente y con revelaciones
tan creativas, que si hubiese sido escrita por un peruano estaría nominada
desde un inicio en los premios Oficio
Crítico. Sin embargo, solo quedaría mencionar que se debería indicar en el
afiche y demás publicidad que el montaje llega por primera vez al Perú y que el
dramaturgo es mexicano, solo para estar más enterados de los que vamos a
apreciar. Finalmente, resaltar el gesto de hacer un breve conversatorio abierto
entre el público y la producción y actores hacia el final del montaje, es una
práctica muy positiva para educar a los espectadores.
Enrique Pacheco
30 de enero de 2020
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