domingo, 27 de julio de 2025

Crítica: APOFENIA


Pena, ternura y anhelo de unión

Al entrar a la sala, te recibe un escenario ya vivo: dos jóvenes actores se desplazan, calientan, respiran el espacio. No esperan la tercera llamada para aparecer; ya están presentes, como si sus cuerpos recordaran que el pasado nunca termina de llegar. A los costados, una serie de vestuarios —un traje militar, ropa andina, zapatos, ojotas— sugieren múltiples vidas por encarnar. Todo está dispuesto: en el centro, fotografías, documentos y escritos, organizados como una escena de detectives, invitan a reconstruir una historia fragmentada. La historia es dura, conocida y todavía abierta: el conflicto armado interno en el Perú.

Vestidos de negro, como suele hacerlo el estudiante de artes escénicas, los actores comienzan con monólogos que evocan los años 80 y 90. Lo que sigue son escenas entrelazadas: una madre andina busca con desesperación a su hijo desaparecido, enfrentando la frialdad de un militar que le niega respuestas; unos estudiantes se interrogan sobre los desaparecidos de La Cantuta; unos niños armados, atrapados entre promesas rotas y el miedo, sueñan con regresar a casa. En otra escena, una hija conversa con su padre, un militar que participó en el conflicto. La ternura se mezcla con la memoria y el juicio.

Las escenas no son simples representaciones: están atravesadas por pausas reflexivas en las que los actores se preguntan —y nos preguntan— si es posible contar este dolor sin violentarlo. ¿Cómo narrar desde la ética, desde la humanidad, desde la empatía? La obra no busca enseñar ni moralizar, sino compartir, reconstruir y, sobre todo, no olvidar.

La dirección de Ibrahim G. Monrroy permite que cada historia resuene profundamente, tocando no solo al espectador sino al ciudadano. El trabajo corporal —las caídas, los golpes, las tensiones físicas— no solo conmueve, sino que activa el cuerpo como archivo. Los objetos escénicos, usados poéticamente, complementan la carga simbólica de cada escena.

La dramaturgia de Marcelo Farfán transita con sensibilidad entre la pena, la ternura y el anhelo de unión. Cada personaje se manifiesta desde los cuerpos potentes y honestos de Andrea Marquina y Víctor Bullón, que encarnan las memorias con fuerza, pero también con vulnerabilidad. Son cuerpos que recuerdan, que resisten, que preguntan. Y que nos recuerdan que abrir el cofre de nuestro pasado es doloroso, sí, pero también necesario.

Edú Gutiérrez

27 de julio de 2025

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