Efectivo pero desaprovechado entretenimiento
Es perfectamente válido el hecho de presentar y reestrenar a
los pocos meses la misma obra, y además, con diferentes elenco y director.
Finalmente, el público atento ya estaría sobre aviso y sabría que se trata de la misma
historia, pero interpretada por otros actores y quizás, desde una nueva
perspectiva del director de turno. Eso, cuando la obra lleva el mismo título.
Sin embargo, cuando se trata del mismo montaje pero con el título cambiado,
definitivamente es otro el panorama, desde el punto de vista del desprevenido
espectador. Sucedió hace poco, con la
adaptación al teatro de la cinta Perfetti Sconosciuti (2016) de Paolo Genovese,
a cargo de Osvaldo Cattone en el Teatro Marsano, titulada Celular, en enero del
2018 y que posteriormente estuviera en temporada en octubre del año pasado (con
una reposición en estos momentos) en el Teatro Pirandello, de la mano de Los
Productores, con el nombre de Perfectos desconocidos. Curiosamente, es en el
mismo Marsano donde viene ocurriendo una situación similar: Invencible, aclamada
obra del inglés Torben Betts, se estrenó discretamente en marzo del 2019 en el
Teatro de Lucía bajo la dirección de Rodrigo Falla Brousset y ahora, ni
siquiera pasado el año, ya está de nuevo en cartelera miraflorina dirigida y
adaptada por Cattone, pero bajo el nuevo título de Buenos vecinos.
Dejando de lado la muy cercana proximidad de ambos estrenos
y la inevitable comparación entre ambos montajes, la puesta en escena de Buenos
vecinos, en la que dos parejas que residen en un mismo edificio (y ambas diametralmente
opuestas en todo sentido) inician una tensa relación, no defrauda. En realidad,
con Cattone aquello nunca sucede, aun en sus trabajos más cumplidores. Pero es
su muy particular (y radical) versión la que llama la atención, pues si en el
original de Betts la pareja acomodada era la que se ve forzada a mudarse a un
barrio marginal, aquí sucede al revés: son Gema (Andrea Luna) y Valentín (Pietro
Sibille) los que llegan de un modesto distrito a vivir en el mismo edificio que
Emily (Martha Figueroa) y Renato (Bruno Odar). La cena de bienvenida que les ofrecen
estos últimos es el disparador de un simpático choque no solo de clases
socioeconómicas distintas, sino también de carácter generacional. Sin embargo,
resulta inevitable advertir que se ha preferido banalizar esta confrontación
entre estratos social y culturalmente distintos del texto original por un humor
más ligero, aunque efectivo. La sátira social que podría haberse explorado más,
especialmente en la concepción original de los personajes, pierde terreno
frente a la confusión originada por el infeliz destino de un gato llamado “Napoleón”
(en la original es “Invencible”) y una infidelidad que se ve venir desde muy
temprano.
Pero si Buenos vecinos funciona como comedia es por la
calidad interpretativa del cuarteto protagonista: nos olvidamos muy pronto de
la evidente diferencia de edades entre Figueroa y Odar para entrar en la
convención y creerles en escena como ese estirado e inofensivo par de abuelitos
acomodados; Sibille sepulta de una vez por todas a su eterno “Misterio” como el
más acérrimo fanático de Alianza Lima; y Luna resulta encantadora dentro de la
vulgaridad de su personaje, a pesar de tener un excesivo buen gusto para
peinarse y vestirse. Los valores de producción, como de costumbre en el Marsano,
impecables. Lejos de ser una de las mejores comedias de Cattone (incluso otras
menores como En la cama del 2008 profundizaron mejor la brecha generacional),
Buenos vecinos es sin duda, un eficiente entretenimiento, pero que luce algo apresurado
y sin profundizar en la aguda crítica del texto de Betts, siendo este último
detalle el que hace finalmente pertinente el nuevo nombre del espectáculo,
debido al escaso rezago del material original.
Sergio Velarde
22 de enero de 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario