¿Cómo amamos?
No es retórica la
pregunta con la que inicio esta crítica: ¿amamos por instinto?, ¿amamos a
regañadientes, o a pesar?, ¿amamos sin saber o sabiendo quizás muy
profundamente? Este paso del tiempo del amor es uno de los puntos más
destacables de Crónica de amor, la última colaboración entre la CTF y el
CCPUCP, que haciendo gala de todo el repertorio creativo de la primera, nos
transporta por una creación física colectiva tan emotiva como dura.
Los momentos iniciales de
la obra sirven para establecer rápidamente la creación y el quebrar de una
unidad familiar. Los dos padres, interpretados con simpleza y profundidad por
Diego Sakuray y Margot Lozano, se conocen, intiman, casan y separan en el transcurso
de una coreografía en las sombras que sirve para establecernos el tono peruano
y del siglo XX de esta familia, así como la estructura de la obra: distintas
unidades con su propio tono y herramientas de storytelling, enmarcadas en el
clown y el teatro físico.
Así, a medida que avanzan
los cuadros, vemos el reencuentro de una familia en diferentes juegos y
estructuras. La abuela (Macla Yamada) y su nieto (Christian Ysla) haciendo
origami, la madre y el hijo viajando en micro, la ilusión del hijo de una
familia unida. El tono se siente fluctuante en cada una de estas piezas, a
veces más grande o chico, a veces más gris y a veces más enmarcado en la
nostalgia embellecedora de un niño. Las estructuras del piso delimitan de
manera suficientemente libre para favorecer el cambio. Como buen insumo del
teatro físico, la creación le ha permitido al elenco transformar el piso, los
bloques, los muñecos y hasta el teatro de sombras en un mar de posibilidades
cambiantes que el público acepta por la claridad en la que son presentadas
incluso sin ningún diálogo. Como es de esperarse de la CTF y de su director
Fernando Castro: la obra crea con el Teatro Físico en mayúscula, con
entrenamiento y creatividad humana.
Entre estos cambios, los
actores nunca pierden sus líneas y calidades de energía, se sienten
consistentes en sus rasgos (apoyados por un acertado maquillaje) y nos permiten
ver un abanico de emociones, desde la ansiedad sacrificada del Padre de
Sakuray, la risa nostálgica de Lozano, o la autoridad de abuela latinoamericana
de Yamada. Hay momentos un poco más lentos o con ritmos por desarrollarse, pero
en general no hay un enlace débil, se llevan todos las palmas. Ysla, percibo yo
a propósito, sí se ve ligeramente en código distinto a los demás. Esto, de
hecho, ayuda mucho a la experiencia: al igual que nosotros, su personaje está
experimentando estos colores y exageraciones del mundo físico por primera vez,
su color aun no es tan fuerte pero sí lo son sus emociones, honestas con su
realidad de niño en crecimiento.
El lente con el que el
hijo va viendo el mundo se siente muy sincero. Esa palabra, “sincero”, me
persigue un poco, pero creo que es la mejor define Crónica de amor. Es,
efectivamente, el retrato de nuestro amor familiar. Es dramático, imperfecto, y
sus finales no son el desenlace perfecto que quizás de niños queríamos ver
reflejados en el amor de nuestros padres. Pero no por eso deja de existir,
evolucionar, y decir muchísimo del espacio y las fuerzas que habitamos sobre
nuestros padres e hijos: aquellos seres con quienes tenemos, muy probablemente,
la relación más complicada de nuestras vidas. Sea el tipo de amor que sea, si
seguimos amando a pesar del dolor que cargan nuestros cuerpos, ¿quizás no
estamos eligiendo sufrir, sino vivir?
Crónica de amor deberá de
estar, en años venideros, en las mismas conversaciones que tenemos sobre Los
regalos. Increíble. Lleven sus risas, pero también sus pañuelos.
José Miguel Herrera
No hay comentarios:
Publicar un comentario